martes, 28 de febrero de 2017

Hasta el Último Hombre (Hacksaw Ridge)



Título Original Hacksaw Ridge (2016)
Director Mel Gibson
Guión Robert Schenkkan, Andrew Knight
Reparto Andrew Garfield, Sam Worthington, Hugo Weaving, Vince Vaughn, Teresa Palmer, Luke Bracey, Rachel Griffiths, Richard Roxburgh, Matt Nable, Nathaniel Buzolic, Ryan Corr, Goran D. Kleut, Firass Dirani, Milo Gibson, Ben O'Toole, Richard Pyros, Robert Morgan, Dennis Kreusler, Michael Sheasby, Ben Mingay, Damien Thomlinson, Nico Cortez, Darcy Bryce, Roman Guerriero





Diez años han tenido que pasar para que el actor australiano de origen norteamericano Mel Gibson se pusiera de nuevo detrás de la cámara para rodar su quinto largometraje como director.después de aquella arriesgada, adrenalítica y brutal Apocalypto estrenada en 2006. En ese largo proceso el protagonista de la saga Mad Max ha levantado una considerable polvareda con su vida personal y se ha ido reconciliando poco a poco con la cartelera implicándose en proyectos más o menos independientes como Vacaciones en el Infierno (Get the Gringo), Machete Kills, Los Mercenarios 3 o Blood Father. Pero es su faceta más alabada, la de director, la que volvió a las pantallas de todo el mundo a finales del pasado 2016 con Hacksaw Ridge, retitulada en España como Hasta el Último Hombre con un amplio respaldo del público y la prensa especializada que alabó la obra desde su puesta de largo internacional en el pasado Festival de Venecia.




Hacksaw Ridge cuenta la historia del médico militar, posteriormente ascendido a sargento, del  307ª de Infantería, 77ª División de Infantería, Desmond T.. Doss (Andrew Garfield) un soldado cristiano protestante perteneciente a la Iglesia Adventista del Séptimo Cielo, que decidió alistarse en el ejército de Estados durante la Segunda Guerra Mundial para posteriormente participar en la Batalla de Okinawa, pero eludiendo en todo momento utilizar armas de fuego debido a sus fuertes convicciones religiosas que le impedían arrebatar la vida a un semejante. Debido a esto Doss fue asignado sanitario, pero se encontró con el enorme obstáculo que supuso durante su entrenamiento y posterior incursión en el campo de batalla la oposición de un ejército que nunca vio con buenos ojos los preceptos teológicos que este profesaba de manera tan ferrea y concienzuda. Durante el metraje del film conoceremos la vida de Doss desde su infancia hasta el día en que entró en combate junto a sus compañeros, salvando la vida de 75 de ellos sin disparar una sola bala.




El hecho de que el director que revolucionó en el año 1995 la manera de rodar escenas de batallas multitudinarias con Braveheart decidiera implicarse como director en un film bélico no suscitó demasiada extrañeza dentro del mundo del séptimo arte. En cambio que lo hiciera relatando la historia del primer objetor de conciencia que fue condecorado con la Medalla de Honor de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos sí despertó la curiosidad de más de un escéptico que no encontraba en la, normalmente brutal, faceta como director del protagonista de Gallipoli o El Año que Vivimos Peligrosamente lugar para un "pacifista" que se negaba tajántemente a tomar en mano un fusil y acabar con la vida del que consideraba su enemigo, el ejército japonés en este caso. La respuesta era bien sencilla y la teníamos justo delante de nuestras narices, y eran las inquebrantables e inamovibles creencias religosas de Desmond Doss, compartidas plenamente por el cineasta e intérprete.




Como bien nos recordaba Juan Manuel de Prada en este ya mítico artículo en el que se deshacía en "elegantes" elogios hacía el cineasta y su último trabajo detrás de las cámaras, antes incluso de haberlos visto, Mel Gibson es un "católico acérrimo, de los que rezan en latín y follan a chorro libre". Como la fina prosa del periodista vizcaino nos recuerda es por muchos sabido que el protagonista de la franquicia Arma Letal es un ferviente creyente que tiene una visión muy purista y algo extrema de lo que es el cristianismo en general y el catolicismo en particular, tema del que ya hablé en la entrada que le dediqué a La Pasión de Cristo y en el que no hace falta reincidir. Ese y no otro ha sido el motivo por el que Gibson se ha implicado en un proyecto impulsado por el productor y guionista Gregory Crosby y Stan Jensen, un importante miembro de la ya citada Iglesia Adventista del Séptimo Cielo y al que posteriormente se subieron actores como Vince Vaughn, Hugo Weaving, Sam Worthington o Rachel Griffiths una vez el intérprete de Señales o Rescate se hizo responsable de la realización.




Hay dos películas claramente diferenciadas dentro de Hasta el Último Hombre y ambas se alternan y reparten el grueso del metraje. La primera mitad del film es puro John Ford, una historia de reminiscencias clásicas que se dedica casi en pleno a enaltecer los parabienes del manoseado "American way of life" con el sentimiento de comunidad, la inocencia del primer amor, la importancia de la figura materna en la familia estadounidense y el patriotismo en tiempos de guerra, En esta etapa de la obra Gibson deja relucir su ideología ultraconservadora con una trama romántica que bordea la cursilería del melodrama, pero que nunca llega a adentrarse en ese subgénero gracias a una importante pátina de desencanto y melancolía representada por la violenta figura paterna de Desmond Ross y su adicción al alcohol sustentada en la enorme labor de un reparto de secundarios con unos magníficos Hugo Weving, Vince Vaughn y Rachel Griffiths o un bastante recuperado Sam Worthington entre otros y que tiene en las creencias de su protagonista y su aguerrido entrenamiento castrense su núcleo narrativo. Dicho tono cálido, sencillo y clasicista es el que conseguirá, cuando la segunda mitad de la obra haga acto de presencia, el brutal contraste que toma el proyecto cuando Ross y su pelotón entran en combate en Okinawa..




La segunda película la podía haber rodado el Samuel Fuller de Uno Rojo; División de Choque (The Big Red One) o el Sam Peckinpah de La Cruz de Hierro y se bascula alrededor de las impresionantemente descarnadas secuencias bélicas que rueda un Mel Gibson del todo apabullante con la cámara. Aunque suene a tópico podemos afirmar de manera tajante que desde las escenas de combate de Salvar al Soldado Ryan, y su media hora de desembarco en Normandía, no se ha visto una recreación del infierno en la tierra que es la guerra tan veraz y compacta como la de Hacksaw Ridge. Aquí está el profeta de la violencia explícita, el cineasta que en films como Apocalypto, La Pasión de Cristo o Braveheart nos mostró el lado más salvaje del ser humano pero llevando su mirada desgarradora a unos niveles de crudeza equiparables a los de su visión de la muerte y resurreción de Jesús. Apoyándose en la dirección de fotografía, el montaje y el sonido Gibson arranca de las entrañas de su objetivo pasajes de una visceralidad en ocasiones excesiva (ese "escudo humano") pero siempre de un virtuosismo descomunal y arrollador con el que muestra lo bestial que fue la Batalla de Okinawa.




Pero es el personaje de Desmond Doss y el actor que lo interpreta, un titánico y memorable Andrew Garfield, el verdadero corazón que bombea sangre al último trabajo de Mel Gibson en la dirección. Hay quien afirma que Hasta el Útimo Hombre es pura propaganda cristiana, un panfleto teológico para imponer las creencias religiosas del mismo cineasta a la platea por medio de su protagonista. Un servidor, que ha admitido en no pocas ocasiones su ateismo, no está de acuerdo con esta afirmación, ya que el rol de Doss lleva hasta el extremo sus convicciones y su determinación como creyente, pero en ningún momento trata de imponer su peculiar punto de vista sobre la vida, la deidad o la no violencia. Gibson se implica al 100% con su criatura, lucha hombro con hombro a su lado para que pueda llevar a cabo su misión, casi hasta caer en el martirio, pero siempre a nivel individual (no como sucedía en Silencio con el Sebastião Rodrigues también de Garfield, que sí predicaba de mala manera a la platea), sin mirar por encima del hombro a los personajes que no creen o no lo hacen con la misma intensidad paroxista que él. El intérprete de La Red Social hace suyo a Desmond Doss y su esencia y gracias a ello ofrece una labor para el recuerdo ayudado por la gran labor como director de actores del Hamlet de Franco Zeffirelli.




Con sus virtudes (intensidad, fiereza, épica, crepuscularidad) y defectos (ese innecesario plano de la camilla, el epílogo al estilo de La Lista de Schlinder que cae en el subrayado grueso y maniqueo) Hacksaw Ridge nos devuelve al mejor Mel Gibson en su faceta de jefe de ceremonias. Volviendo a tratar todos los temas propios de su perfil como cineasta ya sea la violencia, la fe o la rebeldía de un sólo individuo que se enfrenta a una sociedad corrupta o injusta (idea concebida ya en su meritorio debut como realizador El Hombre Sin Rostro y que abarca toda su filmografía) el polémico actor y director ha conseguido reconciliarse con la taquilla, la crítica y la academia, ya que el film que nos ocupa ganó en la pasada gala de los Oscar los premios a mejor montaje y sonido. Una nueva época de bonanza llega para este australiano de adopción con varios trabajos como actor y dos nuevos proyectos detrás de las cámaras todavía en proceso de negociación, las secuela de su propia La Pasión de Cristo y la de Escuadrón Suicida de Warner Bros y DC Cómics. Sólo el tiempo nos dirá si el bueno de Mel aprovecha esta segunda oportunidad que le da Hollywood o mete la pata hasta el fondo como es habitual en él.


lunes, 27 de febrero de 2017

T2: Trainspotting



Título Original T2: Trainspotting (2017)
Director Danny Boyle
Guión John Hodge, basado en la novela de Irvine Welsh
Reparto Ewan McGregor, Robert Carlyle, Jonny Lee Miller, Ewen Bremner, Kelly Macdonald, Shirley Henderson, Steven Robertson, Anjela Nedyalkova, Irvine Welsh




En el año 1993 el escritor británico Irvine Welsh publicaba Trainspotting, su primera novela. Dicho trabajo narraba el día a día de un grupo de amigos veinteañeros en la ciudad escocesa de Edimburgo de principios de los 90, sus relaciones personales, problemas con la ley y sobre todo la adicción a la heroína que varios de ellos padecían. Renton, Begbie, Sick Boy y Spud eran un reflejo de las clases bajas de la capital de Escocia, un grupo de inadaptados, drogadictos, violentos y déspotas miembros de la Generación X que desperdiciaban su vida entre chutes de caballo, sexo casual, violencia descontrolada y relaciones sentimentales abocadas al fracaso. Ni tres años tardaron los miembros del equipo formado por el cineasta Danny Boyle, el productor Alex Garland, el guionista John Hodge y el actor Ewan McGregor (que venían de llamar la atención en los círculos del cine independiente británico con Shallow Grave) en interesarse por el libro de Welsh para trasladarlo a la pantalla grande. Aquel 1996 la versión cinematográfica de Trainspotting marcó un importante hito en el cine del Reino Unido con una brillante propuesta en la que un reparto en estado de gracia, un guión que sabía condensar todas la virtudes del material literario de partida y un director que convirtió el delirio visual en el perfecto vehículo para que la prosa del escritor escocés llegara con fiereza a toda una generación de espectadores adolescentes que vieron cómo las aventuras estupefacientes de Mark Renton y sus compinches dejaban una huella perdurable e indeleble en sus todavía impresionables mentes, la de un servidor entre ellas.




Aunque varios de los personajes de la novela Trainspotting aparecieron como secundarios en otras obras de Irvine Welsh como Pesadillas del Marabú o Cola, no sería hasta el año 2002 que el novelista decidiera darle una continuación oficial a esta con Porno, el regreso de su cuarteto de protagonistas nacidos y arraigados en Edimburgo. Desde el mismo momento de la publicación del libro los fans de la primera entrega y su adaptación cinematográfica esperaron con avidez la traslación a imágenes de dicha secuela que recuperaba a Renton, Spud, Begbie y Sick Boy, pero en esta ocasión intentando hacerse un nombre en el mundo del cine para adultos de bajo presupuesto. Después de veinte años de rumores sobre la enemistad de los antaño insperables Danny Boyle y Ewan McGregor, problemas de agenda de casi todos los actores del reparto y el triunfo en Hollywood con productos tan premiados a nivel internacional como Slumdog Millionaire o 127 Horas de su director por fin llega a la cartelera internacional la secuela de la cinta primigenia de 1996, titulada de manera poco original T2: Trainspotting, con el ya mencionado cast original, John Hodge de nuevo al guión inspirándose, muy lejanamente, en la ya mencionada Porno y un Danny Boyle completamente implicado con el proyecto. La prensa especializada ha recibido esta segunda parte con disparidad de opiniones, más si cabe teniendo en cuenta el peso del primer largometraje que dejó el listón por los cielos. En Zona Negativa ya hemos podido ver la obra y a continuación vamos a tratar de dar nuestra opinión sobre esta tan esperada nueva entrega de la vida de Renton y su séquito de amigos.




La sensación que transmite el visionado de una película como T2: Trainspotting es agridulce y de una bipolaridad nada eludible por parte del espectador en general y el fan del film original en particular. Por un lado el simple hecho de volver a ver en celuloide a estos personajes tan icónicos del cine parido en Europa durante los años 90 es un placer, una “reunión de amigos” en la que tanto ellos como nosotros nos encontramos los unos a los otros más viejos después de una ausencia de veinte años. Spud, Begbie, Renton y Sick Boy vuelven a empozoñarse en la inmundicia para nuestro regocijo y aquellos que nos embriagamos con el talento depositado en la cinta de 1996 no podemos más que estar de enhorabuena por el hecho de que este cuarteto vuelva a compartir pantalla después de tanto tiempo. El problema, que no es baladí ni minúsculo precisamente, es que esta secuela de Trainspotting está más pendiente de ser un desfile de referencias estéticas y argumentales a su hermana mayor que de ser un producto cinematográfico narrativamente cohesionado y consistente. En este sentido el guión de John Hodge (que como previamente hemos comentado sólo toma algunas ideas de Porno, la novela en la que en teoría estaría basado el film) no está a las altura de las expectativas y no precisamente porque, como muchos temíamos, no respete el espíritu de la segunda cinta como director de Danny Boyle, sino porque paradójicamente lo venera en demasía, tanto como para rendirle una excesiva pleitesía que esteriliza cualquier intento de originalidad e inventiva individual declarándose sin miramiento alguno como un sucedaneo de su predecesora.




Es la nostalgia y esa machacona idea de mirar continuamente hacia atrás con melancolía (el uso de metraje del film original perjudica al conjunto de esta secuela, algo que Boyle debería haber notado ya en la sala de montaje) y añoranza lo que debilita la estructura del guión y lastra el devenir de acontecimientos que en el mismo se van dando forma de manera irregular y con desigual fortuna. Durante la primera mitad del metraje la trama central protagonizada por Mark, Sick Boy (siempre lo será por mucho que aquí llamen al personaje por su verdadero nombre) y Veronkia es la que mejor construida se revela, algo que no sucede con el resto d ellas. Todo el proceso que implica sacar adelante el “negocio” que los roles de Ewan McGregror, Johnny Lee Miller y Anjela Nedyalkova tienen en mente es donde John Hodge y Danny Boyle ponen toda su atención y profesionalidad. Mientras, Spud y Begbie se antojan dos secundarios satélite cuyas subtramas carecen de consistencia o potencial llegando las mismas a mostrarse en ocasiones como un par de añadidos subsidiarios al argumento que más que enriquecerlo lo entorpecen. Por suerte esta sensación de que los personajes de Ewen Bremner y Robert Carlyle están fuera de juego a la lo largo de todo el partido desaparece en la segunda mitad del largometraje cuando comienzan a interactuar con los tres protagonistas. De esta manera la producción es asimilada por la platea como un ejercicio cinematográfico que merecía unos cimientos más sólidos a la hora de contarnos una historia competente y atractiva.




Un amplio sector del público y la prensa especializada que ya han visto T2: Trainspotting han remarcado hasta la saciedad que para disfrutarla debemos olvidarnos de la primera película, aislarla completamente de la experiencia que es ver esta continuación y con ello conseguir disfrutar de las virtudes de esta secuela que nos ocupa. Dicha propuesta se antoja imposible para el que visiona ya que son precisamente John Hodge y Danny Boyle los principales responsables de que en ninguno de los 117 minutos que forman esta segunda parte podamos quitarnos de la cabeza la obra cinematográfica de de 1996. Planos idénticos, distintas versiones de los temas más recordados de la banda sonora (Perfect Day, Born Slippy, Lust for Life), cameos de actores que dieron vida a personajes de peso allí y que aquí se antojan como concesiones de cara a la galería (es una pena desperdiciar a una intérprete tan entrañable y personalísima como Shirley Henderson de esta manera), reformulaciones actualizadas de diálogos clásicos (el monólogo de “Choose life”) y una interminable cantidad industrial de fanservice siendo arrojado contra el espectador de manera indiscriminada no hacen de T2 una mejor secuela o un proyecto que pueda marcar su propia independencia, sino un “epílogo” tardío de una obra que se ve engrandecida desde la lejanía con este intento de volver a una mirada subversiva, original e incómoda que resulta sólo en una película aceptable con algunos momentos remarcables y más buenas intenciones que resultados que estén a la altura del legado que la Trainspotting original supo gestar a golpe de descaro, incorrección política y nihilismo.




Por suerte no todo son fallos en T2: Trainspotting ya que tanto su director como su reparto convierten el visionado de la última obra del autor de Trance o Millones en una experiencia divertida, agradable y desprejuiciada a distintos niveles. Siempre he defendido que la mirada visualmente efectista de Danny Boyle no se ajusta a todos sus productos, por eso su estilo nervioso, espídico e inquieto se me antoja fuera de lugar en films como 127 Horas, Slumdog Millionaire o Sunshine y sí muy adecuado en obras como 28 Días Después o Trainspotting. Por eso esta secuela, al igual que su anterior entrega, por su naturaleza lisérgica pedía a gritos la realización “made in Boyle” llena de movimientos espasmódicos de cámara, angulaciones retorcidas o planos generales y el británico cumple sobradamente. Sin meterse en una orgía estilística que pueda saturar al espectador, pero recuperando adecuadamente la puesta en escena de su segundo largometraje el autor de Steve Jobs tira de profesionalidad y cariño por los personajes a los que hace suyos casi tanto como los mismos actores para hacerles justicia al menos en el apartado técnico de la propuesta. Pero es el reparto el que realmente aumenta las cotas de calidad de la obra que nos ocupa, no sólo por unos magníficos Ewan McGregor y Johnny Lee Miller a los que da la réplica con mucho oficio una adorable Anjela Nedyalkova, sino sobre todo por un Ewen Bremner perfecto como Spud y un Robert Carlyle que tiene que luchar contra la alarmante descaracterización de su personaje durante la primera mitad del metraje para poco a poco llevarlo a su terreno convirtiéndolo de nuevo en aquel psicópata entre cómico y demente que todos recordamos. Este casting es el que salva los muebles a la producción y sólo por él merece la pena el viaje de vuelta a Edimburgo.




Es inevitable pensar que tras dos décadas de espera los fans de Trainspotting no hemos recibido todo lo que esperábamos con esta T2: Trainspotting. Como anteriormente hemos citado los autores del film se han ocupado de que el pesado lastre que suponía ser la segunda parte de una obra de culto se convirtiera en uno de tonelaje inmanejable cuando ellos mismos se han empeñado en que no olvidemos en ningún momento dicha adaptación de la novela homónima de Irvine Welsh dejando claro que esta continuación adolece del ruido, la furia, la mugre, la crudeza, el humor negrísimo y el descreimiento de aquella siendo estas características depuradas, limadas de asperezas, pasadas por filtros y ofreciendo un reflejo demasiado “limpio” de aquella obra que definió toda una generación de jóvenes. Por suerte T2 tiene los suficientes alicientes para no ser desdeñada como obra cinematográfica, plantea ideas muy interesantes (el metalenguaje con respecto al personaje de Spud, el de redención generacional depositado en el de Begbie) ofrece algunos pasajes memorables (el reencuentro entre Renton y Begbie y la posterior secuencia en el parking son oro puro) nos trae de vuelta a un casting intachable, un director que ha bajado del pedestal en el que Hollywood le ha puesto para “volver a juntarse con los pobres” y una sensación de melancolía y emoción que el que esto suscribe no puede negar haber experimentado con ese “eterno retorno” nietzscheano al que finalmente se entrega Mark con la ayuda de Iggy Pop, Prodigy y ese cubículo infinito en el que se han convertido una juventud e inmadurez que le acompañarán hasta el último día de esa vida que realmente nunca llegó a elegir


domingo, 26 de febrero de 2017

La Llegada (Arrival)



Título Original Arrival (2016)
Director Denis Villeneuve
Guión Eric Heisserer, basado en un relato de Ted Chiang
Reparto Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O'Brien, Tzi Ma, Nathaly Thibault, Pat Kiely, Joe Cobden, Julian Casey, Larry Day, Russell Yuen, Abigail Pniowsky, Philippe Hartmann, Andrew Shaver




El canadiense Denis Villeneuve se ha convertido en poco más de tres años en uno de los cineastas más interesantes de la actualidad. Aunque dio que hablar en los círculos del cine independiente y festivalero, sobre todo, con su segundo film (el primero Polytechnique, pasó más desapercibido) Incendies recibiendo una gran cantidad de premios y nominaciones (entre ellos al Oscar a la mejor película de habla no inglesa) no fue hasta que debutó en Hollywood con Prisioneros que el gran público reparara en su presencia como autor a tener muy en cuenta. Aquella atípica cinta de secuestros protagonizada por unos enormes Hugh Jackman, Jake Gyllenhal y Paul Dano entre otros gustó a crítica y público y fue el comienzo de una interesante carrera en la que Villeneuve alternaba proyectos más independientes y personales (Enemy) con otros más comerciales (Sicario) hasta llegar al pasado año 2016 en el que se estrenó su sexto largometraje.




La Llegada (Arrival) esta basada en el relato corto The Story of Your Life del novelista estadounidense de origen chino Ted Chiang que un servidor desconoce, pero del que según se comenta han cambiado algunas ideas y obviado otras, como por otro lado era de esperar por lo usual que suele ser a la hora de llevar la palabra escrita al celuloide. De modo que a la hora de hablar de la última película de Denis Villeneuve me centraré estricta y lógicamente en el apartado cinematográfico de la obra. Con un excelente reparto encabezado por Amy Adams (Batman v Superman; El Amanecer de la Justicia) y en el que podemos encontrar nombres como Jeremy Renner (Los Vengadores: La Era de Ultrón) , Forest Whitaker (Rogue One: Una Historia de Star Wars) o Michael Stuhlbarg (La Invención de Hugo), así como un guión ideado por Eric Heisserer (Pesadilla en Elm Street; El Origen) La Llegada se convirtió en una de las sensaciones del pasado 2016 y la confirmación de Villeneuve como un profesional de enorme talento.




Aunque lo mejor es saber lo estrictamente necesario de la trama de Arrival su punto de partida es bien sencillo. Una serie de naves extrarrestres aterrizan en distintos puntos estratégicos del planeta Tierra y el gobierno de Estados Unidos solicita los servicios de una experta linguista llamada Louise Banks (Amy Adams) que con la colaboración del soldado Ian Donnelly (Jeremy Renner) y el coronel Weber (Forest Whitaker) tratará de descifrar cuál es el mensaje de los alienígenas y si al desencriptarlo este  contiene intenciones pacíficas u hostiles. Esta idea central que bascula el núcleo del relato es la que consigue que la última cinta detrás de las cámaras de Denis Villeneuve se revele como una atípica muestra de ciencia ficción que poco tiene que ver con la vacua, ruidosa y peregrina que suele ejecutar normalmente la maquinaria hollywoodiense. El canadiense nos regala una de las mejores películas recientes adscritas a este género transitando caminos poco conocidos en este tipo de films de naturaleza comercial.




Dentro de su intencionalidad por magnificar lo minúsculo, por recurrir a la delectación del pequeño detalle La Llegada se plantea esas preguntas que el celuloide sobre invasiones extrarrestres no se atreve a formular amparándose en la acción, los subtextos sociales o políticos superficiales y la espectacularidad de naturaleza paupérrima. Denis Villeneuve y su guionista Eric Heisser eluden el clásico enfrentamiento bélico con los alienígenas y tratan de dilucidar cómo podría comunicarse el ser humano con ellos y qué métodos utilizaríamos para llegar a ese fin. Parece como si gran parte de la literatura y el cine fantástico siempre hubieran dado por sentado que ponernos en contacto con entidades extraterrenas se antojaría una tarea fácil, pero el libreto de la obra que nos ocupa (y suponemos que el relato original) trata de arrojar luz sobre la idea de que esa comunicación entre distintas especies sería el momento clave para un entendimiento entre ambas.




En ese sentido el fin mayor de una producción como Arrival es ensalzar el lenguaje y el uso del mismo (citando explícitamente la famosa "hipótesis Sapir-Whorf" o "relatividad lingüistica") más allá de su simple uso para la comunicación, adentrándose en terrenos metafísicos y psicológicos cuando el guión lo utiliza para coquetear acertadamente con los relatos sobre viajes temporales y sus correspondientes leyes, reglas, paradojas o percepciones dependiendo de quién sea la persona o entidad que lo "experimente". Con este material de primera calidad el director de Prisioneros aprovecha su talento e inventiva como artesano para que el potente relato que tiene entre manos no caiga en saco roto y de este modo llevarlo a imágenes ofreciendo la mejor cara de su personalidad como narrador de historias, consiguiendo algunos pasajes que se encuentran entre la mejor sci-fi actual adscrita a la ficción independientemente del medio al que se adscriba, ya sea audiovisual o escrito.




Con un ojo en Terrence Malick y otro en Andrei Tarkovski, algún apunte de sequedad que remite a la versión de Body Snatchers que Abel Ferrara rodó en 1993 para Stuart Gordon y Dennis Paoli (los autores de Re-Animator o From Beyond) y en la que también aparecía el actor Forest Whitaker dando vida a un militar, Denis Villeneuve ejecuta una obra cinematográfica que tiene mucho de experiencia sensorial (en ocasiones los efectos de sonido se convierten en la banda sonora y viceversa) apelando a la contención, a tensar la intriga como un cable de acero, a no dar todo masticado al espectador, eludiendo todo intento de fuego artificial o efectismo mal digerido y ejecutado, siempre pendiente de un guión equilibrado, sobrio, inteligente, un montaje medido con milimétrica delectación y unos personajes magnificamente perfilados, aunque con respecto a esto último sería de necios afirmar que los secundarios no dejan de ser carabinas para el lucimiento de una Amy Adams tan brillante como siempre.




Villeneuve depura su estilo y mejora su puesta en escena con cada nueva obra y en Arrival sus cada vez más notables virtudes minimizan sus exiguas debilidades. El quebequés realiza un trabajo titánico al no dejar pasar el más mínimo detalle en cuanto a la fotografía, sonido, banda sonora, efectos digitales (el no muy conseguido diseño de los extraterrestres es subsanado por medio de lo bien que interactúan con los personajes humanos en pantalla) o dirección de actores creando con todos estos apartados un compendio técnico y artístico que funciona al 100% de sus posibilidades, diseñando una atmósfera palpable y amenazante que se mueve entra la claustrofobia (la primera visita a la nave es un prodigio audiovisual en todos los aspectos) y una melancolía con la que el director de Enemy sabe poner alma dentro de un relato que estilísticamente parece transmitir una frialidad y distanciamento que finalmente resultan no ser tales.




Si ya es una injusticia que después de cinco nominaciones al Oscar Amy Adams no se haya llevado la estatuilla a casa el hecho de que este año no haya sido nominado por su labor en la cinta que nos ocupa, ni por la que realiza en Animales Nocturnos, de Tom Ford, es demencial. La Louis Banks a la que la protagonista de American Hustle da vida es el corazón que bombea sange a La Llegada, está abordada desde las entrañas, con una contención milimétricamente calculada y una implicación fuera de todo duda con sus acciones y decisiones. Villeneuve y Heisserer regalan un personaje inmenso a la actriz norteamericana y ella no desperdicia un ápice la oportunidad que le ofrecen, interpretando a uno de esos roles femeninos que deberían prodigarse más en el cine de Hollywood y con el que consigue eclipsar el nada desdeñable trabajo de sus compañeros de reparto que en ningún momento del metraje pueden alcanzar las cotas de verdad, fuerza y determinación que esta experta linguista consigue transmitir a la sala de butacas.




Gravity, Interestelar, Moon y ahora La Llegada, el cine de la segunda década del siglo XXI está viviendo un momento dulce a la hora de relanzar el celuloide espacial o extraterrestre gracias al talento de unos profesionales deseosos de romper barreras sin dejar de mirar atrás para alimentarse de los clásicos de tan fértil género cinematográfico. El canadiense Denis Villeneuve puede formar parte de este grupo de nuevos artesanos por derecho propio gracias a una pieza tan brillante como su último film, adscrito a un tipo de ciencia ficción que debería prodigarse más en nuestra carteleras. Aunque la prueba de fuego la tiene el quebequés con sus dos próximos proyectos, esa Blade Runner 2049 que ha rodado con el respaldo en la producción de Ridley Scott (otro autor, por cierto, de una magnífica película espacial como es Marte, de la que hablaré en un futuro) que dará continuación al clásico de 1982 basado en el relato de Philip K. Dick y esa nueva versión cinematográfica de la novela Dune de Frank Herbert en la que se embarcará dentro de poco y con las que demostrará si es capaz de mantenerse firme dentro de grandes sagas cinematográficas con largo bagaje de éxitos y fracasos en el mundo del séptimo arte.



martes, 7 de febrero de 2017

Múltiple (Split)



Título Original Split (2016)
Director M. Night Shyamalan
Guión M. Night Shyamalan
Reparto James McAvoy, Anya Taylor Joy, Betty Buckley, Brad William Henke, Haley Lu Richardson, Sterling K. Brown, Kim Director, Sebastian Arcelus, Lyne Renee, Neal Huff, Jessica Sula, Maria Breyman, Steven Dennis, Peter Patrikios, Matthew Nadu





Después de años convertido en “veneno para la taquilla” y siendo vilipendiado por crítica y público con todos y cada uno de sus proyectos entre los que se encuentran El Bosque (The Village), La Joven del Agua, El Incidente, The Last Airbender o After Earth, en la promoción de este último incluso se ocultó en la medida de lo posible su nombre para que no destacase en manera alguna, en 2015 con la, más o menos, independiente y humilde La Visita el cineasta norteamericano de origen hindú M.Night Shyamalan parecía volver a recuperar el norte y a dar considerables muestras de seguir siendo aquel director que revolucionó Hollywood en las postrimerías del siglo XX con piezas como El Sexto Sentido o El Protegido (Unbreakable) Dicha cinta en formato found footage protagonizada por dos peculiares ancianos y moviéndose a placer entre el terror y la comedia negra supuso una luz al fondo del oscuro túnel en el que estaba convirtiéndose la carrera de su creador. MúltipleSplit en su título original, su último trabajo detrás de las cámaras producido en colaboración con Blumhouse (hogar de sagas como Insidious o Paranormal Activity) y protagonizado por James McAvoy las jóvenes actrices Anya Taylor Joy, Haley Lu Richardson, Jessica Sula o la veterana Betty Buckley es la confirmación de que el autor de Señales por fin vuelve al buen camino tras más de una década en la que llegó a convertirse (unas veces de manera justa, otras no) en la risión de la industria, de nuevo está ofreciendo piezas destacables haciendo honor a su talento como narrador de historias.





El punto de partida de Split es genérico y lo hemos visto millones de veces, en ese sentido la cinta no inventa nada. Tres chicas adolescentes son secuestradas por Kevin, un hombre que sufre un desdoblamiento de nada más y nada menos que 23 personalidades entre las que se encuentran las del enfermizo Dennis, obsesionado con la suciedad, una mujer posesiva llamada Patricia, un diseñador de moda que responde al nombre de Barry o Hedwig, un niño de nueve años. Varias de esas personalidades advierten al resto de personajes de la obra la próxima llegada de una nueva, la número 24, conocida como “La Bestia”, cuya naturaleza no parece humana y que pondrá en peligro la integridad física del trío de adolescentes secuestradas por Kevin. Esta es la premisa del largometaje, y como acabamos de mencionar tiene poco de original, pero M. Night Shyamalan se guarda unos cuantos ases en la manga (y no me refiero sólo al famoso twist que rara vez falta en sus films, aquí también haciendo acto de presencia) permitiendo aumentar exponencialmente la sencilla naturaleza de thriller adscrita a Múltiple para convertirlo en una criatura multiforme que se adentra en distintos tipos de géneros cinematográficos funcionando en prácticamente todas sus vertientes.




Múltiple, al igual que La Visita, arregla uno de los problemas más graves que arrastraban los últimos trabajos de M.Night Shyamalan, la incosistencia de sus guiones, ya que en cuanto a puesta en escena el cineasta de origen hindú siempre ha dado muestras de poderosa inventiva y una peculiaridad cinemática fuera de toda duda hasta en sus horas más bajas. La escritura del último largometraje del norteamericano esta sustentada en la sutilidad, la sugestión más que la explicitud, la elegancia y el control del tempo narrativo. Tres tramas avanzan paralelas en Split. La centrada en el confinamiento y asedio al que el personaje protagonista somete a las chicas secuestradas, la amparada en la relación de este con su psiquiatra, la Doctora Fletcher, y la que por medio de flashbacks nos enseña un momento concreto de la infancia del personaje de Casey definiendo su presente y actos durante su encarcelamiento. Salvo un par de momentos en los que la subtrama de la psiquiatra se entrega a cierta dejadez bajando el ritmo del metraje este discurrir de las tres historias muestra una cohesión narrativa magnífica, apelando siempre, como ya hemos apuntado, a una realización tan sólida como vibrante, con algunos planos brillantes recordándonos al mejor M. Night Shyamalan y un reparto muy solvente comandado por un James McAvoy en el que nos detendremos más adelante por motivos obvios.




Múltiple es una producción tan consecuente consigo misma que retratando a un personaje con varias personalidades también se aventura en la feliz idea de ser tres películas en una. La primera, que abarca la mayor parte del metraje es una cinta de intriga haciéndosw a la hora de entregarse sin miramientos a la violencia psicológica, a la claustrofobia experimentada por las tres co protagonistas al verse encerradas en una localización desconocida a manos de un hombre totalmente perturbado con el que Shyamalan se adentra en teorías científicas sobre la complejidad de la mente y cómo esta puede llegar a someter al cuerpo humano. La segunda toma lugar en la media hora final convirtiendo el proyecto en una obra de terror puro. Algo perceptible no sólo en los acontecimientos a los que asistimos en pantalla, sino también en la puesta en escena de Shyamalan pasando de la elegancia y planificación meticulosa previa a una visceralidad cruda, peligrosa, aumentando de manera notable la incomodidad del espectador con respecto al devenir de acontecimientos dentro del argumento. La última, que realmente no es tal, tiene lugar en la escena final de la cinta. El famoso giro “made in Shyamalan”, que la redefine completamente, haciéndonos replantearnos todo lo visto. No porque se nos haya escapado algo, sino porque las intenciones y el fin del autor no eran los que esperábamos. Aunque a lo largo de toda la película va dejando pistas, pero la idea era demasiado brillante para que el espectador acabara aceptándola.




Al buen hacer en el guión y la dirección por parte de un M. Night Shyamalan al que hacía años no veíamos tan competente se une su mayor cómplice para que Split salga adelante como atípico experimento cinematográfico dentro de la industria de Hollywood. El escocés James McAvoy deja de lado su perfil heróico y de hombre íntegro (que sólo ha abandonado en puntuales ocasiones, como en Filth) para enfundarse la(s) piel(es) de un rol que abordado inadecuadamente podía haber caído en el mayor de los ridículos por culpa de la sobreactuación, la impostura o el dramatismo mal digerido. Por suerte nuestro Charles Xavier ofrece todo un recital de composición a la hora de dar vida a su poliédrica criatura hasta tal punto, no sólo de parecer distintas personas confinadas en una sola, sino también adentrándonos en la fisicidad que confirma el desdoblamiento del protagonista cuando la platea llega a pensar que Dennis, Hedwig, Patricia o Barry son personas diferentes interactuando entre ellas en la misma localización. La entrega del protagonista de Atonement o Trance llega a cotas de explicitud salvajes en la recta final del metraje, cuando el dominio de su lenguaje corporal y potencia física rigen el núcleo narrativo del clímax final dando el golpe de gracia a una labor interpretativa tan mayúscula que llega eclipsar el remarcable trabajo de sus compañeras de pantalla, Destacando el de una a muy convincente Anya Taylor Joy (La Bruja) como Casey y el de una soberbia Betty Buckley (Carrie) como la Doctora Fletcher.




Múltiple confirma la recuperación de un M. Night Shyamalan que ha vuelto a ganarse el favor del público y gran parte de la crítica demostrando encontrarse más cómodo abordando proyectos medianamente independientes en los que cuenta con menos presupuesto, pero con más control artístico. La naturaleza humilde (sólo en apariencia, ese giro final la revela como un proyecto más ambicioso de lo que parece por motivos lógicos) de su último trabajo detrás de las cámaras ha jugado totalmente a su favor y él ha sabido, una vez más después de La Visita, aprovechar la oportunidad para reverdecer unos laureles completamente secos desde hace más de una década. Después de años de varapalos de la prensa especializada, una taquilla que le daba la espalda y unos premios Razzie cebándose con él de manera desmesurada hoy podemos decir que hay futuro en la carrera de uno de los directores que mejor representan cuan caprichoso puede ser el mundo de Hollywood. Capaz de encumbrar en tiempo récord a un cineasta que con sólo dos películas más después de su primer gran éxito se introdujo en un pozo sin fondo de proyectos fallidos o incomprendidos, el que esto suscribe sigue viendo magia en La Joven del Agua y disfruta mucho de The Last Airbender del que le ha costado mucho salir y esperemos nunca vuelva a caer.