martes, 29 de enero de 2013

Outrage, pura formalidad



Título Original Outrage - Autoreiji (2010)
Director Takeshi Kitano
Guión Takeshi Kitano
Actores Beat Takeshi (Takeshi Kitano), Tomokazu Miura, Kippei Shiina, Ryo Kase, Soichiro Kitamura, Renji Ishibashi, Jun Kunimura






Son ilimitados los niveles de regocijo experimentados por un servidor al ver cómo Takeshi Kitano vuelve al cine que le dio la fama en labores de cineasta tras haberse reído en Takeshi's y Glory to the Filmmaker de que sus fans se lo pidieran hasta la extenuación. No se sabe si es una elección digna de un genio dentro de su carrera como director o un ejercicio de (auto)complacencia para dejar satisfechos a todos los que adoramos su visión de la yakuza japonesa (mafia del país nipón). Finalmente poco importa, para bien o para mal aquí está el Kitano más reconocible, el que le dio reconocimiento internacional y nos regaló films magníficos sobre el mundo del hampa en la tierra del sol naciente.




Alejado de los experimientos fellinianos de sus últimos trabajos Kitano vuelve al mundo de los criminales y asesinos que le vio nacer como cineasta. La trama es harto sencilla en esta mezcla entre su magnífica ópera prima Violent Cop y su reivindicable trabajo en Estados Unidos, Brother. Tres familias de la yakuza japonesa se enfrentan por ganar los favores del Padrino que controla los negocios sucios de la zona. Las rencillas, el honor, los lazos familiares, las traiciones internas y la muerte se cruzan en un mismo trayecto donde nadie es lo que parece y no hay lugar para las reglas o la compasión.




Outrage es una de las cintas más autocomplacientes de la filmografía de Kitano, porque si bien una vez más la mafia de su país es la protagonista del largometraje nada de la experimentación de argumento en off de la fallida Sonatine o del lirismo pictórico de la magistral Hana-Bi (obras que también nos narraban vivencias de miembros de la yakuza) hay en ella a lo largo de su metraje. En su penúltima producción el director de Kids Returns va a lo sencillo, una thriller criminal sin trasfondos filosóficos ni florituras argumentales directo y a la yugular, inteligentemente planteado, ejecutado y con su inconfundible sello autoral.




En Outrage están las constantes habituales que son marca de la casa de los trabajos de la productora Office Kitano. Violencia explícita irrumpiendo en pasajes de serenidad total; un tempo llevado con buen pulso; planos largos en cuyos encuadres suceden más cosas de las que parecen a primera vista; unos actores que parecen nacidos para realizar este tipo de papeles porque saben mostrarse en pantalla como asesinos de gatillo fácil engreídos y con comportamientos dignos de psicópatas y un Takeshi Kitano como protagonista que vuelve a recurrir a su inexpresividad habitual (aquella que le venía de serie y no de su grave accidente de motocicleta como algunos piensan, aunque este la acentuó) y escasos diálogos. Recurso que muchos han tomado como reivindicación de los héroes callados y solitarios de Jean Pierre Melville pero que tiene una explicación menos cinéfila y más realista. Beat Takeshi es pésimo para aprenderse sus propiso guiones.




Con aquella ya lejana Violent Cop que puso a Kitano en el punto de mira del cine internacional abordando un tipo de cine con personalidad propia (de la que se alimentarían realizadores como el norteamericano Quentin Tarantino para dar forma a sus producciones cinematográficas) Outrage comparte el retrato bastante duro y políticamente incorrecto de las fuerzas de la ley japonesas. Los agentes de policía que retrata el director son individuos entregados a una corrupción total y que negocian con la yakuza para sacar un copioso sobresueldo dentro de puestos que se heredan de unos oficales a otros, recibiendo estos con toda la normalidad del mundo los chantajes de los capos mafiosos.




Aunque esta vez también se despacha a gusto Kitano con la yakuza japonesa, ya que Outrage es la película en la que peor imagen da de estos hampones de ojos rasgados de métodos expeditivos y crueldad inhumana. En ese sentido hay ecos de Brother, pero en aquella había una visión más idealizada del mundo del crimen organizado, en cambio en la obra que nos ocupa no sucede así. No hay más que ver los pasajes en los que los mafiosos llevan a cabo sus "ajustes de cuentas" en los que el director nipón muestra algunas de las escenas más duras de su filmografía, que no pecaban precisamente de blandas en ese sentido. Momentos como el de la ortodoncia improvisada, el de los palillos chinos, el del cutter o el de la cuerda y el coche dan muestra cristalina de que esta gente son sádicos desalmados que no se andan con juegos a la hora de mantener su aposentado pero peligroso estilo de vida y Kitano lo muestra en toda su crudeza a la hora de extrapoolarlo a la pantalla.




Con un sello 100% Kitano, pero con un cierto aroma que recuerda a cineastas clásicos dentro del cine mafioso americano como Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, Outrage es la mejor película de su director en mucho tiempo, pero también la más cómoda artísticamente hablando, por no arriesgar nada como producto cinematográfico, pero lo cierto es que tras sus tres films anteriores no se le puede echar esta afirmación en cara al cineasta, sería una hipocresía. El director de Dolls deja de momento la experimentación en fondo y forma de la última parte de su filmografia para volver a sus ráices con una obra que le ha ido lo suficientemente bien como para rodar tras ella la primera secuela dentro de su carrera, Outrage Beyond, de la que dicen que supera a la cinta que nos ocupa. Próximamente daré fe de si tal afirmación es cierta o no.



domingo, 27 de enero de 2013

Django Desencadenado



Título Original Django Unchained (2012)
Director Quentin Tarantino
Guión Quentin Tarantino
Actores Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Don Johnson, Walton Goggins, James Remar, Dennis Christopher, Michael Parks, Bruce Dern, Franco Nero, Jonah Hill, Tom Savini, M.C. Gainey, RZA, Todd Allen, James Russo, Tom Wopat, Misty Upham, Gerald McRaney, Cooper Huckabee, Laura Cayouette





Posiblemente sin Quentin Tarantino yo no estaría aquí escribiendo esto. Allá por 1996 descubrí su obra gracias a Reservoir Dogs, el que sigue siendo para mí su mejor film. Puede que algunos no lo recordéis, pero en los 90 la gente de a pie no tenía internet ni programas de descarga, de modo que para buscar un largometraje teníamos que tirar de centros comerciales, tiendas o videoclubs para así dar con las películas que queríamos y que la televisión no emitía. Fue curioso cómo encontré en su momento el VHS de la ópera prima de Tarantino que me descubrió su obra, en la parte baja de la recóndita estantería de una tienda de videojuegos y películas, el tipo de establecimiento donde el mismo director forjó su pasión por el sépitmo arte.




Gracias a él me metí en el mundillo de los directores de cine y en un efecto dominó cinematográficó descubrí a autores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Abel Ferrara, Oliver Stone o subgéneros como el exploit de todo tipo o la serie B. Le debo mucho al realizador de Deatn Proof y aunque ya no es "mi director favorito" le sigo teniendo en mucha estima, me parece un cineasta vital para entender la evolución del cine de autor desde los principios de los 90 hasta la actualidad y siempre espero el estreno de una de sus criaturas con mucha ilusión y expectativas altas, porque sabe tocarme la fibra sensible como pocos realizadores actuales.




Desde sus primeros años como cineasta Quentin Tarantino siempre había mostrado harto interés por realizar un western, género al que admiraba y rendía tributo en muchos de sus proyectos. En 2011 saltó la noticia de que el eternamente pospuesto largometraje sobre el lejano oeste titulado Django (en homenaje al film homónimo dirigido por Sergo Corbucci y protagonizado por Franco Nero) empezaba su rodaje. Tras cientos de nombres que supuestamente iban a protagonizar la cinta para posteriormente caerse de la misma, el de Knoxville encontró a su trío principal en los norteamericanos Jamie Foxx y Leonardo DiCaprio y el austriaco Christoph Waltz, así como presupuesto para llevar a la realidad el film en sus amigos los hermanos Weinstein, que le deben casi la vida. El resultado es un festín cinematográfico 200% Tarantino, pero el Tarantino post Jackie Brown, que no es el mismo de sus dos insuperables primeras producciones.




Durante el año 1858 el esclavo negro Django (Jamie Foxx) es liberado por el Doctor King Schultz (Christoph Waltz) un cazarecompensas alemán que busca objetivos a los que ejecutar por remuneraciones económicas. Ambos emprendarán un largo viaje por el sur de Estados Unidos en plena época del esclavismo para dar con Broomhilda (Kerry Washington) la mujer de Django que está ejerciendo como sierva en la casa de un negrero. Finalmente dan con el paradero de la mujer, que se encuentra en la localidad de Candy Land, regida por Calvin Candie (Leonardo DiCaprio) el sádico dueño de una enorme plantación.




Django Desencadenado es una extensión coherente del anterior trabajo de Quentin Tarantino, la magnífica Malditos Bastardos. Con aquella comparte en gran parte estructura, desarrollo, algunos personajes bastante similares y homenajear con su título a otra película previa dentro del cine de culto europeo. Pero lo es sobre todo por ser, como aquella, una revisión pulp de un género cinematográfico muy concreto. Si bien la cinta protagonizada por Brad Pitt era una visión irónica de los films más o menos exploits de corte bélico sobre el nazismo mayormente ideados en Europa como El Pasaje de J. Lee Thompson, su última obra es un homenaje por parte del norteamericano al western mestizo y bastardo.




La octava película de Quentin Tarantino es una oda al tipo de western que en su momento idearon y encumbraron Sergio Leone (la Trilogía del Dólar, Hasta que Llegó Su Hora) o Sergio Corbucci (El Gran Silencio, Django) en Europa o Sam Peckinpah  (Grupo SalvajePatt Garret y Billy the Kid) en Estados Unidos. El spaguetti western en el caso del primero o el western crepuscular en el del segundo, dando una visión alejada del clasicismo impoluto que previamente habían ofrecido cineastas estadounidenses como John Ford, Fred Zinnemann o Howard Hawks sobre este tipo de cine. Pero por el camino el director de Pulp Fiction incluye referencias a films sobre el oeste más modernos, pasando de Sin Perdón, Wild Bill o Forajidos de Leyenda a productos exploit como Rápida y Mortal o decididamente malos como Relampago Jack.




Porque Quentin Tarantino sigue siendo un director multireferencial, que bebe de cientos de fuentes cinematográficas para enriquecer su estilo, que finalmente se muestra como un homenaje a obras previas pero con una personalidad propia muy definida e inconfundible en fondo y forma. Porque Django Desncadenado no sólo tiene una deuda con el western, en su metraje hay apuntes que recuerdan a series folletinescas como Norte y Sur o Ráices e incluso a cintas que sin haber sido dirigidas por él tienen guiones o argumentos iniciales salidos de su mano, ya que el tiroteo final bebe indudablemente de Grupo Salvaje y la Scarface de los 80, pero también tiene planos de violencia estilizada calcados de Amor a Quemarropa (True Romance) de Tony Scott y Asesinos Natos (Natural Born Killers) de Oliver Stone, mal que le pese esta última.




Pero si hay un segundo referente directo para la última película de Tarantino ese es el cine blaxploitation americano de los años 70, aquel subgénero urbano hecho por y para negros que superó la barrera racial y llegó a una gran cantidad de público gracias a largometrajes como Shaft y Foxy Brown. Este es terreno conocido y transitado previamente por Tarantino, ya que en su momento demostró su devoción por este tipo de films en esa nunca suficientemente reivindicada joya llamada Jackie Brown, su tercer film y el que supondría el último del anterior estilo de su creador. Aquella pieza no sólo sería un rendido tributo al blaxploitation, también y de manera curiosa la mejor cinta jamás rodada dentro de ese estilo.




Aunque en Django Unchained ese aroma a blaxpolitation es más grandguiñolesco, exagerado e hiperbólico, como el mismo cine de Tarantino desde Kill Bill. El díptico protagonizado por La Novia supuso un punto de inflexión y ruptura tonal dentro de la obra del cineasta, escribiendo films (y personajes) menos realistas, más pulp y mucho más deudores de obras de serie B que sus tres primeros trabajos. El Tarantino post Jackie Brown hace un cine que, como bien dijo él mismo en su momento, verían los personajes de Reservoir Dogs o Pulp Fiction en un cine de sesión doble al más puro estilo grindhouse. Por eso un servidor sabe con toda seguridad que por muy buenas que sean las cintas nuevas del bueno de Quentin jamás llegarán al nivel de sus dos primeros films, eso es algo que hay que asimilar desde ya.




Django es una película totalmente hija de su creador. Un trabajo hecho con cariño y afecto por los referentes en los que se refleja, con un reparto de magníficos actores llevados con mano maestra y una galería de personajes inolvidables que dan lugar a momentos memorables y que se quedan grabados en la retina largo tiempo. Hay violencia, más que nunca en una película de Tarantino (que ya es decir) porque la de Kill Bill era casi caricaturesca por exagerada, pero la de Django duele, también es hiperbólica (balas de colt que revientan cabezas enteras) pero mucho más cruenta y real, por ello más cruda y drástica en su ejecución formal en pantalla, deudora tanto de la de Sam Peckinpah como de la del John Woo de su etapa china.




Tenemos breves apariciones de actores forjados en el western como Bruce Dern, James Remar o el indispensable Franco Nero; díalogos ágiles que tienen puntos álgidos en momentos como el monólogo de Calvan Candie con el craneo y la tensión que destila; un metraje extenso que en ningún momento se hace pesado porque da un ritmo adecuado a la historia (en ese sentido es mejor que Malditos Bastardos, aunque aquella me parezca superior como película), una banda sonora con una exquisita elección de temas musicales (con una omnipresencia lógica de Ennio Morricone y derivados) y unos personajes rematados por un grupo de actores maravillosos con un Christoph Waltz carismático y entrañable, un Jamie Foxx muy adecuado en su papel protagonista haciendo el mejor trabajo de su carrera, un sádico Leonardo DiCaprio clavando un villano que hubiera bordado el mismo Franco Nero en su juventud y un Samuel L. Jackson al que no se le puede hacer justicia con palabras dando vida a un radicalizado Tío Tom que odia a los negros y ama a los blancos.




Por últimoTarantino también aborda el proyecto con una brutal incorrección política a la hora de exponer el tema del racismo, retratando a los blancos esclavistas como hijos de perra explotadores y racistas (enorme el pasaje del Ku Klux Klan) y a los negros como una raza que se divide en dos facciones: la de los sometidos que tienen miedo a pasar a la acción y la de los valientes que se enfrentan a sus amos para conseguir su libertad, reivindicación blaxploitation 100% con algunos apuntes del cine de Spike Lee. El director no deja títere con cabeza y en ocasiones llega a sobrepasar la línea de la moralidad por medio de la venganza (tema central de prácticamente toda su filmografía) como con la escena final de la hermana de DiCaprio que a mí me hizo carcajearme de la risa en la sala de cine.




Django Desencadenado, que sólo falla en que su metraje se alarga un poco y que el guión estructuralmente es algo disperso, es la primera película indispensable de este 2013, una obra en la que Quentin Tarantino da lo que se le pide: Violencia, personajes inolvidables, momentos de alto voltaje, diálogos divertidos homenajes cinematográficos (esos zooms, esas cámaras lentas adecuadísimas, esos primerísimos planos a lo Sergio Leone) añadiéndole al conjunto una visión valiente y lacerante del tema de la esclavitud (que paradójicamente se muestra más interesante que la tibia y panfletaria de Lincoln de Steven Spielberg) y sobre todo buen cine, el mejor que se puede ver en la actualidad salido de Hollywood. Si es verdad que se va a retirar de la dirección esperemos que lo haga a lo grande, no llegando al nivel de sus dos primeros films, algo imposible como ya he comentado, pero sí ofreciéndonos un festín fílmico como el que nos ocupa, que merece completamente la pena.



viernes, 25 de enero de 2013

Lincoln



Título Original Lincoln (2012)
Director Steven Spielberg
Guión Tony Kushner basado en el libro de Doris Kearns Goodwin
Actores Daniel Day Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, Joseph Gordon-Levitt, David Strathairn, James Spader, Hal Holbrook, Gulliver McGrath, Michael Stuhlbarg, Jackie Earle Haley, Jared Harris, Tim Blake Nelson, John Hawkes, Lee Pace, Walton Goggins, David Oyelowo, Bruce McGill, Joseph Cross, Gloria Reuben





No fueron pocos los años durante los cuales el famoso director Steven Spielberg acarició la idea de llevar a imágenes la vida del célebre 17º presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln. Durante mucho tiempo se habló de que el rol del mandatario iba a ser interpretado por el escocés Liam Neeson, pero los continuos retrasos para llevar a cabo el proyecto hicieron que el protagonista de Michael Collins se cayera del casting y Spielberg dejara durante mucho tiempo la producción en el limbo. No fue hasta el pasado 2011 que el realizador de Parque Jurásico confirmaría, por fin, el rodaje de la película con la feliz elección del británico Daniel Day Lewis para dar vida a Lincoln.




La cinta se estrenó en Estados Unidos el pasado 2012, la crítica americana se deshizo en elogios con el largometraje (algo esperable) pero hasta la prensa especializada de España se rindió de manera más o menos generalizada a los pies de la última producción de Steven Spielberg (esto ya no tanto). Todos aquellos, y no son pocos, que piensan que este biopic es un largometraje realizado directamente para rascar todas las nominaciones posibles al Oscar (12 se llevó, ni más ni menos) y enaltecer la figura de su protagonista están equivocados, pero no porque erraran con sus vaticinios, sino porque se quedaron cortos con ellos.




En el año 1865, en las postrimerías de la guerra civil americana, el presidente Abraham Lincoln propondrá la instauración de la célebre decimotercera enmienda con la que se prohibirá la esclavitud en Estados Unidos. La propuesta deber ser aceptada o rechazada en un tiempo récord, antes de que el conflicto bélico que asola el país termine y con ello uno de los dos bandos se proclame vencedor. El mandatario político y sus hombres de confianza deberán luchar para conseguir los votos suficientes para conseguir que la enmienda salga adelante y con ello se proclame la libertad de todas las personas de color que viven bajo el yugo del hombre blanco.




Vaya por delante que Lincoln es una enorme producción protagonizada por un extenso reparto de caras conocidas capitaneadas por un actor que es lo más parecido en el panorama cinematográfico actual a una fuerza de la naturaleza. Sí, es cierto eso que dicen, Daniel Day Lewis no hace de Abraham Lincoln, es Abraham Lincoln. El diseño de producción del largometraje es ejemplar, su ritmo adecuado para su holgado metraje que en ningún momento se hace plomizo y su trasfondo político harto interesante por el tema que trata, que es una parte clave dentro de la historia de Estados Unidos como nación. Hasta ahí las virtudes del film, ahora paso a darle cera, porque por desgracia la cinta lo merece y mucho.




La última obra de Steven Sepielberg es una muestra cristalina de cobarde corrección política, de academicismo mal entendido, un proyecto maniqueo y panfletario que apela a la sensiblería, la obviedad y el subrayado más pueril. Estamos hablando de una cinta realizada con escuadra y cartabón para ganar Oscars a puñados apelando a un patriotismo rancio y arcaico, ofreciendo golpes bajos al espectador para que caiga rendido a los pies de un personaje que el director y su guionista, Tony Kushner (mucho mejor en Munich), nos meten por los ojos como un individuo de bondad infinita, campechano, cercano, sin un ápice de maldad o ambigüedad, todo bien masticado para que bebamos los vientos por el viejo Abe.




El Abraham Lincoln de Spielberg y Day Lewis es un entrañable Abuelo Cebolleta espigado y con andares a lo Jack Skellington que no para de contar anécdotas graciosas a unos allegados que lo miran embobados con cara de felicidad (sólo les falta la mantita y sentarse alrededor de una hoguera para escuchar las historias del presidente), un yayo que cae bien a todo el mundo (o al menos a los que piensan como él, claro está) que coge de la mano a sus amigos o les regala palmaditas en el hombro y que recibe en su despacho de la Casa Blanca a todos los ciudadanos con problemas. No hay lugar para los claroscuros, para las dudas, Abe es dios y esa falsaria iluminación blanca y de carácter divino que en ocasiones baña su figura así lo atestigua.




Hay momentos en los que el espectador cree estar viendo un vídeo de campaña electoral típicamente americano o un manual de cómo ser el perfecto político estadounidense patriota. Spielberg desata su sensiblería hasta extremos bochornosos en pasajes de vergüenza ajena en los que mientras el presidente habla de temas de vital importancia para su país con sus colaboradores una cosa repelente a la que él llama hijo y que es lo más parecido que he visto en mi vida a una versión yanki de Joselito en El Pequeño Coronel, aparece para sentarse en su rodilla, o cuando el protagonista bromea con su mujer, esposa abnegada siempre a la sombra de su marido pero con "carácter", para que el espectador vea lo "campechano" que era el presidente y lo familiar que siempre se mostraba en su vida privada.




Los malos son malísimos, todos los políticos opuestos a la enmienda son ogros vociferantes, demagogos racistas que señalan con sus dedos a sus opositores y los que están con el presidente son devotos patriotas de fuerte carácter (muy buen trabajo el de Tommy Lee Jones y David Strathairn) que darían la vida por su país y por liberar a unos negros que andan a lo largo del metraje como almas en pena de caras tristes, como si fueran zombies que poco o nada tienen que decir porque hablamos de una película por los negros, para los negros pero casi sin los negros.




Políticamente es cuando la cinta se vuelve más interesante, cuando vemos los tejemanejes que lleva a cabo el poder, así como la presencia de la corrupción que siempre ha estado ahí desde tiempos inmemoriales, tentando a todo tipo de políticos. En ese sentido lo mejor de la cinta con diferencia es el trío formado por James Spader, Tim Blake Nelson y John Hawkes, cuyos pasajes son los únicos que añaden verdadero humor y algo de esa incorrección política de la que el proyecto carece casi por completo. El argumento añade copiosa información y se abordan momentos importantes dentro de la historia americana que están bien representados formalmente en pantalla.




Pero el problema es que todo está expuesto de manera maniquea, manipuladora y pueril, sin ahondar el guión en los motivos que dieron pie a la guerra civil o los intereses políticos y económicos que existían tras la instauración de la decimotercera enmienda. Spielberg no quiere que dudemos, ni que pensemos por nosotros mismos, el va delante nuestro con una linterna diciéndonos por dónde debemos ir y en cuántos pasos podemos hacer el recorrido, para que no haya un sólo momento para titubear. Lincoln era perfecto, un ser sobrehumano que ni cuando flaqueaba o pensaba en si sus propios actos eran equivocados erraba o metía la pata en manera alguna.




Que nadie se engañe, esto no es cine clásico, es cine viejo, nacido muerto, un ejercicio de patriotismo recalcitrantemente americano con olor a naftalina ideado por un Steven Spielberg alarmantemente impersonal (¿tantos años para esto, hijo mío?) que busca el aplauso de todos su compatriotas, sin importar su clase social o ideología política. No se puede querer ser Frank Capra (que se lo digan al Frank Darabont de The Majestic) o John Ford en pleno siglo XXI, no puede venderse como magistral una sesgada lección de historia realizada apelando a la bajeza sentimental, la sensiblería barata y siempre por la vía fácil, llevando a extremos vergonzosos el término hagiografía, en el peor sentido de la palabra.




En más de una ocasión quise meterme debajo de la butaca por el sonrojo, como cuando se está aprobando la enmienda pero nuestro presi es tan hogareño que pasa esos momentos en casa leyendo un libro con su hijo pequeño (el sosías de Joselito), cuando el criado negro mira entre lágrimas a Lincoln o cuando su mujer apunta en la libreta los votos que necesita la enmienda para salir adelante. Esto en Estados Unidos será la panacea, una película que pondrán en los colegios de todo el país y que hará derramar lágrimas de emoción a la platea con ese conocido triste final mostrado en off de manera original, pero demasiado acelerada y anticlimática.




Pero en España en la humilde ciudad andaluza de Linares es una película de Domingo por la tarde, una inflada tv movie con presupuesto, director y actores de primera, un producto al que le faltaba la bandera americana ondeando detrás de su protagonista cada vez que daba un discurso con cornetas sonando de fondo. Cuando acababa la cinta y los espectadores veíamos el último monólogo final ante esos ciudadanos absortos por la verborrea patriótica de su presidente, llegaba el momento en que su protagonista callaba para nunca hablar más y a un servidor le dieron unas imperiosa sganas de levantarse y gritar "¡Aborto para unos y banderitas americanas para otros!". Hubiera sido el mejor momento de la noche, porque está demostrado que este año me he equivocado de película sobre la vida de Abraham Lincoln, no cabe duda.



martes, 22 de enero de 2013

The Raid, nido de avispas



Título Original The Raid: Redemption - Serbuan Maut (2011)
Directores Gareth Evans
Guión Gareth Evans
Actores Iko Uwais, Doni Alamsyah, Joe Taslim, Yayan Ruhian, Pierre Gruno, Ray Sahetapy, Tegar Satrya, Iang Darmawan, Verdi Solaiman






The Raid es una cinta de acción de corte policíaco rodada en Indonesia que hasta hace poco permanecía inédita en España (no hace mucho se estrenó de tapadillo, con el terrible título de Redada Asesina, en el mercado doméstico, pero sólo en dvd). Su fama comenzó a crecer cuando muchos de los que la habían podido visionar afirmaban que era un thriller ejemplar, lleno de violencia explícita, escenas de lucha brutales y un ritmo trepidante. Todas esas afirmaciones se quedan cortas, The Raid es todo eso que que comentan y más. Para el que suscribe la mejor cinta de acción jamás rodada (al menos que yo haya visto, claro está), dentro de su género es lo mejor de lo mejor y dificilmente decepcionará a los seguidores de este tipo de largometrajes.




En la ciudad indonesia de Jakarta, localizado en los barrios bajos, hay un enorme edificio que es la sede central en la que impone sus leyes un peligroso capo del narcotráfico. Las fuerzas de la ley temen acercarse allí por temor a las brutales represalias por parte de los criminales. Pero un grupo de fuerzas especiales de élite de la policía monta un operativo para asaltar el inmueble y derrocar así al narco que lo rige con mano de hierro. Lo que los agentes no saben es que el edifico es una trampa mortal en la que se verán atrapados y asediados por un numeroso grupo de asesinos dispuestos a acabar con ellos.




The Raid puede resumirse en dos palabras "adrenalina pura". El film del director galés afincado en Indonesia, Gareth Evans, es una bomba en pleno rostro del espectador, una pieza orfebrería dentro del cine de acción más directo. Un acabado técnico de nota y un reparto de actores que se dejan la piel delante de la cámara impulsan el proyecto a unos niveles bastante considerables, ofreciendo al espectador un carrusel de testosterona, violencia explícita y pólvora que nos demuestra que no se necesita un gran presupuesto ni actores de primera para hacer un thriller crudísimo, realista y rematado con una ejecución intachable.




¿Significa esto que la película de Gareth Evans es perfecta?. Lo cierto es que no. Su acabado técnico y su reparto de actores animalizados sirven como parche para un argumento mínimo y mil veces visto y una galería de personajes planos que espetan unos diálogos poco creíbles y vacuos. Hay en el guión incluso una crítica a cierta corrupción policial, pero no hay en un proyecto como este lugar para el matiz social (que se podría haber añadido fácilmente si tenemos en cuenta el contexto de la historia) y nada del tono de Sidney Lumet o James Gray se percibe en un film como The Raid ni la historia que narra lo exige o demanda.




Porque lo que el film que nos ocupa da, y lo hace en cantidades industriales, es escenas de acción brutales, expuestas en pantalla con un control de la técnica magnífico pero carente de florituras (no hay en las secuencias de lucha ni una sola cámara lenta, sólo encontramos un par de ellas en el metraje localizadas en algunas escenas de disparos aislados). Si bien los tiroteos están llevados con una mano firme y control del tempo narrativo (gran montaje) fuera de toda duda, donde el largometraje se hace realmente grande es en las prodigiosas escenas de combate cuerpo a cuerpo en las que los actores ponen toda la carne en el asador y hacen que sus golpes le duelan hasta al espectador.




Dos directores de fotografía, tres coordinadores de escenas de lucha y un reparto de máquinas del esfuerzo físico dan como resultado las secuencias de lucha más brutales, dolorosas y palpables que un servidor haya podido ver en su vida como cinéfilo. Lo mejor es que las sensacionales coreografías son caóticas y no tienen un patrón definido (podemos ver mezclas de artes marciales que van desde el Muay Thai hasta el Full contact pasando por el milenario y universal arte de la hostia a mano abierta) si a eso le sumamos la implicación de unos intérpretes que llevan al extremo la teoría de que los orientales realizan las escenas de combates más realistas del cine no podemos dejar de pensar que casi con toda seguridad y a pesar de las medidas de seguridad que tomarían más de un diente o hueso acabó mal parado durante el rodaje de The Raid.




Estructuras oseas fracturadas, disparos a bocajarro en plena sien, cristales y cuchillos desgarrando carne, espaldas estampándose en paredes y suelos, llaves rompecuellos, todo llevado con una veracidad epidérmica a la pantalla gracias a unos actores que se echan la película físicamente a las espaldas (a destacar el protagonista y el personaje de Mad Dog) y la pericia en el plano técnico de Gareth Evans, que se revela con The Raid como el mejor director de cine de acción pura de la actualidad, poniéndose por delante incluso de ese señor a descubrir llamado Joh Hyams, director de la remarcable Universal Soldier: The Day of Reckoning.





The Raid es la elección perfecta si el espectador busca una película de ritmo frenético y acabado soberbio. Su fondo no es nada del otro mundo, pero por su forma está destinada a macar un hito dentro del subgénero al que se adscribe, ya que como producto debería tomarse como referente ineludible para realizar un thriller de raza que no da un respiro a la platea en sus poco más de 100 minutos de metraje, eso que Sin Tregua de David Ayer trata de ser y no consigue ni por asomo. Se habla de un remake americano y de una secuela, yo prefiero lo segundo si es el mismo director el que lo lleva a cabo, porque con lo primero copiarán de mala manera todos los aciertos de esta, desde ya, pieza clave dentro del cine de acción.




domingo, 20 de enero de 2013

El Hombre de las Sombras, la ciudad de los niños perdidos



Título Original The Tall Man (2012)
Director Pascal Laugier
Guión Pascal Laugier
Actores Jessica Biel, Jodelle Ferland, Stephen McHattie, Jakob Davies, William B. Davis, Samantha Ferris, Katherine Ramdeen, Kyle Harrison Breitkopf, Teach Grant, Alicia Gray





Con sólo tres películas en su haber el realizador francés Pascal Laugier ya tiene un nombre sólido en el panorama cinematográfico internacional. Su ópera prima El Internado (Saint Ange), protagonizada por Virginie Ledoyen, fue acogida con cierta tibieza porque muchos la recibieron como una muestra a más de cine sobre casas encantadas y fantasmas errantes. Al no haberla visto aún no puedo dar mi opinión personal sobre ella, pero sí puedo darla (de hecho ya la dí aquí en su momento) de su segunda cinta, la polémica Martyrs.




Aquella controvertida producción de 2008 que exponía una interesante revisitación contemporánea de Saló y los 120 Días de Sodoma de Pier Paolo Pasolini tuvo una proyección muy comentada en el festival de Sitges de aquel año, tanto ruido armó aquel pase que el largometraje no ha sido estrenado en pantalla grande en España, ni en formato doméstico ha visto la luz, un servidor tuvo que hacerse con la edición británica en Blu Ray por la red, por suerte a un precio ínfimo. El producto se trataba de una de las mejores cintas de género dentro del cine francés, un brutal fresco sobre la deshumanización de unas clases acomodadas obsesionadas con el dolor físico ajeno y el fanatismo religioso. 




A pesar de la polvareda levantada (o puede que gracias a ella) la película se hizo con una fama de obra de culto y tras ella se habló de un remake americano y otras variantes, pero la idea (por suerte) no llegó a buen puerto. Por entonces Laugier ya tenía cierto nombre como director de cine de terror y consiguió sacar adelante un proyecto rodado en inglés y con capital canadiense (Martyrs ya estuvo co producida por Canadá) con una actriz estadounidense famosa como Jessica Biel, que ejerció también de productora ejecutiva, mostrando su fe en el proyecto, y el resultado fue El Hombre de las Sombras (The Tall Man) la obra que nos ocupa.




En un pequeño pueblo de Estados Unidos se están sucediendo, en muy poco tiempo, misteriosas desapariciones de niños del lugar. Las personas más supersticiosas de la localidad atribuyen tales actos a el Hombre Alto (el Cazador en la versión española) una especie de leyenda urbana viviente que se lleva a unos críos a los que se les pierde la pista totalmente. Julia (Jessica Biel) es la doctora de la zona y testigo de primera mano de la desaparición de algunos de los infantes, hasta que un día su implicación con los hechos toma un matiz personal cuando su propio hijo es raptado por, supuestamente, el Hombre Alto. Dar con el niño será su única misión.




The Tall Man es una cinta fallida a casi todos sus niveles. Un producto visto mil veces, con unas dosis inadecuadas de intriga, personajes planos (sólo el de una esforzada Jessica Biel de cara lavada destaca mínimamente) y unos giros de guión bruscos, innecesarios y en su mayoría tramposos, desencadenando el producto en un discurso final moralista y de una alarmante e insípida corrección política sobre la inocencia y potencial de los niños como seres humanos que sirve como puntilla para un largometraje que en ningún momento engancha al espectador por si ineficacia y escasa originalidad en todos sus aspectos.




Laugier se aleja de la descarnada crudeza de Martyrs y nadie le exige que la continúe en un proyecto como este, que no la demanda por su temática totalmente opuesta, pero el problema reside en su poca y escasa destreza a la hora de mover los hilos de la intriga y el suspense, porque que nadie se engañe, El Hombre de las Sombras no es ni de lejos una película de terror, es un thriller con apuntes de acción y drama que no se sostiene por sí solo por la endeblez de su pobre guión y el trabajo con piloto automático de la mayoría de sus actores (de los secundarios solo destaca una ya madurita Jodelle Ferland haciendo de adolescente muda).




No hay una verdadera atmósfera, el francés no sabe aprovechar el contexto espacial que tiene, no consigue hacer un verdadero retrato de la América profunda y desaprovecha la posibilidad de sacar varios de los  esqueletos que estas comunidades pequeñas y aisladas de Estados Unidos tienen escondidos en sus armarios. Todo está rematado de manera rutinaria y desangelada, el espectador no entra nunca en la historia y recibe con indiferencia los giros de guión que deberían dejar con la boca abierta por mostrarnos que lo que supuestamente pensábamos era lo opuesto a lo que realmente estaba sucediendo, pero la paupérrima exposición de la historia en pantalla nos impide empatizar con los dramas y problemas de los personajes y sus destinos se nos antojan lejanos e improbables.




Primer paso en falso de Pascal Laugier en el cine de vocación internacional, esperemos que la cosa no le vaya como a su compatriota Mathieu Kassovitz (Gothika y Babylon A. D) y sí como a sus también paisanos Alexandre Aja y  Grégory Levasseur (Las Colinas Tienen Ojos, Piraña 3D y Parking 2) que han tenido más suerte en USA que el director de El Odio. Este proyecto no es un avance para su obra ni su afianzamiento en Estados Unidos como cineasta. Su ineficacia, poco interés y  pueril pretenciosidad como film, culminada en ese insulso plano final, así lo atestiguan. Esperemos que a la próxima le vaya mejor a este  realizador, ya que talento le sobra y valentía no le falta.