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jueves, 25 de marzo de 2021

Persépolis, nous sommes le cri de ceux qui ne sont plus là



Título Original Persepolis (2007)
Director Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud
Guión Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, basado en el cómic de Marjane Satrapi





De 2002 a 2003 la editorial francesa L’Association publicó en cuatro volúmenes Persépolis, el primer cómic escrito y dibujado por la autora iraní, afincada en Francia, Marjane Satrapi. Persépolis narraba la vida de Satrapi desde su infancia en Teherán durante la revolución islámica a finales de los 70 y principios de los 80 hasta su adultez ya asentada definitivamente en Europa, concretamente en Francia. La historia se centraba en la relación de la autora con su familia, padres y abuela, y los cambios sociopolíticos en los que se vio envuelta Irán tras el fin de los cincuenta años de reinado del sha de Persia, dando paso a la república islámica. Durante las cuatro entregas la pequeña Marjane de diez años va creciendo y enfrentándose a la represión de un régimen fundamentalista islámico que le impide ejercer sus derechos como ciudadana y mujer, viajando posteriormente a Austria para seguir con sus estudios y conociendo un nuevo mundo en el que encuentra la consolidación de su ideología política, el primer amor, la música, el arte y también la soledad. Cuatro años después, en 1988, vuelve a Teherán tras el fin de la guerra entre Irán e Iraq que se declaró ocho años antes, para un lustro más tarde y un matrimonio fallido, mudarse definitivamente a Francia a petición de su familia, deseosa de que la joven Marjane pudiera vivir como una mujer libre e independiente.




Al poco de ser publicada Persépolis se convirtió en una las obras más importantes, no ya de la bande desinée franco-belga, sino de la historia del cómic de principios del siglo XXI. Con una humildad repleta de desnudez y un sencillo dibujo en blanco y negro, aunque poderosamente expresivo, Marjane Satrapi configuraba una obra destinada a perdurar en la memoria colectiva tomando en cierta manera el relevo del Maus de Art Spiegelman, para hablar a las nuevas generaciones de la lucha entre progreso y fundamentalismo a la que se vio abocada durante su infancia y adolescencia. Persépolis fue un éxito a nivel mundial con enormes ventas de sus cuatro volúmenes y el respaldo de una crítica especializada que cayó rendida a los pies de la iraní. Como es lógico un cómic tan reputado y conocido como Persépolis difícilmente iba a librarse de conocer una adaptación cinematográfica que, por su peculiar acabado artístico, no podía ser extrapolado con verdadera fidelidad a imagen real, pero sí al celuloide animado. En 2007 Marjane Satrapi y el también historietista Vincent Paronnaud, tras asociarse con los productores Xavier Rigault y Marc-Antoine Robert, fueron los encargados de escribir y dirigir la película de Persépolis, que al igual que su hermana en viñetas supuso un triunfo internacional.


La implicación activa de Marjane Satrapi como guionista, directora y una de las principales impulsoras del proyecto aseguraba una notoria fidelidad a la obra a la que dio forma a lo largo de más de tres años para capturarla en una producción cinematográfica de 95 minutos de duración, algo que probablemente otro realizador no conseguiría o aspiraría a llevar a cabo. Lo que no era tan fácil de predecir, y que tras la puesta de largo de la película pudo confirmarse de manera cristalina, es que Persépolis iba a ser una pieza brillante tanto en el fondo como en la forma. Más allá de conseguir encapsular la esencia y el espíritu del cómic original es un hecho irrefutable que la cinta de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud ejecuta un despliegue visual impecable, experimentando con el acabado artístico para enriquecer el conjunto de la obra, pero sin caer en ningún momento en el exceso, el artificio o la innecesaria sobredosis visual de otras adaptaciones cinematográficas de productos de la bande dessinée como la de Las Aventuras de Tintín y el Secreto del Uncornio (Steven Spielberg, 2011) que desde una perspectiva tonal poco tenía que ver con la “línea clara” de Hergé.



Si abordar la adaptación cinematográfica de Persépolis como una película animada era no sólo un acierto, sino lo más lógico, que la animación elegida fuera la tradicional terminó por confirmar lo avispados que fueron sus máximos responsables y lo conocedores que eran de la obra primigenia en papel que les servía de base, en el caso de la misma Marjane Satrapi con más motivo todavía. Se antoja todavía inexplicable cómo los dos directores y su extenso equipo de animadores consiguieron alternar con tanta pericia pasajes en los que el acabado estilístico mantiene un tono contemplativo y contenido, con otros en los que este juega y experimenta con las texturas, la composición, los fondos o la profundidad de campo llegando a ejecutar secuencias que se encuentran entre lo mejor del cine animado de los últimos años. Satrapi y Paronnaud se complementan y mimetizan con maestría y juntos son capaces de, al igual que acontecía con el cómic, transmitir emociones que van desde la ternura a la tristeza, la impotencia, el terror o la comicidad mientras las imágenes crean una armónica comunión las unas con las otras emulando la secuencialidad que desplegó la autora de Pollo Con Ciruelas, pero llevando esta a límites paroxistas de elegancia y meticulosidad.



El guión, asignado también a Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud como previamente hemos apuntado, consigue trasvasar con respeto y cariño, el esperado por la creadora del mismo estando al frente de la producción, aquello que convirtió Persépolis en uno de los cómics más importantes de la historia contemporánea del medio. Pero como es lógico de un trabajo que cuenta en total con más de 350 páginas había que sacrificar parte del contenido y no ya sólo pasajes concretos, sino capítulos en su totalidad, ya que los escasos 95 minutos que componen el largometraje no permitían ser fieles al 100% a la obra. A pesar de esto los pasajes más importantes del trayecto vital de Marjane Satrapi retratados en las viñetas tienen su lugar en la adaptación cinematográfica y el hecho de concentrarse en ellos de manera más concreta y exhaustiva ofrece un ritmo impecable a la propuesta en el que drama y comedia se alternan con meticuloso virtuosismo. El ya citado hallazgo que supone el acabado estilístico adscrito a la animación de Persépolis encuentra en el guión de los mismos autores al perfecto compañero de viaje compactando una pieza capaz de funcionar a la máxima de sus posibilidades en cualquier apartado, siempre manteniendo un perfil humilde que no la induce a cargar las tintas, nunca mejor dicho, a la hora de llegar al espectador.



Las voces de los actores Chiara Mastroianni, Danielle Darrieux, Catherine Deneuve, Simon Abkarian, Gabrielle Lopes Benites o François Jerosme, que en la versión original en francés llenan de vitalidad y verdad a sus personajes, sirven como colofón a una obra a la que no puedo calificar de otra manera que no sea obra maestra. Marjane Satrapi, con la inestimable ayuda de Vincent Paronnaud en la escritura y dirección, triunfó nuevamente cuando adaptó al medio cinematográfico el trabajo por el que pasará a la posteridad. Persépolis recibió incontables nominaciones y galardones en el año de su estreno, siendo los más importantes el premio del jurado en el festival de Cannes y la nominación al Oscar a la mejor película animado que perdió, de manera injusta, frente a Ratatouille. Desgraciadamente, mientras el cómic es asiduo a la hora de hacer rankings de los mejores trabajos del siglo XXI, la película ha caído en un injusto olvido del que merece ser rescatada. En Transgresión Continua hemos puesto nuestro grano de arena para reivindicar una joya de inabarcable valor como esta Persépolis 2007 que marcó sólo el punto de inicio de Marjane Satrapi como directora. Ya que años después volvería a asociarse con Vincent Paronnud para adaptar su segundo cómic, Pollo Con Ciruelas (2011), a dirigir a Ryan Reynolds en The Voices (2014) o a rodar un biopic de Madame Curie con Rosamund Pike. No está nada mal para una pequeña niña iraní que triunfó teniéndolo todo en contra.


miércoles, 27 de septiembre de 2017

Luke Cage: Temporada 1, straight outta Harlem



"Tú eres a prueba de balas... pero Harlem no"




Cuarta entrega y tercera serie nacida del tándem Marvel/Netflix esta vez protagonizada por el personaje Luke Cage alias "Power Man" creado en el seno de la Casa de las Ideas a manos de los autores Archie Goodwin y John Romita Sr en 1972 y apareciendo por primera vez en su propia colección Luke Cage: Hero for Hire, algo poco usual en el mundo del cómic en el que la tónica habitual es que un superhéroe o villano antes de volar por libre, editorialmente hablando, suele pasar como secundario en otras series y si allí si su aceptación es buena pasa a ser protagonista de su propio material. Luke Cage fue la respuesta de Marvel a la fiebre blaxploitation que a principios de los 70 invadió el cine estadounidense con productos como Shaft, Foxy Brown, Coffy, El Padrino de Harlem e incluso variantes dentro del cine de terror como Blacula y aunque nació como un héroe afroamericano considerablemente coyuntural e hijo de su tiempo se hizo un hueco dentro de los gustos de los lectores llegando hasta nuestros días.




A diferencia de su contrapartida en viñetas el Luke Cage de Netflix sí tuvo su primera aparición en la temporada de una serie en la que él intervenía como personaje secundario, Jessica Jones. Allí se convertía en uno de los roles más relevantes de las correrías de la detective con superpoderes, primero como colaborador o amante y después como rival al descubrir que Jessica mató a su esposa cuando estaba bajo el influjo mental del villano Kilgrave. De este modo la primera temporada centrada en el alter ego de Power Man abandona el tono noir y detectivesco amalgamado con el matiz sobrenatural de Jessica Jones y se adentra en un microcosmos más acorde con la naturaleza y el origen del protagonista de este nuevo proyecto televisivo ofreciendo un resultado muy irregular que se divide en dos mitades. La más estimable tiene lugar durante la primera mitad de la temporada y la desastrosa se gesta durante la segunda, justo cuando acontece un hecho de vital importancia que más tarde mencionaremos en esta entrada que no estará libre de spoilers




Luke Cage fue planteada como serie de manera muy acertada con un punto de partida mucho más personal que el de sus predecesoras. Desde sus excelentes títulos de crédito el producto muestra sus cartas con un tono urbano y a pie de calle deudor del blaxpolitation pero arrancando de una tacada la incorrección política y la "mugre" que cimentó la fama de aquel subgénero, limando las aristas que pudieran incomodar a cierto sector de los espectadores. Luke Cage es abordado como un personaje de barrio, una representación quintaesencial del espíritu luchador de Harlem que deberá enfrentarse a las dos caras más peligrosas de la ciudad, el submundo del hampa  y la corrupción política, representados por el mafioso Cornell "Cottonmouth'" Stokes y su prima, la candidata a la alcaldía de Harlem Mariah Dillard respectivamente. Todo acariciado por música R&B, soul y hip hop, géneros a los que se rinde tributo a lo largo y ancho de la temporada, empezando por los mismos títulos de los episodios que están sacados de canciones del grupo Gang Starr,




Durante los seis primeros episodios, sin llegar a los niveles de excelencia de Daredevil, pero sí mostrándose más interesante como producto que Jessica Jones, Luke Cage funciona al 100%. Se crea un contexto espacial en el que el protagonista puede moverse a placer, tenemos dos villanos carismáticos, elegantes y bien perfilados, que en ocasiones consiguen eclipsar al héroe, hay química en la relación de este con Misty Knight, contamos con la barbería de Henry "Pop" Hunter como la localización en la que Luke tiene sus raíces, asitimos a flashbacks sobre el origen de los poderes del personaje con referencias directas a los cómics (esos brazaletes y la corona) que funcionan muy bien y el discurrir de los acontecimientos fluye con naturalidad. En resumidas cuentas, hasta ese momento Luke Cage "tiene flow". Pero en el episodio número siete algún guionista adicto al crack pasa todos los controles de calidad del showrunner Cheo Hodari Coker y decide tomar una decisión estúpida que no sólo entronca con lo que hasta ahora había sido la temporada, sino que tras hacerlo firma la sentencia de muerte de la misma.




En un estúpido arrebato de locura originado por un trauma de la adolescencia penósamente incluído y desarrollado Mariah Dillard mata a "Cottonmuth" y desde ese mismo momento excesivo y descontrolado las decisiones desacertadas, pueriles e insostenibles se apoderan de los guiones de la segunda mitad de la temporada y esta empieza a hundirse gradualmente. El personaje de Dillard se convierte en una caricatura exagerada e hiperbólica, la sutilidad con la que se abordaba la corrupción política por medio de su rol se vuelve obvia y simplista y la llegada de Willis "Diamondback" Stryker como nuevo villano y sus peregrinas intenciones para matar a Luke Cage nos hacen echar más de menos que nunca al mafioso interpretado por el oscarizado Mahershala Ali. Sirva como síntesis de lo ineficaz que son estos seis últimos episodios de la serie el hecho de que a lo largo de ellos es cuando Luke corre más peligro (las balas Judas de origen chitauri que usa Diamondback contra él están a punto de matarlo porque pueden atravesar su casi indestructible piel) pero el espectador recibe estos pasajes con una más que notable indiferencia




Por suerte hasta en sus horas más bajas el reparto de la serie salva los platos con su buen hacer. Mike Coulter tiene la imagen, la presencia y la voz, pero carece del carisma para dar vida a un Luke Cage que se quede grabado realmente en la retina del espectador, veremos si con el paso del tiempo mejora a la hora de abordar su labor. Alfre Woodard acomete su trabajo con la profesionalidad que se espera de ella, pero como previamente hemos comentado después de su "crimen pasional" pierde el control del personaje por lo mal abordado que está ya desde la escritura. La Misty Knight de Simone Missick es cercana, dura y sexy e interactúa de manera excelente con el Luke de Coulter y a ella se suman otro grupo de secundarios como el veterano Frankie Faison ofreciendo voz y cuerpo al entañable "Pop", Theo Rossi, muy alejado de su "Juice" de Sons of Anarchy, dando vida con seguridad al manipulador Hernan "Shades" Alvarez, Frank Whaley en el papel del detective corrupto Rafael Scarfe que le queda como un guante o la omnipresente Rosario Dawson que aquí también hace acto de presencia, posiblemente con más peso que en ninguna de sus otras intervenciones en las series Marvel/Netflix, en la piel de Claire Temple.




Pero evidentemente debemos hacemos mención especial al enorme Cornell "Cottonmouth'" Stokes que borda ese Mahershala Ali al que dentro de poco veremos en True Detective. El mafioso interpretado por el actor de Moonlight parace, salvando las lógicas distancias, salido de The Wire, la mítica serie de la HBO creada por David Simon y Ed Burns, por ser un dechado de elegancia y contención que desprende carisma hasta para reírse de sus rivales. Todo un acierto que su despacho esté presidido por la famosa foto del rapero The Notorius B.I.G tocado con una corona y a su vez los paralelismos que hay entre los dos personajes, el real y el de ficción, ya que "Cottonmouth" consiguió la fama siendo el mejor en su ramo y conoció una muerte prematura a manos de los daños colaterales derivados de su propio estilo de vida. Al otro lado de la balanza encontramos al Willis "Diamondback" Stryker de Erik LaRay Harvey, un villano caricaturesco y de pomposas frases lapidarias que se muestra de cara al espectador como la síntesis todo lo que no funciona en la segunda mitad de la serie protagonizada por el personaje creado por Archie Goodwin y John Romita Sr.




Luke Cage y su notoria irregularidad confirman que lo que había empezado como un oasis televisivo en el que los personajes menos famosos de Marvel Cómics pudieran formar parte de un microcosmos cohesionado y atractivo para que los amantes de los héroes más urbanos y menos pijameros de la Casa de las Ideas tuvieran su ración regular de producto de calidad no está siendo todo lo notable que quisiéramos. Habiendo visto ya los primeros cuatro episodios de Iron Fist (en breve habrá reseña de la primera temporada de la serie de Danny Rand en el blog) y a falta de ponerme con The Defenders puede decir que las dos únicas temporadas que me parecen brillantes de todo este conglomerado son las dos dedicadas a Daredevil, ya que todas las demás han demostrado debilidades que les quitaban solidez como los destacables productos de ficción que podían haber sido y por desgracia no son. Luke Cage sufre de ese mal y espero que en la segunda temporada sus autores exploten al 100% la excepcionalidad que el proyecto todavía atesora en su interior, siempre teniendo en cuenta la naturaleza comercial que le da forma, por supuesto.


jueves, 15 de diciembre de 2016

Snowden, juego de patriotas



Título Original Snowden (2016)
Director Oliver Stone
Guión Kieran Fitzgerald y Oliver Stone, basado en los libros de Anatoly Kucherena y Luke Harding
Reparto Joseph Gordon-Levitt, Shailene Woodley, Melissa Leo, Zachary Quinto, Tom Wilkinson, Rhys Ifans, Nicolas Cage, Logan Marshall-Green, Timothy Olyphant, Scott Eastwood, Joely Richardson, Jaymes Butler, Ben Schnetzer, Ben Chaplin, Edward Snowden





En junio del año 2013 los periódicos The Guardian y The Washington Post hicieron públicos documentos clasificados como alto secreto relacionados con la NSA (National Security Agency), una agencia de inteligencia perteneciente al gobierno de Estados Unidos cuya misión es controlar los flujos de información con el fin de proteger la seguridad nacional del país de las barras y estrellas. La persona que filtró dichos datos con los que salieron a la luz los programas de vigilancia secreta a nivel global con los que las altas instancias del la "democracia más grande del mundo" vigilaba todos los aparatos electrónicos de la población a nivel mundial fue Edward Snowden, consultor tecnológico y antiguo empleado de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) que puso en peligro su carrera profesional e integridad física para dar a conocer las malas artes llevadas a cabo por las altas esferas de su país más propias de un régimen dictatorial que de una nación que se dice democrática. 




Todos estos hechos fueron capturados por la cámara de la cineasta Laura Poitras en el soberbio, pero de ritmo algo irregular, documental Citizenfour, ganador del Óscar en su categoría en el año 2014, que narraba todo el proceso previamente descrito que se inicio cuando Edward Snowden tomó contacto por primera vez con la autora de My Country, My Country y The Oath y con los periodistas Glenn Greenwald y Ewen MacAskill. Tras dichos acontecimientos Snowden dividió a la población de Estados Unidos siendo considerado un héroe para unos y un traidor para otros, de modo que a pocos extrañó que el director y guionista Oliver Stone se interesara por la figura de este brillante informático e informante. Con varios problemas para sacar adelante el proyecto, teniendo que recurrir en parte a capital francés, debido a la negativa de varias productoras a invertir dinero en un proyecto incómodo de cara a la opinión pública Snowden llegó el pasado mes de Octubre a las carteleras de todo el mundo, incluida la española por la que ha pasado bastante desapercibida.




Basada en los libros The Snowden Files de Luke Harding y Time of the Octopus de Anatoly Kucherena gracias al guión escrito a cuatro manos por Kieran Fitzgerald (Deuda de Honor) y el mismo Oliver Stone, así como poseedora de un reparto soberbio con algunos de los mejores actores internacionales del momento como Melissa Leo (Red State) Tom Wilkinson (Batman Begins) Zachary Quinto (Star Trek; Más Allá)  Shailene Woodley (Divergente) Rhys Ifans (The Amazing Spiderman) o Nicolas Cage (World Trade Center) y un Joseph Gordon Levitt (El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace) metido en la piel de Edward Snowden la última producción del director de Un Domingo Cualquiera o Asesinos Natos nos recupera a un Stone que, si bien no está a la altura de sus grandes obras, sí encarrila una carrera que en los últimos años andaba bastante perdida a la hora de ejecutar producciones de ficción que nos recordaran al gran narrador de historias que un día fue.




A pesar de adscribirse a la ortodoxia al thriller de espionaje al más puro estilo Jason Bourne (aunque prescindiendo evidentemente de la acción física) y al político con referencias a cineastas expertos en dicho subgénero como Alan J. Pakula o John Frankenheimer Snowden es tanto en intenciones ideológicas como en estructura un claro remake de Nacido el 4 de Julio, una de las mejores obras del mismo Oliver Stone. Ambos trabajos inspirados en personajes reales comienzan con un joven americano de pensamiento conservador creyente ciego en la infalibilidad de los gobernantes de su nación que tras tomar conciencia de su propia realidad descubriendo la inmundicia en la trastienda de Estados Unidos, y siempre con el apoyo de una mujer a la que ama aún pensando de manera totalmente opuesta a él, acaba conviertiéndose en otro tipo de patriota, el que es capaz de poner en entredicho a su gobierno para luchar por los derechos de sus conciudadanos.




Con este contexto bien construido Oliver Stone consigue inyectar todas sus inquietudes cinematográficas e ideológicas a la historia de un personaje como el de Edward Snowden, narrando su vida desde que se alistó en el ejército de los Estados Unidos hasta que destapó los ilegales programas de vigilancia de la NSA. El film toma como arranque el primer encuentro entre Snowden, la cineasta Laura Poitras y los periodistas Glenn Greenwald  y Ewen MacAskill, de este modo el director y su co guionista exponen por medio de flashbacks todo aquello que el documental Citizenfour obviaba, por motivos lógicos, los hechos protagonizados previamente por el célebre analista informático como su adiestramiento en la CIA a manos de sus superiores Corbin O'Brian y Hank Forrester, su relación con Lindsay Mills y cómo su vida profesional repercute negativamente en la personal cuando decide sacar a la luz la información sobre la vigilancia secreta a nivel global de su país, manteniendo a su compañera sentimental al margen de toda la trama conspiranóica para preservar su seguridad.




Con respecto a esto último debemos destacar de Snowden su única mácula, que por desgracia acompaña a casi todos los últimos proyectos de Stone. Al igual que en Wall Street: El Dinero Nunca Duerme, Salvajes y sobre todo World Trade Center en el más reciente proyecto del director norteamericano no funciona tan bien la subtrama amorosa o sentimental de los personajes como la central que basculaba el grueso del relato. De este modo todo el núcleo argumental sobre la CIA, las vigilancias de la NSA, el espionaje, las conspiraciones y la "sombra del imperio" que sobrevuela al protagonista es mucho más interesante que la narración secundaria entre Edward y Lindsay por mucho que esté adecuadamente abordada en el guión y los dos actores que la interpretan se ocupen de que la interacción en pantalla se muestre en todo momento creíble y cercana. Por suerte dicha subtrama funciona de manera eficiente y no perjudica al conjunto de la obra, ni transmite sensación de irregularidad al discurrir de acontecimientos expuestos en el relato, pero como comentamos es la pequeña mancha de la producción.




Oliver Stone vuelve a recuperar gran parte del punch de su puesta en escena demostrando lo bien capacitado que sigue estando para rodar ficción. Snowden muestra a un artesano eficiente, que controla tanto el apartado visual (brutal esa representación de los perfiles de redes sociales convirtiéndose en un enorme ojo orwelliano que todo lo ve) como el narrativo, apoyándose en un guión sobresaliente que facilita copiosa información sin despistar al espectador por medio tecnicismos y un montaje que aunque no se muestra en pantalla tan brillante como el de muchas de sus obras previas está ejecutado con la pericia esperada en una producción made in Stone. El director de Comandante o Looking For Fidel sabe medir los tiempos, dar un ritmo envidable a una historia que en todo momento se antoja adictiva e interesante y gracias a una sabia dirección de actores nos incita a identificarnos con un reparto en estado de gracia encabezado por un Joseph Gordon Levitt brillante al que le deberían llover los premios por meterse de manera escrupulosamente fidedigna en la piel de su personaje emulando con pericia su gestualidad, tono de voz y presencia física, haciéndole justicia en resumidas cuentas.




Vibrante pero no apasionada, inteligente aunque no discursiva, elogiosa con la figura a la que retrata pero sin caer en la hagiografía, Snowden nos recupera a un Oliver Stone que si bien no puede equipararse al de sus mejores trabajos sí sube mucho el nivel con respecto al de la mayoría de sus últimas obras de ficción, aquellas que estaban siendo eclipsadas por su mastodóntica labor en el mundo del documental (nunca me cansaré de recomendar La Historia No Contada de Estados Unidos, posiblemente, su obra cumbre como autor) y que pueden volver a encarrilar la carrera del que sigue siendo uno de mis cineastas favoritos, la voz de la conciencia de un país contradictorio que es capaz de convertir en el enemigo público número uno a un demócrata que no cree que su gobierno deba comportarse como la policía del mundo en pos de una falsa sensación de seguridad que lo convierte en la máquina imperialista y bélica que con la reciente llegada de Donald Trump a la presidencia seguramente no dejará de ser al menos durante los próximos cuatro años.


domingo, 11 de diciembre de 2016

Looking For Fidel, when the levee breaks



Título Original Looking For Fidel (2006)
Director Oliver Stone
Guión Oliver Stone





En el año 2002 el cineasta norteamericano Oliver Stone debutó en el mundo del documental con Comandante, una producción con la que ofreció un retrato íntimo y a pie de calle del recientemente fallecido Fidel Castro, uno de los políticos más importantes y controvertidos del siglo XX. En aquel magnífico proyecto el director de Platoon o El Cielo y la Tierra pasó tres días con el mandatario cubano para dar una visión cercana sobre su figura humana e histórica en las distancias cortas. Aunque en su momento se acusó a Stone de ser demasiado benevolente con Castro a la hora de abordarlo con su interrogatorio es cierto que el realizador consiguió sacar información harto interesante de boca del ex presidente de Cuba mostrando tanto las luces como las sombras de tan relevante icono, siempre desde una perspectiva referencial y considerablemente hagiográfica, pero no carente de momentos incómodos para ambos interlocutores.




Looking For Fidel, el segundo, y último, documental de Oliver Stone protagonizado por Fidel Castro, respondió a la inmediatez política y social relacionada con la isla de Cuba y unos trágicos hechos que allí tuvieron lugar en 2003. En el mes de Abril de ese año setenta y cinco cubanos,varios de ellos periodistas independientes acusados de ser agentes al servicio del gobierno norteamericano, fueron detenidos intentando huir de la isla secuestrando un ferry para emigrar a Estados Unidos. Tras juicios sumarísimos tres de ellos, a los que se acusó de instigadores, fueron ejecutados por el régimen castrista despertando con ello un revuelo internacional y una polvareda mediática mastodóntica que reabrió el debate sobre la falta de democracia en Cuba y los métodos expeditivos de Fidel Castro para luchar contra la disidencia de sus opositores.




A diferencia de Comandante, Looking For Fidel se convierte en terreno para que Oliver Stone se transforme en un francotirador de la pregunta, un periodista incisivo e inmisericorde que realiza las cuestiones más controvertidas posibles a Castro, no ya sólo con el tema sobre el secuestro del ferry y la posterior ejecución de algunos de los implicados en el hecho, sino sobre su imagen como estadista, gobernante e icono político. Todo aquello que algunos esperamos que saliera a colación en el anterior documental (los derechos humanos, la pena de muerte, la democracia, la pobreza o qué queda de aquella revolución que derrocó a Fulgencio Batista) son espetadas con severa frialdad por un Oliver Stone que no duda en poner contra las cuerdas a un Castro que, alternando reflexiones brillantes que muestran lo bien amueblada que tenía la cabeza con salidas de tono que bordean la vergüenza ajena por contradictorias o manipuladoras, aguanta muy bien el envite del autor de Giro al Infierno o World Trade Center.




Looking For Fidel adolece del montaje de Comandante, aquel que contenía toda la fiereza de la edición habitual en la ficción de Oliver Stone pero extrapolada a una narración naturalista y ceñida a la realidad, por ello no podemos disfrutar en esta ocasión de las ingentes cantidades de imágenes de archivo que hacían de aquel primer documental de 2002 una experiencia audiovisual identificable como un producto made in Stone en fondo y forma. Esas carencias en la puesta en escena de la pieza que nos ocupan son suplidas con una realización poderosa, visualmente compacta y un ritmo frenético que aprovecha hasta el paroxismo los escasísimos 60 minutos de metraje a los que quedaron reducidos las 30 horas que Stone pasó con Castro en esta ocasión y en los que el cineasta utiliza, como previamente hemos apuntado, un tono mucho más bronco que el que desplegó en Comandante respondiendo el por aquel entonces todavía presidente de Cuba sin (aparentemente) poner cortapisa alguna a su interrogador, aunque encarándose, educadamente, en no pocas ocasiones con él.




En esta ocasión Castro abandona su zona de confort para que un Oliver Stone que siente admiración por su persona (algo que ya vimos, una vez más, en Comandante) no se deje llevar por su simpatía hacia el entrevistado y lo aborde de manera hasta inquisitiva arrancándole declaraciones con respecto a la reacción de su gobierno al conflicto iniciado por el secuestro del ferry que despiertan cierto nerviosismo en el hermano de Raúl Castro tratando de obviar verdades irrefutables o echar balones fueras con algunas de las preguntas más duras de Stone. Lo más curioso es que algunos de los síntomas que afirman que Looking For Fidel es un documental que hace menos prisioneros a la hora de retratar a Castro son detalles tan sutiles como el nerviosismo de la traductora (que en ambos documentales cobra un vital protagonismo) ante las cuestiones del cineasta o que el mismo Fidel en ocasiones no espere ni la traducción al español para contestar a la intimidante y omnipresente cámara de su interlocutor, algo que en Comandante no tenía lugar gracias al tono más distendido que allí imperaba.




Hay momentos vibrantes en Looking For Fidel que dan lecciones de periodismo bien entendido y ejecutado por un apasionado de la política como Oliver Stone. Las necesarias opiniones de los opositores castristas, con las que podemos estar de acuerdo o no, pero deben estar ahí para dar una visión poliédrica que en Comandante no tenía lugar, los momentos en los que Stone y Castro en soledad comienzan un interesante enfrentamiento dialéctico en el que ambos sacan a relucir algunos de los pasajes más negros de sus correspondientes países (varios de ellos abordados por el mismo director en la ficción con obras como JFK: Caso Abierto, Nixon o Salvador) y sobre todo el cuestionario al que el guionista de Manhattan Sur o Conan: El Bárbaro somete a un grupo de disidentes que secuestraron un avión para emigrar a Florida poco después de los hechos que son el núcleo central del documental y tratando de defender su inocencia (aunque alguno de ellos asume culpa y acepta su castigo) delante del mismo Castro y sus colaboradores políticos pidiendo para ellos cadena perpetua por actos terroristas.




Looking For Fidel demuestra lo que puede considerarse un secreto a voces, que Fidel Castro era un personaje lleno de claroscuros, un revolucionario que fue consecuente consigo mismo y su lucha hasta el último día de su vida, pero que pagó un precio propio (el suyo mismo) y ajeno (el de su pueblo) para mantenerse firme contra un gigante como Estados Unidos. Por el camino queda un icono político e ideológico del siglo XX, un hombre que luchó por una sociedad justa en la que todo su país tuviera acceso a sanidad, vivienda, educación o trabajo, pero en el proceso cercenando libertades, marginando a minorías y no permitiendo que su propio pueblo pudiera elegir libremente a su presidente. La cámara de Oliver Stone, que aquí finalmente cae rendido una vez más a los pies del cubano, estuvo allí en dos ocasiones para captar un torrente de sabiduría, hipocresía, inteligencia y demagogia que para bien o para mal es historia de nuestro tiempo y una pieza indispensable para entender la política internacional de occidente de los últimos 70 años.



martes, 7 de junio de 2016

Ali, cuando éramos reyes



Título Original Ali (2001)
Director Michael Mann
Guión  Gregory Allen Howard, Stephen J. Rivele, Christopher Wilkinson, Eric Roth, Michael Mann
Actores Will Smith, Jon Voight, Jamie Foxx, Jada Pinkett Smith, Mario Van Peebles, Ron Silver, Giancarlo Esposito, Jeffrey Wright, Mykelti Williamson, Nona Gaye, Michael Michele, Joe Morton, Alexandra Bokyun Chun, Barry Shabaka Henley, Ted Levine





El pasado día 4 de Junio fallecía a los 74 años de edad por problemas respiratorios y después de décadas luchando contra el mal de parkinson Muhammad Ali, uno de los deportistas más grandes de la historia a nivel mundial y el boxeador más icónico del siglo XX. Nacido el 1942 en Louisville (Kentucky) con el nombre de Cassius Clay llegó a ser tres veces campeón del mundo de los pesos pesados, pero como muchos saben su vida era interesante más allá de los cuadriláteros, los rounds y los títulos, ya que a un nivel social y cultural se convirtió en uno de los personajes más relevantes de la historia reciente de Estados Unidos, como comentamos, no sólo por su aportación como profesional al mundo pugilístico, sino también por haber sido testigo de primera mano de varios hechos que cambiaron el devenir de su país de origen y que le curtieron o hicieron evolucionar como persona, para lo bueno y para lo malo, a un nivel que trascendió el mundo deportivo.




El cineasta estadounidense Michael Mann y su compatriota el actor Will Smith hicieron dupla en el año 2001 para llevar a la ficción la vida de Alí (recordemos que sus hazañas se han abordado en varios documentales, siendo el más famoso de ellos ese When We Where Kings de 1996 rodado por Leon Gast y cuyo título he elegido para esta entrada) en un biopic que hiciera justicia a la figura de Cassius Marcellus Clay Jr. El guión, que estaba basado en una historia de Gregory Allen Howard, lo reescribieron Stephen J. Rivele, Christophr Wilkinson y Eric Roth, pasó por las manos de directores como Ron Howard o Barry Sonnefield que finalmente no consiguieron sacar adelante el proyecto hasta que finalmente recayó en las manos de un Michael Man recién salido de la multinominada y muy reivindicable El Dilema (The Insider) protagonizada por unos pletóricos Al Pacino y Russell Crowe y con el tema de las corruptelas de las empresas tabacaleras americanas como telón de fondo.




Con un presupuesto de 107 millones de dólares, un reparto de campanillas en el que podemos encontrar junto a Will Smit a actores y actrices como Jamie Foxx, Jon Voight, Jada Pinkett Smith, Giancarlo Esposito, Ron Silver, Jeffrey Wright o Mario Van Peebles, el oscarizado mexicano Emanuel Lubezki en la dirección de fotografía, Lissa Gerrard y Pieter Bourke componiendo la soberbia banda sonora y un Michael Mann a la máxima potencia como cineasta controlando los mandos Alí lo tenía todo para convertirse en uno de los mejores films de aquel 2001, pero esto sólo sucedió a medias. El largometraje no tuvo el recibimiento esperado y fue tildado de tibio y distante por cierta parte de la prensa especializada. En esta reseña vamos a tratar de defender lo contrario, que el noveno trabajo del realizador de Heat es un magnífico biopic que elude muchos lugares comunes de este subgénero y consigue hacer honor a Muhammad Alí como icono y ser humano sin obviar algunos de los pasajes más reprobables de su vida.




Alí arranca en 1964 con el combate en el que el protagonista le arrebató el título de campeón de los pesos pesados a Sonny Liston y acaba diez años después haciendo lo propio en el mítico enfrentamiento con George Foreman que tuvo lugar en Kinshasa, Zaire. En este trayecto de diez años seguiremos al joven Cassius Clay consiguiendo sus primeros triunfos como boxeador, manteniendo relaciones sentimentales con hasta tres mujeres a las que no dio un trato digno, convirtiéndose al islam tomando el nombre de Muhammad Ali y trabando gracias a ello amistad con Malcolm X, perdiendo su licencia de boxeador al dar una rotunda negativa a alistarse en el ejército para combatir en la guerra de Vietnam por convicciones morales y descubriendo en su viaje a África que su peso como icono atravesaba las barreras de su país de nacimiento. Todo un trayecto vital que el film abarca en unos agradecidos, pero nunca aburridos, 150 minutos de metraje que Michael Mann y sus guionistas abordan con total profesionalidad y rigor narrativo.




Ese equilibrio entre la faceta profesional y privada del personaje protagonista es el que permite construir una historia sólida con la que abordar las distintas caras de la personalidad de Muhammad Alí, de hecho podríamos decir que su vida sentimental tiene más peso en la trama que su trayecto como deportista mostrándose este en ocasiones como la excusa, el McGuffin, para que el largometraje nos introduzca en lo que fue los días más importantes del homenajeado. Su origen humilde, su conversión al islam con todo lo bueno y malo que ello aportó a su vida, su relación y posterior distanciamento con Malcolm X (su asesinato y la posterior reacción del personaje de Will Smith es uno de los mejores pasajes del film) su fama de mujeriego o mal padre ese egocentrismo del que hacía gala dentro (en no pocas ocasiones humillaba innecesariamente a sus rivales) y fuera del cuadrilátero en algunos momentos nos parecen hechos y situaciones más importantes de su vida que los distintos y legendarios combates que llevó a cabo como boxeador.




Pero como es lógico los combates de boxeo son una pieza clave en el devenir de la cinta y los que ayudan a impulsar la trama del largometraje. Un servidor lo tiene claro, jamás se volverán a rodar escenas de boxeo como las de aquella obra maestra dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Robert De Niro emulando a Jake La Motta llamada Toro Salvaje (Raging Bull), films como Million Dollar Baby, The Fighter, las distintas entregas de Rocky o su reciente, y muy reivindicable, spin off Creed (de la que hablaremos a no mucho tardar en el blog) han dado muestras de cómo ejecutar excelentes secuencias pugilísticas, pero es de necios negar que el director de Al Límite (Bringing Out the Dead) o Kundun sentó cátedra en 1980. Michael Mann sabe esto y no quiere rizar el rizo en este apartado, pero eso no es óbice para que nos prive de su perspectiva de este deporte y de dar su visión de lo que debió ser estar dentro del cuadrilátero cuando el mejor boxeador de la historia se enfundaba los guantes. 




Ese nervio, esa precisión, esa fuerza en lo visual y narrativo que el director de El Último Mohicano siempre ha mostrado a la hora de rodar acción y que pudimos ver en films como la resultona Miami Vice o la soberbia Collateral es extrapolado aquí a unas peleas que hacen que la cámara, literalmente, vibre, con vigor y realismo epidérmico, encuadrando con fiereza los cuerpos moldeados en acero de sus personajes y que sólo se resienten (mínimamente) cuando añade breves planos rodados en ese formato digital con el que por aquel entonces comenzaba a coquetear y que hoy es el que siempre utiliza para sus trabajos, hasta en un género tan ajeno a estas vanguardias como el cine de mafiosos como pudimos ver en aquella Enemigos Públicos del año 2009 con Johnny Depp y Christian Bale viéndose las caras en las pieles de John Dillinger y Melvin Purvis respectivamente.




En no pocas ocasiones y por varios motivos me vino a la cabeza Oliver Stone visionando Alí. Por un lado ese enorme reparto de actores (no voy a destacar a nadie porque todos ellos hacen un enorme trabajo) congraciados con la mano de su director me recordaban a producciones del veterano de Vietnam como JFK: Caso Abierto, Nixon, Alejandro Magno o W, que estaban repletas de estrellas, también porque si el director de Platoon o El Cielo de la Tierra hubiera tomado las riendas de esta cinta lo que hubiera ganado en implicación moral también lo habría hecho en sensacionalismo y sobre todo porque al igual que la impagable Nacido el 4 de Julio con Alí nos encontramos con una película que salió adelante por la total implicación de su actor principal a la hora de dar vida a la personal real que protagoniza la obra, allí era el Ron Kovic al que interpretaba el mejor Tom Cruise de la historia y aquí el Muhammad Alí al que entrega todo lo que tiene dentro un Will Simith superlativo.




A nadie se le escapa que el subgénero biopic en la mayoría de las ocasiones tiene la misión de convertirse en vehículo de lucimiento del poderío dramático de sus actores protagonistas. Ahí tenemos ejemplos como la impúdica y llena de melaza Lincoln, con Daniel Day Lewis en la piel del decimosexto presidente de Estados Unidos a las órdenes de Steven Speileberg, la previsible Ray con Jamie Foxx bordando al cantante y músico Ray Charles para Taylor Hackford, La Dama de Hierro con una mimética Meryl Streep trabajando codo con codo con Phyllida Lloyd y hasta las vertientes en las que estas hagiografías no lo son tanto, por no escatimar los pasajes oscuros de las vidas de sus personajes principales, como la The Doors de, una vez más, Oliver Stone con Val Kilmer como Jim Morrison o Bird de Clint Eastwood (¿el mejor biopic de la historia del cine?) en la que Forest Whitaker hizó el papel de su vida como el saxofonista Charlie Parker sirven para que sus estrellas se cubran de gloria de cara a una platea y unos académicos que normalmente siempre premian con reconocimiento y galardones sus labores.




Will smith se une a esta galería de actores que aprovechan un biopic, la adaptación a la pantalla grande de la vida de una persona real, para ofrecer el mejor trabajo de su carrera. El intérprete de la saga Men in Black o la próxima Escuadrón Suicida consigue lo más elogioso que se puede decir de un actor que participa en una película biográfica, que el protagonista de El Príncipe de Bel Air desaparece desde el minuto uno de la pantalla y sólo queda Muhammad Alí. No sólo por haber curtido su cuerpo para emular al boxeador o por la caracterización que le permite mimetizarse con el tres veces campeón del mundo, también por la modulación de voz, la manera de andar, el estilo campechano de espetar sus bravatas, su carácter tierno a la par que irritante y que dan muestra del enorme trabajo de composición que Smith ofreció para el film de Michael Mann. En ese sentido y gracias a su trabajo queda grabado en la retina ese poderosísimo pasaje en el que en su carrera por las calles de un barrio marginal africano Alí va descubriendo que en ese continente es un icono que trasciende el deporte para convertirse en un ídolo a nivel social y cultural, todo esto acariciado por la maravillosa música de Salife Keita que con temas como Papa o Tomorrow hace el resto.




Seamos sinceros la mejor manera de homenajear a Muhammad Alí es ver sus combates, las entrevistas que ofreció (qué bien llevada está su relación con el periodista Howard Cossell interpretado por un irreconocible Jon Voight) o algunas de sus declaraciones (especialmente con las que argumentaba su negativa a ir a Vietnam) y para ello hay kilómetros de material de archivo. Pero sería de necios no reconocer el valor de esta Alí de Michael Mann y Will Smith que mereció en su época de estreno más reconocimiento del que recibió. Moviéndose entre el biopic políticamente correcto y el que trata de dar una visión políedrica de su protagonista pero funcionando al 100% en todos sus apartados y transmitiendo una emotividad a flor de piel que siempre ha estado ahí y en el 2001 de su estreno le fue negada la novena película del cineasta norteamericano puede considerarse una excelente homenaje a la vida y milagros, las luces y sombras, de una leyenda, la figura de una de las personalidades más importantes e inspiradoras de nuestra historia reciente.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Green Zone, mentiras de guerra



Título Original Green Zone (2009)
Director Paul Greengrass
Guión Brian Helgeland basado en el libro de Rajiv Chandrasekaran
Actores Matt Damon, Greg Kinnear, Brendan Gleeson, Amy Ryan, Jason Isaacs, Khalid Abdalla, Yigal Naor, Said Faraj, Antoni Corone, Raad Rawi





El cine del director irlandés Paul Greengrass siempre es sinónimo de calidad y compromiso, incluso el grueso de su obra que ya forma parte de la encorsetada maquinaria de Hollywood. Después del éxito internacional de su tercer (y hasta ahora mejor) film Bloody Sunday su carrera ha sido meteórica, implicándose de lleno en la saga de Jason Bourne, rodando la segunda (El Mito de Bourne) y tercera parte (El Ultimatum de Bourne) y sacando adelante proyectos valientes de un considerable trasfondo político como la soberbia United 93 y la meritoria y recuperable Capitán Philips. Pero la obra que nos ocupa es aquella Green Zone de 2009 con la que Greengrass, recibiendo la inestimable ayuda del guionista Brian Helgeland, adaptó a imágenes (de manera bastante libre) la novela Vida Imperial en la Ciudad Esmeralda: Dentro de la Zona Verde de Irak del periodista norteamericano de origen hindú, Rajiv Chandrasekaran.




El largometraje relata los hechos acaecidos en Irak un mes después de la invasión del ejército de Estados Unidos al país. Seguiremos los pasos del equipo MET (Mobile Exploitation Team) del Capitán Roy Miller (Matt Damon basando su personaje en el oficial del ejército americano Richard "Monty" Gonzales) que se revelará contra sus superiores cuando poco a poco y sumando una misión fallida tras otra descubra que la supuesta presencia de armas de destrucción masiva en el país asiático era una excusa para que el gobierno de la admnistración Bush tomara Irak por intereses mucho más egoístas que instaurar la democracia en aquella zona. Miller y unos pocos ayudantes se enfrentarán a Clark Poundstone (Greg Kinnear) el representante del Pentágono que se ocupa de proporcionar a Inteligencia Militar información falsa con respecto a la presencia del inexistente arsenal químico en poder del régimen de Saddam Hussein.




Green Zone podría ser la contrapartida de la reciente El Francotirador (American Sniper) con la que Clint Eastwood y Jason Hall adaptaban la autobiografía del SEAL Chris Kyle. Mientras la notable cinta protagonizada por Bradley Cooper obviaba los motivos por los que se inició la invasión a Irak centrándose en idealizar la carrera militar del protagonista de la obra, el largometraje de Paul Greengrass, sin eludir su naturaleza de cine bélico, apunta directamente a los motivos políticos que dieron origen a aquel conflicto iniciado hace más de una década y que sigue coleando en la actualidad. El cineasta irlandés pone las cartas sobre la mesa y se deja de medias tintas, sabe lo que quiere transmitir y cómo hacerlo con la ayuda de su guionista y su actor principal




El autor de Resurrection vuelve a hacer uso de ese tono documental que ha ido forjando con el paso de los años y que hoy día es una de las señas de identidad de su impronta como narrador. La cámara de Green Zone está a pie de calle, se arrastra por la arena de Diwaniya y recorre sus estrechas calles repletas de pólvora, metralla y muerte, Greengrass sabe hacer uso de la inmediatez cinematográfica, la cámara al hombro y un naturalismo dinámico  y cortante, pero en esta ocasión se excede con el uso abusivo del grano y el ruido que en varias ocasiones más que transmitir verismo o cercanía llega a confundir y saturar a un espectador por culpa de una fotografía que en momentos puntuales peca de confusa y forzada.




Esta vibrante puesta en escena, indivisible a la visión cinematográfica de su realizador, como en otros de sus trabajos sirve para sustentar un mensaje crítico, esta vez contra la intervención en Irak auspiciada por la administración del anterior presidente de Estados Unidos, George W. Bush El cineasta utiliza a modo de MacGuffin las falsas pruebas presentadas a Naciones Unidas por el ministerio de defensa de Estados Unidos con las que confirmaban la presencia de armas de destrucción masiva en el país asiático, que en un acto reduccionista un tanto autocomplaciente en el guión se limita a una sola persona (cuando sabemos que aquello no se limitó a un sólo individuo) perteneciente al Pentágono (el Clark Poundstone de un convincente Greg Kinnear) y esta excusa narrativa es la que bascula todo el entramado de la película y su discurrir.




Una de las máculas, que todo hay que decirlo son pocas y de escasa importancia, es cierto subrayado con el mencionado tema del arsenal químico que en ocasiones es expuesto con una obviedad casi ingenua en pantalla, como si Greengrass y el guionista Brian Helgeland (Mystic River o L.A Confidential) creyeran estar revelando material de alto secreto cuando a pocas personas a lo largo del globo se les escapaba ya en aquel 2009 en el que el film vio la luz que los motivos por los que se invadió Irak fueron méramente económicos y estratégicos. A eso habría que sumárle cierta gelidez formal impropia de alguien como el director de Extraña Petición (The Theory of Flight) que con films como United 93, Capitán Philips y Bloody Sunday conseguía agarrar por las solapas a un espectador que quedaba tocado después del visionado de dichos trabajos.




Por suerte el número de aciertos de Green Zone solapa sus escasas carencias. El guión del autor de El Fuego de la Venganza (Man on Fire) o Deuda de Sangre (Blood Work) apunta ideas de considerable interés como abogar por dar voz individual a unos soldados que no deben dejarse llevar siempre por las órdenes de sus superiores cuando crean que las mismas son cuestionables o moralmente reprobables y reflejar mínimamente al bando contrario mostrando las motivaciones y reflexiones, equivocadas o no, de los iraquíes ya sean civiles (como el caso del Freddy al que da vida el habitual de los últimos films de Greengrass, Khalid Abdalla) o colaboradores del régimen de Sadam Hussein (el general Mohammed Al Rawi al que ofrece convicción física Igal Nagor) alejándose así de productos (Black Hawk Derribado o la ya mencionada El Francotirador) que retrataban a los enemigos del ejército americano como seres inhumanos que sobre el papel eran poco más que zombies u objetivos a los que eliminar.




La penúltima cinta de Paul Greengrass forma un interesante díptico junto a United 93, dos obras que narran hechos surgidos de los inefables atentados del 11 de septiembre de 2001 y que históricamente en varios aspectos cambiaron el panorama político y social internacional en general y el estadounidense en particular. Por desgracia como obra, a pesar de sus buenas intenciones, llegó un poco tarde para hablar de un tema como el de la guerra de Irak, puede que para intentar evitar el escaso éxito y fría acogida que recibieron trabajos más cercanos a la fecha de inicio de dicho conflicto (En el Valle de Elah, Redacted, Generation Kill) siendo críticos con el mismo. Con todo Green Zone es una notable muestra de cine bélico perfectamente ejecutado y con un trasfondo lo suficientemente comprometido como para tener algo interesante que decir y plantear a la platea.