miércoles, 30 de octubre de 2013

Gravity



Título Original Gravity (2013)
Director Alfonso Cuarón
Guión Jonás Cuarón y Alfonso Cuarón
Actores Sandra Bullock, George Clooney





Gravity es el fenómeno cinematográfico del año, esa película "que hay que ver" en pantalla grande y aprovechando el formato 3D en el que fue gestada, pero no es mucho más para el que suscribe. Ya desde su puesta de largo internacional en el pesado festival de Venecia la recepción por parte del público y la prensa especializada fue prácticamente unánime tildando al último trabajo del excelente director mexicano Alfonso Cuarón de "obra maestra", "clásico instantáneo" o "la mejor película sobre el espacio exterior jamás rodada" entusiasmo que un servidor comprende, pero no comparte, al menos al 100%. Porque hablamos de una muy buena película con momentos considerablemente poderosos, pero que está lejos de ser una pieza clave dentro del cine contemporáneo, aunque puede que sí un proyecto destacable dentro del género al que se adscribe.




El argumento de Gravity es bien sencillo: Dos astronautas, el veterano Matt Kowalsky (George Clooney) y la novata doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), que están arreglando el telescopio Hubble en una misión rutinaria se pierden en el espacio cuando los restos de un satélite espía ruso impactan en la nave que tripulaban. Esta trama ínfima es la mínima base escrita en la que se sustenta la última película del director de La Princesita y ciertamente no necesita mucho más para narrarnos la aventura que quiere contarnos y que tiene su mayor aliciente y virtud en su ejecución visual o el acabado técnico del proyecto, que es donde más poderoso se hace el mismo




Gravity es un prodigio de técnica cinematográfica y la demostración de que Cuarón es un fuera de serie en puesta en escena y realización. Con un uso magistral de los efectos digitales, los movimientos de cámara y los formatos 3D e IMAX el mexicano ofrece al espectador toda una experiencia visual con la que nos mete, no ya dentro de una nave espacial, sino en la misma escafandra de su protagonista, haciéndonos en ocasiones los protagonistas de las desgracias de una sufrida y sufridora Sandra Bullock, creando una sensación epidérmica y realista por medio del artificio, un acierto parecido al que consiguió el año pasado el taiwanés Ange Lee con su interesante La Vida de Pi. Algo con mucho mérito y que se revela como el gran hallazgo de la obra fílmica que nos ocupa.




La última obra del director de Harry Potter y el Prisionero de Azkaban es un viaje que aturde los sentidos de un espectador que dificilmente no se hará partícipe del trayecto al que el autor de Y Tu Mamá También le invita. Para ello ha contado con su considerable y suficientemente probado talento como narrador técnico y un equipo de primera fila que le ha ayudado a llevar a buen puerto la difícil empresa de crear una historia cuya principal misión es mostrarse como la experiencia cinematográfica espacial definitiva en cuanto a realismo se refiere de cara al espectador que decide enfrentarse a ella. En ese sentido Cuarón consigue un considerable triunfo, porque si bien no nos encontramos con la mejor película de astronautas de la historia del cine, puede que sí hablemos de la que más verazmente los ha retratado, a ellos y a su entorno.




Dentro del plano técnico un largometraje como Gravity tiene en su mayor acierto también la más notable de sus debilidades. El uso desproporcionado de sus muy logrados efectos digitales. Sí bien los CGI del último largometraje de Cuarón tienen un acabado exquisito, detallista hasta el extremo (todas y cada una de esas piezas que forman la basura espacial están realizadas con una delectación enfermiza que no deja escapar un sólo detalle estético) que ayudan a que el realismo de la propuesta llegue a la platea con solidez y una fuerza intachable sobre todo en el plano visual, el abuso de los mismos paradójicamente también delata la naturaleza artificial de todo lo que acontece en pantalla.




Por poner un ejemplo, por muy elaborado que esté el famoso plano secuencia de apertura del film (un prodigio de técnica y un muy buen trabajo actoral) cuando somos conscientes de que hay más trabajo en post producción que en la cámara de Cuarón y que todo queda reducido a dos actores dando vueltas en una caja verde el mérito (que ojo, no es escaso) de este pasaje (extensible a practicamente la totalidad del film) se reduce al 50% para el que suscribe dado a que la pureza del medio se evapora casi con un chasquear de dedos. Volviendo con esto una vez más al manido pero necesario debate sobre la sustitución del cine como concepto por un acabado estilístico dentro del séptimo arte más propio de la soberbia intro de un buen videojuego que lo alejaría irremediablemente de sus artesanales raíces.




Pero si en su acabado técnico poco le podemos achacar al cineasta que lo da todo y casi al 100%, en el argumental se acumulan todos los fallos que hacen que Gravity como historia no sea, de manera paradójica, nada del otro mundo. Es comprensible que Alfonso Cuarón y su hijo Jonás (co guionista del largometraje) escribieran un guión sencillo para que el acabado visual de su obra lleve las riendas del espectáculo, reducir la trama al mínimo, desnudarla y liberarla de (en este caso concreto) innecesarias elucubraciones metafísicas sobre el ser humano y la inmensidad del universo para reducirlo todo a un film de supervivencia puro y duro con el que conseguir que el espectador sienta esa angustia y mala suerte que experimenta su protagonista principal.




Pero eso no es óbice para la inclusión de clichés del género superados años ha y que un servidor no esperaba que Cuarón añadiera en su obra, como esos "rusos" que dan pie a la desgracia de los dos personajes principales con sus "satélites espías" o concesiones al sentimentalismo puramente hollywoodiense con todo lo del trauma con la hija de Sandra Bullock que tiene más de bajada de pantalones dramática con respecto a tocar la fibra sensible de la academia de cara a los Oscars que de verdadero apunte para el desarrollo de la personalidad del rol de Ryan Stone. Usar el recuerdo de la niña como catalizador para que la protagonista luche hasta lo sobrehumano para sobrevivir me parece un apunte innecesario y barriobajero (esas lágrimas acercándose a la cámara son demasiado) al igual que la conversación en la que empieza a comentar que le digan a su hija que está muy orgullosa de ella, algo del todo prescindible en fondo y forma.




También es muy poco creíble esa serie de catastróficas desdichas que experimenta la protagonista de manera ininterrumpida y de manera cada vez más forzada y caótica. Estas desgracias puestas en fila india y tan fortuitas como poco realistas hacen que Gravity en ocasiones se asemeje a una de las entregas de la divertida saga de terror Destino Final en la que la muerte trata de atrapar a una serie de personajes que por unas circunstancias u otras (normalmente premoniciones que les han hecho ver previamente el peligro de muerte al que se van a enfrentar) han conseguido escapar de sus garras. El personaje de Sandra Bullock en ocasiones parece estar en una de esas películas por la insistencia de la mala suerte en acabar con ella. Pero no hagamos sangre con los fallos científicos que el film tiene, ya que los Cuarón en ningún momento han querido sentar cátedra con respecto al realismo de los viajes espaciales, algo que se por otro lado se les agradece.




Sandra Bullock es una señora que nunca me ha hecho mucha gracia (ni en el plano sexual me dice mucho y sólo la he visto realmente apetecible en la divertida Demolition Man y en la reaccionaria Tiempo de Matar) y desde hace años me cae más bien mal, siendo en ocasiones la pobre mujer excusa más que suficiente para que un servidor no vea una cinta protagonizada por ella. Pero es cierto que en Gravity hace un muy buen trabajo, posiblemente el mejor de  carrera (que tampoco es decir mucho, hablamos de la actriz que protagonizó Speed 2 o Mientras Dormías) sabe transmitir su inseguridad, miedo e impotencia, pero con toda seguridad las intépretes que iban a enfundarse previamente el mismo rol y que lo rechazaron (Marion Cotillard, Scarlett Johansson, Carey Mulligan, Rachel Weisz) lo hubieran hecho igual o mejor que ella.




Y luego está George Clooney y nada más importa. Su aparición como Matt Kowalski es posiblemente uno de los mayores aciertos de Gravity. La inclusión de este magnífico actor, soberbio director, ciudadano comprometido y apuesto galán llena la pantalla de carisma, simpatía, profesionalidad, tablas y su voz se convierte en un bálsamo cuando el personaje de Bullock se entrega a la desesperanza y la derrota. Él es todo lo humano y cercano que hay en la última cinta del mexicano y momentos como su diálogo sobre el sol y el Ganges tienen más hondura y emoción que todo lo relacionado con la sensiblería de lo referido a la hija de la protagonista y la escena de su "regreso" destila tan buen rollo, tanta virtud para la interpretación que sólo por él el visionado de Gravity ya merecería la pena en el caso de ser una obra mediocre, que por supuesto no lo es.




Sí, Gravity merece ser vista en pantalla grande en 3D (por fin el formato usado con coherencia) y en IMAX. Es una experiencia que hay que vivir como espectador porque Alfonso Cuarón ha creado una historia que estilísticamente merece todos los elogios del mundo aunque un servidor se quede con Children of Men como, por ahora, mejor cinta del cineasta mexicano. Pero no es una obra maestra, no me parece que cambie el lenguaje cinematográfico en ningún sentido como han dicho muchos críticos tanto de aquí como de fuera que la han recibido con un excesivo entusiasmo que emparenta a su creador con un nuevo Orson Welles y no van por ahí los tiros. En cambio sí podemos hablar de una de esas meritorias películas sobre el espacio exterior, más o menos realistas, como Apolo XIII de Ron Howard, Elegidos Para la Gloria de Philip Kauffman, esas que orbitan alrededor de aquella intocable odisea de 1968 a ritmo de Strauss salida de la mente de Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick que esa sí, es historia en mayúsculas del séptimo arte.



lunes, 28 de octubre de 2013

Capitán Phillips



Título Original Captain Phillips (2013)
Director Paul Greengrass
Guión Billy Ray basado en el libro de Richard Phillips y Stephen Taity
Actores Tom Hanks, Barkhad Abdi, Mahat M. Ali, Barkhad Abdirahman, Faysal Ahmed, Michael Chernus, Catherine Keener, David Warshofsky, Corey Johnson, Chris Mulkey, Yul Vazquez, Max Martini, Omar Berdouni, Mohamed Ali







Capitán Phillips es la última obra del interesantísimo cineasta inglés Paul Greengrass, autor que cobró fama mundial cuando ganó el Oso de Oro del festival de Berlín de 2003 (ex aequo con El Viaje de Chihiro de Hayao Miyazaki) con su segundo y hasta hoy mejor film, Bloody Sunday. Tras el éxito de esta obra se le abrieron las puertas de Hollywood y pudo dar forma a dos entregas de la saga de Jason Bourne (El Mito de Bourne y El Ultimatum de Bourne) y ofrecer su otro gran proyecto como director, United 93. Tras esto abordó el tema de la guerra de Iraq con Green Zone (la única de sus obras que no he visto, junto a su debut detrás de las cámaras, The Theory of Flight) y con ello pudo asentarse plácidamente en la meca del cine siendo reconocido como un magnífico realizador que abordaba temas interesantes y nada cómodos con su filmografía.






Richard Phillips (Tom Hanks) es un capitán de la marina mercante de Estados Unidos que está al mando del buque carguero Maersk Alabama que lleva un enorme cargamento a Mombasa. Durante su trayecto por aguas somalíes él y su tripulación serán asaltados por un grupo de piratas comandados por el impetuoso Abduwali Muse (Barkhad Abdi). Una vez abordado el navío Phillips se verá en la obligación de tomar el control de la peligrosa situación y negociar con los asaltantes para evitar que sus hombres salgan mal parados y que de esta manera la mercancía que transporta a África pueda llegar a su destino. Pero lo extremo de la situación dará pie a que nada salga como el capitán del barco espera, pero tampoco como el grupo de piratas comandado por Muse pensaban en un principio.




Captain Phillips es cine Paul Greengrass al 100%. Un proyecto de tono cuasi documental, con contenido social y político altamente interesante que plantea interesantes dilemas morales al espectador y que en ningún momento cae en maniqueísmos o mensajes de naturaleza sesgada. Curiosamente la última cinta del productor de Omagh es la hermana estadounidense de la francesa L'Ordre et la Morale, última y soberbia cinta detrás de las cámaras del actor, guionista y cineasta Mathieu Kassovitz (que sigue inédita en España dos años después de su estreno y los que le queden) que tiene un punto de partida muy parecido al de la obra que nos ocupa (para empezar ambas están basadas en hechos reales) tanto en su temática como en su desarrollo, aunque el film del autor de La Haine es superior y más valiente que el de Greengrass.




El cineasta inglés vuelve a hacer uso de su inteligencia como narrador y observador eludiendo cualquier idea tendenciosa o cliché partidista para relatarnos la dramatización de unos hechos reales en los que no tomaron parte héroes o villanos, hombres buenos o malos, sólo personas impulsadas a extremos por sus propias condiciones que eran opuestas pero de manera paradójica muy similares. No quiero ni pensar que habría pasado si este proyecto (no lo neguemos, de naturaleza bastante delicada y compleja moralmente) hubiera caído en manos de un director con menos sensibilidad que Greengrass o más dado al artificio, al blanco y negro ideológico o a la mil veces manida americanada patriotera y sentimientaloide. Por suerte el realizador de The Bourne Supremacy está lejos de ser uno de esos mercenarios del buen gusto.




Los americanos de Capitán Phillips no son héroes a los que sólo les falta la bandera de las barras y estrellas ondeando a su espalda mientras cometen actos sobrehumanos a cámara lenta. Son personas reales con sus miedos, que cometen errores y se equivocan en algunas de sus decisiones. El mismo Richard Phillips que protagoniza el largometraje es la muestra más clara de esta idea. No estamos ante un John McClane que va repartiendo estopa de manera temeraría entre "extranjeros" para salir airoso con una frase lapidaria final, sino ante un profesional en su ramo que hace lo que cree más conveniente para su superviviencia y la de sus hombres, pero no con una seguridad ferrea e inquebrantable y sí con unos actos llevados a cabo entre titubeos, improvisación y lógicamente miedo.




Pero es que el director también se ocupa de perfilar debidamente a sus "villanos" esos piratas que asaltan el Maersk Alabama. Los somalíes de Capitán Phillips no son como los de Black Hawk Derribado de Ridley Scott, unos zombies que no sienten ni padecen, que no articulan una sola palabra y cuya única misión es matar sin dejar lugar a desarrollar mínimamente sus motivaciones ante la pantalla, por muy execrables que sean las mismas. La banda de piratas comandada por Abduwali Muse está formada por seres humanos llevados a una vida de pillaje obligados por una condiciones de vida inviables, es más, el ya mencionado líder del grupo tiene que reafirmar diariamente su condición de "capitán" por el simple hecho de ser marginado socialmente por la escualidez de su cuerpo que es inversamente proporcional a su determinación como líder.




Como siempre con Greengrass el reparto lo da todo y alcanza considerables cotas de verismo. Lo más curioso es que aunque dentro de los personajes de los americanos tenemos a secundarios con bastantes tablas como Chris Mulkey (Twin Peaks),  Corey Johnson (habitual en la etapa americana de Greengrass) o  Catherine Keenear, que no tiene tiempo para decir esta boca es mía, los actores no profesionales que dan vida a los piratas somalíes transmiten más verdad e inmediatez que ellos, sobre todo el Abduwali Muse al que da vida un soberbio Barkhad Abdi que no deja de ser un reflejo del mismo Phillips y con el que llega a contraer una interesante relación apuntalada en un atípico y no escrito código de honor, algo que sucedía también, una vez más, entre los dos rivales de L'Ordre et la Morale.




 Aunque nota aparte merece el protagonista de el largometraje y no es para menos. Con Capitán Phillips recuperamos al gran Tom Hanks, aquel que andaba perdido desde hacía años dando bandazos entre conspiraciones pseudoreligiosas y comedias blandorras, el que ofreció magistrales clases de interpretación dentro del drama en films como Philadelphia, Salvar al Soldado Ryan, Naufrago o Camino a la Perdición, el mismo que en la última cinta de Greengrass se enfunda un personaje lleno de matices y fuerza, un hombre llevado al límite por las circunstancias que experimenta sensaciones que van desde el valor al miedo, pasando por la compasión o la altivez. Su última escena en el film es uno de los pasajes más logrados y humanos dentro de la carrera interpretativa del protagonista de Atrápame Si Puedes o Forrest Gump.




Paul Greengrass inyecta su habitual nervio a fuego en todos y cada uno de los fotogramas, con ese tono de documental, fotografía cruda y coherente cámara al hombro que ayuda al in crescendo de la intriga del largometraje muy deudora de la de cineastas como John Frankenheimer o el William Friedkin adscrito al género thriller. El británico no da puntada sin hilo y procura mantener firme su pulso narrativo en todo momento para que los 135 minutos de metraje de la película no pesen en ningún momento gracias a cómo traslada a imágenes el medido y sólido guión de Billy Ray que adapta la novela del mismo Richard Phillips en la que se basa la obra cinematográfica y a una encomiable dirección de actores que se ve complementada por un acabado técnico casi intachable por parte del equipo de rodaje.




Capitán Phillips es un magnífico thriller dramático y otra muesca en el revólver de un cineasta a seguir de cerca (siempre me quedará la espina de cómo hubiera sido su visión cinematográfica de Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, una pena que se cayera del proyecto en su momento). Evidentemente por mucho realismo que quiera transmitir la obra la dramatización de aquellos hechos se habrá visto retocada en varios aspectos (por lo visto el capitán no estaba tan bien visto por su tripulación como nos hace ver el film, mucha polémica ha habido con este tema tras el estreno del largometraje) pero al igual que otros films como Argo o Munich podemos comprender que se idealicen algunas cuestiones con respecto a los verdaderas acciones que se llevaron a cabo en aquella jornada de Mayo de 2009. 




Pero al igual que con Bloody Sunday o United 93 en el plano cinematográfico el éxito de Capitán Phillips es tan considerable como poco cuestionable. Por el camino Paul Greengrass consigue que el mensaje de su último trabajo sobre choques culturales, la intransigencia de los gobiernos del Primer Mundo con respecto a los casos de toma de rehenes que puedan deteriorar su imagen de cara al electorado y la historia de un hombre normal que hizo algo extraordinario por su propio bien y el de sus compañeros llega alto y claro a la platea ofreciendo un producto que aúna con una profesionalidad intachable y mucha elocuencia comercialidad, calidad y cierto grado de compromiso tanto social como político.



miércoles, 23 de octubre de 2013

Prisioneros



Título Original Prisoners (2013)
Director Denis Villeneuve
Guión Aaron Guzikowski
Actores Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard, Melissa Leo, Paul Dano, David Dastmalchian, Dylan Minnette, Erin Gerasimovich, Kyla Drew Simmons, Zoe Soul, Len Cariou, Wayne Duvall, Sandra Ellis Laffert







El cineasta canadiense Denis Villeneuve ya tenía un buen puñado de largometrajes en su haber cuando su film Incendies dio mucho que hablar en 2010 a nivel internacional siendo incluso nominado al Oscar a la mejor película de habla no inglesa de la ceremonia de aquel año. El éxito de aquella producción independiente (que un servidor por desgracia aún no ha visto, pero ahora las ganas han aumentado) fue el que le permitió poner un pie en Estados Unidos y debutar en Hollywood con la obra que nos ocupa, Prisoners, una de las películas más interesantes y recomendables de este 2013 que poco a poco se va adentrando en su recta final.




En la festividad de Acción de Gracias los Dover van a pasar el día con sus amigos los Birch. Pero la desgracia empaña una fecha tan señalada cuando las hijas pequeñas de ambas familias desaparecen repentinamente. Una caravana estacionada en el barrio parece tener algo que ver con el secuestro. Al joven detective Loki se le asigna el caso que se complica cuando el dueño del vehículo, Alex Jones, que resulta ser un joven con deficiencia mental, es arrestado y posteriormente absuelto sin cargos y Keller Dover, el padre de una de las niñas, decide tomarse la justicia por su propia mano cuando llega a la supuesta conclusión de que el sistema no va a ayudarle a encontrar a su hija pequeña.




Mezcla entre Adios Pequeña, AdiósMystic River y Zodiac con apuntes de Seven y la serie The Killing, Prisioneros es una pieza ejemplar de thriller urbano cruzado con drama de personajes elevado a casi la excelencia por medio de un director de una profesionalidad intachable, un guión tan sólido como complejo y un reparto en indescriptible estado de gracia comandado por un Hugh Jackman como nunca antes se había visto. Todo este conjunto ofrece un producto cohesionado que atrapa por medio de la intriga policial al espectador mientras va exponiendo y desarrollando unos personajes reales, cercanos y demasiado humanos con sus virtudes y defectos, aciertos y fallos, que hacen que la historia narrada se aleje de lugares comunes y resoluciones formales manoseadas.




Porque al igual que la superior pero en cierta manera similar (dilemas éticos de profundo calado, personas haciendo lo innombrable por sus hijos, los prejuicios llevados hasta lo enfermizo, la caza animal como metáfora de la humana) La Caza (Jagten) de Thomas Vinterberg la base argumental de Prisioneros está mil veces vista y no se aleja demasiado de la trama de un telefilm de sobremesa. Pero el talento de Villeneuve elude tópicos, intensifica la implicación moral de los personajes (que se refleja adecuadamente en el espectador) llevándolos por el buen camino con una dirección de actores mastodóntica y una especial mano firme para crear tensión por medio de la atmósfera, la opresión urbana y una violencia más implícita que explícita.




Sirvan como ejemplo del buen hacer del guión, la labor del director y la profesionalidad de los actores la manera en la que están perfilados los personajes de Keller y Loki (en la vida me fiaría yo de un detective con ese asgardiano nombre). El primero se aleja del típico padre transformado en ángel vengador cuando somos conscientes desde un principio (aunque haciéndonos dudar, el trabajo de escritura es sencillamente brillante) de que su actos son inhumanos independientemente de si lleva la razón o no. Villeneuve nos hace poner en entredicho el raciociono del rol de Jackman definiendo su personalidad (hombre muy religioso, ex alcohólico y obsesionado con un posible ataque a su hogar aprovisionando su sótano de víveres y equipos de supervivencia) con elegantes pinceladas que van sustentando a esta poliédrica criatura. Un hombre que saca el animal que lleva dentro por culpa de unos prejuicios que por desgracia no nos son ajenos a ninguno de nosotros como ciudadanos.




El segundo, al que da vida Jake Gyllenhaal, no es el detective tradicional (sus tatuajes parecen indicar una predilección por la astrología y el anillo con el símbolo de los masones lo define con más sutilidad incluso que a Keller) que jura y perjura a los padres de las criaturas que va a dar la vida por recuperar a sus hijas, es más, cuando les da su palabra de que las encontrará no transmite confianza alguna. En ocasiones se le ve hasta cansado y haciendo su trabajo por pura inercia (ese momento de "tomar apuntes") y sin implicación alguna. Pero eso sólo en el exterior, ya que en su fuero interno le obsesiona encontrar al secuestrador de las niñas y poder entregar estas a sus progenitores, recordándonos a una versión joven del personaje protagonista de la novela El Cebo de Friederich Dürremant y sus versiones cinematográficas a manos de Ladislao Vajda y Sean Penn.




En cuanto a los personajes esta es la tónica en Prisioneros, acertados claroscuros para definirlos a todos destacando la labor de los actores. Hugh Jackman no estaba tan aprovechado desde The Fountain y aunque suene a tópico realiza aquí el mejor papel de su carrera, entregado tanto en el plano físico como en el psicológico hasta lo doliente. Le sigue de cerca un Jake Gyllenhaal desgarbado, adecuadamente envejecido y con tics nerviosos en los ojos. Estos dos roles son los dos pilares en los que se sustenta principalmente Prisioneros. Pero también están enormes Terrence Howard (en cierta manera la voz de la conciencia de Keller) y Viola Davis como los Birch, Maria Bello como la mujer del protagonista y Melissa Leo como la tía del personaje de un Paul Dano sencillamente prodigioso que confirma aquello que se vislumbró en Pequeña Miss Sunshine, que se confirmó en There Will Be Blood y que aquí se convierte en una verdad inapelable, que es un actor con un talento brutal y un futuro bárbaro si sigue teniendo tanto olfato para elegir papeles.




Pero aunque nos encontramos ante una película de personajes/actores ni la escritura, ni el trabajo del director desmerecen la labor interpretativa. El guión de Aaron Guzikowski despliega un enorme y complejo laberinto (como los que pueblan el film, con los que está obsesionado el personaje de Bob Taylor o el que parece ser ese vecindario lleno de ¿falsos? culpables y crímenes ocultos en sótanos abandonados) del que parece que nunca vamos a encontrar la salida, tejiendo un argumento digno de los thrillers de David Fincher con el añadido de un tono dramático humano y desgarrador. Por descontado que también el trabajo de Villeneuve detrás de las cámaras está a la altura creando una atmósfera de amenaza creciente con apuntes (esa trompeta desafinada interpretando el himno de Estados Unidos aventurando la destrucción de esos dos núcleos familiares tan típicamente americanos) que presagian el futuro de los personajes y marcando a fuego alguna que otra escena en al retina del espectador como la del martillo y el lavabo, la del perro o la de ese saco que al ser quitado muestra un rostro inhumano deformado por días de violencia continua e incontrolada.




Prisioneros es una de las películas sobre secuestros más interesantes e incómodas jamás rodadas, alejándose de los mensaje reaccionarios y los maniqueísmos de obras como la interesante Rescate de Ron Howard o la artificiosa El Fuego de la Venganza de Tony Scott, y por descontado una de las piezas cinematográficas más completas y consistentes de este 2013. Un proyecto llevado con mano firme en todos sus apartados (sobre todo el artístico) en el que Denis Villeneuve se confirma como un digno heredero de Clint Eastwood o la respuesta fílmica a la literatura de Dennis Lehane. Hasta ese ¿ambiguo? final, que indignó a algunas de las personas que estaban en la sala donde un servidor vio la proyección del film, confirma el mensaje agridulce, crítico y muy crudo sobre la deshumanización, los fanatismos, la redención y la corrupción moral en la que nos hemos visto sumergidos como sociedad supuestamente civilizada y que con tan notable maestría sabe reflejar esta obra de visionado casi obligado.



lunes, 14 de octubre de 2013

Metallica: Through the Never



Título Original Metallica: Through the Never (2013)
Director Nimród Antal
Guión Nimród Antal, James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett, Robert Trujillo
Actores Dane DeHaan, James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett, Robert Trujillo





"Sólo para fans" son las tres palabras que pueden resumir este curioso y atípico, aunque no original y no del todo logrado, experimento en el que se han embarcado los cuatro componentes de la banda californiana Metallica, bandera estandarte de lo que fue el género thrash metal estadounidense durante los años 80 y (junto a los ingleses Iron Maiden) el mejor grupo de la historia del género. Desde los años 90, cuando el bajista Jason Newsted aún formaba parte del conjunto, James Hetfield y Lars Ulrich, fundadores y cabezas pensantes detrás de Metallica, llevaban tanteando la idea de debutar dentro del mundo del séptimo arte, pero por unos motivos u otros el plan nunca tomó forma hasta que el pasado 2012 saltó la noticia de la gestación del producto que estamos comentando en esta ocasión.




Vaya por delante que Metallica: Through the Never no es una película y está lejos de serlo, de modo que aquellos que vayan a las salas buscando el debut de los miembros de Metallica en el mundo de los largometrajes se llevarán un chasco de proporciones considerables. Realmente nos encontramos ante un enorme concierto (conciertos, cuatro que tuvieron lugar en Vancouver, Canadá, durante Mayo de 2011) alternado con una mínima trama de ficción (casi podría decirse que un videoclip extenso) protagonizada por un roadie de la banda interpretado por el joven y prometedor actor Dane Deehan, el villano de Chronicle y futuro Harry Osborn en The Amazing Spiderman 2, al que se le asigna durante una de las descargas en directo del grupo buscar un camión que alberga en su interior una bolsa cuyo contenido es completamente desconocido. En el proceso el pipa, como los llamamos aquí en España, se enfrentará a una batalla campal entre policías y ciudadanos manifestantes.




Para rodar el concierto y la trama de ficción la banda ha contratado los servicios del realizador norteamericano de origen húngaro Nimród Antal, cineasta detrás de films como Kontrol, Vacancy o Predators o lo que viene a ser lo mismo: un director impersonal y de encargo para dar empaque visual al conjunto de la obra, labor en la que el buen hombre cumple sobradamente y más si tenemos en cuenta que seguramente Hetfield y Ulrich no le han dado demasiada libertad creativa para dar forma al proyecto. El resultado es un apetecible pero previsible menú fanservice que saciará el apetito de los fans del conjunto, no llamará la atención de aquellos que no sean seguidores del mismo y el estílo musical que representan y dejará un poco con una mueca en el rostro a aquellos que esperen ver una verdadera película.




Porque aunque los componentes del grupo han cuidado mucho la creación del proyecto, con un diseño de producción enorme, aunando los formatos IMAX y 3D y ofreciendo lo que realmente se esperaba (ciertamente quien buscara cine puro y duro era un pobre iluso) que es ver a Metallica en pantalla grande realizando un memorable concierto lleno de referencias a toda su carrera como músicos y guiños cómplices para aquellos que nos hemos criado escuchando sus discos. El principal referente de Metallica: Through the Never es aquel experimento de los británicos Led Zeppelin llamado The Song Remains the Same que estaba formado por los tres conciertos que dieron en el Madison Square Garden de New York durante los días 27, 28 y 29 de julio en el año 1973 alternados con imágenes de ficción de naturaleza desconcertantemente psicotrópica muy de moda en los primeros años setenta.




Al igual que en aquel trabajo audiovisual protagonizado por Robert Plant, Jimmy Page, John Paul Jones y John Bonham los insertos de ficción intercalados en Metallica: Through the Never no aportan demasiado al proyecto más allá de la resolución visual del conjunto. Porque aunque en el arranque de la pieza parece que la interacción entre actuación musical y trama ficticia van a ir de la mano la una con la otra (cuando el personaje del roadie llega al backstage se va encontrando uno a uno con todos los componentes del grupo, prometiendo el proyecto algo muy jugoso que después no tiene lugar) ambas se bifurcan para que el concierto sea el núcleo central y el pasaje supuestamente cinematográfico sólo un añadido estético para el mismo.




Porque aunque en entrevistas tanto el director como los miembros del grupo han querido dar relevancia a la subtrama protagonizada por un solvente Dane Deehan que no pronuncia un sólo diálogo en todo el metraje (la voz en off del trailer nunca se llega a escuchar) comentando incluso que la presencia de manifestaciones entre civiles y uniformados tiene su origen en el movimiento Ocuppy Wall Street, la misma no deja de ser una especie de versión contemporánea de films post apocalípticos al estilo Mad Max y poco más. Por suerte el look visual es muy potente y nos regala algunos momentos estéticamente memorables (el plano del interior de la furgoneta durante el choque autmovilístico que se puede ver en el trailer, por poner un ejemplo) y al argumento le han añadido los suficientes apuntes curiosos (la guitarra ensangrentada que Kirk Hammet lleva al principio del metraje, la pastilla que toma el roadie, el muñeco viviente, el contenido de la bolsa de viaje) como para poder elucubrar sobre la posible naturaleza alucinatoria de todo lo que vive el personaje principal. Pero como ya he comentado esto está más cerca de uno de los extensos videoclips (Thriller, Ghosts) que protagonizaba el difunto Michael Jackson que de una pieza estrictamente cinematográfica.




Lo mejor de Metallica: Through the Never son los apuntes estilísticos que se añaden para dar empaque a la presentación de los temas icónicos de la banda que en muchos casos son guiños a los fans de toda la vida. Los lásers que emulan disparos en la intro de One mientras se ven a soldados desfilar en las pantallas, la silla eléctrica gigantesca que aparece en el escenario durante Ride the Lightning, la construcción y posterior derribo de la estatua Doris de la portada de ... And Justice For All en la interpretación del tema homónimo o las cruces que salen del suelo cuando tocan Master of Puppets que eran las mismas que poblaban la carátula de aquel LP de 1985. Hay lugar incluso a referencias a otros conciertos de la banda como ese teatrillo en el que supuestamente un par de componentes de mantenimiento salen heridos durante la descarga de Enter Sandman y que nos remite al célebre Cunning Stunts de 1997.




También es destacable cómo se extrapolan los temas músicales a la subtrama de ficción consiguiéndose así algunos momentos de una ejecución considerablemente potente. Las primeras notas de One escuchándose mientras el ejecutivo negro con la cara ensangrentada huye del protagonista, Battery sonando en el momento en el que uno de los personajes se quema a lo bonzo (aunque el tema Fight Fire With Fire hubiera quedado mucho mejor) Enter Sandman golpeando los altavoces cuando aparece el sádico jinete enmascarado (¿Dave Mustaine, Bob Rock?) o mi momento favorito, la intro de Wherever I My Roam envolviendo la pantalla durante el arranque de la descarga policial con los antidisturbios golpeando con las porras sus escudos al ritmo de la percusión de la canción, una pena que no la tocaran entera siendo una de las que más me gusta del repertorio de los californianos.




Ya dentro del set list podemos destacar fallos y aciertos. Bien abrir con Creeping Death (excelente el plano con grúa que va desde la banda en el escenario hasta la cara del personaje de Deehan mientras corea el tema) mal incluir de Death Magnetic sólo Cyanide (con lo bien que hubiera quedado The Day That Never Comes), el peor corte de ese trabajo y terrible olvidarse de Fade to Black, el que es para el que suscribe el mejor tema de la historia de Metallica. Luego se pueden mencionar elecciones bienintencionadas pero no del todo acertadas, como incluir la extensa ... And Justice For All que quita tiempo para incluir otras canciones más importantes y representativas del conjunto que no ven la luz a lo largo del metraje como Seek And Destroy, Sad But True, Blackend o esa Through the Never que da nombre a la producción y que es un error no haber añadido.




Metallica: Through the Never es una cita indispensable para los seguidores de la banda de San Francisco y para todos aquellos para los que estos cuatro músicos entrados en años han sido parte importante de sus vidas, como es mi caso, pero sólo para ellos. Un concierto mastodóntico musicalmente casi intachable (en post producción se han camuflado los posibles fallos que hubieran tenido lugar durante las actuaciones en directo que las cámaras de Antal recogieron) estéticamente a la altura y con una subtrama de ficción con sus más y sus menos, pero que decididamente si se hubiera eliminado del metraje final no hubiera perjudicado para nada al conjunto de la obra que realmente no la necesita para mucho más que quedar contundente visualmente.




Aunque aquellos que afirman que ver esta obra en pantalla grande es como asistir a una verdadera actuación del conjunto o no los han visto nunca en vivo o no saben realmente lo que dicen. En resumidas cuentas, no esperéis cine, si la banda tenía la intención de hacerlo con el proyecto que nos ocupa no lo han conseguido, pero si queréis música aquí tenéis la mejor, como esa interpretación en soledad que los cuatro músicos hacen de la gloriosa Orion durante los créditos finales y que deja un buen sabor de boca, un guiño al fallecido e inolvidable bajista Cliff Burton y la sensación de que el viaje (en todos los sentidos) ha merecido la pena. Por Metallica siempre la merece.


jueves, 10 de octubre de 2013

Dexter, memories of murder



Puedo matar a un hombre, descuartizar su cuerpo y llegar a tiempo para ver el programa de David Letterman. Pero a la hora de saber qué decir cuando mi novia se siente insegura estoy perdido

Dexter Morgan





Duante el año 2006 la cadena de televisión por cable Showtime (Californication, Homeland) comenzó a promocionar una serie que adaptaba una saga de novelas criminales del escritor Jeff Lindsay. El responsable de llevar a imágenes el escrito fue James Manos Jr, que se hizo cargo del guión del episodio piloto que dirigiría Michael Cuesta (True Blood, Elementary) y que estaría protagonizado por Michael C. Hall, actor que venía de saborear las mieles del éxito con ese maravilloso tratado sobre la vida y la muerte titulado A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under) el programa de la HBO creado por el guionista y cineasta Alan Ball. La serie fue un enorme éxito desde su estreno debido principalmente al carisma de su protagonista, pero llegado el ecuador de su recorridocomenzó una decadencia que duró hasta su cierre, hace pocas semanas, con la terrible octava temporada y su indignante final.




Dexter Morgan es un forense especializado en análisis de salpicaduras de sangre que trabaja para la policía de la ciudad de Miami. Un hombre tranquilo que durante el día colabora con su hermana, que al igual que él es una agente de la ley, y cuida de su novia Rita así como de los dos hijos de esta, Astor y Cody. Pero por la noche Dexter es un asesino en serie que se dedica a eliminar a aquellos criminales a los que, según él, el sistema no ha conseguido atrapar o ajusticiar debidamente. Para que el irrefrenable instinto homicida de Dexter (adquirido cuando con sólo tres años vio como asesinaban brutalmente a su madre y al que él llama su "Pasajero Oscuro") se canalizara desde su niñez sólo contra gente "que mereciera morir" su padre, Harry (también policía) le inculcó un código estricto para elegir de manera cuidadosa a sus víctimas. Pero la doble vida de Dexter le causará graves problemas tanto a él como a los que le rodean. A continuación algunos spoilers de todo el recorrido de la serie.




Dexter es la versión oscura (en ocasiones hasta paródica) de ese agotador torrente de series sobre forenses (los distintos C.S.I, Crossing Jordan, Bones) que invadió la televisión americana a finales de la década pasada. Su protagonista es un lobo con piel de cordero, un forense que en su horario de trabajo analiza escenas de crímenes para por la noche, raptar, asesinar y más tarde descuartizar a criminales que según su código de conducta merecen ser eliminados. Ni si quiera su hermana Debra o su novia Rita saben a qué se dedica Dexter por las noches y el hecho de que trabaje para la policía de Miami siempre añade un plus de peligrosidad a sus actividades ilegales porque sus mismos compañeros muchas veces le pisan los talones, de modo que se ve en la obligación de manipular pruebas o hacer desaparecer pistas para no ser descubierto.




El ritual de muerte de Dexter, su modus operandi (aunque con algunas variantes a lo largo de la serie) consiste en investigar a su próxima víctima y asegurarse de que cometió los crímenes de los que se le acusan. Posteriormente se presenta a la misma con un nombre falso y se gana su confianza. Cuando esta ha bajado la guardia le inyecta un tranquilizante para animales por medio de una inyección en el cuello. Mientras permanece inconsciente envuelve en plástico a la susodicha (así como a la habitación donde va a cometer el asesinato) y espera a que recobre la consciencia. Cuando lo ha hecho le habla de sus delitos y le muestra fotografías de los mismos para mermarla psicológicamente en sus últimos momentos. Después le practica un pequeño corte en la mejilla para tomar una muestra de sangre que guarda como trofeo junto a las del resto de sus víctimas y finalmente la apuñala en el pecho con uno de sus cuchillos (el personaje es reacio a usar armas de fuego ya que se considera un artista) para quitarle la vida. Por último descuartiza el cuerpo y lo transporta con su barco (llamado de manera bastante irónica Slice of Life) a la bahía Harbor. Allí arroja los restos desmembrados dentro de bolsas de plástico.




El principal atractivo de una serie como Dexter es sin lugar a dudas el personaje que le da título. A Michael C. Hall le costó quitarse de encima el fantasma del inmenso David Fisher de Six Feet Under, aquel homosexual reprimido y ferviente católico que dirigía junto a su hermano Nate una funeraria familiar. Pero a los pocos episodios el rol de este peculiar asesino le sentaba como un guante y hoy día es su composición interpretativa más famosa (aunque no la mejor, un servidor se queda con David). Dexter desprende carisma y consigue empatizar fácilmente con el espectador. Por medio de la voz en off (que se desvirtuará considerablemente cuando empiece esa decadencia de la serie que más tarde ocupará un espacio notable de esta entrada) conocemos las motivaciones de este elegante, metódico, irónico y mentiroso psicópata.




Dexter es un personaje ambiguo, que nos cae bien aunque sepamos que lo que hace no es lo correcto. Dentro de este resbaladizo terreno (a)moral entra la teoría de que Dexter es una buena persona porque "sólo mata gente que merece morir"y aunque esto en el plano ético pueda dar mucho juego a la piscología del rol en verdad es el típico recurso norteamericano para dar carta blanca al protagonista para que mate a sus víctimas sin que nosotros, los espectadores, sintamos remordimientos de conciencia "porque no son inocentes". En un país en el que la pena de muerte es legal en varios estados no es sorprendente que la ley del "ojo por ojo" esté a la orden del día y el concepto de venganza sea vitoreado por sus ciudadanos. El mismo Michal C. Hall en varias entrevistas justifica los actos de Dexter porque sólo asesina a gente "que lo merece". En un plano moral este es el mayor escollo que un servidor encuentra en una serie como Dexter, ya que mi ideología es totalmente contraria a tomar la justicia por la propia mano y jamás podría apoyar el homicidio frío y calculado de una persona (aún siendo un criminal) habiendo un (imperfecto, sí, pero necesario) sistema legal y judicial que pueda ajusticiarlo y encarcelarlo.




Pero salvando este obstáculo y siempre teniendo en cuenta que hablamos de ficción televisiva no me fue difícil enamorarme, no sólo de Dexter, sino del resto de personajes que pueblan su vida. Porque al enorme trabajo de composición que realiza C. Hall con esa manera de andar, esa rotunda voz y esa cara de entrañable y condescendiente falsedad que regala a sus compañeros de trabajo se contrapone la labor de un reparto que le da maravillosamente la réplica al actor de Gamer. Uno de los roles más interesantes de Dexter y que sirve de magnífico contrapunto a este es el de su hermana Debra Morgan a la que da vida con una convicción cercana y mucha simpatía Jennifer Morrison (El Exorcismo de Emily Rose, Quarentine). Debra es una competente agente de policía que ha heredado mucho del carácter de su padre Harry y que de diez palabras que salen de su boca cinco son "fuck". Como persona admira profundamente a su hermano Dexter, del cual desconoce su doble vida, y la relación entre ambos es de lo mejor de la serie hasta que en la sexta temporada eso cambió, como comentaré más adelante.




Dentro del departamento de policía Miami Metro tenemos a Ángel Batista (David Zayas) el personaje debilidad de un servidor. Batista es un veterano policía de origen portorriqueño de vuelta de todo, amigo de sus amigos, aunque en ocasiones demasiado entregado en su cometido. A lo largo de la serie será uno de los individuos que más fiel será consigo mismo alejándose del desvirtuamiento que experimentarán muchos de sus compañeros por las malas decisiones de guión. Por otro lado tenemos a la teniente María Laguerta (Lauren Vélez), una mujer íntegra que se preocupa por sus subordinados y que trata de mantener en todo momento el orden dentro de su trabajo. Por desgracia Laguerta será uno de los personajes más perjudicados cuando la serie empiece a dar bandazos narrativos, pasando a convertirse de buenas a primeras en la sexta temporada en una arpía y sin un desarrollo adecuado o realista sobre el papel para llegar a serlo. Aunque en la séptima temporada en parte los guionistas llegan a redimir varios de sus pecados, que no son de la misma María, sino de los mismos escritores que deben darle forma adecuadamente y no lo consiguen.




También tenemos la presencia de Vince Masuka (C.S. Lee) ayudante forense de Dexter de origen japonés y principal contrapunto cómico de la serie por ser un pervertido sexual de mucho cuidado (mítica su representación de una "momificación autoerótica" en la escena de un crimen ante la estupefacta mirada de sus compañeros en la quinta temporada). Masuka es un personaje con una personalidad sencilla y escaso desarrollo y por eso el mejor uso que se le puede dar es humorístico, esto funciona perfectamente en las siete primeras temporadas, pero el rol se ve abocado al desastre cuando en la octava le regalan una estúpida subtrama que ciertamente tampoco desentona demasiado con el desfile de disparatas que sobrevuelan los últimos episodios del programa. Otro rol importante es el del sargento James Doakes (Erik King) compañero de Dexter que siempre desconfió de él afirmando que ocultaba algo oscuro, siendo la persona que más quebraderos de cabeza produjo a este por seguirle siempre la pista de cerca. El rol de Doakes será heredado por Joey Quinn (Desmond Harrington) agente que se ocupará de investigar la vida privada de Dexter cuando empiece a sospechar de él.




En el hogar de Dexter tenemos el personaje de su novia Rita (Julie Benz) una dulce madre de dos hijos llamados Astor (Christina Robinson) y Cody (Daniel Goldman) que, por supuesto, desconoce la vida secreta de su pareja y que también arrastra un pasado turbio por culpa de un ex marido que se encuentra cumpliendo condena en prisión. Por otro lado debemos destacar la presencia de Harry Morgan (James Remar) el padre de Dexter que tomando la forma de una especie de aparición (parece que Michal C. Hall está condenado a interpretar a hombres que comparten vida con las presencias de sus progenitores fallecidos) sólo es el reflejo de la conciencia del protagonista y sus dilemas morales. Recurso que, una vez más, será mal utilizado y llevado hasta lo ridículo durante la inefable sexta temporada.




Las cuatro primeras temporadas de la serie son un ejemplo de televisión de alta calidad. Una muestra impresionante de cohesión narrativa, definición de personajes, realización técnica y dirección de actores. En la primera etapa empezaremos a conocer a Dexter y su entorno, su relación con Debra y Rita, cómo debe fingir empatía con sus compañeros de trabajo cuando lo cierto es que no la puede experimentar por culpa de su naturaleza psicópata (uno de los mayores aciertos de la primera mitad de la serie es cómo las personas del entorno del personaje principal toman como cierta frialdad lo que en verdad es una total incapacidad para exteriorizar sentimientos o emociones por parte de este). También tendremos por primera vez la aparición de una de las némesis de Dexter que en cada temporada rivalizará con él. Asesinos en serie a los que llega a admirar y en ocasiones considerar artistas dentro del mundo del homicidio. En esta ocasión lo será Ruddy Cooper que finalmente de revelará como Brian Mosser, hermano natural del protagonista.




En la segunda temporada el tono de morbidez llegó a cotas impresionantes con la presencia del personaje secundario de Lila West (Jamie Murray) a la que Dexter conoce en unas sesiones de desintoxicación y que se convierte a la vez en su rival y confidente al ser una mujer que siente una considerable excitación (incluso en el plano sexual) por el trabajo que este lleva a cabo en la clandestinidad. Por otro lado la policía de Miami ha encontrado los restos de los cuerpos de las víctimas del protagonista al que llaman el Carnicero de la Bahía y una vez más están a punto de desbaratar sus planes. En la tercera temporada Dexter encontrará su reflejo en Miguel Prado (Jimmy Smits) fiscal del distrito que descubrirá el secreto de este y le pedirá que lo inicie en el mundo del asesinato. Por otro lado el caso que los agentes de Miami Metro investigan es el del Despellejador, un asesino que arranca trozos de piel a sus víctimas. Estas dos temporadas muestran un acertadísimo desarrollo de personajes y si bien la segunda analiza temas como el sadismo o la adicción a la unión de sexo y muerte, Eros y Thanatos (Lila es un personaje muy jugoso) la tercera realiza un poco halagüeño retrato del sistema judicial y político de Miami. Pero en la cuarta llegaríamos a la que es sin duda la cumbre de la serie que nos ocupa.




La cuarta temporada de Dexter es una obra maestra por muchos motivos. La presencia de un magnífico secundario como Frank Lundy (Keith Carradine) y la relación sentimental que este mantiene con Debra o que todos los personajes estén en el cénit de sus personalidades una vez han sido debidamente perfiladas a lo largo de cuatro temporadas. Pero sobre todo por la inclusión de, no sólo el mejor villano que ha dado la serie, también uno de los más interesantes y complejos que ha dado la ficción filmada. Trinity es un veterano asesino en serie que elimina a sus víctimas de tres en tres desde hace 30 años y que será el rival de Dexter en esta tanda de episodios. Tras tres intentos de buscar (con más o menos éxito) tres contrincantes que sean dignos de Dexter, con la llegada de Trinity los responsables del programa consiguen crear una criatura que no es que esté a la altura del protagonista, sino que lo devora impunemente a lo largo de la temporada.




Este americano medio, este hombre hogareño de misa de los domingos y barbacoa en el jardín de atrás de su adosado esconde una bestia inhumana en su interior que hace palidecer las técnicas homicidas de Dexter. Hay una escena sencillamente brutal en la que se resume la personalidad de Trinity y es en la que su hijo le responde de manera irrespetuosa y él le parte un dedo mostrando por segundos de manera pública el monstruo que realmente es. Este pasaje es de una violencia psicológica (más que física) sencillamente apabullante y se revela para un servidor como el mejor momento de toda la serie. Para dar vida a esta complejo animal salvaje se necesitaba un actor a la altura y el veterano John Lithgow (En Nombre de Caín, Ricochet) que es un experto en dar vida a perturbados da la talla sobradamente manteniendo un tour de force con Michael C. Hall durante esos episodios que debería pasar a los anales de la mejor televisión jamás filmada. Merecido Globo de Oro para el actor de El origen del Planeta de los Simios por su papel aquí comentado.




Tras esta intachable etapa era prácticamente imposible mantener el nivel con la siguiente. La quinta temporada es conocida de manera más o menos oficial como la que da inicio a la decadencia de la serie. Afirmación que un servidor sólo comparte en parte. Creo que la temporada número cinco de Dexter guarda muy bien el tipo hasta sus dos últimos episodios donde los disparates empiezan a sucederse (el momento cortina de plástico de Debra no se lo cree nadie) ofreciéndonos una adelanto de lo que será la sexta, pero sin llegar a herir de muerte a la serie como si haría aquella. Me gusta como se perfila la personalidad torturada de Lumen, una víctima de actos brutales que no podrá llevar a cabo su acto de venganza contra sus agresores hasta que Dexter haga de catalizador para su creciente instinto homicida. El papel lo borda Julia Stiles, una actriz que me cae rotundamente mal pero que aquí hace un trabajo de nota. No se me va de la cabeza un plano de su rostro tras ser rescatada de su cautiverio por Dexter en el que sus pupilas dilatadas miran hacia todos lados una vez ha salido el exterior mostrando así con acertado realismo los síntomas de una persona traumatizada. También hace un muy buen trabajo Johnny Lee Miller (Trainspotting, Elementary) como Jordan Chase, aunque su rol es el primero en dar síntomas de ser uno de esos villanos deficientes que desfilarán por la serie a partir de la siguiente temporada.




En el primer episodio de la sexta temporada a Dexter como serie le asestan una brutal puñalada y se va desangrando hasta el último episodio de la octava. Por arte de magia el capítulo uno arranca con la mayoría de los personajes descaracterizados, llevando a cabo actos impropios de ellos y dignos de críos sumergidos en la adolescencia. Laguerta pasa de buenas a primeras de mujer responsable a zorra arribista, Quinn se vuelve un borracho insoportable y para colmo se empieza a analizar la psicología de Debra de manera tosca y poco creíble con resultados aberrantes. Pero el que peor parte se lleva en este desastre es el mismo Dexter. Aquel asesino en serie metódico, perfeccionista, meticuloso que todos conocíamos y con el que empatizábamos se convierte en un descuidado y torpe carnicero que se pasa por el forro el código que su padre le inculcó asesinando a quien le viene en gana si investigar su culpabilidad o haciéndolo de manera estúpida y nada creíble.




Por desgracia este caos se extiende por toda la serie. Los criminales dejan de ser elegantes y unos rivales dignos y se convierten en villanos de opereta casi paródicos (por muy bien que actúen Edward James Olmos y Colin Hanks sus personajes son la pena y toda la temática religiosa está pobremente perfilada, tanto la de estos roles como la que involucra al protagonista y sus dilemas (a)teológicos) los miembros de Miami Metro deambulan en la serie sin aportar nada interesante que no sean estupidices que ralentizan la ya de por sí raquitica trama central. Se desvirtúa completamente la presencia de Harry como conciencia de Dexter (en una ocasión hasta lo vemos vitoreándole entre un grupo de personas en una grada durante un  partido de rugby, cuando se supone que sus manifestaciones oníricas sólo tienen lugar cuando el protagonista está en soledad) los minimalistas asesinatos por medio de esterilizados cuchillos dejan paso a arponazos improvisados o golpes en la cabeza de las víctimas por medio de utensilios como extintores de incendios y aquella voz en off que enriquecía la personalidad del personaje principal se vuelve reiterativa, cansina y portadora de obviedades en forma de letanía.




Pero son dos ideas argumentales imperdonables las que hacen que esta temporada sea la peor de la serie. La primera es ese giro tramposo y ruín en el que se nos revela que un personaje que llevábamos viendo toda la temporada resulta ser sólo producto de la imaginación de otro y ya la debacle es que uno de los momentos que deberían ser clave en el programa, un punto de inflexión en el devenir de los personajes, está expuesto con una deficiencia sencillamente ponzoñosa. Hablo, como no puede ser menos, de cuando Debra descubre que Dexter es un asesino en serie en el último episodio. Este pasaje que debería, a partir de ese momento, enriquecer la serie se convierte de manera paradójica en un lastre que se verá revolcado y no solucionado debidamente hasta el cierre del programa. La hemorragia de la serie no ha hecho más que empezar y por mucho que los guionistas intenten curarla no lo llegarán a conseguir nunca.




La séptima trata de encarrilar un poco la cosa y solapar los múltiples y abominables fallos que poblaron la sexta, pero el daño ya está hecho y no hay manera de enderezar el barco que se hunde irremisiblemente. Esta temporada es prácticamente un remake mediocre de la segunda, cambiando a Lila por Hannah y a Doakes por Laguerta. Aquí por fin los personajes parecen volver a ser los de siempre, pero las subtramas insulsas, las elecciones desacertadas por parte del equipo de guionistas y la herencia de la temporada anterior no permite que esta llegue a unas cotas de calidad exigibles. Poco se puede salvar en esta tanda de episodios, si acaso el personaje de Isaac Sirko al que da vida de manera sobresaliente Ray Stevenson (Roma, Punisher: War Zone). Para colmo la relación Debra/Dexter se tambalea brutalmente y cuando algún guionista adicto al LSD decide convertirla a ella en Cersei Lannnister la cagada se revela de proporciones catedralicias. Por suerte los actores siguen dando la talla y Jennifer Carpenter merece todos los premios del mundo por sacar adelante con mucho oficio a un personaje que estaba muerto en vida por culpa de los guiones.




Por fin llegamos a la octava y última temporada que es un "sálvese quien pueda" de manual por parte de los creadores de la serie. No tenemos un villano concreto, porque la investigación del mismo es tan efectista y busca tanto la sorpresa gratuita que hace que saltemos de un sospechoso a otro. Por eso cuando se desvela la personalidad del Neurocirujano (apodo que se le da al asesino) nos importa realmente una mierda quién sea y darle peso a su verdadera representación física sólo en los últimos episodios confirma una vez más la poca profesionalidad y las ganas de acabar de cualquier manera por parte de los guionistas. Por el lado bueno la presencia de una actriz magnífica como Charlotte Rampling dando vida a Evelyn Vogel un rol cuya presencia está cogida con pinzas (supuestamente ayudó a Harry a crear el código de conducta criminal que tomaría Dexter como suyo) pero que está llevado con entereza por la protagonista de El Portero de Noche. También es un acierto que los escritores traten de enderezar en la recta final un poco el rol de Debra que estaba en un momento bajísimo de caracterización, pero todo se va al carajo en el último capítulo.




Por el malo casi todo lo demás, como los guiones inconexos, el argumento central titubeante, las subtramas intragables (la de Masuka es terrible y propia de Dos Hombres y Medio), la aparición gratuita y el peso que se le da a Hannah, el momento cinta andadora que parece salido de una serie española mala de los 90 y sobre todo ese cierre final que deja infinidad de cabos sueltos (los compañeros de trabajo de Dexter nunca llegarán a saber quién era realmente y ese hubiera sido el momento más importante de la serie el mismo que por desgracia no tiene lugar en ningún momento) una resolución vergonzosa para Debra y un destino insatisfactorio para el mismo Dexter. Aparentando todo ser más un final de temporada normal y corriente que el cierre de una serie que merecía más respeto tanto para sí misma como para sus seguidores. Poco me importa si los guionistas ahora acusan de Showtime de haberles inculcado obligatoriamente ese desenlace, ya que ni uno tan glorioso como el de Six Feet Under hubiera arreglado el desaguisado que llevaba siendo la serie desde su segunda mitad.




Lo curioso es que hasta en los momentos más bajos Dexter no dejaba de ser una producción entretenida en la que un magnífico reparto y unos directores muy competentes (entre ellos realizadores con cierto nombre como John Dahl o actores reconvertidos en cineastas como Keith Gordon) conseguían salvar los muebles a un equipo de guionistas en permanente estado de embriaguez o drogadicción. Este desastre que empezó a formarse a finales de la quinta temporada posiblemente tenga que ver con el baile de showrunners que siempre sufrió la serie, ya que hasta cinco llegaron tener los mandos del desarrollo de la misma si mis cálculos no fallan. Mientras otros productos televisivos como como The Wire, The Shield, Breaking Bad o Los Soprano tenían a sus productores ejecutivos fijos (los mismos que en un principio crearon los programas y que nunca dejaron de escribir guiones, dirigir episodios y supervisar la labor del resto de escritores y profesionales técnicos) en Dexter no había una verdadera cabeza pensante, un capitán de barco, detrás del proyecto para controlarlo, mimarlo y que no perdiera su esencia.




Por el camino nos quedamos con una serie con cuatro temporadas de visión obligada y otras cuatro que se mueven entre lo aceptable, lo terrible, lo mediocre y lo desconcertante. Nunca he sido un fan a muerte de Dexter, puede que por los motivos que argumenté anteriormente, pero sí me consideraba un seguidor fiel de este forense de día y asesino de noche que se codeaba con un grupo de personajes muy realistas que le daban caza a él aunque ellos desconocieran tal dato. Un monstruo dentro del cuerpo de un ser humano que se muestra (al igual que el Walter White de Breaking Bad, el Leland Palmer de Twin Peaks o el Vic Mackey de The Shield) como un reflejo deformado y oscuro de nuestra propia personalidad. Un producto de esta calidad no merecía una caída en los abismos tan desalentadora ni un final tan insatisfactorio. Pero bueno, hay casos peores, como series que tras 10 años de gloria catódica deciden continuar otros 15 (y los que queden) siendo poco más que una máquina de hacer dinero mediocre y sin apenas calidad. Si no que se lo digan a Matt Groening y a la montaña de dólares en la que duerme por las noches.