domingo, 29 de abril de 2018

Vengadores: Infinity War



Título Original Avengers: Infinity War (2018)
Director Anthony y Joe Russo
Guión Christopher Markus, Stephen McFeely, basado en personajes y cómics de Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko, Jim Starlin, George Perez, Joe Simon, Ron Lim
Reparto Robert Downey Jr., Chris Evans, Scarlett Johansson, Chris Hemsworth, Chris Pratt, Samuel L. Jackson, Josh Brolin, Elizabeth Olsen, Tom Holland, Benedict Cumberbatch, Chadwick Boseman, Brie Larson, Pom Klementieff, Terry Notary, Dave Bautista, Karen Gillan, Tessa Thompson, Zoe Saldana, Gwyneth Paltrow, Tom Hiddleston, Cobie Smulders, Paul Bettany,  Sebastian Stan, Peter Dinklage, Benicio del Toro, Jon Favreau, Mark Ruffalo, Danai Gurira, Benedict Wong, Anthony Mackie,  Don Cheadle





El Universo Cinematográfico de Marvel está de celebración. El mismo año en el que cumple una década de edad llega la culminación del trayecto que emprendió con aquella Iron Man de 2008 que, de una manera u otra, cambió el subgénero que traslada a imagen real las aventuras de nuestros personajes de cómics favoritos. Dos meses después de que Black Panther rompiera todos los récords de recaudación posibles este fin de semana llega a las carteleras de todo el mundo esta Vengadores: Infinity War que da continuación a la Fase 3 de Marvel Studios adaptando, principalmente y con mucha libertad, la mítica saga El Guantelete del Infinito ideada por el guionista Jim Starlin y los ilustradores George Pérez y Ron Lim. Con los hermanos Anthony y Joe Russo en la dirección, los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely a la escritura y prácticamente toda la plana mayor de personajes que hemos visto desfilar a lo largo de dieciocho largometrajes que, en líneas generales, han funcionado magníficamente en taquilla y han sido recibidos con no pocos parabienes por la prensa especializada la tercera aventura grupal de los Vengadores llega para marcar un notable punto y a parte dentro del microcosmos gestado al amparo de la productora encabezada por Kevin Feige. Además de con los Héroes Más Poderosos del Planeta también contamos con la presencia de Spider-Man, Doctor Strange, Black Panther, Nébula o Loki entre otros, todos con la misión de enfrentarse a Thanos, ese enemigo cósmico cuya aparición estelar llevábamos esperando desde que protagonizara un cameo en la segunda escena post créditos de aquella Los Vengadores de 2012 co escrita y dirigida por Joss Whedon. ¿Está Vengadores: Infinity War a la altura de las descomunales expectativas depositadas en un proyecto de una envergadura tan gigantesca como el que han coordinado los hermanos Russo? a continuación intentaremos dar respuesta a esta y otras preguntas.




Vaya por delante que un servidor no está del todo satisfecho con el discurrir de esta Fase 3 que me encandiló con Capitán América: Civil War, Doctor Strange y Guardianes de la Galaxia Vol. 2, pero me hizo perder en cierta manera el interés con las, a nivel personal, no del todo satisfactorias Spider-Man: Homecoming, Thor: Ragnarok y Black Panther, producciones que me transmitían cierto agotamiento y repetición de constantes narrativas que me hicieron abrazar una notable apatía a la hora de enfrentarme a las nuevas entregas del universo cinematográfico construido en el seno de Marvel Studios. Con el miedo a experimentar las mismas sensaciones con esta Vengadores: Infinity War y la cautela suficiente para no ir con las expectativas demasiado altas, ardua tarea si tenemos en cuenta la producción a la que nos estamos refiriendo dentro del subgénero al que adscribe, por fin he podido ver uno de los eventos cinematográficos hollywoodienses del año. El resultado ha rebasado cualquier cálculo que pudiera haber hecho previamente, porque nos encontramos ante unos de los puntos álgidos del celuloide superheróico.




Aunque evidentemente el guión de Christopher Markus, Stephen McFeely toma como punto de referencia la saga El Guantelete del Infinito la historia que sustenta el esqueleto de Vengadores: Infinity War abarca gran parte de la vertiente cósmica de Marvel Cómics, aquella que construyeron autores como Stan Lee y Jack Kirby y que otros que vinieron más tarde, como Jim Starlin, encumbraron a lo más alto, pero hay mucho más que eso. Por suerte en este sentido el largometraje de los hermanos Anthony y Joe Russo vuela libre con respecto a las viñetas y aunque es fiel a la esencia del relato en el que Thanos reune las Gemas del Infinito a lo que se han dedicado los directores de Capitán América: El Soldado de Invierno y Capitán América: Civil War es a amalgamar en un compacto todo las distintas tonalidades que a lo largo de diez años han sido utilizadas en Marvel Studios para dar vida a los largometrajes protagonizados por personajes tan diferentes entre sí como Doctor Extraño, Guardianes de la Galaxia, Spider-Man o Black Panther. Contra todo pronóstico los Russo consiguen ejecutar este ejercicio de complicado equilibrismo con la pericia esperada por su parte, sabiendo dosificar adecuadamente el material que tienen entre manos sin caer en la excesiva gravedad o la autoparodia mal entendida.




Porque Vengadores: Infinity War se estructura, como por otro lado era de esperar teniendo en cuenta la historia que aborda, a modo de una descomunal space opera, pero también tiene ramificaiones que la emparentan con un cine superheróico más terrenal, el género de aventuras, el drama y la comedia, todo ello de manera ejemplarmente cohesionada gracias a la escritura de Markus y McFeely y la realización de unos hermanos Russo llevando al extremo su implicación como artesanos al servicio de una enorme franquicia que, seamos sinceros, no les da mucho margen de maniobra como profesionales del medio. De hecho el trabajo de los cuatro responsables de la creación del proyecto es encomiable en grado sumo si tenemos en cuenta que han sido fieles a esa cosa abstracta a la que los fans de los cómics tenemos tanto aprecio llamada “continuidad” cuando han conseguido mantener el tono de las últimas andanzas en solitario de varios de los personajes, hablamos principalmente del espíritu más notablemente cómico de la última entrega del Dios del Trueno, atenuándolo un poco en esta ocasión, pero haciéndolo reconocible para el espectador que todavía tenga recientes en la memoria films como Spider-Man: Homecoming, Thor: Ragnarok o Guardianes de la Galaxia Vol. 2.




“Empezando con un terremoto, y desde ahí hacia arriba” son las declaraciones que el mítico cineasta Cecil B. Demile sentenció a la hora hablar de la adecuada estructuración de una obra cinematográfica y Anthony y Joe Russo la han seguido al pie de la letra. El prólogo de Vengadores: Infinity War sintetiza en algo menos de diez minutos qué vamos a ver a lo largo de dos horas y media que se pasan en un suspiro, dejándonos con ganas de mucho más. Ese arranque en el que se presenta al personaje de Thanos y su “modus operandi” establece el tono de una cinta que no se va a andar con rodeos, que va a ir en modo kamikaze en gran parte de su metraje y que va a suponer, en no pocos aspectos, un punto de inflexión dentro del Universo Cinematográfico de Marvel. Esta punta del iceberg sólo deja vislumbrar parte de lo que es la tercera entrega cinematográfica de los Vengadores, una mastodóntica pieza que va a alternar con una solvencia digna de elogio épica con crepuscularidad, carcajadas con nudos en la garganta o acción a distintas escalas con pasajes más íntimos en los que veremos a los personajes mostrar sus mayores debilidades y tomar decisiones que cambiarán radicalmente el devenir de acontecimientos que se desarrollarán en las próximas entregas de Marvel Studios en pantalla grande.




A partir de ese avasallador inicio los Russo van construyendo pieza a pieza un relato que se vertebra en varias subtramas en las que seguiremos los pasos de todos y cada uno de los personajes que irán apareciendo a lo largo del metraje y que se encontrarán en la batalla que copa protagonismo en el clímax final de la obra. Gracias a la acertada fluidez narrativa del guión de Markus y McFeely, al notable trabajo con el montaje de Jeffrey Ford y Matthew Schmidt y a la profesionalidad de los ya citados directores estas distintas historias se entrelazan y alternan con eficacia, transmitiendo la sensación de que se retroalimentan entre ellas y en ningún momento solapan unas a otras. Este logro es más remercable si tenemos en cuenta que a la hora de presentar a los personajes y contextualizar en qué situación se encuentran tras su última aventura en pantalla grande encontramos un mano a mano entre los pasajes centrados, sobre todo, en Thanos que son de una oscuridad y visceralidad nunca vista en un producto de Marvel Studios y los protagonizados por los Guardianes de la Galaxia o Tony Stark que destilan un humor, muy deudor del de Joss Whedon, que en ningún momento está fuera de lugar en el conjunto “bigger than life” que sustenta el entramado de la película.




Lo mejor con respecto a Vengadores: Infinity War, sobre todo para los que somos fans de los cómics Marvel desde hace años, es enfrentarse a la película sin conocer demasiado de su argumento para así dejarse llevar por una cascada interminable de escenas que se quedan grabadas en la retina del aficionado y las interacciones entre personajes que, ni aún sabiendo previamente que pertenecen al mismo reparto, pensaríamos que iban a aunar tanta química como la que destilan varios de los que pueblan un trabajo como el último de Anthony y Joe Russo a la hora de compartir plano. Es una obviedad decirlo, pero todos y cada uno de los muchos iconos del mundo del cómic que se dan cinta a lo largo de Avengers: Infinity War tienen su momento de gloria, en grupo o en solitario, espetando algún inspirado chiste en el momento adecuado o dando vida a algunas de las escenas dramáticas que abundan en el proyecto, pero ninguno de ellos se queda sin que la cámara de los antiguos realizadores de Arrested Development o Community repare en su presencia mientras los guionistas de Capitán América: El Primer Vengador les ponen en bandeja diálogos con los que dar lo mejor de sí mismos




Thanos, el “Titán Loco”, el “Conquistador de Mundos”, la larga espera para verlo en acción ha merecido totalmente la pena, porque nos encontramos sin lugar a dudas ante el mejor villano de los diez años del Universo Cinematográfico de Marvel y la más lograda traslación audiovisual que se podía dar de la creación de Jim Starlin y Mike Friedrich. Con mucha de la personalidad que el autor de Dreadstar le dio y algunos apuntes de la visión que ofreció de él el guionista Ron Marz (inevitable pensar en la miniserie Poderes Cósmicos de los 90) la recreación de un soberbio Josh Brolin, cuya gestualidad se percibe en todo momento a pesar del uso del CGI, interpreta a un genocida intergaláctico que no necesita soliloquios continuados para exponer de cara a la platea sus planes o intencionalidad como enemigo imbatible, ya que en ocasiones sólo con un gesto, un acto violento o una solapada concesión a un dramatismo minuciosamente construido para dar hondura a su perfil como criatura ficcional son las únicas señas de identidad que la versión cinematográfica de Thanos requiere para convertirse en una amenaza, física y psicológica, tan intimidante como atractiva. Él es uno de los pilares maestros sobre los que se sustenta Vengadores: Infinity War y con su incursión se rompe definitivamente la maldición de los villanos de cartón piedra de la franquicia.




Si alguien me pidiera que resumiera con una sola palabra una película como Vengadores: Infinity War la que usaría sería “Aplausos”, los mismos con los que prorrumpieron los espectadores numerosas veces en la sala donde vi proyectada la película y que llevaba décadas sin escuchar en un cine. La última producción de la división cinematográfica de Marvel Comics es espectáculo, es pirotecnia, es escapismo, es fruición, es fanservice bien entendido sin reírse en la cara del aficionado o el espectador neófito, pero esta vez también es emoción, dramatismo, pérdida y redención, evidentemente sólo al nivel que nos puede proporcionar un blockbuster rompetaquillas cuya única misión es entretener y rascar nuestros bolsillos, pero con una eficacia impropia dentro del subgénero al que se adhiere como obra de ficción y más si tenemos en cuenta la ligereza, en líneas generales, con la que siempre se han abordado las producciones de Marvel Studios. Por ahora sólo nos queda esperar el estreno de Capitana Marvel y Ant-Man y la Avispa para saber qué demonios va a hacer el equipo de Kevin Feige con lo acontecido en esta Avengers: Infinity War. Si el resultado es mínimamente parecido al de esta muestra casi intachable de celuloide superheróico la espera se va a hacer interminable, aunque algunos ya tengamos los ojos puestos en otros menesteres.


martes, 24 de abril de 2018

Leatherface, choosing mental illnes as a virtue



Título Original Leatherface (2017)
Director Alexandre Bustillo, Julien Maury
Guión Seth M. Sherwood, basado en personajes creados por Tobe Hooper y Kim Henkel
Reparto Sam Strike, James Bloor, Lili Taylor, Nicole Andrews, Stephen Dorff, Finn Jones, Jessica Madsen, Vanessa Grasse, Simona Williams, Julian Kostov






A estas alturas siete son los largometrajes vinculados con La Matanza de Texasla mítica película del cineasta Tobe Hopper con la que redefinió el cine de terror en los años 70. Tres secuelas, un remake con su correspondiente precuela y una continuación alternativa del film original estrenada en formato estereoscópico conformaban hasta ahora el legado de Cara de Cuero y su enfermiza familia de matarifes antropófagos. Todo esto cambió cuando el pasado 2017 los responsables de Millenium Films, productora detrás de la ya mencionada Texas Chainsaw 3D, decidieron realizar la segunda precuela de la franquicia después de la muy recuperable La Matanza de Texas: El Origen, que junto al remake de 2004 al que daba génesis es la cinta más lograda desde la seminal de 1974. Para sacar adelante el proyecto contrataron los servicios del guionista Seth M. Sherwood, los cineastas franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury y un reparto de caras jóvenes mezclándose con las de los veteranos.




Diez años después de haber sido arrebatado del seno de su demencial familia, encabezada por su  madre, Verna Sawyer (Lili Taylor), a manos del Texas Ranger Hal Hartman (Stephen Dorff) Jedidiah Sawyer (Sam Strike) se encuentra recluido en una institución mental en la que se practican métodos de tortura con los internos. La llegada de una nueva enfermera llamada Lizzy White (Vanessa Grasse) servirá como excusa para que tres pacientes con predilección por la violencia y el asesinato inicien un motín, cometan un secuestro y arrastren a un trastornado Jedidiah con ellos. Mientras el grupo huye dejando un reguero de cadáveres y caos tanto Verna como Hartman reaparecerán para saldar cuentas con el pasado y en el proceso Jed irá perdiendo la razón hasta convertirse en la versión más prematura del icónico Cara de Cuero que todos conocemos desde hace más de cuarenta años.




Leatherface, que abarca parte de la infancia y la adolescencia del protagonista de la saga, se revela como una rara avis dentro de la saga de La Matanza de Texas. Posiblemente por eso es el único episodio de la misma que no contiene el nombre de la obra primigenia ni siquiera en un probable subtítulo, como sí sucedía con aquella tercera entrega de 1990 que también fue llamada originalmente Leatherface. Cuando afirmamos esto no es porque nos encontremos ante una producción revolucionaria dentro o fuera del género al que se adscribe, pero sí por alejarse notablemente de la estructuración clásica de la franquicia que había sido respetada fielmente, con alguna que otra mínima variante en ciertos de los films, desde que Tobe Hooper y su colaborador Kim Henkel la diseñaron a modo de Piedra Rosetta con respecto a las andanzas de Cara de Cuero y sus dementes familiares.




Está última incursión en la creación de Tobe Hooper y Kim Henkel se aleja de la influencia de la figura de Ed Gein, el "Carnicero de Plainfield", que inspiró a aquellos para dar forma a su opus magna y se acerca más a una road movie reflejándose en las andanzas de asesinos en serie como Charles Starkwather y su novia Caril Ann Fugate y sobre todo a los preceptos establecidos por Rob Zombie en su brillante Los Renegados del Diablo (The Devil's Rejects) cinta de la que esta Leatherface toma muchas ideas argumentales y resoluciones visuales. El grupo de asesinos que secuestran y matan inocentes sin remordimiento alguno, la matriarca de un clan de psicópatas que se enfrenta a un agente de la ley local cometiendo actos violentos equiparables a los de los criminales a los que debe dar caza y un contexto deudor del western de raíces más bastardas emparentan el film que nos ocupa con el segundo largometraje del director de The Lords of Salem.




A pesar de esta tendencia a la referencialidad ajena Leatherface se ciñe escrupolosamente a la puesta en escena (más de diseño y menos cercana al documental que la del film de 1974) asentada en el remake de 2004 tomada después por los artífices de La Matanza de Texas: El Origen y Texas Chainsaw 3D. Algocurioso siendo productos que no se enmarcan de manera oficial en una misma cronología, ya que pertenecen a distintas productoras e ideólogos. El ambiente rural sórdido, el calor asfixiante, la mugre que se extiende desde la granja de los Sawyer hasta ese sanatorio mental que exhala inmundicia por todas sus paredes o los personajes retorcidos y psicóticos en un bando y otro son señas de identidad que los creadores de Leatherface respetan. Cierto es que sólo el arranque del film y su clímax final son reconocibles a un nivel narrativo con respecto a sus predecesoras, pero a pesar del cambio ejecutado durante el desarrollo central de la historia la esencia primigenia de la franquicia late en el devenir de acontecimientos protagonizado por los personajes de Ike, Clarice, Bud, Lizzy y Jedidah.




El guión de Seth M. Sherwood profundiza con acierto en una de las ideas que sustentaron The Texas Chainsaw Massacre. Que fue el rechazo de una sociedad acomodada que arrinconó a las clases más desfavorecidas el germen de la locura de la familia de matarifes en general y de Cara de Cuero en particular. Curiosamente no es la mórbida influencia que aplica la homicida Vera Sawyer en su hijo la que quiebra la voluntad de este, sino ese viaje físico y vital que emprende por un estado de Texas construido sobre la violencia, la crueldad, el sadismo y la corrupción el detonante que dio pie a que Jedidah Sawyer acabase convirtiéndose poco a poco en un gigantesco monstruo cuya único placer era quitar la vida a viajeros despistados y diseñar máscaras con sus rostros previamente desollados. Otro tema sería dilucidar si era conveniente dar un origen tan mundano a un mal cuya pureza se antojaba casi una abstracción, teoría que podría aplicarse también a otros personajes como Michael Myers o Freddy Krueger, y en el que tomaríamos la negativa como respuesta.




Al igual que hicieran sus compatriotas Alexandre Aja y Gregory Levasseur con el brutal remake de Las Colinas Tienen Ojos, de Wes Craven, Alexandre Bustillo y Julien Maury debutan en Hollywood con Leatherface. Por desgracia el resultado no es tan brillante como en dicha revisión del clásico de los 70 en el que los autores franceses vampirizaron la impronta del film original para inyectarle vía intravenosa sangre puramente europea, haciendo later bajo la superficie del film un mensaje inmisericorde contra las clases acomodadas estadounidenses y el carácter imperialista de sus fuerzas militares. En cambio los directores de la bestial À l'Intérieur tienen que amoldar su poderosa realización al proyecto en el que se han implicado, pero permitiéndose incluir algunos pasajes de violencia explícita con los que han debido disfrutar notablemente, como esa escena de sexo retorcidísima en fondo y forma pareciendo un homenaje a aquella estupidez de Jörg Buttgereit titulada Nekromantik.




Como era de esperar son Lili Taylor y Stephen Dorff los dos actores que más destacan dentro del apartado artístico de Leatherface, trabajando dos roles con enormes similitudes revelándose como la pareja de verdaderos villanos del largometraje. Dentro del casting de actores jóvenes Sam Strike se esfuerza por dar vida a ese chico confundido e introvertido que en un futuro se convertirá en uno de los psicópatas más famosos de la historia del género, pero curiosamente son James Bloor y Jessica Madsen, en los papeles de Ike y Clarice, los que mejor lo hacen poniéndose en la piel de unos Bonnie y Clyde mentalmente perturbados convertidos en uno de los aciertos más retorcidos y memorables de la película. También encontramos entre los secundarios a Finn Jones, el Iron Fist de Marvel Studios y Netflix ejerciendo de ayudante del sheriff con un personaje que hará las delicias de los detractores del actor británico, y esta afirmación no es precisamente porque aquí haga mal su trabajo.




Sin ser una obra destacable, ni una pieza clave dentro del microcosmos en el que se engloba Leatherface es un soplo de aire fresco para una franquicia que ya no daba más de sí. La intención por parte de sus artífices a la hora de transitar nuevos caminos para no tener que ceñirse a un esquema preestablecido por las dinámicas propias de la saga dan un nuevo empujón a la creación del tristemente desaparecido Tobe Hooper, ofreciendo un producto competente, bien escrito, rodado e interpretado tratando de reinventar algo que ya conocemos para insuflarle nueva vida y con ello seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro con un tipo de cine cada vez más marginal y underground que no suele tener mucha repercusión fuera de los círculos del género de terror y los festivales especializados en dicho celuloide. Por ahora nos quedamos con esta estimable pieza que nos devuelve la esperanza para que el sonido de motosierra no cese nunca y siga ofreciéndonos insana y fruiciosa diversión.


viernes, 20 de abril de 2018

El Corazón del Ángel, ascensor para el cadalso



Título Original Angel Heart (1987)
Director Alan Parker
Guión Alan Parker, basado en la novela de William Hjortsberg
Reparto Mickey Rourke, Robert De Niro, Charlotte Rampling, Lisa Bonet, Brownie McGhee, Stocker Fontelieu




Es curioso cómo el paso del tiempo nos da nuevas y diferentes perspectivas a la hora de valorar la obra de algunos directores. Alan Parker perteneció a esa generación de cineastas británicos curtidos en el mundo de la publicidad durante los años 70 y en la que podemos encontrar nombres como Adrian Lyne, Hugh Hudson o los hermanos Ridley y Tony Scott. Sin contar a estos últimos, que se adaptaron sin ningún problema a la maquinaria hollywoodiense, el resto de ellos tuvieron su época de bonanza en la meca del cine para después ir espaciando cada vez más sus proyectos, volver a su Reino Unido natal o retirase de la dirección. Estos artesanos fueron vilipendiados largo tiempo por la prensa especializada acusados de "estetas" y "videocliperos", pero lo interesante es que ver algunos de los films realizados por ellos, sobre todo en los años 80, en pleno 2018 nos confirma su pertenencia a una raza de profesionales hoy echada irremisiblemente de menos.




Algo de esto acontece cuando poco más de treinta años después de su estreno decidimos revisar un proyecto como El Corazón del Ángel, la adaptación que Alan Parker realizó en 1987 de la novela Fallen Angel de William Hjortsberg, protagonizada por Mickey Rourke, Lisa Bonet, Charlotte Rampling y Robert De Niro. A día de hoy se hace casi impensable que un producto como este se gestara en el seno de Hollywood, que algunos actores de renombre como los que forman parte del reparto se implicaran en su creación, o que los productores Mario Kassar y Andrew Vajna, dueños de la ya extinta Carolco International, convencieran a TriStar Pictures para distribuirla. En el cine estadounidense del siglo XXI tan dado a la autocomplacencia, el artifico, la asepsia y la pulcritud un largometraje con tanta personalidad como Angel Heart se antojaría inconcebible fuera de los círculos del cine independiente. Por este y otros motivos hoy vamos a reivindicar la séptima película de Alan Parker.




Harry Angel (Mickey Rourke) es un decadente detective privado tratando de encontrar trabajo en la New York de 1955. Tras una llamada de teléfono sus servicios serán solicitados por un misterioso personaje llamado Louis Cypher (Robert De Niro) encomendándole encontrar a un cantante de jazz llamado Johnny Favorite, con notable fama antes de la Segunda Guerra Mundial y cuyo paradero se desconoce desde hace doce años. Las pistas que irá encontrando durante la investigación de este peculiar caso llevarán a Angel a la ciudad de New Orleans donde conocerá a Margaret Krusemark (Charlotte Rampling) o a Epiphany Proudfoot (Lisa Bonet) y a sumergirse en el submundo del vudú y el satanismo de Louisiana. Un reguero de cadáveres y la presencia de un asesino invisible imposible de cazar llevarán a Harry a un viaje sin retorno al infierno en el que nada es lo que parece y pagando el más alto precio.




Mezcla de neo noir con  terror, como si colaboraran mano a mano en su creación Raymon Chandler y William Peter Blatty, en El Corazón del Ángel Alan Parker ejecuta una mixtura genérica sustentada en un guión, escrito por él mismo, que alejándose notablemente de la novela de William Hjortsberg construye un relato con reminiscencias de alucinación, atmósfera asfixiante y desarrollo argumental pesadillesco inspirándose en una revisión del mito de Fausto salpicada de hemoglobina, ritualismo y folklore propio de New Orleans muy vinculado al vudú y las sectas satánicas. Creando una mezcla de exotismo aderezado con sus gotas de sensacionalismo y morbidez que hacen el resto para diseñar una pieza manteniendo el interés del espectador a lo largo de casi dos horas de metraje en las que el misterio escondido detrás del caso de Johnny Favorite se apodera de una narración cada vez más visceral y cruenta.




Desde su segundo y exitoso trabajo en el mundo del largometraje, El Expreso de Medianoche, Alan Parker se especializó en historias de notable sordidez protagonizadas por personajes llevados al extremo, aunque evidentemente no haya sustentado toda su carrera en este tipo de films. El Corazón del Ángel es la muestra quintaesencial de ese tipo de obras en las que el director de Evita volcó su predilección por la violencia y lo truculento. De esta manera el autor británico daba un giro radical con respecto a su trabajo inmediatamente anterior, aquella lírica Birdy, protagonizada por Matthew Modine y Nicolas Cage, en la que la amistad, las secuelas físicas y psicológicas sufridas por los soldados durante la Guerra de Vietnam y la elección voluntaria de la locura para evadirse de la cruda realidad copaban todo el protagonismo.




Angel Heart también habla de la locura, pero no la vinculada a un hombre que se cree un pájaro con un irrefrenable deseo de volar, sino la experimentada por un detective privado emprendiendo un viaje sin retorno a las profundidades del infierno. La New York de los años 50 que retrata Alan Parker, cuya ambientación es tan destacable como discutible en algunos aspectos, es una ciudad áspera, sucia, alejada de la visión idealizada y de postal que en ocasiones se nos ha dado de ella. Este retrato poco afable regido por la arquitectura cruda y decadente comienza a verse invadida como un virus por hechos sobrenaturales rompiendo la barrera de la lógica y sumergiendo el relato en un estado de vigilia y onirismo eclosionando totalmente una vez la acción se traslada a New Orleans y convierte la segunda mitad del metraje en una suerte de conjuro audiovisual en el que los límites de lo real se ven rebasados continuamente.




Como maestro de ceremonias Alan Parker mantiene un férreo control de todos los apartados técnicos del proyecto para que el conjunto de la obra se muestre en todo momento cohesionado. La dirección de fotografía repleta de claroscuros por parte de Michael Seresin, el elaborado diseño de producción de Richard Morris o la atmosférica banda sonora de Trevor Jones fusionándose con los ritmos de jazz propios de New Orleans y sobrevolando todo el score musical sirven para dar empaque y solidez al argumento del largometraje viéndose enriquecido por todos estos añadidos que le infieren lasciva vida permitiendo la evolución de una historia revelándose poco a poco cada vez más claustrofóbica, asfixiante y descarnada. De esta manera su equipo técnico pone en bandeja de plata al cineasta británico el poder ejecutar pasajes perturbadores como los distintos asesinatos, las visiones de la mujer del velo negro o la famosa escena de sexo desembocando en orgía de sangre.




En cuanto al apartado artístico Alan Parker depositó su confianza en un por aquel entonces pujante y prometedor Mickey Rorurke que venía de despuntar con sus papeles en La Ley de la Calle (Rumble Fish), Mahnattan Sur (Year of the Dragon) o 9 Semanas y Media. El protagonista de Sin City ciertamente se entrega hasta lo enfermizo y gracias a ello ofrece una de las mejores caracterizaciones de su carrera dándolo todo en esa recta final en la que comienza a perder la cordura. El problema radica en tener delante a un Robert De Niro pletórico, en una de sus mejores etapas interpretativas, que con pocos minutos en pantalla y una contención digna de estudio eclipsa a su compañero de reparto sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo. Su gestualidad, lenguaje corporal, modulación de voz, ambiguo acento y detalles de cosecha propia como la melena, las uñas o el uso de bastones componen uno de los mejores trabajos del italoamericano.




El resto del reparto lo completan, entre otros, la británica Charlotte Rampling como Margaret Krusemark, una vidente especializada en crear cartas astrales para sus clientes, que tuvo una relación estrecha con Johnny Favorite, y con la actriz de Melancholia aprovechando su rol para explotar a conciencia los pocos, pero valiosos, minutos que tiene en pantalla a la hora de darle vida. Por último es de recibo hacer especial mención para una Lisa Bonet de 19 años, por aquel entonces triunfando en televisión con El Show de Bill Cosby, teniendo aquí su debut en el mundo del cine. El suyo es un papel complicado debiendo amalgamar candidez y ternura con sensualidad y violencia desembocando su composición en la ya citada escena de sexo que comparte con Mickey Rourke y convertida por derecho propio en una de las más recordadas de la historia del cine, consiguiendo sintetizar en su ejecución y coreografía toda la esencia de la película.




Habiendo estrenado su última película, La Vida de David Gale, en 2003 y haciendo público su retiro del cine hace tres años Alan Parker debe recibir su merecido reconocimiento como artesano que ayudó a construir un tipo de cine más incómodo en Hollywood sin estar reñido con la comercialidad. Aquellos críticos que en la época del estreno de esta excelente y muy recuperable El Corazón del Ángel acusaron a su ideólogo o sus coetáneos de profesionales superficiales con inclinación por el esteticismo visual mal entendido no sé qué pensarán en la actualidad de esos directores totalmente carentes de personalidad e inventiva con predilección por los montajes efectistas, el abuso de los efectos digitales y la casi inexistente relación con los actores que dan forma a los engranajes de la maquinaria hollywooodiense. Al fin y al cabo todo queda en casa y se reduce a vender el alma al diablo por conseguir el éxito, pero hasta para eso gente como Harry Angel o Johnny Favorite tenían mucho más estilo.


miércoles, 18 de abril de 2018

Aniquilación, evolution is my name



Título Original Annhilation (2018)
Director Alex Garland
Guión Alex Garland, basado en la novela de Jeff VanderMeer
Reparto Natalie Portman, Óscar Isaac, Jennifer Jason Leigh, Gina Rodriguez,Tessa Thompson,  Benedict Wong, David Gyasi, Sonoya Mizuno, Crystal Clarke, Kumud Pant, Tuva Novotny, Cosmo Jarvis, Mairead Armstrong





Los caminos de Netflix son inescrutables. Mientras que por un lado todo apunta a que los jefazos de la plataforma de streaming presionaron a Duncan Jones para adscribir su largamente acariciado proyecto Mute a un género como la ciencia ficción, con el que no congeniaba en absoluto, en lo referido a la última película del británico Alex Garland aconteció algo diametralmente opuesto. Cuando el cineasta enseñó a los productores de Paramount Pictures el material de rodaje de su último film, Aniquilación, estos quedaron profundamente descontentos porque "no se entendía nada". Las "cabezas pensantes" detrás de la financiación de la obra exigieron al director de Ex_Machina que simplificara la historia que planteaba contar para que todo tipo de espectadores pudieran comprenderla. Ante la negativa de Garland, que se opuso a tocar un sólo plano, el estreno del proyecto quedó aparcado sin fecha establecida.





En ese momento fue cuando Netflix entró en escena y compró los derechos de distribución a nivel mundial de la película, llegando a los cines sólo en Estados Unidos y China. El pasado día 12 de marzo el catálogo de la plataforma acogió el estreno de Annihilation y aquellos que la vieron confirmaron las primeras impresiones que invadieron la red cuando el film llegó el mes anterior a las pantallas grandes de los países ya citados. Casi todo espectador que había visto lo último de Alex Garland afirmaba que Paramount Pictures había cometido un error imperdonable, porque supuestamente nos encontrábamos ante una de las mejores muestras de ciencia ficción del cine reciente. Una vez vista por un servidor puedo afirmar que no andan desencaminadas dichas sentencias, porque es cierto que en muchos aspectos nos encontramos con un trabajo sobresaliente, pero no perfecto por culpa de algunas carencias que comentaremos más tarde.




Tras la expedición militar número 11 para investigar una localización llamada Área X, en la que ha caído un meteorito de origen desconocido, y de la cual sólo volvió con vida, pero en alterado estado mental, su marido Kane (Oscar Isaac) Lena (Natalie Portman), una ex marine experta en bióloga, forma parte de una nueva incursión en dicho territorio en el que un grupo de mujeres especializadas en distintas ramas científicas deberán dilucidar qué tipo de criatura extraterrestre se encuentra en el Área X. Una vez allí descubren que todo el entorno medioambiental está mutando gradualmente y la flora y fauna del mismo mimetizándose entre sí, dando forma a nuevas y evolucionadas especies. Lena y sus compañeras finalmente revelarán qué sucedió con la mayor parte de los militares de la anterior expedición y mantendrán contacto directo con una entidad cuyo origen e intenciones en la Tierra permanecen sin descifrar




Basada en la primera entrega homónima de una trilogía de novelas llamada Southern Reach ideada por el escritor estadounidense Jeff VanderMeer Aniquilación es una excelente pieza de ciencia ficción que eleva considerablemente el nivel, no sólo del catálogo de Netflix, sino de la producción reciente de este tipo de género cinematográfico demasiado entregado al escapismo y la superficialidad mal entendida. Alex Garland se aferra a una de las ramas más puras dentro de la sci-fi literaria y cinematográfica ejecutando un largometraje que a pesar de su atractivo envoltorio contiene en su interior planteamientos sobre metafísica y evolucionismo que convierten su último trabajo en la confirmación de un enorme talento como narrador y la continuación lógica, aunque abordando una temática diferente dentro de la misma vertiente genérica, de su muy interesante proyecto previo, aquel Ex_Machina en el que comenzó a dar muestras de su sobrada pericia como cineasta.




Desde su mismo arranque un proyecto como Annihilation nos va dando muestras de qué tipo de producto cinematográfico va a ser. Ese suntuoso plano panorámico en el que vemos impactar en la lejanía el meteorito con el faro acompañado por un silencio sólo quebrado por los acordes de la elegante guitarra acústica que a lo largo de gran parte del metraje va a dar forma al minimalista score musical compuesto por Geoff Barrow y Ben Salisbury es una declaración de principios por parte de un autor que previamente había demostrado poseer una peculiar e inusual sensibilidad a la hora de ofrecer sus dotes como narrador a piezas adscritas a la ciencia ficción, algo que demostró en su ópera prima, la ya citada Ex_Machina, y que confirma de manera rotunda en el proyecto que nos ocupa aljeándose de la visceralidad que insufló a sus incursiones dentro de este género en labores de guionista como 28 Días Después o Dredd.




La puesta en escena de Alex Garland es brillante en no pocos sus aspectos. En lugar de tomar la opción fácil de entregarse a los prostituibles brazos del ruido y la furia propios de las producciones hollywoodienses que transitan los terrenos genéricos en los que se adentra Annihilation los ecos de autores como el Andrei Tarkovsky de Stalker o el Stanley Kubrick de 2001: Odisea en el Espacio resuenan a lo largo de la minuciosa construcción del relato convirtiéndolo en toda una experiencia sensorial e inmersiva incluso contando con unos efectos digitales muy modestos que funcionan mucho mejor cuando tienen que dar forma al entorno de las localizaciones en las que se mueven los personajes protagonistas que a la hora de construir el físico de las "monstruosidades" que pueblan dicho paraje. Por suerte el director sabe dosificar el CGI que han puesto a su disposición y sólo recurre a él cuando la historia lo solicita para el desarrollo adecuado de los acontecimienos que le dan forma.




Más allá de sus interesantes planteamientos argumentales Aniquilicación se estructura como una muestra del subgénero survival que también encuentra émulos en el mundo del videojuego, pero a la hora de abordar su naturaleza de producción adherida a la ciencia ficción, y suponiendo que su propuesta nace en  la novela de Jeff VanderMeer que todavía no he tenido el placer de leer, es donde encontramos la pátina de originalidad que da al proyecto algunos de sus mejores momentos. El último largometraje de Alex Garland es, hasta cierto punto, revolucionario a la hora de retratar en pantalla a la entidad de origen inconcreto a la que se enfrentan los personajes protagonistas. Sin confirmarse en ningún momento si se trata de un ser venido de otro planeta o una dimensión paralela o si su génesis pudiera tener alguna reminiscencia teológica el guión del mismo cineasta juega con la idea de que los seres humanos se enfrentan a un sujeto que no se muestra hostil en ningún momento.




En varios momentos del metraje algunos de los personajes afirman que los restos del meteorito que chocó contra  nuestro planeta se han convertido en una especie de prisma cuya única misión es crear reflejos, más o menos distorsionados, de los organismos vivientes que se encuentran en el Área X dando forma a nuevas especies evolucionadas. Teóricamente este visitante externo sólo está adaptándose al entorno para asegurar su propia supervivencia sin una intención preconcebida de atacarnos. Los efectos que su presencia producen en nuestra realidad alteran las leyes físicas conocidas por el ser humano y particularmente en el género masculino crean cierto tipo de alteración mental que los hace perder el raciocinio, como le sucedió a Kane y a sus compañeros, situación que se confirma en una de las mejores y más potentes escenas del film, la del vídeo de la "cesárea" en el que los medidos efectos digitales, la banda sonora y el trabajo interpretativo de Oscar Isaac hacen el resto para que se quede grabada en la retina del espectador largo tiempo.




En este sentido encontramos otra de las virtudes de Aniquilación y esta no es nueva con respecto a la impronta como profesional de Alex Garland, ya que la explotó con bastante acierto en su ópera prima detrás de las cámaras. La asepsia y la meticulosidad con las que construye sus imágenes, transmitiendo una quietud gélida, en ocasiones hasta onírica, se ve resquebrajada por arrebatos de violencia explícita que en algunas situaciones bordean el gore. Aunque en cierta manera esos pasajes parecen haber sido incluidos en el film a modo de concesión a cierta autocomplacencia más primaria en honor a la verdad debemos afirmar que la transición entre ambas vertientes, la más contenida y autoral con la cruda y comercial, está llevada con pulso firme por su principal responsable que normalmente pone las breves y nada extravagantes muestras de efectismo al servicio de una historia que siempre tiene unas aspiraciones artísticas y narrativas más elevadas que el hecho de mostrar vísceras en pantalla de manera gratuita.




Con respecto al reparto es de recibo mencionar la excelente labor de la pareja formada por Natalie Portman y un Oscar Isaac que repite con Alex Garland después de Ex_Machina donde dio vida a otro personaje bastante extravagante. La actriz israelí se sumerge con todo el oficio que ha adquirido con el paso de los años para hacer de Lena una criatura real y cercana mientras su partenaire se encomienda a una contención medida con precisión quirúrgica que le ayudará a dar forma a algunos de los momentos clave de la obra cinematográfica. La química entre ambos se hace notoria en pantalla, sobre todo cuando asistimos a esa contraposición entre la candidez de las secuencias en la que ambos comparten intimidad durante los primeros pasos del film con los pasajes de naturaleza similar que acontecen durante la segunda mitad del metraje encontrándose estos en las antipodas de aquellos iniciales, confirmando la profesionalidad de los dos intérpretes y la buena mano de Garland como director de actores.




Al principio de la entrada hacíamos mención a alguno fallos que restaban unos pocos puntos al conjunto de la obra y estos, por desgracia, se materializan cuando debemos hablar de los personajes secundarios. Mientras el papel de Jennifer Jason Leigh está competentemente perfilado e interpretado por la protagonista de Eclipse Total gracias a que ocupa bastantes minutos de metraje, con la excusa de reclutar y explicar a la protagonista la misión que le va a ser encomendada, son el resto de componentes de la Expedición 12 las más perjudicadas. Por muy meritoria que sea la labor de Gina Rodríguez, Tuva Novotny y Tesa Thompson sus roles no dejan de ser esbozos, en ocasiones hasta estereotipos, que en un acto de pereza Garland despacha por medio de un diálogo por parte del personaje de Cass en el que explica a Lena las características que definen a sus compañeras, y a sí misma, denotando su autor cierta desgana a la hora de dar entidad a dichos personajes que deberían tener bastante más background psicológico que el de sus propios traumas personales.




Sin ser una obra maestra o un trabajo que vaya a marcar un antes y un después dentro del género sobre el que construye su propuesta Aniquilación se confirma como una destacable aportación a una vertiente más adulta de la ciencia ficción, y lo hace junto a otras piezas tan estimulantes como Interestelar, de Christopher Nolan, o La Llegada, de Denis Villeneuve que demuestran el buen estado de salud de este tipo de celuloide. Alex Garland se consagra como un cineasta con las suficientes aptitudes como para que sigamos de cerca sus pasos y su aportación con una propuesta tan interesante como la que nos ocupa confirma la decadencia artística e intelectual en la que se están sumergiendo las majors estadounidenses a la hora de valorar en su justa medida los trabajos que diseñan los profesionales que contratan y la lucidez del espectador medio que puede asimilar sin demasiados problemas un film como el presente que destaca notablemente dentro de la producción internacional de lo que llevamos de 2018.



domingo, 15 de abril de 2018

Ready Player One



Título Original Ready Player One (2018)
Director Steven Spielberg
Guión Zak Penn y Ernest Cline, basado en la novela de este último
Reparto Tye Sheridan, Olivia Cooke,  Ben Mendelsohn, Mark Rylance, Simon Pegg, T.J. Miller,  Hannah John-Kamen, Win Morisaki, Philip Zhao, Julia Nickson, Kae Alexander, Lena Waithe,  Ralph Ineson, David Barrera, Michael Wildman, Lynne Wilmot, Carter Hastings, Daniel Eghan





El pasado mes de febrero hice para Zona Negativa, web en la que colaboro desde hace años y de cuya sección de libros me encargo desde hace un tiempo, una reseña de la novela Ready Player One, escrita por el autor estadounidense Ernest Cline. La historia contenida en el primer trabajo literario del autor de Armada es una distopía que ahonda sus raíces en cuarenta años de cultura pop con incontables referencias al cine, los cómics, la literatura, la música y el mundo de la televisión desembocando en un incontestable éxito editorial. Como suele suceder en estas situaciones Hollywood puso sus ojos en la obra incluso antes de llegar a las librerías, siendo Warner Bros la productora que consiguió los derechos de la misma y solicitando los servicios de Zak Penn (X-Men 2, Los Vengadores) y el propio Ernest Cline para escribir el guión que se ocuparía de llevar a imágenes un peso pesado como el veterano cineasta Steven Spielberg que entraba en escena con su compañía Amblin Entertainment.




En el año 2045 Wade Watts (Tye Sheridan) es uno de los millones de usuarios de Oasis, un programa de realidad virtual en el que los jugadores toman la imagen de un avatar personalizado a placer y que fue creado por el mítico programador James Halliday (Mark Rylance), con la ayuda de su compañero Odgen Morrow (Simon Pegg). Una vez muerto Halliday, cuyo avatar respondía al nombre de Anorak, ofrece el control de su creación y toda su fortuna a aquella persona que encuentre, a lo largo y ancho de los incontables mundos que dan forma a Oasis, las tres llaves que le den acceso a un "Huevo de Pascua" que permanece oculto. Para dar con tan preciado objeto Parzival, el avatar de Wade, aunará fuerza con otros usuarios como Art3emis, Hache, Daito o Sho para impedir que la compañía criminal IOI (Innovative Online Industries), cuya cabeza visible es Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), se apodere del premio que les permitiría someter a todo el planeta desde el mundo virtual.




Ready Player One es la confirmación de que poco importa que una obra cinematográfica este construida sobra una descomunal sobredosis de efectos digitales si detrás de ella hay una persona con verdadero talento como Steven Spielberg. La última propuesta del estadounidense, que hace unos pocos meses llevaba a las pantallas otra destacable pieza, de un tono muy distinto, como Los Papeles del Pentágono (The Post), es un ejemplo cristalino de lo que un blockbuster hollywoodiense debería ser, un producto que a pesar de contener una interminable cantidad de fuegos de artificio siempre que esté controlado con mano firme por un autor con auténtica personalidad y unos intachables conocimientos de lo que es el lenguaje cinematográfico, algo que el director de Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio lleva más cuarenta años demostrando, el resultado se antojará brillante en prácticamente todos sus aspectos como podemos ver a los pocos minutos de metraje con la espectacular primera carrera automovilística.




Gracias a su inabarcable fuerza como narrador de historias y la ayuda de un apartado técnico a la altura de las circunstancias contando con un diseño de producción superlativo y una dirección de fotografía impresionante a manos de Janusz Kaminski Steven Spielberg consigue trasladar a imágenes de manera fidedigna Oasis tal y como lo imaginó Ernest Cline en las páginas de su novela. El prólogo del largometraje que nos sumerge en ese inmenso mundo digital expone en sólo unos breves minutos las infinitas posibilidades visuales que ofrece un proyecto como Ready Player One en el que su jefe de ceremonias explota al 200% el material de partida que cae en sus manos gracias al guión de Zak Penn y el mismo autor de la novela, extrapolando ese microcosmos con una notable similitud a lo que se planteó en las más de cuatrocientas páginas que forman el libro de 2011 y que encuentran en el film una contrapartida audiovisual inmejorable.




Con respecto a la fidelidad a la novela de Ernest Cline desde un punto de vista formal y de construcción narrativa podemos afirmar que la primera mitad del largometraje es, salvando algunos detalles modificados, considerablemente fiel tanto en el perfil de los personajes como en el contexto espacial y temporal en el que los personajes se mueven. Las Torres, el aspecto de los distintos mundos que dan forma a Oasis, la imagen de los personajes reales o sus avatares así como las localizaciones virtuales se asemejan con mucho detallismo a las que describió Cline en su obra. En cambio es en la segunda mitad del metraje cuando empiezan los cambios sustanciales reduciendo el peso de algunos personajes importantes, cambiando las pruebas que deben superar los gunters y los sixers para conseguir las llaves o modificando el destino de varios de los roles principales. Todo esto refiriéndonos siempre a la estructura de la historia y algunos hechos, ya que el mensaje del libro y su espíritu permanecen intactos en su traslación a la pantalla grande.




Posiblemente un director menos curtido en todo tipo de producciones comerciales que Steven Spielberg hubiera fracasado a la hora de alternar adecuadamente el mundo real con el virtual en Ready Player One, pero como era de esperar él lo consigue con una facilidad y ejecución técnica pasmosas. Las transiciones entre esa sociedad distópica y al borde del colapso económico y social (en la que no se profundiza mucho, algo que también sucedía en la novela original) y la idealización pop y geek de Oasis fluyen con una naturalidad sobresaliente incluso cuando tienen que solaparse la una a la otra, demostrando una vez más que nos encontramos ante un contador de historias virtuoso que conoce su oficio como pocos. De esta manera el pixel y la imagen real ejecutan una coreografía cohesionada y compacta que da una imagen de todo perfectamante ejecutado por parte de su creador cuya impronta es reconocible en cualquiera de los planos que dan forma a la obra.




Una de las mayores preocupaciones con respecto a la adaptación al celuloide de Ready Player One para los que hemos leído la novela era la imposibilidad de incluir a lo largo del metraje de la película las miles de referencias a la cultura pop de las que hizo gala Ernest Cline si tenemos en cuenta que Warner Bros se encuentra detrás de la producción y, a diferencia de Disney, no posee los derechos de casi todos los productos de entretenimiento a nivel mundial. Por suerte poco ha importado dicha situación, Spielberg y sus colaboradores han aprovechado los derechos propiedad de la compañía que financia el proyecto y la posibilidad de tirar de talonario para inyectar la cinta de tributos y menciones a todo tipo de videojuegos, películas, series, libros y grupos musicales, muchos de ellos ya presentes en las páginas del libro y otros nuevos, cuyo recuento se antoja imposible porque desfilan por la pantalla a velocidad luz y en cantidades industriales. A destacar ese delicioso homenaje a Stanley Kubrick que es desde ya uno de mis pasajes cinematográficos favoritos del 2018.




Volvemos al tema de los cambios con respecto a la novela en lo referido al reparto, porque uno de los mayores encantos del trabajo de Ernest Cline era mantener la identidad real que se encontraba debajo de sus avatares hasta el final de la historia, algo que Spielberg y su equipo han tenido que adelantar a la mitad del metraje del film para poder dar más pábulo al reparto de intérpretes. A pesar de sus esfuerzos Tye Sheridan es un actor demasiado imberbe para cargar con el peso de un personaje como Parzival/Wade Watts y eso se deja notar en pantalla, más si cabe cuando tiene que compartir plano con una pizpireta y encantadora Olivia Cooke que lo eclipsa siempre que comparte plano con él. Ben Mendelsohn, acierto de casting mayúsculo, da vida a un Nolan Sorrento tan vil y patético que parece arrancado de las páginas del libro y Mark Rylance resulta muy creible como James Halliday a pesar del terrible postizo capilar que porta en su testa, algo que también le sucede a Simon Pegg dando vida a un Odgen Morrow que no tiene tanto protagonismo como en la obra literaria.




A Parzival y Art3mies les acompañan otros tres gunters, Hache, Daito y Sho, a los que en el mundo real dan vida Lena Waithe, Win Morisaki y Philip Zao. Este pequeño grupo, que nos retrotrae irremediablemente a los "Niños Perdidos" de la vilipendiada Hook: El Capitán Garfio, se antoja un añadido totalmente spielbergiano en el que el trío de adolescentes toman los roles de mejor amigo del protagonista el primero y compañeros de batalla los segundos. Waithe no sólo realiza con su criatura una traslación fiel en fondo y forma al personaje nacido en las páginas, sino que también destaca interpretativamente gracias a su carisma y naturalidad. En cambio Morisaki y Zao, aún llevando a cabo adecuadamente su trabajo como actores no tienen suficiente metraje para desarrollar sus papeles cuyas versiones en papel tenían mucho más protagonismo siendo el asesinato de uno de ellos, y el vídeo que captura el momento, un hecho de vital importancia para el posterior derrocamiento de IOI.




Aunque queda lejos de sus mejores y más celebradas obras comerciales como Encuentros en la Tercera Fase, E.T., o Parque Jurásico Ready Player One se antoja el vibrante blockbuster de un adolescente encerrado en el cuerpo de un cineasta septuagenario que en pleno 2018, con casi medio siglo de carrera a sus espaldas, demuestra que se encuentra en plena forma y alternando a placer y de manera brutalmente orgánica sus dos vertientes autorales, la del director interesado por un cine de profundo calado social y político con la del diseñador de superproducciones de calidad ideadas para reventar las taquillas y epatar a todo tipo de espectadores con sus resoluciones visuales y entrega a la diversión bien entendida, campo en el que la pieza que nos ocupa milita con todo merecimiento como una de las más destacados trabajos de lo que llevamos de año y dejando en evidencia a muchas piezas coetáneas salidas de la maquinaria hollywoodiense que palidecen ante la vitalidad y la veteranía de uno de los grandes narradores de la historia del séptimo arte.