Título OriginalThe Conjuring: The Devil Made Me Do It(2021) DirectorMichael Chaves
GuionJames Wan, David Leslie Johnson-McGoldrick RepartoVera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O’Connor, Sarah Catherine Hook, Julian Hilliard, John Noble, Eugenie Bondurant, Shannon Kook, Ronnie Gene Blevins, Keith Arthur Bolden, Steve Coulter, Vince Pisani, Ingrid Bisu
Personalidades capitales dentro del mundo del ocultismo y lo esotérico para unos, charlatanes vendehumos que se dedicaron a engañar a ciudadanos desaprensivos para otros, el matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren se ha convertido en parte de la cultura del terror contemporáneo desde que el director James Wan y los guionistas Chad y Carey Hayes pusieron sus ojos en ellos hace ocho años. Aquel 2013 se estrenó The Conjuring, conocida como Expediente Warren en España, la primera película centrada en las andaduras supuestamente sobrenaturales de tan peculiar pareja, demonólogo él y clarividente ella, nacida a la estela del éxito de Insidious, otra saga de terror auspiciada por James Wan en colaboración con Blumhouse Productions. Vera Farmiga y Patrick Wilson daban vida a los Warren viéndose inmersos en un caso de casa maldita y posesión demoníaca con el que el cineasta australiano de origen malasio desplegaba su brillante puesta en escena alimentándose de todos los tópicos de género de terror para alumbrar una poderosa maquinaria cinematográfica. Dos años después de la primera entrega y uno del primer spin off de la franquicia, centrado en la muñeca Annabelle, llegaba a carteleras de todo el mundo The Conjuring 2 o Expediente Warren: El Caso Enfield, secuela que superaba a su predecesora centrándose en el caso del célebre poltergeist del barrio londinense y presentando al personaje de la Monja que, como sabemos, también protagonizaría su propia película.
Cuando se conoció que la apretada agenda de James Wan le impediría dirigir la tercera entrega de Expediente Warren, recordemos que sigue implicado en el futuro próximo del DCEU con la muy esperada Aquaman And The Lost Kingdom, saltaron todas las alarmas. Más todavía cuando Warner Bros y Atomic Monster confirmaron que el lugar del creador de Saw lo ocuparía Michael Chaves, director de la que podemos considerar película más floja de lo que se conoce como el “Warrenverso”, la mediocre The Curse of la Llorona (2019). Un servidor, precavido a la hora de dictar sentencia con este tipo de cambios antes de consumir el producto, recordó dos factores que podrían jugar a favor de esta The Conjuring: The Devil Made Me Do It. El primero es que cuando Leigh Whannell tomó el relevo de James Wan para rodar Insidious: Capítulo 3 el resultado quedaba lejos de las anteriores cintas, pero se antojó bastante satisfactorio. El segundo es que si bien La Llorona era una obra poco rescatable, precisamente la labor de Michael Chaves, mucho mejor que el material puesto en sus manos por los guionistas Mikki Daughtry y Tobias Iaconis, sobresalía en el conjunto de aquel innecesario y desubicado tercer spin off.
El nuevo caso en el que se ven envueltos las contrapartidas cinematográficas de Ed y Lorraine Warren fue uno que en 1981 focalizó las portadas de los medios de comunicación estadounidenses e internacionales de la época y en el que ambos se vieron estrechamente implicados. Se trata del juicio al joven Arne Cheyenne Johnson, que supuso el primer caso de un tribunal de Estados Unidos en el que se alegaba posesión demoníaca como defensa para declarar la inocencia del acusado. Los hechos relacionados con Cheyenne Johnson y sus allegados ya fueron llevados a la pequeña pantalla en 1983 con un tv movie titulada The Demon Murder Case, conocida en nuestro idioma como Asesinato Diabólico o Poseídos, dirigida por William Hale y con un jovencísimo Kevin Bacon dando vida a la versión ficcional del procesado. En esta Expediente Warren: Obligado Por el Demonio del guion se ocupa el mismo James Wan con la ayuda de David Leslie Johnson-McGoldrick que ya colaboró con el director de Silencio Desde el Mal (Dead Silence, 2007) escribiendo los libretos de Expediente Warren: El Caso Enfield y Aquaman (2018).
Con Expediente Warren: Obligado Por El Demonio pareciera como si Michael Chaves supiera que sustituir a James Wan detrás de las cámaras no fuera a ser una tarea fácil y por ello decide descubrir casi todas sus cartas desde el mismo arranque del largometraje. Aunque es algo que ya se ha comentado hasta la saciedad es ineludible que el prólogo de diez minutos que abre el largometraje es el mejor pasaje de cuantos conforman la obra. Ese homenaje explícito a El Exorcista, con algunos planos idénticos a los de la obra maestra de William Friedkin y William Peter Blatty, en el que se practica un visceral exorcismo con el poseído retorciéndose hasta lo inhumano, de hecho en las secuencias más crudas al pequeño Julian Hilliard (La Maldición de Hill House, WandaVision) le sustituye un contorsionista profesional, no sólo marca el tono de la propuesta cinematográfica, también se muestra continuista con respecto a las dos entregas anteriores de la franquicia. Un fuerte puñetazo en la mesa por parte de un Michael Chaves que intenta en todo momento estar a la altura de una serie de películas que se han convertido en iconos del género de terror contemporáneo.
Contra todo pronóstico los hacedores de esta tercera entrega eluden la autocomplacencia y eligen reinventar de alguna manera la saga experimentando con la mixtura de géneros. Si los dos primeros films se adherían a un terror más ortodoxo con apuntes de drama, terreno en el que también ha demostrado moverse con soltura Mike Flanagan, The Conjuring: The Devil Made Me Do It hibrida dicha característica con el thriller de investigación y misterio casi adentrándose en terrenos del policíaco. Por eso son bastante atinadas aquellas voces que en redes sociales y distintos medios han afirmado que hay en el último trabajo de Michael Chaves una clara influencia de productos catódicos como Kolchak: The Night Stalker (Jeff Rice, 1974-1975),Expediente X (Chirs Carter 1993-2002, 2016-2018) o True Detective (Nic Pizzolatto, 2014-). De esta manera Expediente Warren: Obligado Por El Demonio destila un mestizaje que enriquece en cierto modo el microcosmos ficcional de los Warren cinematográficos transitando nuevas perspectivas de su universo, pero siendo siempre fieles a sus raíces.
El director sabe mantener la compostura en todo momento y su buen hacer no queda reducido al ya mencionado prólogo. Aunque nos encontramos con un producto alejado de la resolutividad de James Wan en las dos entregas previas es ineludible percibir un notable salto cualitativo en las aptitudes como realizador de Michael Chaves de The Curse Of La Llorona a esta The Conjuring: The Devil Made Me Do It. El estadounidense está posibilitado para crear atmósferas, dosificar la información en pantalla para que los jump scares no se apoderen de los pasajes de terror y sustentar su puesta en escena en un tenebrismo siempre amenazante y mórbido jugando en todo momento a favor de la propuesta gracias al diseño de producción, la fotografía y la labor actoral. Aunque como ya ha pasado en otros de los proyectos de esta u otras franquicias impulsadas por James Wan en más de un momento no podemos evitar pensar que su influencia no se redujo a co escribir y producir, cabiendo la posibilidad de haberse marcado un “Poltergeist” fagocitando la labor de su pupilo, algo a lo que también apuntaba la muy resuelta Annabelle Vuelve a Casa (Gary Dauberman, 2019).
Más allá de aspectos técnicos es una verdad irrefutable que el Warrenverso se sustenta principalmente en los dos actores que interpretan a Lorraine y Ed Warren. Desde la primera The Conjuring Vera Farmiga y Patrick Wilson han demostrado una química impecable a la hora de dar vida al matrimonio de parapsicólogos ayudando a construir el lore que puso sus primeras piedras en 2013 y les ha acompañado desde entonces. Nuevamente los dos intérpretes, caracterizados para aparentar el lógico paso de los años, acometen con profesionalidad dos roles que conocen perfectamente y se han convertido en indivisibles dentro de sus respectivas filmografías. La dinámica entre ambos, su relación interpersonal y cómo consiguen transmitir al espectador sus sentimientos y determinación a la hora de ejecutar sus labores paranormales siguen muy presentes en Expediente Warren: Obligado Por El Diablo. El problema es, y ya es algo a lo que apuntaba El Caso Enfield, que los guionistas cargan más las tintas con respecto a la sensiblería, la religiosidad y el tratamiento simplista de todo aquel personaje secundario que osa poner en entredicho los especiales dones de la pareja.
Como ya hemos afirmado Expediente Warren: Obligado Por El Demonio queda unos peldaños por debajo de los dos trabajos que le preceden, pero a pesar de la ausencia de James Wan como maestro de ceremonias el resultado es más que satisfactorio, convirtiéndose en el tercer mejor largometraje del Warrenverso y una pieza muy superior a cualquiera de los spin off diseñados para explotar la muy rentable gallina de los huevos de oro amparada por Warner Bros. Michael Chaves consigue llevar por buen camino el universo ficcional de los Warren heredando muchas de las virtudes de su jefe en pasajes memorables como el de la morgue o todo el clímax final, ese que parece homenajear incluso a la miniserie de El Resplandor escrita por Stephen King y dirigida por Mick Garris en 1997. Están por venir más entregas de Annabelle y la Monja, pero ahora nos quedamos con la buena noticia de los números de taquilla de esta The Conjuring: The Devil Mad Me Do It que junto a la también exitosa Un Lugar Tranquilo 2 confirman que el cine de terror no sólo es rentable y apreciado por el gran público, sino también el mejor para ayudar a las multisalas a salir de la crisis en la que se han visto abocadas durante más de un año por culpa de la pandemia.
"Quien reúna las 30 monedas tendrá en su poder un arma más poderosa que el mismo Arca de la Alianza. El sufrimiento de Dios, la más poderosa de las energías"
El pasado 29 de noviembre del nefasto 2020 un servidor se ocupó de reseñar para Transgresión Continua el episodio piloto de 30 Monedas, la serie de HBO producida, escrita y dirigida por el cineasta español Álex de la Iglesia del que también dejó su opinión en Zona Negativa mi compañero Sergio Fernández Atienza en su soberbia crónica al FANT: Festival de Cine Fantástico de Bilbao del año ya finiquitado. Habiendo sido recibido con parabienes en varios certámenes internacionales en los que fue proyectado, el primero de ellos uno tan prestigioso como el de Venecia, mis palabras hacia el producto fueron elogiosas, ya que esos primeros 70 minutos sintetizaban con impecable pericia lo que más tarde iban a ser las poco más de ocho horas desplegadas en el proyecto de la cadena por cable estadounidense, subido posteriormente al catálogo de su plataforma de pago por visión. Como a estas alturas todo el mundo sabe ya las 30 monedas a las que hace referencia el título de la serie son las que el apóstol Judas Iscariote cobró por traicionar a Cristo y las mismas se convierten en el MacGuffin central de la historia planteada por parte de Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría.
Una de esas monedas aparece actualmente en España, situada en el pequeño y tranquilo pueblo segoviano de Pedraza en el que la llegada del padre Manuel Vergara (Eduard Fernández), un sacerdote de hábitos poco saludables y aficionado al boxeo, parece haber dado inicio a una serie de sucesos sobrenaturales encabezados por una vaca dando a parir inexplicablemente a un bebé humano. La avispada veterinaria Elena (Megan Montaner) y Paco (Miguel Ángel Silvestre), el ingenuo e indeciso alcalde de la localidad, siempre manipulado por su arribista esposa, Merche (Macarena Gómez), pedirán ayuda al peculiar párroco para que arroje luz sobre los inexplicables hechos acaecidos en la zona. Un episodio traumático de su pasado relacionado con un exorcismo resultante en tragedia y su actual escepticismo debido a una profunda crisis de fe harán que el padre Vergara niegue todo lo ocurrido en Pedraza buscando una explicación lógica que no tenga nada que ver con lo ocultista o satánico, siempre apelando a una lógica que cada vez se le escapa más de las manos. Finalmente el bebé, acogido por Carmen (Carmen Machi), otra veterinaria del pueblo, y su marido, Alonso (Antonio Durán), resultará no ser humano y su presencia hará que Vergara tenga que reconsiderar su opinión. El supuesto bebé tomará la forma de un monstruo arácnido que sólo supondrá el principio de una pesadilla de proporciones descomunales relacionada directamente con las 30 monedas.
Telarañas se titula el arranque de 30 Monedas y en él conviven el terror satánico y el gótico rural marcando las pautas de un proyecto construido sobre la teología, lo demoníaco y el thriller sobrenatural en un contexto, el pueblo segoviano de Pedraza, relativo a esa España vaciada que tan bien supieron retratar autores como el Fernando Fernán Gómez de la malditísima y siempre reivindicable El Extraño Viaje (1964), el Mario Camus de Los Santos Inocentes (1984), el José Luis Borau de Furtivos (1975) y hasta la Pilar Miró de El Crimen de Cuenca (1979), paradójicamente una realizadora enemiga acérrima de la ficción fantástica y de terror española. Historias Para No Dormir (1966-1982) de Chicho Ibáñez Serrador, La Cosa (1982) de John Carpenter, El Exorcista (1973) de William Friedkin y hasta productos más exploit como ¡Estoy Vivo! (1974) de Larry Cohen o Xtro (1982) de Harry Bromley Davenport sobrevolaban una primera toma de contacto que, si no fuera por su final abierto, podría funcionar fácilmente como una película autocontenida o un módulo en una partida de rol, algo que el mismo De la Iglesia ha mencionado como una de sus principales influencias a nivel de construcción narrativa considerando esta primera temporada como una campaña.
Presentación de personajes, primer hecho inusual en el pueblo con una vaca dando a parir un bebé humano y el despliegue de secuencias de acción y terror dando muestras de holgado presupuesto depositado en un producto que ya desde sus títulos de créditos, con una versión muy Zack Snyder de calvario de Cristo al ritmo semanasantero de la partitura de Roque Baños, denota la notable cantidad de dinero invertida por HBO Europa que el autor bilbaino ha sabido exprimer al máximo durante los ocho episodios. Del piloto es inevitable destacar el papel capitular de una aterradora Carmen Machi y ese bebé descomunal convertido posteriormente en una criatura arácnida de reminiscencias lovecraftianas, autor este que deja su impronta a lo largo de toda la temporada gracias a Jorge Guerricaechevarría y el mismo De la Iglesia, dos apasionados de su prosa. Situaciones como la del campanario con el personaje de Antonio, impresionante Javir Bódalo, o las dos visitas a la casa de Carmen y Alonso con las secuencias del dormitorio del bebé o la de las telarañas que rodean el ya mencionado inmueble dan buena muestra de la profesionalidad del cineasta a la hora de construir escenas de terror puro que nos retrotraen La Habitación del Niño (2005), su estimable aportación a la antología cinematográfica Películas Para No Dormir.
El segundo episodio, Ouija, abraza la estructura narrativa de casos sobrenaturales unitarios, pero vinculados con la trama central, que se extenderá a lo largo de varias entregas. El ritual espiritista en el cementerio, los flashbacks del exorcismo de Giacomo concomitante con el William Peter Blatty de la nunca suficientemente reivindicada El Exorcista III (1990) o las automutilaciones que se inflige Sole, deudoras de las de Isabelle Adjani en La Posesión (Andrzej Zulawski, 1981) no impiden que el producto tome aire para componer situaciones más calmadas con respecto al episodio piloto, aunque como evidenciamos no dejan de sucederse hechos interesantes desembocantes en un clímax final notablemente potente. En El Espejo Álex de la Iglesia vuelve a su admirado John Carpenter con un homenaje explícito a El Príncipe de las Tinieblas (1987) sin dejar de lado las referencias a El Más Allá (L’Aldilà, 1981) que también hace acto de presencia en todo lo relacionado con los reflejos y el “otro lado” al que transporta el espejo que da título el episodio. Una apisonadora de 64 minutos en los que Eduard Fernández vuelve a dar un recital interpretativo enfrentándose a su propio doppelgänger como salido de la Habitación Roja de Twin Peaks y con algunas secuencias de terror milimétricamente construidas.
Recuerdos, cuarto episodio y punto de inflexión conceptual en la serie. Se abre la aventura internacional, conocemos información vital del pasado de Vergara y las secuencias y diálogos memorables se suceden en cascada. Mediante una construcción sustentada en flashbacks relacionados con los años de aprendizaje del personaje protagonista se presenta un rol carismático y entrañable como el de Sandro, inmenso Leonardo Nigro, se comienza a perfilar el de Santoro y vemos por primera vez explícitamente al Angelo de Cosimo Fusco. Nos encontramos con uno de los capítulos más logrados, compactos y de mayor trasfondo de la temporada. Especial mención por un lado al uso magistral del Deep Fake para rejuvenecer los rostros de Eduard Fernández y Manolo Solo, cuyo resultado para sí lo hubiera querido el Martin Scorsese de El Irlandés (2019), y su original reformulación de la manera de enfrentarse a los exorcismos. Vergara afirma que dejar hablar a Satán, algo contraproducente según los expertos en posesiones demoníacas, podría permitirles conocer mejor su naturaleza e intencionalidad, idea brillante esta que más tarde desembocará en fracaso cuando los destinos de los dos roles antagónicos de la ficción separen sus caminos.
Con El Doble la subtrama de Pedraza se adentra en la brujería y el folclore propios de Las Brujas de Zagarramurdi con el supuesto regreso del desaparecido marido de Elena, un Víctor Clavijo espectacular, y la aparición de la anciana que en el cierre de la serie cobrará capital importancia. Mientras tanto Vergara se adentra en las profundidades de la organización secreta de los cainitas, dirigida por Santoro, desplegando aún más el abanico de referencias religiosas y mostrando el modus operandi del villano de la serie en lo que no deja de ser un homenaje explícito al cómic Predicador, escrito por Garth Ennis y Steve Dillon para el añorado sello Vertigo, consiguiendo Jorge Guerricaechevarría y Álex de la Iglesia ser más fieles a dicha obra que la serie de AMC que la adaptó oficialmente al medio televisivo. Las conspiraciones en la sombra, el color blanco de los trajes de los cainitas y sus intenciones maliciosas nos retrotraen directamente al Grial del que Herr Starr era su cabeza visible. A destacar el clímax final con la aparición de otra criatura que pareciera ideada por el director En la Boca del Miedo (In The Mouth Of Madness, 1995) y el escritor de La Sombra Sobre Insmouth en una noche de desenfreno etílico y psicotrópico.
Guerra Santa suponen los 59 minutos de 30 Monedas que acusan de una mayor dispersión narrativa. La incursión de Vergara en Siria tiene buenos momentos con ecos al prólogo de El Exorcista protagonizado por el padre Lankester Merrin de Max Von Sydow, pero después de su paso por Roma esta nueva andanza internacional resulta en cierta manera redundante. Algo parecido sucede con la nueva escapada, esta vez sí consumada, de Elena a París que aun desembocando en la localización de una de las monedas apela a cierto subrayado innecesario para el devenir de acontecimientos posterior. Este sexto episodio marca un desnivel entre la trama de Vergara y la de Pedraza, que si hasta ese momento habían mantenido cierta equidad en sus construcciones y paralelismos narrativos aquí la segunda queda en desventaja con respecto a la primera. En La Caja de Cristal la llegada de Angelo a Pedraza marca el encierro de los lugareños en el pueblo haciéndonos pensar en el Stephen King de La Cúpula (2009), el Luis Buñuel de El Ángel Exterminador (1962) e incluso el Michele Soavi de El Engendro del Diablo (La Chiesa, 1990). La antesala del potencial apocalipsis comienza a tomar forma y Vegara despide el episodio armándose hasta los dientes para enfrentarse a Santoro, Angelo y la organización secreta de los cainitas en una última secuencia ya icónica.
Sacrificio equivale al polémico clímax final, con cuerpo de cliffhanger, de la temporada. Antes de que los cainitas de Santoro lleguen a Pedraza Vergara se enfrenta a Angelo, que toma la forma del dios primordial Nyarlathotep, y una vez estos se establecen allí se procede a la coronación del personaje de Manolo Solo como el Antipapa mediante la reunión de las 30 monedas. Pareciera como si todo el pueblo segoviano hubiera ya caído totalmente bajo el embrujo demoníaco preparando rituales satánicos con un acabado estilístico imbuido por películas como La Montaña Sagrada (Alejandro Jodorowsky, 1973), cortometrajes como Un Perro Andaluz (Luis Buñuel, 1929) y hasta videojuegos en la línea de Silent Hill (1999). Finalmente Vergara y los suyos consiguen detener la llegada de una nueva era de oscuridad en la Tierra, pero entregando el sacerdote aparentemente su propia vida en el proceso y haciendo que las 30 monedas vuelvan a dispersarse cayendo en manos de varios de los cainitas que escapan con ellas. Este cierre de temporada, que dejó insatisfecho a cierto sector del público, sólo es un punto y aparte de lo que según Jorge Guerricachevarría y Álex de la Iglesia será una trilogía de cuya segunda parte o temporada ya tienen escritos los guiones a la espera del visto bueno de HBO para empezar el rodaje.
Dentro del espectacular reparto reunido por Álex de la Iglesia y en el que encontramos a secundarios de nivel como Javier Bódalo, Paco Tous, Pepón Nieto, Manuel Tallafé, Mariano Venancio, Nuria González, Greta Fernández, Beatriz Olivares, Secun de la Rosa o Francisco Reyes, entre otros, tenemos que hacer parada obligada en los principales personajes. Miguel Ángel Silvestre hace un esfuerzo hercúleo para que detrás de su porte apolineo y ese rostro dionisiaco anide un alcalde titubeante y escaso de carisma, pero es muy difícil aceptarlo en un principio, aunque a medida que pasan los episodios consigue mimetizarse por fin con su criatura. Una perfecta Megan Montaner da vida a una mujer de carácter y con mucha determinación, pero hacerla depender tanto de sus respectivos pretendientes menoscaba su perfil psicológico. Exultante resulta la labor de una Macarena Gómez repleta de claroscuros, con una versión actualizada de su protagónico en la brillante Musarañas (Juanfer Andrés, Esteban Roel, 2014) devorando el encuadre cada vez que la cámara repara en su presencia. Estos tres personajes, y el resto de los que conforman Pedraza, pasado el ecuador de la temporada parecen algo perdidos y desubicados cuando la trama de Vergara coge más fuerza que la del pueblo, pero aún así siempre forman parte de situaciones interesantes.
En el bando de los cainitas tenemos dos intérpretes que destacan sobremanera. Por un lado es de recibo mencionar la labor del gaditano Manolo Solo, al que habíamos visto alguna vez haciendo de personaje psicópata, como Garcés en El Laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006), pero nunca de una dimensión tan considerable como el Cardenal Santoro de 30 Monedas. Una labor inapelable de un actor ducho en el drama y la comedia, pero no en una ficción de género tan cercana al thriller o el terror como la serie de Álex de la Iglesia. El italiano Cosimo Fusco se corona como la revelación de la temporada con su papel del manipulador y metódico Angelo. El Paolo de Friends al que le habíamos perdido casi totalmente la pista, aunque alguno recordamos su papel en aquel inusual homenaje al giallo titulado Berberian Sound Studio (Peter Strickland, 2012), se ha convertido en uno de los actores más destacables del casting protagonizando pasajes inolvidables como el de su intento de exorcismo en Recuerdos o los que protagoniza en los dos episodios finales del proyecto. Ojalá volvamos a disfrutar de su amenazante y magnética presencia en la segunda temporada.
Pero si hay un actor del reparto al que debemos dedicar una nota aparte es al catalán Eduard Fernández a la hora de dar forma a su ya mítico padre Manuel Vergara. A nadie sorprenda la enorme labor del intérprete si tenemos en cuenta que desde los tiempos en los que era nominado al Goya al mejor actor revelación por Los Lobos de Washington (Mariano Barroso, 1999) hasta la actualidad ha demostrado sobradamente su valía en papeles como los de Son de Mar (Bigas Luna, 2001), Fausto 5.0 (Isidro Ortiz, Alex Ollé, Carlos Padrissa, 2001), Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006), Mientras Dure la Guerra (Alejandro Amenábar, 2019) o Perfectos Desconocidos (Álex de la Iglesia, 2017), largometraje que supuso su primer contacto con el autor de La Chispa de la Vida (2011). Pero su composición del personaje protagonista de 30 Monedas escapa a cualquier apreciación elogiosa o halago, entregando su rostro, físico y voz rotunda a un antihéroe que no desentonaría dentro de la filmografía de John Carpenter o como protagonista de un spaghetti western. Meses de gimnasio tuvo que sufrir Fernández para ponerse en forma y alcanzar la musculatura exigida para incursionar en las no pocas secuencias de acción física en las que se ve envuelto este sacerdote fumador, descreído, y con hechuras de mártir al que esperamos volver a ver, como sea, en la segunda temporada de la serie.
30 Monedas es un compendio de todas las inquietudes de Álex de la Iglesia, una partida de La Llamada de Cthulhu o Las Mansiones de la Locura enriquecida con todo aquello que le apasiona dentro del cine, el cómic, la literatura o el mundo del videojuego. No es un proyecto perfecto, porque aunque su historia es rica en matices y se desarrolla con interés acusa cierto desnivel en cuanto a la equivalencia cualitativa de sus distintas subtramas. Pero como relato híbrido y producto audiovisual funciona como un tiro debido a su deuda conceptual con la clásica historia de la lucha entre el bien y el mal y a un acabado técnico de nota, algo a lo que nos tiene acostumbrados el director de El Bar (2017) o Muertos de Risa (1999), a que se suman la ya citada labor de un cast de profesionalidad inapelable. En el proceso nos encontramos por primera vez con una producción televisiva patria en la que desfilan monstruos, exorcismos, criaturas infernales y acción demente con la que Álex de la Iglesia ha sido libre para poner en pantalla casi todo lo que pasaba por su imaginación y la de su compañero de escritura. De esta manera 30 Monedas y su éxito tanto nacional como internacional posiblemente supongan la punta de lanza de una nueva ola de series españolas adscritas a la fantasía, el terror e incluso la ciencia ficción que pueda llegar a depararnos más de una agradable sorpresa.
“¿Sabes qué es el mal? Es poder sin miedo, sin remordimiento y sin dolor”
Seguimos con nuestro ciclo de terror, motivado por la cercanía de la próxima celebración de Halloween, hablando de la tercera y, por desgracia, última temporada de Ash vs. Evil Dead, la continuación catódica de la saga cinematográfica Evil Dead ideada en su origen por el guionista y director Sam Raimi, el productor Robert Tapert y el actor Bruce Campbell. Después de Posesión Infernal (Evil Dead), Terroríficamente Muertos (Evil Dead II) y El Ejército de las Tinieblas (Army of Darkness) la versión audiovisual de la franquicia hibernó durante veinte años hasta que el brillante remake de la primera entrega llegó para inyectar nueva no vida a las aventuras centradas en la maldición escondida entre las páginas del Necronomicon Ex Mortis. Para regocijo de los fans Ash Villiams y su inseraparable motosierra volvieron en 2015 en formato televisivo con la ya citada Ash vs. Evil Dead, serie de la cadena de pago Starz convertida al poco de su estreno en uno de los productos de ficción más demencialmente bestiales y divertidos de la parrilla catódica internacional. Después de una desopilante primera temporada y una segunda yendo más allá para rebasar todos los límites de lo permisible y el buen gusto el presente año la tercera entrega hizo acto de presencia para poner prematuro fin a las andanzas demoníacas de “Ashy Slashy” y su pareja de sidekicks.
A diferencia de las dos temporadas anteriores de la serie la tercera no empieza pisando el acelerador al máximo para epatar a base de sangre y vísceras al respetable. Sam Raimi, Ivan Raimi y Tom Spezialy, creadores y showrunners del programa, por primera vez se toman el tiempo necesario para contextualizar la historia que van a narrar con Ash (Bruce Campbell) y Pablo (Ray Santiago) ya asentados en Elk Grove regentando una exitosa ferretería/sex shop, Kelly (Dana DeLorenzo) como la encargada de un bar de mala muerte y Ruby (Lucy Lawless) planeando la eliminación del protagonista por medio del Necronomicon Ex Mortis. Después de estos compases iniciales más calmados (todo lo calmados que pueden estar en una producción de naturaleza tan alocada como Ash vs. Evil Dead) la trama, una vez más sustentada sobre un punto de partida tan arbitrario como disparatado, comienza a encarrilarse y el exceso, la brutalidad, el humor negrísimo y la acción desenfrenada vuelven para campar a sus anchas en esta última temporada centrada en la relación de Ash con su hija Brandy (Arielle Carver-O’Neill), concebida durante un breve y lisérgico matrimonio con Candice Barr (Kathrina Hobbs), “Candy Bar” según el mismo Ash, y con la llegada de los “Oscuros” para desatar el apocalípsis en la tierra.
Con esta tercera temporada de Ash vs. Evil Dead los hermanos Raimi y Tom Spezialy tienen la intención de volver a las raíces de la serie con Ash aunando fuerzas con Pablo y Kelly para eliminar a Ruby, autoproclamada ya, de manera definitiva, como la villana principal de show. En el proceso nuestro protagonista tendrá que asimilar en tiempo récord tener una hija con la que la relación paternofilial se antojará caótica en exceso debido al carácter volátil, descerebrado y kamikaze del personaje interpretado por Bruce Campbell. Mientras tanto la venida del fin de los tiempos por mediación de los Oscuros, seres arcanos gracias a los cuales los creadores de la serie ahondan un poco más en el origen del Necronomicon Ex Mortis, sirven como excusa narrativa para volver a poblar Elk Grove de poseídos a los que ajusticiar de la manera más salvaje e imaginativa posible a manos de Ash o alguno de sus compañeros de fatigas. En lo referido a esto es de recibo mencionar que si bien, como apuntábamos antes, la temporada empezaba de manera más sosegada, en comparación con sus predecesoras, una vez los responsables de la misma deciden desbarrar lo hacen con un descontrol capaz de rebasar todas los límites de lo permisible en un producto televisivo.
Los zooms frenéticos, el slapstick, la iluminación esquizofrénica, las imágenes aceleradas, las lentes deformantes, los efectos de sonido regurgitantes, los incalculables litros de sangre y el despliegue interminable de vísceras que marcaron a fuego la puesta en escena de la saga desde su génesis con Posesión Infernal es explotada en esta tercera temporada de Ash vs. Evil Dead hasta el delirio, como si los autores detrás del proyecto supieran ya que esta tanda de episodios iba a suponer una despedida y decidieran ser excesivos e incorrectos hasta la hipérbole. Esta afirmación no viene sólo por la inclusión de secuencias sanguinolentas bordeantes en el ultragore, sino por pasajes tan temerarios y arriesgados como los protagonizados por niños o el de la matanza en el baile del instituto revelándose como una catarsis de violencia gratuita fruiciosa y tremebunda hasta la carcajada. Es de agradecer contar con un grupo de profesionales detrás de un proyecto como este con la intención de superarse a sí mismos a la hora de pisotear, escupir, vomitar y defecar en el buen gusto con la única misión de ofrecer a los fans de Ash y sus acólitos una nueva barbaridad con la que saciar nuestro apetito goloso. Sirvan como ejemplo de esto la escena de la batalla en el banco de esperma con dichos fluidos utilizados a modo de “arma arrojadiza” o la protagonizada por el bebé, el cuerpo decapitado y las bolas de bolos, un homenaje descarado a Braindead y una a oda a ensanchar, de manera poco amable, todos los orificios del cuerpo humano.
Con respecto al reparto, tan desquiciado como la misma serie, todo son parabienes si tenemos en cuanta la presteza con la que se han adueñado de sus criaturas los cuatro actores principales. El Pablo de Ray Santiago sigue siendo de vital importancia después de haber mantenido contacto físico con el Necronomicon Ex Mortis, convirtiéndose en una especie de profeta de la llegada del apocalipsis con el intérprete de origen puertorriqueño entregándose sin prejuicios a la causa. Dana DeLorenzo vuelve a inyectar fuerza, descaro, sorna y carisma a una Kelly un poco más arrinconada que en las temporadas anteriores, pero no sin copar protagonismo en pasajes memorables como en el que intenta matar a Ruby a basa de disparos a quemarropa con la escopeta. Con respecto a esta última sólo podemos afirmar que la actriz de Xena: La Princesa Guerrera ha dado vida en esta serie al personaje más salvaje de toda su carrera, una villana totalmente a la altura de un protagonista convertido desde hace años en un tótem del género de terror y estando en todo momento a la altura de las circunstancias. Poco más podemos decir de Bruce Campbell y su Ash, él es, lógicamente, el alma tanto de este programa como de la saga cinematográfica original y su figura magullada y chulesca, tocada con sus inseperables motosierra y escopeta recortada, siempre permanecerá como un icono para todos aquellos que disfrutamos de sus correrías sobrenaturales. Como nota discordante dentro del casting mencionar a Brandy, una Arielle Carver-O’Neill esforzada, pero sin la personalidad, el desparpajo y la mala baba para dar vida convincentemente a una digna hija de su padre.
Cuando esta tercera temporada llegaba a su conclusión saltaba la noticia de la cancelación de la serie por baja audiencia y la despedida, esperemos que no irrevocable, de Bruce Campbell del personaje que le dio la fama y las mayores satisfacciones de su carrera interpretativa. Por desgracia la cadena Starz nos dejaba sin una cuarta entrega de Ash vs. Evil Dead, pero desde esta entrada un servidor sólo puede tener palabras de agradecimiento para el canal de pago por haber tenido los redaños de producir la serie más brutal, explícita, desprejuiciada, satírica y paradójicamente entrañable de la historia de la televisión. Sam Raimi, Ivan Raimi, Tom Spezialy, Robert Tapert y Bruce Campbell no sólo han sabido ser escrupolósamente fieles al microcosmos que ellos crearon hace más de treinta y cinco años. También han hecho lo posible por ir más allá eliminando todos los obstáculos en el camino con el único fin de llenar de regocijo durante quince irrepetibles horas la existencia de aquellos criados al calor de la franquicia Evil Dead entre cabañas malditas, magnetófonos siniestros, familiares y allegados desmembrados, novias zombie, sótanos tenebrosos, libros encuadernados con piel y escritos con sangre humana, muertos revividos, caballeros andantes, ejércitos de esqueletos y un encargado de la sección de electrodomésticos elegido, muy a su pesar, para librarnos del mal a toda la humanidad.
Título OriginalThe Nun(2018) DirectorCorin Hardy GuiónGary Dauberman y James Wan RepartoTaissa Farmiga, Demian Bichir, Jonas Bloquet, Bonnie Aarons, Charlotte Hope, Ingrid Bisu, Jonny Coyne, Manuela Ciucur, Jared Morgan, Sandra Teles, Boiangiu Alma, Laur Dragan
James Wan lleva camino de convertirse en uno de los creadores de ficción terrorífica más prolífico y exitoso del panorama actual. Después de haber ayudado a construir sagas como Saw e Insidious el microcosmos al que más rendimiento está sacando es al relacionado con las figuras de los parapasicólogos Ed y Lorraine Warren. Mientras en su faceta como director se ocupaba de las dos soberbias entregas de Expediente Warren: The Cojuring su avezado instinto como productor comenzaba a diseñar todo tipo de spin offs derivados de los films protagonizados por Vera Farmiga y Patrick Wilson. El primero en llegar fue el de Annabelle, la muñeca maldita que los “sabuesos de lo sobrenatural” tenían confinada en su famoso museo personal, contando ya con dos entregas, la estrenada en 2014 y su precuela, Annabelle: Creation, de 2017. Más tarde, desde las entrañas de Expediente Warren: El Caso Enfield, nace este nuevo spin off centrado en el personaje de “La Monja”, la encarnación corpórea del demonio Valak que atormentaba a la familia británica protagonista de la mejor entrega de toda la franquicia. Con guión del habitual de la casa Gary Dauberman basado en una historia del mismo James Wan, dirección del británico Corin Hardy y un reparto encabezado por Taissa Farmiga, Demian Bichir, Jonas Bloquet y la indispensable Bonnie Aarons La Monja ha llegado a las carteleras de todo el mundo recibiendo críticas bastantes negativas, pero reventando la taquilla al recaudar 131 millones de dólares a nivel mundial sólo durante su primer fin de semana.
Sirva como aviso para los fans de las correrías fantasmagóricas del matrimonio Warren que si con La Monja esperan encontrar la milimétrica puesta en escena, la sabia asimilación de referentes y el control del tempo narrativo en los pasajes de terror de James Wan grabados a fuego e las dos entregas de The Conjuring la decepción se hará patente bien temprano. El largometraje de Corin Hardy, a pesar de su voluminoso envoltorio, no deja de ser en esencia una Serie B, un producto exploit, una pieza que elude los referentes más obvios como El Exorcista o La Profecía para abrazar la influencia de trabajos italianos de terror como El Engendro del Diablo (La Chiesa, 1989) de Michele Soavi o el remake que Lamberto Bava realizó de La Máscara del Demonio (La Maschera del Demonio, 1960) uno de los clásicos más famosos de su padre Mario Bava. De esta manera el segundo spin off de la franquicia Expediente Warren deja clara su naturaleza de pastiche intrascendente y divertido desde su mismo arranque. No es que el director de The Hallow y su guionista, Gary Dauberman, se tomen a broma el material que tienen entre manos, nada más lejos de la realidad, pero sí son conscientes de lo inane de un producto hecho a rebufo de un enorme éxito de crítica y público cuya única misión es extender el microcosmos previamente planteado por los films anteriores u ofrecer pura fruición cinematográfica de género.
Más allá de la ligereza de la historia narrada por sus responsables delante y detrás de las cámaras La Monja hace gala de un diseño de producción encomiable. Warner Bros y la productora de James Wan, Atomic Monster, permitieron a Corin Hardy rodar el largometraje en Rumania con varias localizaciones situadas en una antigua catedral y esto, a parte de ser el caldo de cultivo para añadir anécdotas sobre supuestos “hechos sobrenaturales” en la promoción del film, es algo que se deja notar en pantalla. Desde una perspectiva puramente cinematográfica la dirección artística y de fotografía, los juegos de luces y sombras inducidos por la iluminación y la inteligencia del realizador a la hora de colocar la cámara son las mayores virtudes de The Nun. Los encargados del apartado visual consiguen transmitir una atmósfera herética, tenebrista, transmitiendo en todo momento una constante sensación de peligro. Gracias a angostos pasillos mal iluminados, siniestras capillas sacramentales y cementerios neblinosos el espectador receptivo en todo momento se ve inmerso en esos parajes de pesadilla implicándose con el relato expuesto a la espera de las consabidas escenas de sobresaltos, en su mayoría protagonizadas por el ya icónico personaje al que da vida la inquietante actriz Bonnie Aarons.
El guión de Gary Dauberman, repleto de clichés y lugares comunes, construye una trama notablemente previsible deparando pocas sorpresas desde un punto de vista argumental. Por suerte su escritura es ágil y sabe encadenar de manera competente numerosos pasajes de tensión con los que mantener el interés de un espectador permitiéndose en pocos momentos bajar la guardia. En este sentido entra en escena la labor detrás de las cámaras de Corin Hardy, bastante meritoria si tenemos en cuenta su exigua filmografía y con una sabiduría bien medida a la hora de mantener el control de una maquinaria de notable tamaño como la que James Wan y sus colaboradores ponen a su disposición. En cuanto a los pasajes de terror se aplica una ambivalencia un tanto molesta por parte del realizador alternando secuencias excelentemente medidas en las que la sugestión, el control de los tiempos y la atmósfera transmiten genuina inquietud con otras en las que los trucos de barraca de feria, los golpes de sonido estridentes y una tosquedad formal a la hora de intentar ejecutar los célebres jump scares haciendo que la faceta más de género del film se resiente un tanto. Con todo el proyecto depara algún que otro pasaje destacable por su fuerza y si hacemos caso a los rumores que confirman la autoría de James Wan en varios de ellos no debería sorprendernos la eficiente ejecución de los mismos.
Taissa Farmiga, Demian Bichir, y Jonas Bloquet son el trío de personajes principales del largometraje. La hermana de Vera Farmiga, sin ninguna conexión en la ficción con el rol de Lorraine Warren, consigue transmitir a su novicia todo el candor, la inocencia y las dudas propias de una monja que ni siquiera a tomado todavía sus votos, pero si su papel hubiese sido abordado adentrándose más en los terrenos de la blasfemia y el pecado habría sido mucho más interesante y tridimensional. El actor mexicano de Los Odiosos Ocho ofrece convicción y fuerza a su Padre Burke, pero el guión se ocupa de convertirle en un inútil total incapaz de hacer nada a derechas en toda la trama, evolucionando casi más en un estorbo que una figura heróica. El intérprete francés en cambio da vida al secundario típico sobre el que recaen los golpes de humor, siendo el núcleo central de pasajes bordeantes en la comedia que aligeran un poco el tono tenebrista de la propuesta sin caer nunca en el histrionismo o la excesiva chanza. Por último es de recibo mencionar la excelente labor de Bonnie Aarons, la verdadera protagonista de la velada dando vida a Valak. La mujer que ofeció su físico al, no menos terrorífico, vagabundo de Mulholland Drive vuelve a entregarse al 100% a una criatura que ya ha hecho suya, pero se percibe a lo largo del metraje que James Wan era una pieza clave para que la famosa Monja transmitiera genuino pavor. No hay una sola secuencia de este spin off que llegue a los niveles de eficacia de las apariciones de la religiosa en Expediente Warren: El Caso Enfield en las que el director de la futura Aquaman sacaba lo mejor de ella.
La Monja es cine de evasión puro y duro, un proyecto no muy caro, liviano y de segunda diseñado para seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro más prolífica de James Wan. Su excelente recepción en taquilla, se estrenó como la película más taquillera de toda la franquicia The Conjuring, confirma la próspera vida que espera al microcosmos adherido a las figuras de Ed y Lorraine Warren. Aunque Warner Bros todavía no haya confirmado nada damos por sentado la futura gestación de una secuela de La Monja, pero antes de ella veremos la tercera entrega de Expediente Warren, esta vez sin James Wan detrás de las cámaras, y un nuevo spin off centrado en la otra criatura presentada en El Caso Enfield, aquel Crookeed Man, interpretado por nuestro internacional Javier Botet, al que también regalarán aventuras en solitario en un innecesario afán de explotar hasta lo extenuante el universo Warren. Por ahora nos quedamos con las impresiones de esta divertida, inofensiva, alocada y desechable The Nun, una pieza desprejuiciada que tan pronto abraza el terror marginal por medio de material de derribo como homenajea a films alejados del género en el que se engloba como Los Demonios, de Ken Russell, y Narciso Negro, de Michael Powell y Emeric Pressburge. 96 minutos de disfrute ligero y sin complejos tan digerible como olvidable a las pocas horas de abandonar su proyección.
Título OriginalHereditary(2018) DirectorAri Aster GuiónAri Aster RepartoToni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff, Milly Shapiro, Ann Dowd
Desde hace tiempo los aficionados al cine de terror nos encontramos una o dos veces al año con un largometraje vendido por ciertos sectores del público y la prensa especializada como la enésima “reinvención del género”. Supuestas obras maestras que por su originalidad, planteamiento y hallazgos visuales o narrativos merecen ese pintoresco y exagerado apelativo que en no pocas ocasiones es concedido con una ligereza del todo contraproducente. Por regla general los resultados no suelen ser para tanto y a veces llegan incluso a decepcionar como le sucedió a un servidor con La Bruja, el debut de Robert Eggers del que hablé por estos lares en su época de estreno. Pero también es cierto que piezas como las adscritas a las sagas Insidious, Expediente Warren (The Conjuring), muestras independientes controvertidas como The Lords of Salem o la más reciente Un Lugar Tranquilo han deparado más de una sorpresa a los amantes de esta clase de celuloide. Desde que tuviera su puesta de largo internacional en el Festival de Sundance del presente año, Hereditary, la ópera prima del cineasta estadounidense Ari Aster, pasó a engrosar las filas de estas supuestas producciones magistrales llegadas para cambiar los preceptos del tipo de films al que se adscriben gracias a la excelente acogida recibida en el certamen creado por Robert Redford y la efectiva publicidad vendiéndola como una película tan terrorífica como insoportable para cierto tipo de espectadores.
Vaya por delante que Hereditary no va a cambiar el futuro del cine de terror, no por su falta de virtudes, que sí las tiene y en grandes cantidades, sino por no descubrir nada nuevo y transitar lugares comunes reconocibles para el fandom tanto en los clásicos, como en muchas de las mejores muestras recientes, del género. De esta manera Ari Aster se alimenta de obras maestras como El Exorcista o La Semilla del Diablo (Rosemary’s Baby) así como de piezas contemporáneas del estilo de Babadook o las ya citadas The Lords of Salem y La Bruja diseñando un producto multirreferencial que a pesar de todo trata de buscar su propia voz. La trama del largometraje está protagonizada por la familia Graham, formada por un matrimonio y dos hijos, tomando como punto de partida el funeral de la abuela materna. Tras la defunción de la anciana iremos descubriendo la personalidad de estas cuatro personas entre las que encontramos a la matriarca Annie (Toni Collete) mujer con problemas psicológicos y aficionada a construir casas de muñecas, Steve (Gabriel Byrne) marido cariñoso y padre abnegado, Peter (Alex Wolff) hijo adolescente con largo historial de desencuentros con su madre y finalmente Charlie (Milly Shapiro) hija pequeña callada, taciturna y sombría, además de la única persona que echa de menos a la fallecida por haber compartido con ella estrechos lazos afectivos.
Más allá de este punto de partida y el perfil de los personajes adjuntado es conveniente no saber nada más de una obra como Hereditary poseedora de algunos giros de guión bestiales, sobre todo el que cambia radicalmente el tono de la propuesta de Ari Aster, tan efectistas como necesarios para que el guionista y director pueda fertilizar el terreno en el que trabajará después del ecuador del metraje. Con respecto a su labor detrás de las cámaras se antoja inconcebible un debutante con su soltura y control férreo de una puesta en escena brillante aprovechando todos los medios audiovisuales a su alcance para dar una factura bordeante en lo virtuoso a su ópera prima. El posicionamiento y los movimientos de la cámara, la cadencia de los encuadres, la pericia a la hora de construir escenas de verdadero terror sin necesidad de recurrir a los inefables jump scares y una utilización virtuosa de las maquetas construidas por Annie con la doble intención de ejecutar algunos planos vibrantes y dar forma a una alegoría que enfatiza los roles de “muñecos controlados por una fuerza mayor” en los que se convierten los protagonistas del largometraje son la demostración clara del talento de un muy prometedor artesano. De esta manera la labor como jefe de ceremonias de Ari Aster se revela como uno de los puntos más fuertes de Hereditary gracias a su talento para diseñar atmósferas transmisoras de genuino pavor sin la necesidad de caer en trucos de barraca de feria o efectismos reprobables.
En cuanto al guión de Hereditary, escrito íntegramente por su también director, ya hemos mencionado su escasa originalidad a la hora de buscar inspiración para construir una historia diferente sin adentrarse en caminos mil veces transitados. Todos los pecados cometidos por Ari Aster a la hora de ejecutar una amalgama de referencias con las que construir su relato sin dejar mucho espacio a la inventiva son perdonados el revelarse esa mixtura de homenajes sólo como la parte de un todo narrativo mucho más cohesionado y profundo con el que consigue equilibrar un cuento de terror mórbido, enfermizo y perverso por medio de la perfecta unión entre los resortes adscritos al género en el que se enmarca el largometraje y el drama más desgarrador encontrando a sus máximos valedores en los personajes que pueblan el mismo. Con más de una semejanza con la ya citada Babadook la ópera prima de Ari Aster utiliza su naturaleza genérica para ejecutar un retrato brillante sobre cómo la pérdida puede destruir desde dentro un núcleo familiar que sólo necesitaba un catalizador para desmoronarse como un castillo de naipes. Por medio de la alegoría y el omnipresente simbolismo el guionista y director recurre a la vertiente sobrenatural de su pieza para sustentar un tratado sobre la depresión y los trastornos mentales digno de elogio y estudio.
Aunque el trabajo de escritura y realización de Ari Aster es uno de los pilares maestros sobre el que se sustenta Hereditary es su reparto el encargado de elevar a la excelencia el conjunto de la obra gracias a su labor delante de las cámaras. Jamás hubiera imaginado un servidor después de haberla visto en decenas de películas que la australiana Toni Collette, no sólo podría dar vida a un papel tan extremo como el de Annie Graham, adentrándose con él en la tragedia más desgarrada aderezada con incómodos pasajes de humor negrísimo, sino ofrecer una mirada tan abrasiva y diabólica como para deparar a más de un espectador impresionable unas cuantas noches de insomnio. No le va a la zaga el animal herido al que da vida un superlativo Alex Wolff elaborando una criatura poliédrica, doliente, abordándola con una profesionalidad intachable y una intensidad no menos cruenta, haciendo saltar chispas en cada encuadre compartido con su progenitora en la ficción. Gabriel Byrne es nuestro ancla con la realidad, el personaje equivalente al raciocinio y la coherencia dentro de Hereditary acometido por el intérprete irlandés con una contención en las antípodas de sus dos citados compañeros de reparto. Finalmente mención especial para Milly Shapiro, actriz adolescente de físico peculiar, padece el Sídrome Treacher Collins, cuyos silencios, miradas y molesto sonido bucal se convierten en el alma de la película gracias a su entrega para ofrecer a la platea el miembro más importante de la familia Graham desde una perspectiva tanto terrenal como sobrenatural.
Hereditary está lejos de ser la “mejor película de terror de todos los tiempos” y ni siquiera alcanza a ser la obra maestra promulgada por unos cuantos, etiqueta esta que ha jugado en contra de sus humildes intenciones como pieza de género. Como producto cinematográfico no ha conectado con el público generalista que la ha recibido entre extrañado, confundido y decepcionado, pero para la prensa especializada y el aficionado al género en el que se enclava se revela brillante en muchos aspectos, suponiendo la recuperación de los mejores preceptos dentro de un celuloide de posesiones, casas encantadas y brujería viviendo actualmente una nueva edad de oro gracias a productoras como A24 o Blumhouse Productions, factorías preocupadas por ofrecer la perfecta combinación entre calidad y comercialidad para saciar el apetito goloso del fandom. El joven Ari Aster ha dado un fuerte puñetazo sobre la mesa con su debut detrás de las cámaras y ya prepara su nuevo proyecto como director, un film titulado Midsommer cuyo rodaje comenzará el ¡próximo mes de agosto centrándose en el folklore escandinavo (como sucedía en The Ritual, otra de las mejores horror movies del 2018) con una pareja de protagonistas viviendo unas peculiares y nada inofensivas vacaciones en Suecia. Esperemos que su olfato para elegir proyectos esté a la altura de su talento como narrador y no caiga en la trampa de convertirse en un engranaje más de la maquinaría hollywoodiense.
Título OriginalThe Devil and the Father Amorth(2017) DirectorWilliam Friedkin GuiónWilliam Friedkin, Mark Kermode
Desde su misma concepción The Devil and Father Amorth apuntaba maneras rocambolescas. El director de El Exorcista, William Friedkin, con el respaldo del prestigioso crítico cinematográfico británico Mark Kermode, conseguía por primera vez capturar con su cámara un exorcismo supuestamente real, algo que el Vaticano no había permitido hasta ese momento. De esta manera el autor de TheFrench Connection recibió permiso para asistir al noveno intento por parte del célebre, y ya fallecido, Padre Gabriele Amorth, de expulsar la entidad demoníaca encerrada en el cuerpo de Cristina, una joven italiana teóricamente poseída por fuerzas sobrenaturales. El documental se presentó en el pasado Festival de Venecia consiguiendo el apoyo de quienes lo recibieron como un testimonio estremecedor sobre la eterna lucha entre el bien y el mal y el rechazo de aquellos que sólo veían una pantomima por parte del veterano cineasta norteamericano y sus colaboradores.
Sería un error negar el potencial interés suscitado por un proyecto como The Devil and Father Amorth de cara a distinto tipo de espectadores, tanto en el creyente convencido de la veracidad de lo expuesto en pantalla por parte de William Friedkin, como en el escéptico defensor de la posible enfermedad mental de Cristina, la supuesta posesa, de naturaleza terrenal y totalmente alejada de lo sobrenatural. Aunque sólo sea por saciar nuestra curiosidad o el morbo implícito en asistir al testimonio audiovisual de un "verdadero exorcismo" a manos del sacerdote que, cuenta la leyenda, más de estos rituales llegó a ejecutar a lo largo de su longeva vida el último trabajo del director de A la Caza (Cruising) merece ser degustado, más por un sentido antropológico que artístico, porque otra cosa no, pero si algo consigue como obra es esclarecer muchas ideas sobre el ser humano y lo maleable de sus creencias y sistema de valores.
William Friedkin aborda The Devil and Father Amorth eludiendo por completo sus demostradas cualidades como creador de material audiovisual dentro de la ficción para entregar un documental dificilmente diferenciable de cualquier otra muestra ortodoxa del género. Esta decisión convierte el proyecto en una pieza nada llamativa en lo referido a su puesta en escena, pero su máximo responsable no toma esa decisión a la ligera. Dicha elección tiene su origen en el propio Gabriele Amorth y las condiciones impuestas al cineasta para grabar el exorcismo. Entre ellas que sólo él asistiera a la práctica, sin equipo de rodaje o iluminación y portando personalmente la cámara. De esta manera el director de La Tutora (The Guardian) es coherente con el pasaje vertebrador de su obra y apelando a una coherencia interna escoge ese tipo de realización para todo el metraje, superando este escasamente la hora de duración y dedicando la mitad del mismo al citado ritual.
The Devil and Father Amorth se divide en tres partes diferenciadas y un epílogo a modo de cierre. La primera está dedicada a contextualizar la historia del mismo William Friedkin como director de El Exorcista, apuntando el origen del proyecto o añadiendo algunas anécdotas referidas a su gestación, y presentar a Gabriele Amorth como personalidad capital dentro del Vaticano en materia de exorcismo. La segunda se centra el exorcismo en sí, aproximadamente treinta minutos dedicados a Cristina y el último intento por parte del Padre Amorth de liberarla de la supuesta entidad maligna que posee su cuerpo. La tercera se centra el el director mostrando el testimonio audiovisual a distinto tipo de personalidades, hombres de ciencia y fe, para ofrecer sus opiniones sobre el mismo. Por último nos encontramos con un epílogo contenedor de los pasajes más sonrojantes y reprobables del documental al que volveremos más tarde para detenernos en sus deficiencias y decisiones erróneas.
Una vez confirmado el tono impersonal y rudimentario del documental y expuesta su estructuración narrativa sólo nos queda profundizar en su intencionalidad y mensaje. En sus primeros compases The Devil and Father Amorth se antoja casi un making of de El Exorcista en el que un William Friedkin hablando directamente a la cámara copa más protagonismo del necesario en un documental centrado en una temática con pocos puntos en común con su formación cinematográfica más allá de la conexión clara con su film más célebre. Testimonios como el de William Peter Blatty, autor de la novela original y el guión adaptado de la misma para la pantalla grande, ofrecen interesantes datos sobre el supuesto caso real de posesión demoníaca que inspiró el libro y la posterior película de 1973. Una vez expuestos los motivos de Friedkin los parabienes para presentar a Gabriele Amorth no se hacen esperar y a la hora de hablar de la relación compartida con él, breve pero intensa, contextualiza el siguiente apartado del documental.
Con los casi treinta minutos dedicados al exorcismo de Cristina, presentada con una brevísima entrevista hablando de su posible posesión, The Devil and Father Amorth muestra sus cartas y desde el punto de vista de un servidor el proyecto fracasa casi en su totalidad. Friedkin planta su objetivo delante del rostro de Cristina mientras el Padre Amorth comienza el ritual y dos hombres agarran a la mujer durante la peculiar plegaria del sacerdote nonagenario. Como testigos encontramos a numerosos familiares de la víctima u otros representantes clericales y lo acontecido ante cámara en varios momentos bordea la comedia involuntaria. Es elogiable que el director no añada artificio alguno a las imágenes capturadas por su impronta para añadirles más visceralidad, lo que acontece en esa habitación es tal y como se expone en pantalla. El problema reside en la naturaleza decepcionante de la supuesta exorcización, no sólo reducida a una joven intentando convulsionarse de manera poco creíble mientras hace sonidos guturales, sino también recibida por el mismo Amorth y el resto de asistentes con una cotidianidad que anula todo potencial impacto de cara al espectador. Lo del "Cumpleaños Feliz" es digno de parodias como Reposeida (1990) o Scary Movie 2 (2001)
La parte más interesante del documental toma lugar después del exorcismo, cuando Friedkin lo muestra a neurólogos, psiquiatras y sacerdotes para ofrecer estos distintas opiniones sobre él y su supuesta naturaleza diabólica. Aquí se plantean dudas y abordan temas interesantes como personas dedicadas a la ciencia con creencias religiosas afirmando la procedencia inexplicable del estado de Cristina, expertos en enfermedades mentales apelando a que el contexto social y religioso de la persona supuestamente poseída es muy importante de cara a su sugestión con respecto al exorcismo o testimonios de miembros de la iglesia católica confesando sentir pavor si se vieran en la situación de tener que llevar acabo está práctica por tener que enfrentarse al Maligno sin tener las fuertes convicciones de un experto como Gabriele Amorth. Aunque algunos de los testimonios incitan a la ceja arqueada y hasta el sonrojo aquí encontramos los momentos más rescatables The Devil and Father Amorth.
Por desgracia esos contados momentos de lucidez en la tercera parte del documental se ven ensombrecidos por un epílogo vergonzoso. Rompiendo la tonalidad naturalista y distante del proyecto, alterando la puesta en escena, hasta ese momento tan intrascendente como correcta, apelando innecesariamente a un montaje frenético y trucos visuales de baratillo William Friedkin se traiciona a sí mismo como narrador y al material que tiene entre manos ofreciendo un giro final artificioso y cinematográfico, en el peor sentido de la palabra, intentando inyectar al cierre de la obra ese impacto no conseguido por el exorcismo de Cristina, para colmo con su máximo responsable narrando los hechos por su propia boca ya que casualmente en ese instante en concreto no llevaba la cámara con la que había grabado todo el documental. Este vano intento por afirmar de cara a la platea la imbatibilidad de un mal que nunca descansa y siempre anda al acecho cierra la obra como se abría, de manera esperpéntica.
Aunque resulta una obra notablemente decepcionante en varios aspectos alejándose poco de cualquier programa de Cuarto Milenio presentado por el periodista Íker Jiménez y su inseparable Carmen Porter The Devil and Father Amorth es una pieza merecedora de ser visionada aunque sólo sea una vez. Su ineficacia extrapolando a la pantalla unos supuestos hechos reales contrasta con la fuerza de su propuesta, suficientemente ambigua para que los creyentes reafirmen sus ideas con respecto a la existencia real de seres extraterrenales apoderándose de los cuerpos de jóvenes cristianos y los ateos confirmen como trastornos mentales, alentados por el extremismo religioso, esas supuestas posesiones. En cuanto a William Friedkin sólo queda esperar su retorno a la ficción, terreno en el que se mueve con mucha más soltura que en el documental, donde no tiene mucho futuro si nos atenemos a lo visto en su último trabajo, reducido a un homenaje hacia las figuras de sus amigos Gabriele Amorth y William Peter Blatty.