sábado, 7 de abril de 2018

Que Dios Nos Perdone, el mal que hacen los hombres



Título Original Que Dios Nos Perdone (2016)
Director Rodrigo Sorogoyen 
Guión Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen
Reparto Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Javier Pereira, Luis Zahera, Raúl Prieto, María de Nati,  María Ballesteros, José Luis García Pérez, Mónica López, Rocío Muñoz-Cobo, Teresa Lozano,  Francisco Nortes, Andrés Gertrúdix, Jesús Caba, Alfonso Bassave, Raquel Pérez, Javier Tolosa, Josean Bengoetxea





Es ineludible que desde hace unos años el thriller español está viviendo una nuevo resurgir que lo mantiene con una excelente salud. Grupo 7, La Isla Mínima, Cien años de Perdón, Invasor, Celda 211, El Niño o Tarde Para la Ira son buenas muestras de cómo este tipo de cine puede ofrecer productos de calidad dentro de la cinematografía patria que también conectan con el gran público. Después de su alabado debut en solitario detrás de las cámaras con Stockholm, drama romántico protagonizado por Aura Garrido y Javier Pereira, el cineasta madrileño Rodrigo Sorogoyen probó suerte dentro de este género con Que Dios Nos Perdone, uno de los mejores largometrajes del año 2016 que consiguió importantes reconocimientos como el premio al mejor guión en festival de San Sebastián para el mismo Sorogoyen y su colaboradora Isabel Peña y el Goya al mejor actor principal para Roberto Álamao dentro de las seis nominaciones que había recibido para dichos galardones.




Que Dios Nos Perdone tiene lugar en Madrid durante el verano de 2011 en plena visita del Papa Benedicto XVI a la capital española arrastrando una enorme horda de fieles. Los inspectores de policía Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre), cada uno de ellos arrastrando sus propios problemas personales relacionados con la violencia y el aislamiento social, investigan el caso de un escurridizo y brutal asesino en serie cuyas víctimas son mujeres de la tercera edad. En este contexto de confusión y calles atestadas de turistas tendrán que intentar dar con el paradero de dicho criminal para impedir que siga quitando vidas. En el proceso ambos agentes descubrirán que sus propios instintos violentos y expeditivos no les diferencian demasiado del animal salvaje al que están dando caza y que se convertirá en una obsesión personal para ambos una vez decidan rebasar todos los límites con el único fin de atraparlo.




La segunda película de Rodrigo Sorogoyen es un thriller policíaco genérico desde una perspectiva narrativa, pero una rara avis desde la estilística. En un tiempo en el que este tipo de largometrajes son abordados con una visión arraigada en el celuoide norteamericano, en ocasiones heredado de artesanos como William Friedkin o John Frankhenheimer, con una cámara al hombro inmersiva y unas secuencias de acción brutalmente orgánicas el madrileño apela a una puesta en escena contenida, sobria, en la que apenas se da cobijo a planos nerviosos que busquen forzadamente un ritmo frenético, dejando respirar los encuadres por medio de peculiares grandes angulares, recurriendo en ocasiones hasta al estatismo y una fluidez naturalista que en cierta manera entronca con la sordidez de la historia que se nos narra, aunque cuando debe exponer en pantalla secuencias de violencia explícita afines al tono brutalista de la propuesta lo hace con notable pericia y sobrado oficio.




Si desde el punto de vista de la realización Que Dios Nos Perdone rompe no pocas normas con respecto a la estética propia aplicada al género al que se adscribe, en cuanto a la escritura el contexto opresivo y el entorno amenazante se apoderan del relato. De esta manera Isabel Peña y Rodrigo Sorgoyen construyen una historia en la que la violencia sobrevuela todo el conjunto de la obra, adentrándose en terrenos de la ambigüedad moral a la hora de retratar a criaturas en cierta manera deleznables con las que llegamos a empatizar por el simple hecho de implicarnos en el caso en el que se ven inmersos y no por otra causa de naturaleza más emocional aunque algo de ello hay. De esta manera los guionistas apelan a aquella teoría planteada por Alan Moore en la mítica La Broma Asesina en la que afirmaba que Batman estaba a sólo un mal día de convertirse en el Joker. Los inspectores Alfaro y Velarde finalmente se diferencian poco del asesino en serie al que están buscando y dicha idea se confirma en el epílogo que cierra el largometraje..




El primero, que queda perfectamente perfilado con la escena de la execrable anécdota entre el antidisturbio y el manifestante que relata entre carcajadas, es un psicópata con uniforme, uno de esos dementes que eligen entrar en las fuerzas y cuerpos del estado para poder canalizar sus instintos violentos contra "criminales que lo merecen" pero cuyo carácter volatil le incita a agredir incluso a sus propios compañeros. La paradoja llega cuando somos conscientes de que es un profesional eficiente en su trabajo, una especie de Vick Mackey patrio que se enfanga hasta el cuello para que los altos mandos de la policía no tengan que ensuciarse personalmente mientras estos le permiten sobreexplotar dicha faceta para no tener que implicarse personalmente en una vida privada, con una mujer y dos hijos, muerta en vida por culpa de su personalidad amenazante y expeditiva.




El segundo es un metódico inspector, apocado y callado, a causa de su notable tartamudez, que suscita tanta admiración como rechazo por parte de el resto de policías debido a su peculiar método para analizar las escenas del crimen. Pero al igual que su compañero es un negado en su vida social y pésimo para las relaciones sentimentales, algo que se deja percibir claramente con la controvertida subtrama de la limpiadora en la que vemos florecer en el personaje unos instintos mórbidos cuyo germen parece encontrarse en la interacción diaria que experimenta con todo tipo de homicidios perpetrados por brutales asesinos en serie y con los que, volvemos a apuntar, parece tener más similitudes de las que pudiera parecer en un principio aunque se encuentre en el lado opuesto de la ley, abordando de este modo una teoría que un año después diseccionarían también Joe Penhall y David Fincher en la brillante Mindhunter.




Para que estos dos personajes repletos de claroscuros y dilemas éticos y morales sean extrapolados del papel a la pantalla con la eficiencia necesaria Que Dios Nos Perdone recurre a dos actores sencillamente brillantes. Roberto Álamo alterna con un aplomo digno de análisis carisma y socarronería con un profundo rechazo y en ocasiones hasta asco, aprovechando su rotundo físico para convertirse en una bestia descontrolada que intimida con su propia presencia en pantalla. Comparte con él una química descomunal un Antonio de la Torre en la línea de sus últimos personajes, silencioso, casi imepertérrito, permitiéndose en muy pocas ocasiones transmitir sus emociones (la conversación sobre las prostitutas con su colaborador es una oasis en el desierto) pero que condensa en su interior, con incluso más efectividad que su compañero de reparto, el subtexto del largometraje sobre lo fina que es la línea que separa a "héroes" y "villanos".




Con un trabajo casi intachable y en cierta manera arriesgado por parte de su director a la hora de sumergirse por primera vez en este tipo de celuloide, un guión bien construido y con reflexiones interesantes enraícadas en el género policíaco desde los tiempos de Sidney Lumet, dos actores sobresalientes respaldados por secundarios de sobrada eficiencia como Luis Zahera, Mónica López, Rocío Muñoz, José Luis García Pérez o un perturbador Javier Pereira Que Dios Nos Perdone confirma, como bien apuntábamos al inicio de la entrada, la buena salud del thriller en el actual cine español, con cada vez más autores probando suerte con el género y ofreciendo, como en la ocasión que nos ocupa, un retrato del lado más siniestro y oculto de una estado de derecho que trata de erradicar una violencia en las calles que ya se encuentra impregnada en nuestro ADN extendiéndose como un virus por todos los estratos de nuestra sociedad sin que nadie pueda o quiera evitarlo.



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