martes, 16 de noviembre de 2010

La Muerte y la Doncella, el sueño de la razón produce monstruos



Título Original: Death & the Maiden (1994)
Director: Roman Polanski
Guión: Rafael Yglesias & Ariel Dorfman basado en la obra de teatro de este último
Actores: Sigourney Weaver, Ben Kingsley, Stuart Wilson






En el año 1991 el célebre dramaturgo chileno Ariel Dorfman estrenó en las tablas una obra de teatro escrita por él, llamada La Muerte y la Doncella (el título hace mención al cuarteto de cuerda compuesto por Franz Schubert) en la que una antigua prisionera del gobierno chileno durante la dictadura de Augusto Pinochet, reconoce años después y sólo por la voz a su supuesto torturador cuando en una noche lluviosa su marido trae a su hogar un hombre desconocido que le recogió en la carretera y le acompañó a casa al averiarse su coche.




La labor de la escritura del film y la adaptación del teatro al cine corrió a cargo del mismo Ariel Dorfman y del guionista Rafael Yglesias (Sin miedo a la Vida). La dirección recayó en uno de los mejores directores que ha dado la historia del cine, el francopolaco Roman Polanski. El resultado es un thriller con apuntes dramáticos de un acabado meticuloso y potente que aunque no lo haga de manera explícita (ya que nunca se localiza geográficamente de manera alguna la acción) el espectador es consciente que tiene lugar en el Chile de principios de los 90.




Death and the Maiden es un auténtico tour de force. Sólo tres actores, una localización y una tensión que va in crescendo a largo del ajustado metraje gracias a el libreto y sobre todo a un Roman Polanski pletórico detrás de las cámaras, ejerciendo de un director de orquesta al que no se le resiste nigún género. El realizador de El Pianista sabe exprimir al máximo las posibilidades de un espacio limitado, como hemos podido ver previamente en obras como Cul de Sac, La Semilla del Diablo (Rosemery's Baby) o El Quimérico Inquilino (The Tenant) y realizar un trabajo magnífico con la dirección de actores, mostrando los mismos a sus personajes muchas veces como prisioneros de sus propias pulsiones.




La tortura como destrucción física y moral, así como el instinto de venganza contra el uso de tan inmoral acto es el tema principal de una cinta que desde la modestia más honrosa consigue erigirse como metáfora y alegoría de una época terrible y negrísima en la historia de Chile. En una pequeña y aislada casa cerca de la playa, Polanski consigue narrar en toda su magnitud un relato aterrador y crudo acaecido durante la dictadura militar por medio del personaje de Sigourney Weaver que se desnuda física y emocionalmente a la hora de hablar del trato inhumano que sufrió cuando estaba encerrada en un hospital supuestamente dirigido por el personaje de Ben Kingsley, al que dice reconocer como su captor.




Los tres actores sustentan todo el peso del largometraje. Weaver se abre el pecho y hace uno de los mejores trabajos de su carrera dando vida a la inestable Paulina Escobar, a pesar de sus arrebatos violentos casi en todo momento consigue la complicidad del espectador. De Ben Kingsley uno siempre se espera lo mejor y él incluye el tono de complejidad al conseguir hasta el final del film no dejar claro si es el torturador de la protagonista o si la misma se ha confundido de persona, destacando en su trabajo el magnífico monólogo al pie del acantilado. Por último, el contrapunto de lucidez lo da un Stuart Wilson del que sólo puedo decir que es una pena que no se prodigue más, porque hace una excelente labor.




Polanski juega con cartas marcadas desde el principio. Si el personaje de Kingsley es el torturador se confirma lo que dice Paulina y la venganza es comprensible (aunque nunca justificable, desde mi punto de vista) y si no lo es y la protagonista se equivoca se acentúa aún más el mensaje sobre las secuelas imborrables que sufren las víctimas de las torturas. Por eso no había manera de que el enano fallara y no lo hace. La Muerte y la Doncella es una de las obras menos conocidas de su autor, pero está ejecutada con la precisión y el acierto habituales en Polanski. Una pieza necesaria y a recuperar que nos muestra que no sólo los fallecidos fueron las víctimas de la dictadura de Pinochet (o la de cualquier otro) y su caravana de la muerte.


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