Director: David Fincher
Guión: Aaron Sorkin basado en la novela de Ben Mezrich
Actores: Jesse Eisenberg, Andrew Garfield, Justin Timberlake, Armie Hammer, Joseph Mazzello, Max Minghella, Rashida Jones, Brenda Song, Rooney Mara, Malese Jow
David Fincher se ha erigido más de una vez como cronista de la juventud de una época. Lo hizo con la mal llamada generación X en aquella genialidad titulada El Club de la Lucha en las postrimerías del siglo XX y ahora, lo hace con la siguiente, la criada delante de un monitor de ordenador, a inicios de la segunda década del nuevo milenio y con una madurez como autor que ya la quisieran muchos de los talentos habituales de Hollywood. Pero no con una obra maestra o un clásico instantáneo como se aventuran a afirmar algunos personajes de la prensa especializada, sino con una película efectiva y entretenida, que no es poco, pero tampoco tanto.
The Social Network narra con distintos tipos de flashbacks todo el entramado creativo y posteriormente legal de la creación de Facebook, la red social más grande del mundo, con más de 500 millones de usuarios en todo el globo, siguiendo los pasos de su creador e impulsor Mark Zuckerberg. Con esta obra de lo que el espectador seguidor de David Fincher (sí, soy uno de ellos) se da principalmente cuenta es de su asentamiento formal como un verdadero autor cinematográfico, por varios y distintos motivos que ahora paso a exponer.
Para empezar y en el plano más estilístico es un hecho que Fincher desde más o menos Zodiac ha evolucionado en su manera de tratar la dirección cinematográfica. El tratamiento visual que el director de Alien 3 siempre aplicaba a sus trabajos con una concepción entre muy efectiva e innecesariamente caprichosa del acabado de sus productos ha dejado paso a un control más elaborado del encuadre, más sólido, la cámara ya no se mueve, lo que toma movimiento es lo que hay dentro del plano. Su dirección al igual que en la decepcionante pero de bastante interés El Curioso Caso de Benjamin Button se nota más segura, con un tono más clásico y meditado.
Pongamos un ejemplo. Hace diez años en la escena en la que Andrew Garfield escribe el algoritmo en la ventana Fincher hubiera atravesado el cristal con un zoom digital para luego marcarse un primerísimo plano del rotulador por medio de los CGI enfatizando el sonido que hace la punta al escribir. En cambio sólo hace un ligero travelling para acercarse a las letras desde la parte exterior de la habitación. Tenía miedo yo al enfrentarme con una película como La Red Social y con un director como el de Seven detrás de la cámara a encontrarme algún innecesario plano del interior de los cables de cobre al ser enviado un correo electrónico a un destinatario o algo parecido.
Nada más alejado de la realidad. Fincher amolda su estética (que no su discurso, que está muy bien solidificado a estas alturas) a los productos a los que tiene que dar forma y con ello muestra una encomiable evolución como cineasta que no sólo no se repite sino que mejora con los años. Su visión ya no abusa de movimientos de cámara imposibles, montajes sincopados y planos que abusan de los FX, porque no lo necesita y porque los proyectos en los que trabaja no los demandan. El caso contrario es La Habitación del Pánico, película fallida que explotaba innecesariamente una estética que si bien en El Club de la Lucha o The Game era adecuada, en la cinta protagonizada por Jodie Foster quedaba chirriante y descompensada con el relato que narraba, que pedía a gritos otro tipo de realización.
El otro punto (más importante aún) es que Fincher ha conseguido una proeza nada fácil que le honra. Darle la vuelta a uno de sus mayores fallos y convertirlo, al menos en este caso, en una gran virtud. Fincher al igual que Stanley Kubrick, Michael Haneke, David Cronenberg o Christopher Nolan es un director muy cerebral y en su obra rara vez hace una mínima concesión a los sentimientos o la profundidad emocional, incluso cuando lo ha intentado no lo ha conseguido del todo, como sucedió en su ya mencionado anterior film. Me es imposible empatizar con personaje alguno de The Social Network, todos me parecen unos snobs superficiales sin calado, amantes exacerbados del vil metal y que no transmiten sensación alguna a través de la pantalla.
Pero ese es el mayor acierto y el triunfo más destacable de la octava película de David Fincher. El americano está dando forma al retrato de una generación profundamente alienada, condescendiente, inerte y casi carente de valores o verdaderas aspiraciones. Por eso es de agradecerle que retrate los personajes desde la distancia y el análisis no condenatorio, pero exponiéndolos en la pantalla como autómatas uniformemente planos que no anhelan otra cosa que enriquecerse monetariamente y vivir en el lujo sin implicación emocional alguna. Nota aparte para el apunte genial que supone que el cantante Justin Timberlake de vida a Sean Parker, creador de Napster.
Fincher no siente simpatía por sus criaturas, pero tampoco las detesta, más bien le son indiferentes y gracias a ello las disecciona como un frío cirujano y las muestra como son. Tal y como podemos ver en el personaje protagonista realizado con atípica entereza por un muy correcto Jesse Eisenberg que muestra que Mark Zuckerberger no es nada más y nada menos que un nerd tan inteligente para las finanzas y la tecnología como inepto para las relaciones personales. En resumidas cuentas, el creador de Facebook, si realmente es como se retrata aquí, no cabe duda que tiene todas las papeletas para ser tildado como un genio, pero también de gilipollas integral.
Junto a la segura dirección de Fincher el otro punto fuerte del largometraje es el enriquecedor y muy trabajado guión de Aaron Sorkin, creador de series como Al Este de la Casa Blanca o escritor de films como Algunos Hombres Buenos o La Guerra de Charlie Wilson. Sorkin teje perfectamente la estructura, facilita copiosa información para el espectador y ensambla con agilidad los distintos tiempos del producto, por no decir que sus diálogos son rápidos y tienen ritmo. Ahora, la manida comparación con Ciudadano Kane me da vergüenza ajena. En caso afirmativo lo sería por la estructura (en relevancia cinematográfica es que me da miedo el simple hecho de afrontar que alguien piense que son parecidas) pero si no fuera por ese final a lo Rosebud yo creo que pocos captarían la semejanza con el clásico de Orson Welles.
The Social Network funciona como película entretenida e inteligente y sobre todo como un paso adelante de David Fincher, un creador con un verdadero nombre dentro del cine actual que madura y enriquece su discurso autoral. Pero ni es una obra maestra, ni una genialidad, ni tan incisiva como la quieren vender. Es el acertado fresco de una época, un film en cierta manera generacional sobre la avaricia, el rencor y la incomunicación de una generación hermética formada por jóvenes que sin ser conscientes de ello se encuentran hastiados y desubicados en una sociedad como la actual, paradójicamente, más distante y gélida que ellos mismos.
The Social Network narra con distintos tipos de flashbacks todo el entramado creativo y posteriormente legal de la creación de Facebook, la red social más grande del mundo, con más de 500 millones de usuarios en todo el globo, siguiendo los pasos de su creador e impulsor Mark Zuckerberg. Con esta obra de lo que el espectador seguidor de David Fincher (sí, soy uno de ellos) se da principalmente cuenta es de su asentamiento formal como un verdadero autor cinematográfico, por varios y distintos motivos que ahora paso a exponer.
Para empezar y en el plano más estilístico es un hecho que Fincher desde más o menos Zodiac ha evolucionado en su manera de tratar la dirección cinematográfica. El tratamiento visual que el director de Alien 3 siempre aplicaba a sus trabajos con una concepción entre muy efectiva e innecesariamente caprichosa del acabado de sus productos ha dejado paso a un control más elaborado del encuadre, más sólido, la cámara ya no se mueve, lo que toma movimiento es lo que hay dentro del plano. Su dirección al igual que en la decepcionante pero de bastante interés El Curioso Caso de Benjamin Button se nota más segura, con un tono más clásico y meditado.
Pongamos un ejemplo. Hace diez años en la escena en la que Andrew Garfield escribe el algoritmo en la ventana Fincher hubiera atravesado el cristal con un zoom digital para luego marcarse un primerísimo plano del rotulador por medio de los CGI enfatizando el sonido que hace la punta al escribir. En cambio sólo hace un ligero travelling para acercarse a las letras desde la parte exterior de la habitación. Tenía miedo yo al enfrentarme con una película como La Red Social y con un director como el de Seven detrás de la cámara a encontrarme algún innecesario plano del interior de los cables de cobre al ser enviado un correo electrónico a un destinatario o algo parecido.
Nada más alejado de la realidad. Fincher amolda su estética (que no su discurso, que está muy bien solidificado a estas alturas) a los productos a los que tiene que dar forma y con ello muestra una encomiable evolución como cineasta que no sólo no se repite sino que mejora con los años. Su visión ya no abusa de movimientos de cámara imposibles, montajes sincopados y planos que abusan de los FX, porque no lo necesita y porque los proyectos en los que trabaja no los demandan. El caso contrario es La Habitación del Pánico, película fallida que explotaba innecesariamente una estética que si bien en El Club de la Lucha o The Game era adecuada, en la cinta protagonizada por Jodie Foster quedaba chirriante y descompensada con el relato que narraba, que pedía a gritos otro tipo de realización.
El otro punto (más importante aún) es que Fincher ha conseguido una proeza nada fácil que le honra. Darle la vuelta a uno de sus mayores fallos y convertirlo, al menos en este caso, en una gran virtud. Fincher al igual que Stanley Kubrick, Michael Haneke, David Cronenberg o Christopher Nolan es un director muy cerebral y en su obra rara vez hace una mínima concesión a los sentimientos o la profundidad emocional, incluso cuando lo ha intentado no lo ha conseguido del todo, como sucedió en su ya mencionado anterior film. Me es imposible empatizar con personaje alguno de The Social Network, todos me parecen unos snobs superficiales sin calado, amantes exacerbados del vil metal y que no transmiten sensación alguna a través de la pantalla.
Pero ese es el mayor acierto y el triunfo más destacable de la octava película de David Fincher. El americano está dando forma al retrato de una generación profundamente alienada, condescendiente, inerte y casi carente de valores o verdaderas aspiraciones. Por eso es de agradecerle que retrate los personajes desde la distancia y el análisis no condenatorio, pero exponiéndolos en la pantalla como autómatas uniformemente planos que no anhelan otra cosa que enriquecerse monetariamente y vivir en el lujo sin implicación emocional alguna. Nota aparte para el apunte genial que supone que el cantante Justin Timberlake de vida a Sean Parker, creador de Napster.
Fincher no siente simpatía por sus criaturas, pero tampoco las detesta, más bien le son indiferentes y gracias a ello las disecciona como un frío cirujano y las muestra como son. Tal y como podemos ver en el personaje protagonista realizado con atípica entereza por un muy correcto Jesse Eisenberg que muestra que Mark Zuckerberger no es nada más y nada menos que un nerd tan inteligente para las finanzas y la tecnología como inepto para las relaciones personales. En resumidas cuentas, el creador de Facebook, si realmente es como se retrata aquí, no cabe duda que tiene todas las papeletas para ser tildado como un genio, pero también de gilipollas integral.
Junto a la segura dirección de Fincher el otro punto fuerte del largometraje es el enriquecedor y muy trabajado guión de Aaron Sorkin, creador de series como Al Este de la Casa Blanca o escritor de films como Algunos Hombres Buenos o La Guerra de Charlie Wilson. Sorkin teje perfectamente la estructura, facilita copiosa información para el espectador y ensambla con agilidad los distintos tiempos del producto, por no decir que sus diálogos son rápidos y tienen ritmo. Ahora, la manida comparación con Ciudadano Kane me da vergüenza ajena. En caso afirmativo lo sería por la estructura (en relevancia cinematográfica es que me da miedo el simple hecho de afrontar que alguien piense que son parecidas) pero si no fuera por ese final a lo Rosebud yo creo que pocos captarían la semejanza con el clásico de Orson Welles.
The Social Network funciona como película entretenida e inteligente y sobre todo como un paso adelante de David Fincher, un creador con un verdadero nombre dentro del cine actual que madura y enriquece su discurso autoral. Pero ni es una obra maestra, ni una genialidad, ni tan incisiva como la quieren vender. Es el acertado fresco de una época, un film en cierta manera generacional sobre la avaricia, el rencor y la incomunicación de una generación hermética formada por jóvenes que sin ser conscientes de ello se encuentran hastiados y desubicados en una sociedad como la actual, paradójicamente, más distante y gélida que ellos mismos.
Ale, secundo absolutamente todo.
ResponderEliminarMe alegra, celebrémoslo bailando desnudos bajo la luz de la luna unidos por un ancestral rito pagano.
ResponderEliminarYo también estoy bastante de acuerdo, aunque a pesar de todo es la que más me gusta de Fincher después de Zodiac, sí, raro que es uno oiga.
ResponderEliminarA mí me gustó mucho Zodiac, hasta The Game, pero Seven y El Club de la Lucha pesan mucho en mi alma.
ResponderEliminarMe dejo tremendamente frío este relato de algunos de los personajes más imbéciles que he visto nunca en pantalla grande.
ResponderEliminarVeamos, el prota es directamente un gilipollas integral, los gemelos no ven venir una jugarreta que bueno, quizá hasta el segundo o el tercer mensaje cuele, pero el vigésimo es para hacerselo mirar. Y el director financiero estaba firmando unos papeles en los cuales era el propietario legal del 0,7% de una empresa que ahora vale 25.000.000.000 dolares, y fijo que cuando firmaba valía sus cien milloncetes... Me da una pena el chaval, solo 7 siete millones. Paja me hubiera hecho yo cuando los firmaba Xd
Debe ser harto difícil firmar con una mano mientras le das al manubrio con la otra, pero mira, una expereiencia nueva.
ResponderEliminarPuuufff
ResponderEliminarAsí me sentí después de ver esta peli...
Exacto, peli entretenida y agradable de ver, pero ¿dónde está esa obra maestra de la que todo el mundo habla? Venga, hombre, menuda exageración...
ResponderEliminarYo es que no veo nada más allá de una película bien acabada que cuenta una historia interesante. Porque vamos, implicación alguna con los personajes no hay y todo es tan frío y distante que te quedas fuera de la película.
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