Título Original: Wall Street, Money Never Sleeps (2010)
Director: Oliver Stone
Guión: Allen Loeb & Stephen Schiff
Actores: Shia LaBeouf, Michael Douglas, Carey Mulligan, Susan Sarandon, Frank Langella, Josh Brolin, Eli Wallach, Charlie Sheen
Trailer
Sin duda alguna, 23 años, son muchos años. El cine ha cambiado, la sociedad ha cambiado y por desgracia la economía a nivel mundial ha cambiado aún más y para mal. Oliver Stone también ha cambiado, como cineasta, como autor y como persona con unas convicciones políticas muy marcadas y nada (auto)complacientes dentro del cine estadounidense. Tras unos cuantos trabajos que no rindieron debidamente en taquilla en su país de origen y varios documentales de corte muy personal, y algo panfletario, sobre Fidel Castro, Hugo Chávez y el conflicto de Oriente Medio, Stone decidió volver al seno de Hollywood para realizar una nueva obra dentro de los cánones del cine comercial americano y qué mejor que hacerlo apostando sobre seguro realizando la secuela de uno de sus mayores éxitos.
Wall Street era una crónica negra sobre el despótico mundo de la bolsa, y la especulación utilizando como excusa un entramado cinematográfico sobre el ascenso y caída de un joven broker, Bud Fox interpretado por Charlie Sheen, que llegó a lo más alto del mundo de las finanzas gracias a las enseñanzas de un moderno Mefistófeles (enorme Michael Douglas como Gordon Gekko) que finalmente le acabó por traicionar. La cinta es un producto perfecto en fondo y forma, con algún apunte fallido, que sirvió para que Stone pusiera sobre la palestra hasta donde puede llegar el capitalismo cuando está fuera de control.
En cambio Wall Street, el Dinero Nunca Duerme es todo lo contrario a su antecesora. La última película de Oliver Stone es un melodrama puro y ante todo una obra vivamente cinematográfica cuya trama se encuentra localizada en un contexto tan concreto como el mundo de las finanzas en una época como la actual, en la que una grave crisis económica (genial el pulso del director cuando realiza la escena de la llegada de la misma) a nivel global como la que estamos sufriendo desde hace unos dos años arrasa con todos los sistemas económicos de las grandes potencias mundiales que han visto sus índices bursátiles caer en picado en la bolsa.
Por eso esta secuela no es tanto un análisis al escalpelo de la situación de la economía de Estados Unidos, como una película de personajes. A pesar de que Stone hable de el mal momento financiero actual, de que plantee con acierto que el uso de las energías renovables es una posible solución al problema (muy acertado lo de mostrar que el desarrollo y uso de las mismas por parte de los empresarios es más una excusa para ser políticamente correctos y callar bocas que una verdadera inversión económica a largo plazo), que ponga en la palestra el tema de la nacionalización de los bancos y que retrate a esos carroñeros de las inversiones como mafiosos en despachos ténebres que recuerdan inevitablemente a la trilogía de El Padrino (la presencia del gran Eli Wallach ayuda, ciertamente) lo que realmente le interesa son las relaciones emocionales entre sus protagonistas.
La principal misión del director de Salvador es hablarnos de como un antiguo genio de la especulación inmobiliaria y las curvas estadísticas como Gordon Gekko se reinserta en una sociedad que hace que sus antiguos e ilegales chanchullos financieros queden en una nimiedad si los comparamos con el uso que se hace a principios del S XXI de el tráfico de influencias, la célebre información privilegiada y el acoso y derribo de unas empresas a otras en el mercado de valores de Wall Street del New York actual. Reflejado todo esto en el papel de Bretton James interpretado por el siempre correcto Josh Brolin.
Stone nos relata que a pesar de los años y de que con su cámara quiera deleitarse con la vejez de un espléndido Michael Douglas, Gekko es una bestia de las finanzas y siempre lo será, aunque lo humanice e incluso le dé un corazón. Gordon no da su brazo a torcer y nunca se rinde, el director lo comprende y acaba haciendo algo que ya se apuntaba en la anterior entrega, rendirse ante la fascinación que le produce su propia criatura, este villano, este tiburón que lleva el juego y la avaricia en la sangre y que sólo ante la visión de dar un futuro próspero a su descendencia permite ser, en cierta manera, domado u domesticado.
La relación entre los personajes de Shia LaBeouf y Carey Mulligan está bien planetada y la trama se desarrolla con la misma como núcleo central. No aporta nada nuevo en el apartado dramático que no se haya visto previamente, pero la influencia del mesiánico personaje de Gekko (que no está omnipresente en la película, pero cuya sombra se percibe a lo largo de todo el metraje como una presencia que se mueve entre la amenaza y la complicidad) le da un toque de inestabilidad a la misma y con ello, en cierta manera, la enriquece. El protagonista de Transformers mantiene la compostura de buena manera y lleva el peso del protagonismo principal con corrección y la intérprete de An Education se revela como una excelente actriz de drama a la que le espera un interesante futuro si sabe elegir sus proyectos.
Si hay algo que sorprende de Wall Street, Money Never Sleeps es la dirección de Stone. Su puesta en escena vuelva a ser dinámica y con mucha potencia, pero parece haber dejado de lado los aspavientos con la cámara, las tomas rebuscadas y los abusos con el montaje (que sólo se deja notar en algunos pasajes de la secuencia dentro del metro) que caracterizaron su estilo desde principios de los 90 hasta la actualidad. La única concesión al artificio que tiene su trabajo es el uso de la polivisión, el de algunos planos digitales que no molestan demasiado y cierta delectación con la forma de su producto, dejando a veces de lado el fondo del mismo. Donde sí mete la pata es en la innecesaria simbología que destila el proyecto y que ha metido con calzador. Desde las gratuitas y torpes referencias pictóricas de Saturno Comiéndose a su Hijo de Goya hasta lo de las pompas de jabón que de simple y estúpido produce vergüenza ajena. Fallo que le perdonamos por tener detalles como algunos diálogos memorables y el genial cameo de Charlie Sheen, entre la autorreferencia, la ironía y el sano cachondeo.
Oliver Stone ya no es el que era, a pesar de que nunca aburre y siempre da que hablar, su mejor época ha pasado (aunque yo siempre seré un firme defensor de su Alejandro Magno). Actualmente sólo le podemos pedir que de vez en cuando nos ofrezca buen cine de entretenimiento inteligente como esta Wall Street, el Dinero Nunca Duerme. Obra que nos deja claro que aquel comprometido director de Platoon, El Cielo y la Tierra o Un Domingo Cualquiera se hace mayor y por qué no decirlo, más conservador, ya que el hecho de que dé más pie a la polémica en su país cuando se entrevista con Fidel Castro o Hugo Chávez que con su antaño cine punzante y combativo es la prueba irrefutable de que al igual que con otros autores como Scorsese, De Palma o Coppola su época dorada quedó en el pasado.
Wall Street era una crónica negra sobre el despótico mundo de la bolsa, y la especulación utilizando como excusa un entramado cinematográfico sobre el ascenso y caída de un joven broker, Bud Fox interpretado por Charlie Sheen, que llegó a lo más alto del mundo de las finanzas gracias a las enseñanzas de un moderno Mefistófeles (enorme Michael Douglas como Gordon Gekko) que finalmente le acabó por traicionar. La cinta es un producto perfecto en fondo y forma, con algún apunte fallido, que sirvió para que Stone pusiera sobre la palestra hasta donde puede llegar el capitalismo cuando está fuera de control.
En cambio Wall Street, el Dinero Nunca Duerme es todo lo contrario a su antecesora. La última película de Oliver Stone es un melodrama puro y ante todo una obra vivamente cinematográfica cuya trama se encuentra localizada en un contexto tan concreto como el mundo de las finanzas en una época como la actual, en la que una grave crisis económica (genial el pulso del director cuando realiza la escena de la llegada de la misma) a nivel global como la que estamos sufriendo desde hace unos dos años arrasa con todos los sistemas económicos de las grandes potencias mundiales que han visto sus índices bursátiles caer en picado en la bolsa.
Por eso esta secuela no es tanto un análisis al escalpelo de la situación de la economía de Estados Unidos, como una película de personajes. A pesar de que Stone hable de el mal momento financiero actual, de que plantee con acierto que el uso de las energías renovables es una posible solución al problema (muy acertado lo de mostrar que el desarrollo y uso de las mismas por parte de los empresarios es más una excusa para ser políticamente correctos y callar bocas que una verdadera inversión económica a largo plazo), que ponga en la palestra el tema de la nacionalización de los bancos y que retrate a esos carroñeros de las inversiones como mafiosos en despachos ténebres que recuerdan inevitablemente a la trilogía de El Padrino (la presencia del gran Eli Wallach ayuda, ciertamente) lo que realmente le interesa son las relaciones emocionales entre sus protagonistas.
La principal misión del director de Salvador es hablarnos de como un antiguo genio de la especulación inmobiliaria y las curvas estadísticas como Gordon Gekko se reinserta en una sociedad que hace que sus antiguos e ilegales chanchullos financieros queden en una nimiedad si los comparamos con el uso que se hace a principios del S XXI de el tráfico de influencias, la célebre información privilegiada y el acoso y derribo de unas empresas a otras en el mercado de valores de Wall Street del New York actual. Reflejado todo esto en el papel de Bretton James interpretado por el siempre correcto Josh Brolin.
Stone nos relata que a pesar de los años y de que con su cámara quiera deleitarse con la vejez de un espléndido Michael Douglas, Gekko es una bestia de las finanzas y siempre lo será, aunque lo humanice e incluso le dé un corazón. Gordon no da su brazo a torcer y nunca se rinde, el director lo comprende y acaba haciendo algo que ya se apuntaba en la anterior entrega, rendirse ante la fascinación que le produce su propia criatura, este villano, este tiburón que lleva el juego y la avaricia en la sangre y que sólo ante la visión de dar un futuro próspero a su descendencia permite ser, en cierta manera, domado u domesticado.
La relación entre los personajes de Shia LaBeouf y Carey Mulligan está bien planetada y la trama se desarrolla con la misma como núcleo central. No aporta nada nuevo en el apartado dramático que no se haya visto previamente, pero la influencia del mesiánico personaje de Gekko (que no está omnipresente en la película, pero cuya sombra se percibe a lo largo de todo el metraje como una presencia que se mueve entre la amenaza y la complicidad) le da un toque de inestabilidad a la misma y con ello, en cierta manera, la enriquece. El protagonista de Transformers mantiene la compostura de buena manera y lleva el peso del protagonismo principal con corrección y la intérprete de An Education se revela como una excelente actriz de drama a la que le espera un interesante futuro si sabe elegir sus proyectos.
Si hay algo que sorprende de Wall Street, Money Never Sleeps es la dirección de Stone. Su puesta en escena vuelva a ser dinámica y con mucha potencia, pero parece haber dejado de lado los aspavientos con la cámara, las tomas rebuscadas y los abusos con el montaje (que sólo se deja notar en algunos pasajes de la secuencia dentro del metro) que caracterizaron su estilo desde principios de los 90 hasta la actualidad. La única concesión al artificio que tiene su trabajo es el uso de la polivisión, el de algunos planos digitales que no molestan demasiado y cierta delectación con la forma de su producto, dejando a veces de lado el fondo del mismo. Donde sí mete la pata es en la innecesaria simbología que destila el proyecto y que ha metido con calzador. Desde las gratuitas y torpes referencias pictóricas de Saturno Comiéndose a su Hijo de Goya hasta lo de las pompas de jabón que de simple y estúpido produce vergüenza ajena. Fallo que le perdonamos por tener detalles como algunos diálogos memorables y el genial cameo de Charlie Sheen, entre la autorreferencia, la ironía y el sano cachondeo.
Oliver Stone ya no es el que era, a pesar de que nunca aburre y siempre da que hablar, su mejor época ha pasado (aunque yo siempre seré un firme defensor de su Alejandro Magno). Actualmente sólo le podemos pedir que de vez en cuando nos ofrezca buen cine de entretenimiento inteligente como esta Wall Street, el Dinero Nunca Duerme. Obra que nos deja claro que aquel comprometido director de Platoon, El Cielo y la Tierra o Un Domingo Cualquiera se hace mayor y por qué no decirlo, más conservador, ya que el hecho de que dé más pie a la polémica en su país cuando se entrevista con Fidel Castro o Hugo Chávez que con su antaño cine punzante y combativo es la prueba irrefutable de que al igual que con otros autores como Scorsese, De Palma o Coppola su época dorada quedó en el pasado.
Me ha gustado aunque tengo una sensación muy extraña cuando la terminé de ver, como de que me ha dejado un poco frío, quizá por que no me esperaba una película tan ''de personajes'' si no bastante más ácida, como la primera vamos, lo arreglaré en posteriores revisionados...
ResponderEliminarEl cameo de Charlie Sheen, magnífico por inesperado ya que me habían dicho que no salía, la dirección es una pura delicia y lo que comentabas del doblaje por el foro ni idea puesto que han estrenado por aqui una copia en versión original, por cierto me pone muchísimo Vanessa Ferlito, hay que sacarla en más pelis.
El final es lo que más forzado veo,
SPOILERS
Gekko regresa de su retiro y le perdonan, ¿ya esta?, ¿ha desaparecido todo, sin más? Me resultó muy forzado.
FIN SPOILERS
Pero bueno, para mí lo mejor es que ha todo dios le ha dado un revival con Oliver Stone y yo suya solo he visto ésta y la primera de Wall Street, así que me voy a hartar de ver buen cine por lo que comenta todo el mundo, este puente me hago un maratonazo: Platoon, Asesinos Natos, El cielo y la tierra, Un domingo cualquiera y sobretodo la que me han dicho que es mediocre pero me llama muchísimo la atención Nixon.
Ni caso, de mediocre nada. Nixon es uno de los mejores análisis que se han hecho en cine sobre el mal uso que se puede hacer de la democracia. Es un retrato nada complaciente sobre un presidente al que se demonizó (con motivo) pero que también realizó un excelente trabajo como estadista e hizo mucho por Estados Unidos, como tratar de llevar a cabo un aperturismo con los países comunistas (China y Cuba). Está rodada con un pulso nervioso, tiene un guión interesantísimo donde se saca toda la mierda de la época del mandato de Nixon (Desde lo de Bahía Cochinos, hasta el Watergate) y encima un excelente e interminable reparto encabezado por un Anthony Hopkins, pletórico, sin desmerecer a Joan Allen como la esposa del mandatario, Pat Nixon. 3 horas y diez minutos que a mí se me pasan del tirón cada vez que la revisiono.
ResponderEliminarPD: Sí, la Ferlito está de toma pan y moja.
A mí me cae mal LaBeouf desde su papel en Indiana Jones y Transformers, eso me echa un poco para atrás pero seguro que acabo viéndola. De todas maneras tengo pendiente la 1ª parte, la veré antes que esta.
ResponderEliminarA mí LaBeauf tampoco me cae bien, parece que se le ha pegado de Megan Fox lo de tener la lengua muy larga para hacer comentarios innecesariamente polémicos sobre los proyectos en los que participa, pero el tío aquí no lo hace nada mal.
ResponderEliminar