Título Original: Wall Street (1987)
Director: Oliver Stone
Guión: Stanley Weiser y Oliver Stone
Actores: Michael Douglas, Charlie Sheen, Daryl Hannah, Terence Stamp, Martin Sheen, Hal Holbrook, Sylvia Miles, Richard Dysart, Millie Perkins, Annie McEnroe, James Spader
En 1987, tras el sonoro éxito de crítica y público que supuso la inolvidable Platoon, Oliver Stone decidió homenajear el oficio de su padre, corredor de bolsa, y de paso realizar un retrato del mundo de las finanzas estadounidense a mediados de la década de los 80. El resultado fue Wall Street, una de las obras más alabadas de su autor y sin lugar a dudas una de las cintas insignia de la década en la que fue producida, ganando una gran cantidad de galardones, entre ellos un merecidísimo Oscar al mejor actor para Michael Douglas por dar vida a uno de los mejores personajes de toda su carrera cinematográfica.
Oliver Stone es un director que no lanza uno de sus dardos envenenados si sabe que no va a hacer diana. Wall Street no se amilana un ápice y ataca de frente y sin miramientos a un enemigo invatible, el capitalismo. El director de Alejandro Magno o Snowden con la inestimable ayuda de Stanley Weiser en el guión, realiza una atípica en la forma, pero clásica en el fondo, visión del sueño americano por medio del personaje de Bud Fox, un Charlie Sheen forzado y menos convincente que en otras ocasiones aunque correcto en su cometido, un joven broker que empieza desde lo más bajo para poco a poco ir subiendo escalafones dentro de su oficio llegando a tocar el éxito con sus propias manos.
Para llegar a la cúspide Bud se pone en las manos de el que posiblemente sea uno de los villanos más memorables, efectivos y realistas de la historia del cine. Gordon Gekko, al que da vida un carismático e inmenso Michael Douglas, es la representación física y síntetización más clara del capitalismo desproporcionado, la avaricia, la ambición y la ruindad humana, el rostro más déspota y peligroso del neoconservadurismo estadounidnese de los años 80 gestado y extendido durante el mandato de Ronald Reagan. Un ser humano capaz de vender a su propia madre o dejar en la calle a empresas enteras y a sus empleados con tal de seguir en la brecha de la especulación financiera, arrasando con todo lo que se ponga en su camino para mantener su desproporcionado estilo de vida.
Le perdonamos a Oliver Stone detalles como el papel de florero de Daryl Hannah, el tufo a moralina que desprende la subtrama de Bud con su padre en la ficción y la vida real, un Martin Sheen esplendido como siempre, y cierta tendencia al maniqueísmo y el estereotipo impostado. Se lo pasamos por alto, porque el retrato bestialmente crítico al imperialismo de su país, al afán desproporcionado por la riqueza de sus compatriotas y la visión que da de los ya citados esnobs neocon, que surgieron en la década de los 80 (a los que más tarde pisotearían impunemente gente como los escritores Breat Easton Ellis o Chuck Palanniuk) en Estados Unidos, mostrándolos como niños de papá ávidos de riqueza y podridos por dentro es de un enorme valor y una impagable atemporalidad.
La semana pasada Stone presentó en Cannes, con más pena que gloria, una tardía secuela, de la que se ha dicho de todo, desde que ablanda y humaniza a Gekko, hasta que es mucho más crítica que su predecesora. Como fan de Oliver Stone la veré, porque ya no es el mismo, pero siempre da que hablar y desprende talento de una manera u otra, por no mencionar que se ha convertido en un contradictorio animal político que ofrece lo mejor de sí mismo dentro del mundo del documental. Por ahora me quedo con esta Wall Street, hija de su tiempo en la forma y obra premonitoria en su fondo, cinta de culto de los 80 y una pieza por la que, por desgracia, nunca pasará el tiempo mientras siga existiendo gente que crea que debe pisotear al prójimo para conseguir el éxito.
Oliver Stone es un director que no lanza uno de sus dardos envenenados si sabe que no va a hacer diana. Wall Street no se amilana un ápice y ataca de frente y sin miramientos a un enemigo invatible, el capitalismo. El director de Alejandro Magno o Snowden con la inestimable ayuda de Stanley Weiser en el guión, realiza una atípica en la forma, pero clásica en el fondo, visión del sueño americano por medio del personaje de Bud Fox, un Charlie Sheen forzado y menos convincente que en otras ocasiones aunque correcto en su cometido, un joven broker que empieza desde lo más bajo para poco a poco ir subiendo escalafones dentro de su oficio llegando a tocar el éxito con sus propias manos.
Para llegar a la cúspide Bud se pone en las manos de el que posiblemente sea uno de los villanos más memorables, efectivos y realistas de la historia del cine. Gordon Gekko, al que da vida un carismático e inmenso Michael Douglas, es la representación física y síntetización más clara del capitalismo desproporcionado, la avaricia, la ambición y la ruindad humana, el rostro más déspota y peligroso del neoconservadurismo estadounidnese de los años 80 gestado y extendido durante el mandato de Ronald Reagan. Un ser humano capaz de vender a su propia madre o dejar en la calle a empresas enteras y a sus empleados con tal de seguir en la brecha de la especulación financiera, arrasando con todo lo que se ponga en su camino para mantener su desproporcionado estilo de vida.
Le perdonamos a Oliver Stone detalles como el papel de florero de Daryl Hannah, el tufo a moralina que desprende la subtrama de Bud con su padre en la ficción y la vida real, un Martin Sheen esplendido como siempre, y cierta tendencia al maniqueísmo y el estereotipo impostado. Se lo pasamos por alto, porque el retrato bestialmente crítico al imperialismo de su país, al afán desproporcionado por la riqueza de sus compatriotas y la visión que da de los ya citados esnobs neocon, que surgieron en la década de los 80 (a los que más tarde pisotearían impunemente gente como los escritores Breat Easton Ellis o Chuck Palanniuk) en Estados Unidos, mostrándolos como niños de papá ávidos de riqueza y podridos por dentro es de un enorme valor y una impagable atemporalidad.
La semana pasada Stone presentó en Cannes, con más pena que gloria, una tardía secuela, de la que se ha dicho de todo, desde que ablanda y humaniza a Gekko, hasta que es mucho más crítica que su predecesora. Como fan de Oliver Stone la veré, porque ya no es el mismo, pero siempre da que hablar y desprende talento de una manera u otra, por no mencionar que se ha convertido en un contradictorio animal político que ofrece lo mejor de sí mismo dentro del mundo del documental. Por ahora me quedo con esta Wall Street, hija de su tiempo en la forma y obra premonitoria en su fondo, cinta de culto de los 80 y una pieza por la que, por desgracia, nunca pasará el tiempo mientras siga existiendo gente que crea que debe pisotear al prójimo para conseguir el éxito.
Hace taaaaaaaaaaaaaaaaanto que vi esta peli,habrá que revisionarla de nuevo ^^
ResponderEliminarNo, que te duermes.
ResponderEliminar¬¬
ResponderEliminarEsta peli me parece un ejemplo perfecto de radiografía cinematográfica pura: como disección rigurosa del mundo de las finanzas allá por los ochenta es perfecta, pero como película (y todo lo que esa denominación conlleva) fracasa.
ResponderEliminarEso es algo que le sucede a veces a Stone, quiere ser riguroso con los datos y el contexto, pero a veces cinematograficamente hablando no está a la altura.
ResponderEliminar