Título Original: Ghost in the Shell 2: Innocence (2004)
Director: Mamoru Oshii
Guión: Mamoru Oshii basado en los personajes de Masamune Shirow
En 1991 el guionista y dibujante japonés Masamune Shirow editó Ghost in the Shell, un complejo y ambicioso manga, que habla sobre un futuro lejano donde internet y la inteligencia artifical dominan un mundo automatizado lleno de conflictos de interés, cyborgs que parecen humanos y movimientos políticos internacionales que se encuentran entre la conspiración a nivel global y la corrupción social.
En al año 1995 el director Mamoru Oshii adaptó el manga al celuloide. Depuró el estilo, anuló por completo el no siempre acertado humor de Shirow y sintetizó la complicada trama sobre la toma de consciencia de la inteligencia artificial y la busqueda existencial y filosófica por parte de esta de un cuerpo en el que poder tomar forma tangible. El resultado fue Ghost in the Shell, una obra maestra y para el que suscribe, la mejor película de animación japonesa de todos los tiempos.
Una década más o menos tardó Oshii en embarcarse en una secuela de su impecable film. Ghost in the Shell, Innocence no está basada directamente en cómic alguno de Masamune Shirow y ha de ser vista antes o después de leer el manga secuela, muy flojo por cierto, Manmachine Interface. Más presupuesto y mejores efectos digitales (puede que demasiados), así como la aplicación de los avances que casi diez años han permitido desarrollar a la animación nipona desde el estreno de la primera entrega, hasta la edición de esta segunda parte.
Ghost in the Shell, Innocence es un deleite visual, una exibición de virtuosismo técnico, una genialidad creada con una profesionalidad intachable, pero falla en el guión. Lo que en Ghost in the Shell era una trama adulta, intencionadamente profunda y humanista (paradójico, hablando de máquinas) y con ecos que iban de Platón a William Gibson o de Isaac Asimov a Philip K. Dick, en esta secuela se rebela como un argumento realmente farragoso, bordeando una especie de artificiosa doctrina llena de pedantería, que no sólo se muestra indescifrable para el espectador, sino que encima, en contadas ocasiones, lleva a la confusión y la indiferencia, aunque nunca al aburrimiento.
Estando a años luz de su precuela, esta segunda entrega de Ghost in the Shell es un proyecto formalmente perfecto, pero argumentalmente demasiado consciente de su seriedad y su supuestamente megalómano mensaje, que al final queda sólo en fallidamente pretencioso. Con todo, una cinta de animación altamente recomendable, con un acabado de alto nivel, pero alejada del lirismo post cyberpunk de su antecesora o de la acción inteligente y dinámica de la serie de televisión Stand Alone Complex, basada en los personajes del manga que sirvió de base a toda esta saga sobre un aterrador y distópico futuro tan frío y aséptico que en él hasta las máquinas quieren sentir el calor humano.
En al año 1995 el director Mamoru Oshii adaptó el manga al celuloide. Depuró el estilo, anuló por completo el no siempre acertado humor de Shirow y sintetizó la complicada trama sobre la toma de consciencia de la inteligencia artificial y la busqueda existencial y filosófica por parte de esta de un cuerpo en el que poder tomar forma tangible. El resultado fue Ghost in the Shell, una obra maestra y para el que suscribe, la mejor película de animación japonesa de todos los tiempos.
Una década más o menos tardó Oshii en embarcarse en una secuela de su impecable film. Ghost in the Shell, Innocence no está basada directamente en cómic alguno de Masamune Shirow y ha de ser vista antes o después de leer el manga secuela, muy flojo por cierto, Manmachine Interface. Más presupuesto y mejores efectos digitales (puede que demasiados), así como la aplicación de los avances que casi diez años han permitido desarrollar a la animación nipona desde el estreno de la primera entrega, hasta la edición de esta segunda parte.
Ghost in the Shell, Innocence es un deleite visual, una exibición de virtuosismo técnico, una genialidad creada con una profesionalidad intachable, pero falla en el guión. Lo que en Ghost in the Shell era una trama adulta, intencionadamente profunda y humanista (paradójico, hablando de máquinas) y con ecos que iban de Platón a William Gibson o de Isaac Asimov a Philip K. Dick, en esta secuela se rebela como un argumento realmente farragoso, bordeando una especie de artificiosa doctrina llena de pedantería, que no sólo se muestra indescifrable para el espectador, sino que encima, en contadas ocasiones, lleva a la confusión y la indiferencia, aunque nunca al aburrimiento.
Estando a años luz de su precuela, esta segunda entrega de Ghost in the Shell es un proyecto formalmente perfecto, pero argumentalmente demasiado consciente de su seriedad y su supuestamente megalómano mensaje, que al final queda sólo en fallidamente pretencioso. Con todo, una cinta de animación altamente recomendable, con un acabado de alto nivel, pero alejada del lirismo post cyberpunk de su antecesora o de la acción inteligente y dinámica de la serie de televisión Stand Alone Complex, basada en los personajes del manga que sirvió de base a toda esta saga sobre un aterrador y distópico futuro tan frío y aséptico que en él hasta las máquinas quieren sentir el calor humano.