El pasada día 7 de junio nos enterábamos del fallecimiento de Narciso Ibáñez Serrador, una de las figuras más importantes de la historia televisiva española y artífice de un dúo de obras maestras incontestables con sus dos únicas incursiones en el mundo del largometraje. Apodado cariñosamente “Chicho”, Ibáñez Serrador nació el 4 de julio de 1935 en Montevideo (Uruguay), hijo de los actores Narciso Ibáñez Menta, a la postre uno de los intérpretes fetiche de su carrera para el tubo catódico, y Pepita Serrador. Matrimonio que se divorciaría cuando Chicho sólo contaba con cinco años de edad. Después de vivir en América Latina, al cumplir los doce años se traslada a España, país en el que termina sus estudios. Tras unos años escribiendo radionovelas con el pseudónimo Luis Peñafiel, que le acompañaría durante gran parte de su carrera profesional, dio el salto al medio que más fama le proporcionó.
Sus primeros trabajos en la televisión tuvieron lugar en Argentina, pero el resultado no le satisfizo y decidió volver a su país de adopción. Tras su paso por Estudio 3 y otras series de la época en 1966 se convirtió en el creador, guionista, director y presentador de la mítica serie Historias Para No Dormir con la que daba su visión, entre clásica y contemporánea, del género de terror. En el mismo terreno, indivisible a su carrera profesional, facturaría sus dos únicas películas para la pantalla grande. La Residencia y ¿Quién Puede Matar a Un Niño? son dos obras maestras y clásicos del fantaterror español, adscritas a dos vertientes muy diferentes del género, y ambas con resultados brillantes. La creación de concursos como el célebre Un, Dos, Tres… Responda Otra Vez y en una época más reciente Waku Waku, Hablemos de Sexo o El Semáforo extendieron el legado de un creador de contenidos al que vamos a dedicar un repaso dentro de sus dos facetas más distinguidas.
Narciso Ibáñez Serrador y la Televisión
La carrera televisiva de Narciso Ibáñez Serrador comenzó en España de manera oficial el año 1963 escribiendo algunos capítulos de Estudio 3, adaptados de clásicos literarios, o los guiones de episodios de series como La Historia de San Michele, La Puerta Cerrada o Mañana Puede Ser Verdad. En 1967 llamaría la atención de propios y extraños con Historia de la Frivolidad, un programa ficcionalizado escrito al alimón con Jaime de Armiñán (Mi Querida Señorita) con el que realizaría una sucinta, incisiva y cortante crítica a la censura (de hecho el nombre original del proyecto iba a ser Historia de la Censura) de la época adscrita al puritanismo del régimen franquista. A pesar de sus problemas Historia de la Frivolidad fue emitida con “nocturnidad y alevosía” un madrugada para no hacer demasiado ruido en RTVE y así conseguir entrar en competición para llevarse varios premios internacionales. Algo que consiguió, dando así a Ibáñez Serrador sus primeras alabanzas internacionales por parte de una crítica rendida a sus pies.
Pero sería un año antes, en 1966, cuando Narciso Ibáñez Serrador marcara por primera vez a fuego su nombre en la mente de los espectadores de la época. Historias Para No Dormir fue una serie antológica con la que Chicho quería ofrecer una serialización catódica actualizada y moderna del género de terror. Ejerciendo de anfitrión presentando todos los capítulos, como hacía su admirado Alfred Hitchcock en su propia serie, y tomando las riendas como productor, guionista y director en muchas de las entregas Chicho creó un programa de culto en el que aunó una visión más rompedora del género con resortes más propios del clasicismo propio de Edgar Allan Poe. Contando con su padre, Narciso Ibáñez Menta, en gran parte de los relatos que facturó Historias Para No Dormir se convirtió en un hito de la televisión española quitando el sueño a millones de espectadores con clásicos como La Bodega, La Zarpa, El Pacto, El Aniversario o El Asfalto. Abarcando distintas vertientes dentro del terror y recibiendo numerosos galardones dentro y fuera de nuestras fronteras.
Aunque si hay que adentrarse en la faceta televisiva de Narciso Ibáñez Serrador es obligatorio hace una parada en su labor como creador y director de programas y concursos para la pequeña pantalla. Un, Dos, Tres… Responda Otra Vez fue un show nacido en 1972 en el que los concursantes superaban distinto tipo de pruebas y respondían preguntas hasta conseguir algunos de los premios finales. A lo largo de las distintas etapas del programa que fue presentado por iconos de la programacióm patria como Kiko Ledgard, Maira Gómez Kemp, Jordi Estadella o Miriam Díaz Aroca conocimos a personajes míticos como las famosas azafatas, Don Cicuta o las Tacañonas que iban en contra, o hacían mofa con, los participants. Actores, humoristas y cantantes reconocidos hacían apariciones esporádicas o recurrentes mientras mascotas como Ruperta, Chollo o Botilde se convertían en el interés de los más pequeños de la casa.
No sólo del Un, Dos, Tres… Responda Otra Vez vivía el Chicho creador de contenidos televisivos de entretenimiento. En 1989 estrenaría Waku Waku, concurso centrado en el reino animal focalizando su interés en las especies en peligro de extinción que presentó Consuelo Berlanga. Nueve años después conocería una nueva vida con Nuria Roca delante de las cámaras y consiguiendo un notable éxito. A principios de los 90 Chicho también rompió no pocos tabúes con el primer programa que hablaba abiertamente y sin tapujos de la sexualidad. Hablemos de Sexo estaba presentado por la doctora Elena Ochoa que dio un tono didáctico, serio y responsable a la temática ganándose el favor del público. El Semáforo llegaría a mediados de los 90, con Jordi Estadella como presentador, y con este show en el que “artistas” anónimos podían recibir una ovación o una cacerolada del público por sus actuaciones encontrábamos el punto de calidad más bajo dentro de la obra de Chicho para la pequeña pantalla.
Su última gran aportación llegaría precisamente para la ficción audiovisual en la que era un maestro. Tele 5 y Filmax le contrataron para resucitar el espíritu de Historias Para No Dormir con una serie de películas para televisión en las que contó con algunos de los mejores directores de género de nuestro país. Álex de la Iglesia (La Habitación del Niño), Jaume Balagueró (Para Entrar a Vivir), Enrique Urbizu (Adivina Quién Soy), Mateo Gil (Regreso a Moira), Paco Plaza (Cuento de Navidad) y el mismo Chicho poniéndose por última vez detrás de las cámaras con la fallida La Culpa dieron forma a un interesante experimento que más que una continuación de la célebre serie nacida a mediados de los 60 y finiquitada a principios de los 80 parecía un homenaje al maestro por parte de sus herederos. Una agridulce despedida para la carrera como realizador de Chicho que al menos se vio arropado por la flor y nata del celuloide de género español.
Narciso Ibáñez Serrador y el Cine
Aunque la mayor parte de la carrera de Narciso Ibáñez Serrador se desarrolló en la televisión con series y concursos o programas de todo pelaje (entre los que destacaba el icónico Un, Dos, Tres… Responda Otra Vez) por todos es sabido que también coqueteó con el mudo del largometraje. En ambos casos con resultados asombrosos para un, supuesto, debutante dentro del medio cinematográfico. Años escribiendo y dirigiendo numerosos episodios de su archiconocida Historias Para No Dormir sumados a su profundo conocimiento de la literatura de terror ideada por maestros como Edgar Alan Poe o el celuloide rodado bajo el amparo de titanes como Alfred Hitchcock, habían preparado a Ibáñez Serrador para dar el salto al largometraje. Su primera oportunidad llegó en el año 1969 cuando cayó en sus manos una historia escrita por Juan Tebar cuyos derechos pertenecían a Anabel Films, productora dispuesta a realizar con este proyecto la primera película española rodada en inglés y con un presupuesto bastante holgado para la época.
Por medio de su famoso pseudónimo, Luis Peñafiel, Ibáñez Serrador adaptó el relato de Juan Tebar a guión cinematográfico y se ocupó de la dirección de la que se convertiría en su ópera prima como director para la pantalla grande. La Residencia centra su atención en un reformatorio juvenil de señoritas localizado en Francia durante el año 1890 siguiendo la pista de varios personajes que allí pululan. Se trata de un cuento gótico que no elude sus deudas con los ya citados Poe y Hitchcock, facturado con una elegancia intachable y una puesta en escena capaz de amalgamar el clasicismos más sobrio con pasajes de una violencia que, en cierta manera, podrían haber influido bastante en el subgénero giallo italiano. De hecho se hace ineludible la deuda de la fastuosa Suspiria (Dario Argento, 1977) con el debut de Ibáñez Serrador que nos ocupa.
El film tuvo problemas con la censura por la explicitud de algunas escenas, sirva de ejemplo la famosa de la ducha colectiva, porque más allá de su estética de relato de terror subyacía bajo su superficie una crítica visceral hacia el puritanismo y la represión sexual propia del régimen franquista corporeizada en esas alumnas deseosas de experimentar son sus cuerpos mediante los pocos hombres que regentaban el aislado reformatorio. Pasajes como en los que sugerían comportamientos sadomasoquistas u homosexuales y la brillante secuencia en la que, por medio del montaje paralelo, se daba a entender que las compañeras de la alumna que mantenía relaciones sexuales en clandestinidad experimentaban sus orgasmos debieron levantar ampollas en el panorama cinematográfico de la época. Dentro del reparto debemos destacar, sobre todo, a unas impresionantes Lili Palmer y Mary Maude, como la estricta Madame Fourneau y la enfermiza alumna Irene, respectivamente.
Tuvieron que pasar siete años para que Ibáñez Serrador abandonara, momentaneamente, sus quehaceres catódicos y pudiera facturar su segunda película como director. En el año 1976 y por mediación del productor Manuel Salvador, Chicho rodó una adaptación del libro El Juego de los Niños, escrito por el novelista, periodista y guionista gijonés Juan José Plans. ¿Quién Puede Matar a Un Niño? cultivaba un terror en las antípodas del expuesto en La Residencia, rompedor y revolucionario en no pocos aspectos. Esta historia de dos turistas extranjeros que se enfrentan a una inexplicable plaga de resonancias bíblicas cuando todos los niños de la isla española en la que se alojan deciden eliminar de la manera más salvaje a los adultos del lugar está repleta de virtudes o hallazgos visuales y narrativos.
Partamos de la dificultad que supone transmitir terror a la platea con una historia desarrollada a plena luz del día. Ibáñez Serrador no sólo supera el examen con nota, sino que llega a facturar algunos pasajes capaces de helar la sangre. La agresión fuera de plano al anciano, la peculiar piñata, la sonrisa de la niña después de haber engañado por medio del llanto a su padre o ese hijo nonato agrediendo a su madre desde las mismas entrañas son situaciones difícilmente olvidables para el espectador, sobre todo el que degustó la obra por primera vez durante la infancia o adolescencia. Gracias a la excelente labor del reparto, enormes Lewis Fiander y Prunella Ransome, una excelsa fotografía a manos de un genio como José Luis Alcaine y un mensaje totalmente desesperanzador, deudor del de muchos de los mejores episodios de Historias Para No Dormir, ¿Quién Puede Matar a Un Niño? es una obra de arte que, eso sí, debe ser visionada en v.o.s, porque la doblada elude el desconocimiento del idioma español por parte de los protagonistas, carencia convertida en el epicentro del aislamiento y la incomunicación experimentada por estos.
Poco más podemos decir en una humilde entrada como esta de un genio indispensable como Narciso Ibáñez Serrador. Autor capital del lenguaje audiovisual español al que cineastas patrios como Álex de la Iglesia, Paco Plaza, Jaume Balagueró o J.A. Bayona toman como tutor e influencia directa o nombres importantes del género a nivel internacional como Quentin Tarantino, Edgar Wright o Eli Roth veneran gracias al enorme éxito de sus dos capitales trabajos cinematográficos. Con él desaparece una manera de hacer y entender la ficción de género que no volverá en su más pura esencia, pero de la que permanecen pequeños destellos gracias a sus discípulos y herederos. Aquellos que, al igual que un servidor, nos sentimos tan horrorizados como atraídos por su obra cuando la descubrimos a edad temprana, despertando algo en nosotros que una vez salió de su letargo nunca nos abandonó. Descanse en paz y que la tierra le sea leve, maestro.
Artículo publicado originalmente en Zona Negativa.
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