domingo, 17 de febrero de 2019

Punisher: Temporada 2, la conjura de los necios



"No es como la mayoría. No quiere encariñarse, porque teme sufrir. Y prefiere estar furioso con el mundo a arriesgarse a formar parte de él"




Después de su excelente debut en la segunda temporada de Daredevil el Punisher de Jon Bernthal protagonizó la primera tanda de episodios de su propia serie a finales de 2017. El resultado fue uno de los mejores exponentes dentro de las producciones inspiradas en personajes de Marvel Cómics auspiciadas por la plataforma de streaming Netflix. Con Steve Lightfoot (Hannibal) como showrunner y un grupo de secundarios formado por Ben Barnes, Ebon Moss-Bachrach, Amber Rose Revah, Jason R. Moore o la habitual de la casa Deborah Ann Woll escoltando al actor que dio vida al Shane de The Walking Dead la temporada inicial de Punisher supuso una excelente aproximación al atihéroe creado por Gerry Conway, John Romita Sr y Ross Andru en 1974. Tomando influencias de etapas como las de Garth Ennis o Jason Aaron en el sello MAX, entre otras, facturaron un producto violento, ambiguo y con unos niveles de calidad notablemente altos. Como era de esperar después de este bautismo de fuego las expectativas con respecto a la segunda temporada se dispararon hasta la estratosfera y el pasado 18 de enero Netflix incluyó en su catálogo los trece episodios para que sus suscriptores pudieran degustarla al completo. Por desgracia, y contra todo pronóstico, nuestras primeras impresiones sobre esta nueva, y aparentemente última, temporada de Punisher difícilmente pueden ser más negativas. Llegando a parecernos una de las muestras más flojas de los productos de la Casa de las Ideas impulsados por la compañía fundada por Reed Hastings y Marc Randolph en 1997.




Un servidor debe admitir que la presencia del personaje de Amy Bendix, interpretado por la actriz americana Giorgia Whigham, en una de las promos de esta segunda temporada le transmitió malas vibraciones, pero no quería dictar sentencia hasta ver la serie. Desgraciadamente no sólo andaba acertado, sino que me quedé corto con mis elucubraciones cuando pude confirmar lo inusualmente duro de visualizar íntegros los trece episodios. No me equivocaba cuando consideré la presencia de Amy como uno de los problemas más grandes de esta segunda temporada, ya que su enorme peso en la trama central y su continua interacción con Frank Castle dinamitan todo el conjunto argumental de esta etapa de la serie y la personalidad de un protagonista cuyo perfil queda brutalmente desdibujado en comparación con lo visto previamente un año antes. Pero como ahora trataremos de desarrollar no sólo es la inclusión de dicho rol el único problema, aunque sí el mayor, ya que la ineficacia y la mediocridad se extienden por el resto de subtramas pobladoras de un producto con una inesperada mediocridad en casi todos sus aspectos, abocando al sonoro fracaso la despedida de Frank Castle de su paso por Netflix después de haber protagonizado dos incursiones previas de muy alta calidad.




Es innegable que los tres primeros episodios apuntan buenas maneras. Steve Lightfoot y sus colaboradores al guión y la realización se ocupan de contextualizar, espacial y temporalmente, la situación de Frank Castle después de los hechos acaecidos en la primera temporada. Ese trío de capítulos condensan con eficiencia el espíritu del personaje y su idiosincrasia, además de ser fiel al tono y la intencionalidad de las trece entregas previas. El protagonista en ningún momento ejerce oficialmente como Punisher, pero sus arrebatos violentos y guerra continua contra unos criminales a los que elimina sin pestañear siguen vigentes y a pleno rendimiento. A esto habría que sumar el interesante y agradecido homenaje que se hace en el tercer episodio, Trouble the Water, a Asalto a la Comisaría del Distrito 13, y por efecto dominó a Río Bravo, la mítica segunda película de John Carpenter, con un vigor y fuerza en la puesta en escena dignos de elogio. Mientras tanto dos líneas argumentales discurren paralelas a la centrada en Frank. Una de ellas está focalizada en Billy Russo (Ben Barnes), todavía custodiado por la agente Dinah Madani (Amber Rose Revah) en el hospital y siendo tratado por una psiquiatra, la doctora Krista Dumont (Floriana Lima), cuyos lazos afectivos compartidos con él se irán estrechando cada vez más. La otra sigue la pista a John Pilgrim (Josh Stewart) un asesino extremista religioso que se verá las caras con el Castigador en la recta final.




Hasta el tercer episodio la narración discurre sin estridencias, lejos de mostrar las virtudes de la temporada anterior, pero dando buenas muestras de realización, escritura e interpretación. Lamentablemente a partir del cuarto todo empieza a torcerse de manera tan gradual que no llega a enderezarse en ningún momento hasta la finalización de la serie. La buena intención de los guionistas a la hora de dar profundidad psicológica a Jigsaw, si se le puede llamar así con sólo tres o cuatro cicatrices mal puestas a lo largo de su rostro, por medio de su relación con la Doctora Dumont se alarga hasta lo agónico cuando convierten a esta en un personaje recurrente cuya única misión es dar la réplica al villano. Experimentando con él una relación de atracción física sustentada en la toxicidad, dando vueltas sobre el mismo concepto, estirando hasta lo indecente una subtrama fácilmente finiquitable en no más de cinco episodios, abarcando aquí los trece interminables de la temporada. Se antoja imposible enumerar la cantidad de redundantes sesiones en las que terapeuta y paciente comienzan una conversación derivando esta en un arrebato violento o ataque de pánico por parte del personaje de Ben Barnes, sin llegar a ninguna parte desde un punto de vista argumental y sólo dando muestras de innecesaria redundancia por parte de los guionistas.




No mucho mejor es la subtrama dedicada al John Pilgrim al que da vida con notable acierto Josh Stewart (El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace). Este fanático religioso reconvertido en brutal asesino, y que parece sacado de las páginas de un cómic escrito por el autor de Scalped, tiene un potencial y una peculiar presencia física capaces de convertirlo en la revelación de la temporada. Pero siguiendo la tónica errónea, previamente apuntada, la escritura dedica mucho más tiempo a la insulsa historia protagonizada por Billy Russo que a la suya. De este modo las apariciones de Pilgrim son interesantes, muestran la dualidad autodestructiva, pusilánime e hipócrita de su psique, pero están tan espaciadas en el tiempo, mal ensambladas en el conjunto de la serie, y desvinculadas del núcleo central que bascula la narración como para llegar a perder el interés del espectador. Pasado el ecuador de la temporada llega un momento en el que los guionistas casi se olvidan por completo de su línea argumental y cuando la recuperan la sensación de desubicación y añadido puramente alimenticio se hace notable en pantalla. Todo el tiempo que Steve Lightfoot y sus colaboradores dedican a los fatigosos encuentros entre Russo y Dumont los podían haber aprovechado para construir detrás de Pilgrim un imaginario más rico e interactivo con respecto a, sobre todo, la historia planteada con Frank Castle como epicentro.




Toda esta ineficacia aplicada a las subtramas sería, hasta cierto punto, perdonable si no fuera porque la principal, la que da sentido y supuesta solidez al conjunto de la temporada, es tan o más deficiente. La inclusión del personaje de Amy Bendix es una burda excusa narrativa para crear una relación paternofilial con Frank cuyos ecos nos retrotraigan a la compartida con sus hijos, Frank Jr y Lisa. Esta idea, mal planteada desde su concepción, queda en nada por la forzada pátina humorística adherida a la adolescente bala perdida a la que da vida una esforzada Giorgia Whigham y en la que se ve involucrado el protagonista. La sesión continua de secuencias, supuestamente cómicas, sustentada en el choque de personalidades entre protector y protegida, como si de una versión marca blanca de El Profesional (León) se tratase, depara momentos de vergüenza ajena y sonrojo propios de una mala sitcom. El culmen de esta desfachatez conceptual toca techo con el montaje de escenas, acompañadas de música pop, en el que Amy se prueba la ropa de Madani delante del espejo como si estuviera protagonizando un pasaje de Solo en Casa. Este tratamiento del nuevo personaje repercute en una temporada en la que la verborrea y los diálogos redundantes solapan las, más bien pocas, escenas de acción. Brillantes cuando hacen acto de presencia, pero tan escasas que se antojan totalmente insatisfactorias.




Lo peor de todo este desaguisado es que la enorme labor de Jon Bernthal con el personaje queda reducida al mínimo exponente. Se antoja demencial tener a un actor entregado por la causa, bestial a la hora de implicarse en las secuencias de acción y que entiende al 100% la idiosincrasia de su criatura deambulando de aquí para allá sin una finalidad concreta desde una perspectiva narrativa y compartiendo interminables diálogos con secundarios que más que aportar riqueza a su personalidad se la arrebatan. Duele ver cómo algunas de las secuencias de acción de los tres primeros episodios, la del gimnasio de la mafia rusa o la del parking muestran leves fogonazos de la segunda temporada de Punisher que pudo ser y no fue. Todo por culpa de unos guionistas cuya intención parece la de boicotear una adaptación a imagen real que en su presentación en la serie del Hombre Sin Miedo o su primera incursión en solitario había dado muestras de poderosa impronta, conocimiento de la esencia de Frank Castle como personaje y preponderancia de unas escenas dinámicas y de violencia sólo un peldaño por debajo de las de la serie protagonizada por Charlie Cox. De esta manera el Punisher de Netflix queda totalmente despersonalizado, blanqueado y llevado hasta el ridículo. Llegando incluso a perdonar la vida a, si no me fallan las cuentas, tres criminales. Algo impensable para un asesino que en las viñetas ha sido capaz de matar a la mujer de un mafioso justo después de haber alumbrado a su hijo.




No hay más que mirar mi imagen de perfil para dilucidar que Punisher es uno de mis personajes de cómic favoritos. Lo es porque defiende un ideario que en la realidad me resulta execrable, pero en la ficción fruicioso, catártico y con predisposición al divertimento cafre y reaccionario. Por eso me resulta doblemente doloroso hacer esta reseña sobre una serie brillante en su primera temporada y muy fallida en la segunda. Aunque pudiera parecer lo contrario comencé a ver esta segunda tanda de episodios a pocos días de su inclusión en el catálogo de Netfilx. Pero pasado el ecuador mi decepción inicial evolucionó en enfado e indignación, obligándome a dar un descanso temporal al visionado de un producto convertido en una de las mayores decepciones que recuerdo como espectador y fan del personaje creado en las páginas de aquel lejano The Amazing Spider-Man #129. Aunque, por el momento, no se ha confirmado nada oficialmente todo apunta a que esta ha sido la despedida de Frank Castle de Netflix y desgraciadamente no ha podido ser más deficiente. Me queda la esperanza de que Hulu o Disney en su próxima plataforma de streaming recuperen al personaje y a Jon Bernthal para darle continuidad o un final a la altura, porque lo acontecido en estos trece episodios clama al cielo. Para colmo ese plano final, con romcabolesco in memorian a Stan Lee, deja claro que los guionistas podían haber mostrado en todo momento al vedadero Punisher, pero no les ha salido de salva sea la parte hacerlo, demostrando poco respeto o consideración hacia él o los fans del mismo.




1 comentario:

  1. Reseña publicada originalmente en Zona Negativa

    https://www.zonanegativa.com/zncine-marvels-punisher-2a-temporada-primeras-impresiones/

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