sábado, 13 de octubre de 2012

Léolo, el guardían de las palabras



Título Oiginal Léolo (1992)
Director Jean-Claude Lauzon
Guión Jean-Claude Lauzon basado en la novela de Réjean Ducharme
Actores Macime Collin, Gilbert Sicotte, Ginette Reno, Julien Guiomar, Giuditta Del Vecchio, Denys Arcand, Pierre Bourgalt, Andrée Lachapelle, Yves Montmarquette





¿Se puede transmitir poesía desde la crueldad, la suciedad física y moral, la fealdad?. ¿Se puede ser lírico desde la escatología, la sordidez y la inmundicia?. El malogrado director francocanadiense Jean-Claude Lauzon nos demostró que sí es posible con su segunda y última película, Léolo, que rodó 5 años antes de encontrar mortal destino junto a su novia mientras viajaban en una avioneta que acabó estrellándose en una montaña. Esta producción de 1992 es considerada por muchos una obra maestra del cine contamporáneo y para otros une ejercicio de vacua poesía rodeada de excremento. Para un servidor no es ni lo uno, ni lo otro, pero se acerca más a lo primero por ser una experiencia cinematográfica atípica, original y con alma.




Léolo es un niño que vive con su humilde y desestructurada familia en Montreal, Canadá. El pequeño infante vive una terrible existencia rodeado de sus hermanas con problemas mentales, su hermano obsesionado con fortalecer su cuerpo por culpa del miedo, un padre obcecado con que sus hijos evacúen intestinalmente a diario, un abuelo inestable y una madre que debe llevar sobre sus hombros todos los problemas del hogar. Para evadirse de esta pesadilla existencial Léolo se entrega a la lectura y escritura para introducirse en una realidad paralela en la que se llama Léolo Lozzone. Allí afirma que nació de un tomate fecundado por un italiano, que su piscina le conduce a un océano con un tesoro escondido o que su vecina Bianca es el amor de su vida y la representación de Italia, el páis al que dice pertenecer y que representa el ancla que le mantiene cuerdo sin caer por ello en el mundo de locura de su familia.




Léolo está inspirada de manera libre en la novela El Valle de los Avasallados (L'Avalée des Avalés) del escritor quebequés Réjean Ducharme y con ella Jean-Claude Lauzon ofrece no sólo una adaptación de aquel libro sino también una fresco de su propia infancia (el nombre completo del protagonista es Leo Lauzon, compartiendo así apellido con el guionista y director) y uno de los retratos más desoladores de la infancia, el amor no correspondido y el viaje a la locura jamás rodados. En el trayecto el cineasta de Montreal no elude la crudeza de aquella época y la expone en pantalla sin cortapisas y en toda su desnudez, pero nunca de manera gratuita o arbitraria.




Jean-Claude Lauzon se abrió el pecho de par en par con Léolo y se entregó totalmente al espectador en un proyecto valiente, tan rotundo como desconcertante. El director de Un Zoo la Nuit nos habla del poder de las palabras, leídas o escritas, y cómo las mismas pueden salvarnos de la locura de la realidad gracias a que nos permiten viajar a otros mundos más allá del nuestro. "Porque sueño, yo no lo estoy, porque sueño yo no estoy loco" se dice continuamente a sí mismo Leólo a modo de letanía, marcando las distancias con esa terrible familia que no tiene nada que ver con él y que parece más una carga que una institución en la que apoyarse en busca de comprensión o consuelo.




El uso de la voz en off (la maravillosa del actor Gilbert Sicotte) es posiblemente uno de los más acertados de la historia del cine. Porque por medio de este tipo de narración no sólo nos embriagamos con una poesía brillante y reflexiva, también nos ponemos en el lugar de Léolo y vemos como a pesar de estar rodeado de inmundicia él esta por encima de todo ello, gracias a la escritura y a su pasión por Bianca que ejerce de musa, amor platónico y único lazo con la cordura. La implicación con el protagonista es total si entramos en el juego del cineasta y podemos empatizar con ese niño de cara angelical que comienza a descubrir el despertar sexual, el rechazo, el miedo, la demencia o los sueños rotos.




El retrato de la familia que se realiza en Léolo es durísimo y sin miramientos. Lauzon perfila al núcleo familiar de su protagonista más como un cáncer que como un grupo de personas unidas por estrechos lazos sanguíneos y afectivos. Es más, los familiares del muchacho son los que, de manera inintencionada pero continua, obligan por medio de sus genes y actos egoístas, cerriles y hasta psicóticos a que caiga en el mundo de la locura en el que ellos mismos se aposentaron años ha. Este furibundo fresco sobre la intitución familiar recibe su golpe de gracia por boca del protagonista durante la narración y las palabras que lanza en el momento de la desoladora escena del gato, cuando habla del chico que lleva a cabo el acto con el pobre animal, que como es lógico no vemos en pantalla.




Gracias a la conjunción lírica de imágenes y sonidos empapados con la música etílicamente poética de Tom Waits, la candorosa de Gilbert Beacaud o la delicada de Lorena McKennit la segunda obra de Jean-Claude Lauzon ofrece escenas que encojen el corazón como ese Léolo de bebé llorando desconsoladamente de madrugada frente a su madre en el cuarto de baño, el ingreso de Rita en la institución mental, el viaje a las profundidades de la piscina tras el ataque del abuelo, la retribución de Léolo con este último con el pasaje de la cuerda y dos momentos en concreto que me llegaron especialmente, la venganza truncada de Fernand con ese enorme diálogo: “Ese día comprendí que el miedo habita en lo más hondo de nosotros y que ni una montaña de músculos ni un millar de soldados podrían hacer nada para remediarlo”, que no negaré que tuve que ver entre lágrimas de impotencia y el final que es el último puñetazo al estómago que nos deja completamente destrozados.




Es fácil pensar en el Federico Fellini de Amacord o el Terry Gilliam de Héroes del Tiempo (Time Bandits) viendo Léolo pero la musicalidad de Jean-Claude Lauzon es propia, personal e intransferible. Su última obra es un retrato desolador de la peor de las infancias, de la lucha contra la locura por medio del saber y la aventura de aprender y de cómo la más cruda realidad devora tanto a sueños como a soñadores. No puedo ponerme del lado de aquellos que se ven a sí mismos en Léolo, que recuerdan su infancia y penurias y que por ello sienten una implicación con ella más allá del plano cinematográfico porque en mi niñez tuve tantos buenos como malos momentos .




Pero tampoco me uno a aquellos que ven en esta obra un grotesco producto cinematográfico que muestra con realista trazo actos como el onanismo, la violenica o la pedofilia recreándose en cierto naturalismo (nunca exagerado o gratuito, desde mi punto de vista) envolviéndolo todo en un supuesto falso lirismo de postal. Me quedo en un camino intermedio, porque sin parecerme una obra de arte o una cagada fílmica, Léolo me ha transmitido sensaciones sinceras a lo largo de su metraje, me he sentido identificado con varias de las criaturas de Lauzon y he percibido por todos y cada uno de los fotogramas que dan forma a su testamento cinematográfico unas ganas de luchar por la cultura, la cordura, el amor y la vida que me llegaron a lo más hondo. Léolo Lozzone como no podía amar dejó de soñar, soñemos nosotros en su honor para que la locura no nos atrape con sus garras estos tiempos tan propicios para ello.


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