lunes, 30 de mayo de 2011

Sudor Frío, clavó en mi carne viva, sus garras el dolor




Título Original: Sudor Frío (2010)
Director: Adrián García Bogliano
Guión: Adrián García Bogliano
Actores: Facundo Espinosa, Marina Glezer, Camila Velasco, Omar Musa, Omar Gioiosa, Noelia Vergini, Daniel de la Vega, Victoria Witemburg, Rolf García, Diego Cremonesi, Gimena Blesa




El de Adrián García Bogliano es un nombre peculiar dentro del cine de terror sudamericano. Es sin lugar a dudas uno de los pocos directores que está dando un impulso considerable al género de horror porteño, pero también es un personaje que destaca por no ser un cineasta demasiado competente, bordeando en más de un momento la mediocridad. Pero el tipo es insistente, consecuente consigo mismo y sigue al pie del cañón, sin importarle lo que digan sobre él y su obra.




García Bogliano, nacido en España e hijo de argentinos, es un director que se influencia claramante por el terror rural americano que elaboraran en los 70 autores como Tobe Hooper o Wes Craven, pero también por experimentos formales dentro del género como la durísima y seca Ocurrió Cerca de su Casa (C'est Arrivé Près de Chez Vous) de los belgas Rémy Belvaux, André Bonzel y Benôit Poelvoorde, que jugaba con el poder vírico y de consumo catódico que contiene la violencia. Sus cintas, de un terror epidérmico y muy duro se alejan normalmente de lo sobrenatural para centrarse en la perversidad humana, que a mí al menos me resulta más interesante.




Sudor Frío es la primera película de García Bogliano con una productora importante (Pampa Films) detrás, ya que hasta el momento el director había estrenado sus films con la suya propia, Paura Films. Gracias a ello el largometraje se ha estrenado en salas y ha tenido una interesante carrera comercial en Argentina. La crítica se ha dividido entre los que la ven como un producto inservible o cruel y los que la nombran como el estandarte del nuevo cine de terror porteño y todo hay que decirlo, en parte es comprensible este choque de opiniones.




La cinta, modesta en fondo y forma, narra la investigación de una pareja de jóvenes en busca de una tercera persona, amiga de los mismos, que van a parar a una vieja casa habitada por dos sádicos ancianos ex miembros de la Triple A durante la dictadura militar argentina que torturan a muchachas con motivos tan mórbidos como poco esclarecedores. Los chicos intentarán salir de allí con vida superando las salvajadas que los dos adorables vejetes les harán pasar para impedir la huida.




García Bogliano se adentra en el subgénero del torture porno con varios aciertos y algunos fallos. Dentro de lo destacable para bien está el adecuado y muy acertado uso de la nitroglicerina como método de tortura. El hecho de que el líquido explosivo pueda dar pie a la desgracia con sólo tocar el suelo al caer derramado por las partes del cuerpo de las víctimas en las que han sido aplicadas acrecienta considerablemente un suspense nervioso que se tensa bestialmente y que funciona casi al 100% durante todo el ajustado metraje.




Por otro lado hay varios aciertos dentro del uso efectista en las escenas de tensión o acción. Dentro de los paupérrimos medios el director sabe aprovechar las escenas a cámara lenta utilizadas en las escenas con explosiones o un uso acertado de la angulación de los planos y del efecto deformante de los objetivos de la cámara para dar un tono de atmósfera opresiva que recuerda (salvando las muchas distancias) a La Matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre) de Tobe Hooper.




Pero es de recibo hablar también de la presencia de secuencias considerablemente tristes, como la del anciano con el andador lanzando ácido con la jeringuilla (pobre Facundo Espinosa, no se merece esto), la dirección de fotografía bastante penosa y la resolución de algunos pasajes de dudoso resultado, como el que implica a los vecinos, por poner un ejemplo que me viene ahora mismo a la cabeza. Pero como conocemos la pobre naturaleza del producto y los escasos medios técnicos que tuvieron para realizarla, podemos ser considerados con los autores y no cebarnos con ellos.




Sudor Frío no es una película memorable, aunque sí es una cinta entretenida, conseguida en varios aspectos. La inclusión algo tosca pero acertada del matiz político con los ancianos, su retrato ácido sobre las redes sociales y las altas tecnologías, su crudeza con el gore, que es escaso pero muy acertado, el buen ver de los protagonistas (que como actores no son nada del otro mundo, raro en los argentinos que tienen talento natural para la interpretación) y los ramalazos tanto del cine de terror de los 70, como al actual que también homenajea a este último ya que el viejo metido en el traje con la máscara de gas es puro Rob Zombie de su primera película, La Casa de los 1000 Cadáveres.




El cine argentino necesita a directores desprejuiciados como García Bogliano en sus filas. Un cineasta que no se ande con chiquitas a la hora a de hacer el tipo de largometraje que le gusta dentro del género de terror. No sé aún si es más digno heredero del Wes Craven de los 70 (el de La Última Casa a la Izquierda o Las Colinas Tienen Ojos) o de Uwe Boll, pero lo que sí tengo claro es que me quedo antes con esta Sudor Frío que con cualquier secuela de las prefabricada saga Saw, por poner un ejemplo.



domingo, 29 de mayo de 2011

Agnosia, no hay peor ciego que el que no quiere ver




Título Original: Agnosia (2010)
Director: Eugenio Mira
Guión: Antonio Trashorras
Actores: Eduardo Noriega, Barba Goenaga, Félix Gómez, Sergi Mateu, Jack Taylor, Martina Gedeck, Luis Zahera




Segunda incursión el el mundo del largometraje por parte del director alicantino Eugenio Mira, tras su poco conocida (y recibida con cierta tibieza tanto en el festival de Sitges de 2004 en el que se presentó, como por la crítica y la taquilla) The Birthday, que supuso su ópera prima tras una breve pero considerable carrera como cortometrajista. Agnosia es una atípica cinta de época que lo tiene todo para ser una excelente muestra de género, pero por desgracia no consigue consolidarse como tal en pantalla por distintos puntos flacos que la hieren considerablemente como conjunto.




El film lo tiene todo para triunfar. Una dirección artística notable (buenos billetes invertidos por la cadena Tele 5), un diseño de producción elaborado (más billetes, más billetes), una puesta escena adecuada, una historia tan poco común como interesante, un reparto cuanto menos solvente y un director prometedor con algo que decir detrás de las cámaras. El problema es que la estructura central de la narración, lo que Mira y su guionista, el ex crítico de cine Antonio Trashorras (también guionista de la excelente El Espinazo del Diablo de Guillermo del Toro) nos cuentan no tiene alma, es frío, distante y desangelado.




Ni empatía con el espectador, ni personajes bien perfilados, ni calidez alguna transmitida por una historia que debería mostrarse como tal, debido a su temática, su protagonista femenina, la relación con su padre y el triángulo amoroso central que sólo es rascado en la superficie por el guión y que no llega a ser creíble en su totalidad por lo desconcertante de la resolución de algunas de las escenas que deberían desarrollarlo y por la poca química de los actores delante de la cámara. A pesar de que individualmente hacen un trabajo decente.




Mira hace un buen trabajo con la dirección. Encuadra con personalidad y le da empaque visual al producto, pero al no conocer un servidor su obra previa no sé cuanto de su impronta hay en el producto. Lo que sí sé es que desde el cartel promocional hasta muchos pasajes del film se nota mucho la influencia del Christopher Nolan de la excelente The Prestige y su estética o planificación formal. El problema es que si el director de The Dark Knight es demasiado cerebral, Mira es directamente gélido como cineasta. El alicantino no transmite verdaderas emociones, aunque en su favor se puede afirmar que lo intenta en varias ocasiones.




El trío actoral está bastante irregular. Félix Gómez, que es un actor que nunca me ha convencido demasiado lleva unos cuantos trabajos bastante meritorios, incluído este. Eduardo Noriega como casi siempre, perdido, recitando más que interpretando y sin fuerza, alejado de su excelente papel en, otra vez, El Espinazo del Diablo, su mejor y más creíble rol hasta la fecha. En cambio la preciosa Bárbara Goenaga realiza el más acertado de los roles. La donostiarra sabe transmitir, la inocencia, fragilidad y confusión de su personaje con profesionalidad y como guinda nos regala un maravilloso desnudo, cosa que se le agradece. En los secundarios buen trabajo del americano Jack Taylor, del catalán Sergi Mateu, de la alemana Martina Gedeck (La Vida de los Otros) y de un poco aprovechado Luis Zahera.




Siempre se agradece la presencia en las carteleras de proyectos nacionales tan arriesgados y atípicos como Agnosia, Por desgracia en esta ocasión el resultado no es el esperado y/o adecuado. A una considerable corrección formal se antepone una trama distante, aséptica y finalmente aburrida. A ello no ayuda la pomposa y exagerada banda sonora del mismo Mira (que es acertada pero no para un producto tan íntimo como este), la superficialidad de la propuesta y su escaso interés para con el espectador. Otra vez será, que Eugenio Mira apunta maneras, aunque este no sea su momento precisamente.



miércoles, 25 de mayo de 2011

Insomnio, el canto del cisne negro



Título Original: Non Ho Sonno/Sleeples (2001)
Director: Dario Argento
Guión: Franco Ferrini y Dario Argento
Actores: Max Von Sidow, Stefano Dionisi, Chiara Caselli, Rossella Falk, Gabrielle Lavia, Roberto Zibetti, Paola Maria Scalondro, Roberto Accornero







Es una verdad irrefutable. Me causa tanta desdicha como regocijo hablar de una película como Insomnio (Non Ho Sonno) del director romano Dario Argento en esta entrada. Me alegra porque supuso una gran obra, un retorno al pasado en el que recuperábamos al Argento más puro e inspirado. Pero también me apena considerablemente porque fue su última cinta destacada y dado el caso estamos hablando de un largometraje que se estrenó en el año 2001 y ha llovido bastante desde entonces, es innegable.




En en el año 2001 Argento venía de perder el norte en los 90 con cintas insatisfactorias, fallidas o indignas de su talento como la insoportable La Sidnrome de Sthendal o su desconcertante versión de El Fantasma de la Ópera de Gaston Leroux. Salvándose de la quema sólo aquella memorable recuperación del giallo que supuso Trauma, con Brad Dourif, su hija Asia Argento, Piper Laurie o Christopher Rydell, el protagonista de la inefable Sangre y Arena de nuestro Javier Elorrieta. Por eso el estreno de Insomnio fue todo un acontecimiento para los que hemos disfrutado con gran parte del grueso de la obra del director de Suspiria.




Non Ho Sonno es un giallo puro de la vieja escuela, deudor tanto del mismo Argento como de coetáneos suyos de la talla de Mario Bava, Lucio Fulci o Umberto Lenzi. La cinta viene a ser una actualización de Rojo Oscuro (Profondo Rosso), uno de los gialli más puros de Argento y para el que suscribe la cumbre de su carrera como cineasta. El director de Phenomena utiliza apuntes de aquella joya protagonizada por David Hemmings, como una atmósfera infantil pretendidamente pervertida, marionetas utilizadas como elementos amenazantes, traumas acontecidos en la niñez y una investigación policíaca que incita a un cruce de distintas pistas y tramas que desembocarán en el mismo caso.




Argento vuelve a sus habituales lugares comunes dentro del plano cinematográfico, los mismos que sirvieron para cimentar gran parte de la estructura formal y conceptual del subgénero giallo, que él mismo (junto a algunos otros cineastas como los que he mencionado en el tercer párrafo) llevó a lo más alto en la segunda mitad de la década de los 70 y la primera de los 80. Sucio ambiente suburbano, atmósfera nocturna y lluviosa, teatros en los que tienen lugar asesinatos entre bambalinas, relaciones afectivas o románticas poco desarrolladas y nada creíbles y una omnipresencia considerable de las fuerzas de la ley siguiendo la pista de un brutal asesino en serie que mata con arma blanca y siempre con las manos enguantadas.




Argento, a pesar de tener un estilo definido como cineasta y hasta si me apuran un discurso propio, siempre ha sido más un realizador que un verdadero director en toda la amplitud de la palabra. Debido a sus límitadas dotes como guionista y sus pocas virtudes para la dirección de actores (que para colmo están doblados en todas y cada una de sus cintas, a pesar de estar las mismas rodadas en inglés) siempre ha antepuesto la estética de sus productos a la historia que con ellos nos quiere narrar. De ahí que cuando decide ponerse detrás de las cámaras prefiere llevar a cabo una excelente realización técnica (siempre ayudado por la fotografía, la dirección artística y el diseño de producción) que ser coherente narrativamente con su propia criatura cinematográfica.




Por eso en Sleepless, al igual que en Suspiria o la fallida Opera, Argento se centra casi totalmente en dar un acabado técnico de alto nivel a su visión. Gracias a ello en la cinta que comento podemos ver momentos de alto voltaje cuando el italiano decide hacer virguerías con la cámara o acrecentar con la construcción de planos un suspense que llega en ocasiones a crear verdadera inquietud en el espectador. Tómense como ejemplo pasajes como el de la prostituta en el tren, el flashback con el enano contando cuentos, el asesinato con la pluma, la chica asesinada en el portal o la visita nocturna al apartamento del detective Moretti. Todas ellas parecen haber sido sacadas de obras pretéritas y memorables del Argento como El Pájaro de las Plumas de Cristal, El Gato de Nueve Colas o Ténebre.




También hay, como es habitual en Argento y una de sus señas de identidad inconfundibles, una delectación mórbida por esos rituales artísticos que suponen para él los asesinatos llevados a cabo por el desconocido personaje del homicida, rol clave en todo giallo que se precie de serlo. Hay un par de escenas que podrían incluirse entre las más brutales que Argento ha rodado en toda su carrera. Una es indudablemente la del clarinete, que a depende qué tipo de espectador puede causarle cierto impacto (doy fe de ello, mi pobre padre la sufrió en sus carnes) o la de la chica asesinada contra la pared que también se las trae. Para dejar cierto misterio, pero también algo de luz con respecto a dichas secuencias al lector, diré que ambas escenas tienen que ver con las dentaduras de los personajes.




De los actores no se puede hablar demasiado, como suele ocurrir en la mayoría del films del amigo Dario. El reparto está entre correcto y poco inspirado. Curiosamente las víctimas de los crímenes viven más sus secuencias del rodaje (por la implicación física que suponen las mismas, todo hay que decirlo) que los actores principales, de los que sólo se puede destacar la habitual excelente labor del sueco Max Von Sidow, que da con su presencia la necesaria dosis de solmenidad, veteranía, inteligencia y elegancia al producto, con su detective retirado que parece salido directamente de cualquier buen ejemplo de novela negra.




Por último destacar otro de los alicientes, más interesantes para un servidor, que sirve para que Insomnio nos devuelva parte de la época dorada de Argento como maestro europeo del terror. Nada más y nada menos que la presencia del grupo de rock italiano Goblin en la banda sonora del film. Goblin, fueron los habituales compositores de los scores de los largometrajes del director desde mediados de los 70 hasta bien entrados los 80. La banda de Claudio Simonetti compone algunos de los temas más inspirados que han podido ofrecer en una cinta de Argento, aunque curiosamente dichos cortes son de una sencillez compositiva sorprendete. Aumentado todos ellos ese clima infantil que posteriormente torna en macabro y aterrador durante el metraje.




Hace diez años que Insomnio se estrenó, tras ella Argento no ha vuelto a ofrecernos una verdadera buena película. Mediocridades como El Jugador (Il Cartaio), La Madre del Mal (La Terza Madre) o Giallo, apuntan a lo peor. Dario Argento posiblemente esté acabado como cineasta que tiene algo que ofrecer al público. Ese sentido entre demodé y clásico que tiene sobre el thriller policíaco y de intriga inspirado en Htichcock parece haber desaparecido de su impronta, tal vez para siempre, aunque esperemos que no sea así. Por ahora sólo puedo mostrar una sensación entre temerosa y esperanzadora ante su más próximo proyecto. Una nueva versión de Drácula, con Rutger Hauer, su hija Asia Argento y Miguel Ángel Silvestre como protagonistas y rodada en el manido formato 3D. Que la madre de las lágrimas nos pille confesados y con kleenex en las manos, porque para bien o para mal tendremos que usarlos.


sábado, 21 de mayo de 2011

Midnight in Paris



Título Original: Midnight in Paris (2011)
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Actores: Owen Wilson, Rachel McAdams, Marion Cotillard, Michael Sheen, Katy Bates, Carla Bruni, Alison Pil, Tom Hiddelston, Adrien Brody, Kurt Fuller



Ya el soberbio cartel promocional de la película con un Owen Wilson paseando solitario junto al Sena y esos tonos impresionistas azulados que remiten tanto a Monet como a Renoir en el fondo, nos dejan entrever ligeramente y con sutilidad los derroteros por los que se va a mover la última y magnífica película del neoyorkino Woody Allen. Un exquisito poema de amor dedicado tanto a la capital francesa como a sus gentes y una de las cintas más logradas e imaginativas del cineasta judío en los últimos tiempos.



La película número 42 del director de Annie Hall puede parecer, por su actor protagonista o su punto de partida, otra de esas obras menores con ínfulas de postal con las que nos ha entretenido y a veces desconcertado en los últimos años, como Vicky Cristina Barcelona o Scoop y en las que quiere realizar, desde el punto de vista del turista, un afectivo homenaje a esas ciudades europeas a las que guarda un especial cariño. Pero Midnight in Paris es mucho más que una oda a las maravillas de la ciudad de la luz, es un ejercicio delicioso en el que Allen nos habla de muchos temas más, que van desde lo artístico a lo vital.


Un guionista americano pasa unos días en París con su prometida y los padres de ella. En la capital de Francia busca la inspiración necesaria para terminar de escribir su eternamente pospuesta primera novela. Sus suegros empezarán a mirarle por encima del hombro y su novia preferirá salir de fiesta con una pareja de amigos antes que quedar con su novio paseando por las calles de la ciudad parisina. Allí, en soledad, nuestro personaje viajará en el tiempo, siempre cuando dan las campanadas de la medianoche, al París de los años 20 en el que se codeaban todos sus ídolos.



Allen introduce a su alter ego (esta vez un maduro y muy convincente Owen Wilson que confirma como el director de Zelig saca lo mejor de actores dedicados a un tipo de comedia con un humor de dudoso gusto como Jason Biggs o Will Ferrel cuando caen en sus manos) en un maravilloso París habitado por escritores como Ernest Hemingway, Gertrude Stein, F Scott Fitzgerald y su esposa Zelda, pintores como Pablo Picasso o Salvador Dalí, cineastas como el gran Luis Buñuel o músicos como Cole Porter. Gil conseguirá el sueño de su vida, formar parte de ese selecto grupo de genios que, enamorados por la ciudad, vivieron allí mil y una anécdotas, romances, desamores, peleas y traiciones.



Con un acertadísimo matiz de realismo mágico Allen se permite dar forma a escenas de puro genio con todos esos pensadores y filósofos de la vida y el arte. Mostrándonos a un Heminghway rudo y viril, un Salvador Dalí (Adrien Brody) disparatado, un matrimonio Fitzgerald entrañable (a él le da vida Tom Hiddleston, el soberbio Loki de la reciente Thor) una carismática Gertrud Stein (Katy Bates) o un Picasso maniático y mujeriego. Todas ellos dando pie a situaciones que buscan la sonrisa complice de un espectador que tiene que implicarse con la historia y tener cierto afecto por el arte y la creación en cualquiera de sus vertientes. Mi momento favorito es cuando Gil da ideas a Buñuel para lo que en un futuro sería su magnífica y surrealista obra maestra El Ángel Exterminador.



El de New York deja un poco de lado sus diálogos ágiles y divertidos sobre temas triviales para adentrarse en planteamientos de corte más profundo. Reflexionando sobre dilemas emocionales o metafísicos por medio de una trama que en apariencia puede parecer superficial por estar protagonizada por un personaje que se deleita con el hecho de compartir horas de fiesta y farra con sus ídolos culturales de toda la vida. Pero que finalmente transita por caminos que tratan temas universales como el amor o la asuencia del mismo, el rechazo, el poder de la creación o el miedo a la soledad y a tener una vida insatsfactoria a distintos niveles.



Pero que nadie se lleva engaño. Hay momentos de humor geniales que remiten al Allen más inconformista y deslenguado. Sobre todo se puede sacar oro de las discusiones políticas entre Gil y su suegro (memorable Kurt Fuller) con un brutal puyazo al inefable Tea Party estadonunidense incluído. También hay grandes situaciones con el pique entre el protagonista y Paul, el personaje interpretado por el siempre solvente actor británico Michael Sheen (destacable su roce dialéctico con Carla Brunni). Aunque la carcajada más estruendosa me la despertó el pasaje en el que descubrimos el paradero del detective, que me trajo a la mente algunos de los mejores momentos de La Última Noche de Boris Grushenko (Love and Death)



La indispensable cita anual que los fans de Woody Allen tenemos con él en las carteleras esta vez lo es mucho más. Si de por sí es un placer tener todos los años una de sus obras, que la última (bueno, penúltima, todos conocemos a Allen, no presenta proyecto sin haber empezado la producción del siguiente) de ellas destaque sobremanera, se muestre como su mejor obra desde la sorpredente, sólida y hitchockiana Match Point, nos hable sobre los soñadores, la cultura, el arte, la libertad y el libertinaje, bajo una noche lluviosa en el París (ciudad a la que ama realmente, no como a Londres y Barcelona a las que tiene cariño pero por las que no bebe los vientos) de la primera mitad del siglo XX y que para colmo al acabar el trayecto nos deje con ganas de más, es señal de que este hombre debe seguir haciendo cine y formando parte de nuestras vidas por muchos años más.


domingo, 15 de mayo de 2011

Crematorio, yo bajando a los infiernos y tú cruzando el paraíso


"Rubén no me gusta por su dinero, sino por cómo lo gana. Es como un general, todo el mundo le respeta y le teme"
Mónica Soto


En una época como la actual, en la que las series españolas están despertando poco a poco de su letargo y ofreciendo productos que, si bien no son de verdadera calidad, sí ofrecen al público sano entretenimiento, alejado del humor costumbrista del que llevamos abusando décadas en el tubo catódio, como son los casos de las meritorias Águila Roja, Hispania, El Barco o la ya finalizada El Internado, Crematorio, la primera serie de corte dramático de producción propia salida de la cadena de pago Canal +, está destinada a cambiar la mediocre ficción televisiva nacional.



La serie, de sólo ocho episodios, adapta la premiada novela homónima del escritor valenciano Rafael Chirbes, ganadora del Premio Nacional de la Crítica en el año 2007 y con ella se realiza un retrato veraz y necesario de hasta donde llega la corrupción social y política en un país como España. Chirbes sitúa su historia en la fictica localidad costera de Misent. Allí, se narra la historia de Rubén Bertomeu. Un adinerado empresario de la construcción metido en negocios turbios, todo tipo de chanchullos que rebasan la línea de la legalidad y que se aprovecha, gracias a sus influencias, de todos cuantos le rodean. Ya sean criminales, políticos, empresarios e incluso familiares.



Crematorio ha sido llevada a imágenes por el guionista y director Jorge Sánchez Cabezudo. Autor de aquel magnífico y muy recuperable thriller rural llamado La Noche de los Girasoles y uno de los impulsores de ese cambio vital que las series de televisión patrias están experimentando, si tenemos en cuenta que su impronta ha quedado grabada en productos como Desaparecida, Guante Blanco o la ya mencionada Hispania. Con la ayuda de su hermano Alberto y de Laura Sarmiento Pallarés (Herederos) Sánchez Cabezudo a logrado un hito destacado dentro de nuestra pequeña pantalla.




Como es lógico salvaré las distancias al abordar el tema, pero no puedo evitar al hablar de un producto como Crematorio mencionar a la cadena de televisión por cable americana HBO. Canal + y Fernando Bovaira, habitual productor de Alejandro Amenábar, han dado un triple salto mortal sin red al poner en manos de Sánchez Cabezudo una producción holgada, unos medios puramente cinematográficos, un casting elegido de manera exquisita y sobre todo la suficiente confianza como para que el guionista y director lleve a buen puerto una empresa tan complicada como la de realizar la primera serie dramática de autor en la televisión de pago española.



Es inevitable al ver el producto no pensar en la visión descarnada, pero cercana, del submundo de los bajos fondos y el hampa de Los Soprano de David Chase con todo el entramado en el que Bertomeu mantiene trato con la mafia rusa. También de el retrato hiperrealista de familias desestructuradas que en apariencia parecen perfectas y que en su fondo, dentro de las cuatro paredes que forman sus lujosos apartamentos o adosados, tienen graves problemas emocionales, como en la magistral A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under) de Alan Ball. Pero sobre todo se percibe una considerable influencia del elegante matiz de denuncia política y social que emanaba de todos y cada uno de los fotogramas de la intachable The Wire de David Simon y Ed Burns




Sánchez Cabezudo y sus guonistas se despachan a gusto con todo lo pútrido y corrupto que hay en nuestro país. Utilizando continuos flashbacks que ilustran el ascenso de Bertomeu empezando como un joven con aspiraciones empresariales y acabando como un rastrero especulador que no duda en arrasar con todo y con todos para llegar a los más alto. La historia toma como núcleo la burbuja inmobiliaria que el mismo Chirbes retrató en su novela antes de que causara estragos en España, a modo de predicción de futuro. El personaje de Bertomeu se aprovechó de tal hecho para crear un imperio y extorsionar a todo tipo de ciudadanos que quedaron desalojados y en la ruina.




A Rubén Bertomeu le da vida un excelente Pepe Sancho, alegremente recuperado para la ficción, que destila la suficiente elegancia y el necesario carisma par recrear un personaje tridimensional. Capaz de lo más bajo, pero también de darlo todo por los suyos aunque con ello les perjudique y haga sufrir. Le cubren las espaldas una soberbia Juana Acosta con un dominio magistral del acento castellano, una madura Alicia Borrachero muy ceñida a su personaje y unos acertadísimos Vicente Romero, él da el toque violento y demente al producto en su vertiente más centrada en la trama criminal, y Pau Durá como el abogado de los Bertomeu. Buena nota para Vlad Ivanov como el capo de la mafia rusa y con todo mi dolor suspenso para mi paisano Manolo Morón, ese inmenso actor que lleva unos cuantos trabajos, desde Celda 211 no levanta cabeza, indignos de su impronta.



La simple existencia de un producto como Crematorio debería alegrarnos. Es un trabajo de una calidad incuestionable, de una madurez inusual y de un compromiso impropio para un programa televisivo de este tipo. No es perfecta, ya que podría profundizar aún más en su temática de denuncia y acentuar esa violencia física que se queda corta en el entramado a la hora de retratar el submundo de tratos de favor, tráfico de influencias y penuria envuelta en oropeles. Pero es un enorme paso adelante dentro de nuestra televisión muy a tener en cuenta, que esperemos no caiga en saco roto, cree escuela y sea reivindicado con el paso de ese tiempo que. esperemos, lo ponga algún día en su sitio.


martes, 10 de mayo de 2011

Pacto de Brujas, porque haberlas haylas



Título Original: Pacto de Brujas (2003)
Director: Javier Elorrieta
Guión: J. Antonio Porto, Frank Palacios y Javier Elorrieta basado en la novela de Andreu Martín
Actores: Ramón Langa, Carlos Sobera, Rodolfo Sancho, Barbara Elorrieta, Agustín González, Txema Blasco, Gemma Cuervo, Rocío Muñoz, Patricia Vico




Javier Elorrieta es uno de los directores más mediocres de nuestro cine. Un señor que representa como pocos el clásico decreto de "quiero y no puedo" y que tocó fondo a finales de los 80 cuando adaptó como el culo la novela Sangre y Arena de Vicente Blasco Ibáñez con aquel esperpento taurino homónimo que sólo tenía de interés ver a una guapísima Sharon Stone mantener sexo en varias escenas, llegando en una de ellas a practicar un muy español coito bajo unos olivos. La película era mala como ella sola a pesar de tener un guión en el que intervinieron como escritores dos pesos pesados de nuestro cine como el inigualable Rafael Azcona y el tristemente desaparecido Ricardo Franco.




El amigo Elorrieta ha seguido cimentando su endeble carrera sacando adelante proyectos que no hubieran visto la luz si no llega a ser porque él mismo los pagaba de su mano con su productora Origen. Gracias a esto en el 2003 nuestro hombre estrenó como de tapadillo una modesta cinta de terror rural llamada Pacto de Brujas que un servidor compró a ciegas hace unos años por un ínfimo precio y por el interés que siempre han despertado en mí brujas, meigas e historias sobre magia negra de toda índole.




Pacto de Brujas está basada en la novela La Camisa del Revés del escritor catalán Andreu Martín y no deja de ser una película de terror mediocre, pobremente realizada, deficentemente rematada y sin personalidad alguna. Pero es altamente entretenida, capta el interés del espectador y dentro de sus marcadas limitaciones sabe llevar a buen puerto una historia con varios giros de guión y algunas escenas bien acabadas. El resultado es un producto del todo común y tópico, pero también poseedor de cierto encanto.




La trama sobre legados malditos, lazos de sangre, venganzas entre clanes, familias enfrentadas y la mediación (supuestamente) del uso de la magia negra y las artes oscuras por parte de misteriosas ancianas o la posibilidad de que la locura de uno de los protagonistas sea el origen de todo, consigue dar al film cierta atmósfera que si bien se muestra torpe en pantalla, a veces consigue crear tensión, como esos llantos de bebés del todo tétricos o la escena en el asilo con el gran Agustín González que tiene una breve pero interesante aparición .




El mejor trabajo lo hacen dos de los actores principales que, contra todo pronóstico, cumplen con sus papeles. El primero es Ramón Langa, actor, presentador y voz habitual de Bruce Willis como doblador del mismo aquí en España. Como psiquiatra todo su papel huele a estereotipo pero el buen hombre da entereza y presencia a su rol. En segundo lugar otro presentador y ocasional (digno) intérprete, el vasco Carlos Sobera. El presentador de la versión patria de ¿Quién Quiere Ser Millonario? da vida a un guardia civil irónico y descreído como contrapunto al personaje de Langa.




En los secundarios mencionar a un siempre convincente Rodolfo Sancho con un papel con bastante miga a pesar de caer también en el cliché, al vasco Txema Blasco, un clásico de nuestro cine y a la guapísima y arrebatadora Rocío Muñóz, también presentadora y actriz además poseedora de una mirada penetrante y un cuerpo para el pecado. Por último mencionar a Barbara Elorrieta, hija del director del film que suele trabajar siempre en los largometrajes de su progenitor y que no lo hace tan mal como se esperaría de ella, pero tampoco destaca interpretativamente en manera alguna.




Un simpático e intrascendente producto de usar y tirar para echar un rato entretenido con una historia de terror rural en la sierra catalana que sirve como cine de evasión y divertimento. Su dirección es medicocre, su guión innecesariamente lioso (aunque el mismo apunta a que la novela de Martín debe tener pasajes harto interesantes sobre las arcaicas tradiciones de la España profunda) y posee una de las peores iluminaciones que un servidor ha visto en la historia de nuestro cine. Pero el viaje merece la pena, si el paladar que va a degustar el producto es ecléctico o no muy exigente o exquisito.