Título Original: Los Abrazos Rotos (2009)
Director: Pedro Almodóvar
Guión: Pedro Almodóvar
Actores: Penélope Cruz, Lluís Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez, Rubén Ochandiano, Tamar Novas, Ángela Molina, Chus Lampreave, Kiti Manver, Lola Dueñas
No soy un gran fan del cine de Pedro Almodóvar. Por otro lado sí es cierto que me alegra profundamente el reconocimiento internacional que tiene su obra y que cada nueva película que realiza sea estrenada en loor de multitudes y con todo el mundo pendiente de su resultado. El manchego merece eso y más, porque tiene una manera única e intransferible de ver el cine y la vida. No me importa que un director recurra constantemente a temas como la homosexualidad, el travestismo, los malos tratos, las pasiones desatadas o los amores imposibles, siempre y cuando lo que me esté narrando sea hasta cierto punto enriquecedor y esté bien contado.
Tampoco soy especial amigo de las primeras obras de Almodóvar. He de admitir que salvo excepciones como Tacones Lejanos o Todo Sobre mi Madre, no soy muy partidario de su cine anterior a la década pasada. En cambio sus tres últimas obras me llamaron la atención. Hable Con Ella me pareció no sólo un drama ejemplar, sino también su mejor largometraje. Un producto que tenía su impronta pero que se alejaba de histrionismos o humor absurdo (que normalmente le suele funcionar, pero que aquí no cuajaba) y ofreciéndonos un Javier Cámara inmenso dentro del drama a pesar de la rata muerta que llevaba en la cabeza y la belleza de la desnudez inerte de una guapísima Leonor Watling.
La Mala Educación una vez despojada de esa fama de polémica con todo el tema de los abusos a menores por parte de miembros de la iglesia (que era sólo un apunte de guión al que se sobredimensionó bestialmente) resultó ser un interesante juego de espejos, metalenguaje y cine dentro del cine con algún momento para el recuerdo. Volver en cambio me pareció una cinta asentada en la más pura normalidad que se engrandecía por la labor de sus actrices y por ese cariñoso retrato que hacía el manchego sobre los pueblos de España y sus gentes.
En cambio con Los Abrazos Rotos la decepción ha sido mayúscula y me ha pillado por sorpresa. Toda esa madurez que el director de ¡Átame! había acumulado con los años, toda esa sabia mirada que se alimentaba de clásicos como Cukor, Sirk o Fellini ha devorado su último film y lo ha convertido en una carcasa hueca sin nada de talento narrativo dentro y con muchos fallos imperdonables que hacen su visionado incluso plomizo y enervante. Por primera vez noto a Almodóvar poco humilde, encantado de conocerse, pedante y frío cuando la historia que cuenta debería transmitir calidez.
Los Abrazos Rotos es una película artificiosa desde el minuto uno. Un producto dado a la hipérbole y entregado a la grandilocuencia, con unos diálogos que suenan falsos e impostados en todo momento en la boca de sus actores, como si el director y guionista buscara de manera concienzuda e innecesaria palabras de profundo calado emocional en todas las líneas escritas en el libreto. Marcando un tono de teatralidad poco sincera que convierte el producto más que en un drama de pasiones incontrolables en un sucedáneo de folletín o culebrón con una pátina tragicómica que no hay por donde cogerla.
Almodóvar realiza un ejercicio artísticamente onanista y llena de solemnidad su impronta forzando un calado emocional que nunca llega. Todo suena a preponderante y equivocamente trascendental. Lo del seudónimo de Harry Cane, las traiciones y venganzas, la simbología plana y forzada de la ceguera del personaje principal, su relación con Magdalena, la de esta con su marido Ernesto (digna de Pasión de Gavilanes) la escena de las escaleras para echarse uno las manos en la cabeza por el tufo a cliché que desprende. Y no me vale lo de que mezcla géneros y estilos, todo el conjunto es un despropósito, se mire desde el ángulo que se mire.
De poco me sirve la presencia de excelentes actores como Lluis Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez o una Penélope Cruz que dentro de sus muchas limitaciones se deja la piel en el set de rodaje, si la historia que los une y las conversaciones que tienen no transmiten nada más que pesadumbre, hastío y ridiculez, aunque en ese apartado poco pueden hacer los intérpretes. Tampoco me convence que Almodóvar cuide cada detalle, cada encuadre o toma (ese magnífico plano cenital de corte picassiano con los trozos de fotos en la mesa) si no hay nada que me muestre veracidad en una historia que se me antoja forzada, maniquea e inerte, cuando debería transmitir veracidad, fiereza y llamaradas por el tema que trata.
Cuando el final se acerca y vemos esas escenas de la película dentro de la película, esa Chicas y Maletas que supuestamente dirigió el personaje de Homar y con la que el manchego se autohomenajea haciendo referencia a Mujeres al borde de Un Ataque de Nervios a uno no le queda más remedio al enfrentarse a esa retranca, ese humor grueso pero inteligente y a esa sorna en los diálogos, que admitir que ese pasaje es mejor y más identificativo con el estilo almdovariano de toda la vida que ese largo viaje al que nos invita esta Los Abrazos Rotos y que finalmente no merece la pena.
Tampoco soy especial amigo de las primeras obras de Almodóvar. He de admitir que salvo excepciones como Tacones Lejanos o Todo Sobre mi Madre, no soy muy partidario de su cine anterior a la década pasada. En cambio sus tres últimas obras me llamaron la atención. Hable Con Ella me pareció no sólo un drama ejemplar, sino también su mejor largometraje. Un producto que tenía su impronta pero que se alejaba de histrionismos o humor absurdo (que normalmente le suele funcionar, pero que aquí no cuajaba) y ofreciéndonos un Javier Cámara inmenso dentro del drama a pesar de la rata muerta que llevaba en la cabeza y la belleza de la desnudez inerte de una guapísima Leonor Watling.
La Mala Educación una vez despojada de esa fama de polémica con todo el tema de los abusos a menores por parte de miembros de la iglesia (que era sólo un apunte de guión al que se sobredimensionó bestialmente) resultó ser un interesante juego de espejos, metalenguaje y cine dentro del cine con algún momento para el recuerdo. Volver en cambio me pareció una cinta asentada en la más pura normalidad que se engrandecía por la labor de sus actrices y por ese cariñoso retrato que hacía el manchego sobre los pueblos de España y sus gentes.
En cambio con Los Abrazos Rotos la decepción ha sido mayúscula y me ha pillado por sorpresa. Toda esa madurez que el director de ¡Átame! había acumulado con los años, toda esa sabia mirada que se alimentaba de clásicos como Cukor, Sirk o Fellini ha devorado su último film y lo ha convertido en una carcasa hueca sin nada de talento narrativo dentro y con muchos fallos imperdonables que hacen su visionado incluso plomizo y enervante. Por primera vez noto a Almodóvar poco humilde, encantado de conocerse, pedante y frío cuando la historia que cuenta debería transmitir calidez.
Los Abrazos Rotos es una película artificiosa desde el minuto uno. Un producto dado a la hipérbole y entregado a la grandilocuencia, con unos diálogos que suenan falsos e impostados en todo momento en la boca de sus actores, como si el director y guionista buscara de manera concienzuda e innecesaria palabras de profundo calado emocional en todas las líneas escritas en el libreto. Marcando un tono de teatralidad poco sincera que convierte el producto más que en un drama de pasiones incontrolables en un sucedáneo de folletín o culebrón con una pátina tragicómica que no hay por donde cogerla.
Almodóvar realiza un ejercicio artísticamente onanista y llena de solemnidad su impronta forzando un calado emocional que nunca llega. Todo suena a preponderante y equivocamente trascendental. Lo del seudónimo de Harry Cane, las traiciones y venganzas, la simbología plana y forzada de la ceguera del personaje principal, su relación con Magdalena, la de esta con su marido Ernesto (digna de Pasión de Gavilanes) la escena de las escaleras para echarse uno las manos en la cabeza por el tufo a cliché que desprende. Y no me vale lo de que mezcla géneros y estilos, todo el conjunto es un despropósito, se mire desde el ángulo que se mire.
De poco me sirve la presencia de excelentes actores como Lluis Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez o una Penélope Cruz que dentro de sus muchas limitaciones se deja la piel en el set de rodaje, si la historia que los une y las conversaciones que tienen no transmiten nada más que pesadumbre, hastío y ridiculez, aunque en ese apartado poco pueden hacer los intérpretes. Tampoco me convence que Almodóvar cuide cada detalle, cada encuadre o toma (ese magnífico plano cenital de corte picassiano con los trozos de fotos en la mesa) si no hay nada que me muestre veracidad en una historia que se me antoja forzada, maniquea e inerte, cuando debería transmitir veracidad, fiereza y llamaradas por el tema que trata.
Cuando el final se acerca y vemos esas escenas de la película dentro de la película, esa Chicas y Maletas que supuestamente dirigió el personaje de Homar y con la que el manchego se autohomenajea haciendo referencia a Mujeres al borde de Un Ataque de Nervios a uno no le queda más remedio al enfrentarse a esa retranca, ese humor grueso pero inteligente y a esa sorna en los diálogos, que admitir que ese pasaje es mejor y más identificativo con el estilo almdovariano de toda la vida que ese largo viaje al que nos invita esta Los Abrazos Rotos y que finalmente no merece la pena.
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