viernes, 23 de septiembre de 2011

Almas Condenadas, crisis de identidad



Título Original My Soul To Take (2010)
Director Wes Craven
Guión Wes Craven
Actores Max Thieriot, Denzel Whitaker, Frank Grillo, Zena Grey, Danai Jekesai Gurira




Wes Craven nunca ha sido uno de los grandes, pero siempre ha tenido don de la oportunidad. En los 70 supo ser el pionero a la hora de dar forma a ese terror epidérmico, terrenal y muy realista que se cultivó en aquella década del post hippismo y con la huella imborrable de la guerra del Vietnam todavía muy presente. Cintas como La Última Casa a la Izquierda o Las Colinas Tienen Ojos pusieron en escena a un director con cierto estilo a la hora de abordar el cine de horror alejado de lo sobrenatural.




Ya en los 80 tuvo un gran éxito con Pesadilla en Elm Street. Originalísimo producto de Serie B que revolucionó el género y que dio pie a innumerables secuelas que no le llegaban ni a la suela de los zapatos. Las mismas se mostraban entretenidas pero mediocres, aunque ya en sus últimas entregas eran hasta cómicas por no tomarse en serio a sí mismas. La única que llamaba verdaderamente la atención era La Nueva Pesadilla, aquella rareza de cine dentro del cine, esta vez con Craven otra vez detrás de las cámaras y que coqueteaba de manera torpe pero muy simpática con el metalenguaje y los juegos de espejos.




En los 90 de nuevo llegó a lo más alto con la saga Scream, ideada junto al sobrevaloradísimo (pero inteligente, no se puede negar) guionista Kevin Williamson. Craven era domesticado y se dejaba someter por los cánones hollywoodienses con una trilogía que encontraba sus mayores logros en ser una parodia del género al que se adscribia, ya que nada más tenía que ofrecer. Actores televisivos de buen ver, giros de guión interminables, maniqueismo en fondo y forma y una violencia de algodón de azúcar daban forma a una serie de films que fueron tan divertidos en su momento como insufribles en la actualidad.




Justo cuando a España llegaba la cuarta parte de Scream (que veré en breve aunque con más bien pocas ganas) se estrenaba también, casi a la vez y de tapadillo el proyecto inmediatamente anterior de Wes Craven, un slasher escrito y dirigido por él mismo que se llamaba My Soul To Take, Almas Condenadas en nuestro país. Ya tras su paso por la cartelera americana los comentarios sobre la película eran muy poco elogiosos, más bien horribles, llegándose a rumorear que el realizador no quiso ni proyectar un pase para la prensa en el que pudieran ver y evaluar el film, debido a la ínfima calidad del mismo. Mi opinión es que todo lo malo que se pueda decir de Almas Condenadas nunca hará justicia a lo jodidamente pésima que es, tanto que cuesta creerlo.




Almas Condenadas es, con mucha diferencia, la peor película que jamás haya realizado el veterano director Wes Craven y hablamos de un señor que a pesar de habernos entregado en ocasiones muy buen cine de género también nos ha metido entre pecho y espalda algún truño bastante considerable que es mejor no recordar por el bien de nuestra salud. Pero esta que nos ocupa es tan horrible que parece haber sido rodada con el director de La Cosa del Pantano leyendo un manual sobre todo lo que no se debe hacer ni permitir a la hora de hacer una película de terror contemporánea.




En un pequeño pueblo un padre de familia supuestamente esquizofrénico comete unos asesinatos para más tarde ser reducido (después 50 disparos y una decena de apuñalamientos, ni Rasputín oigan) por la policía y ser dado por muerto tras el accidente de la ambulancia en la que iba sedado y atado, aunque nunca se llega a encontrar el cadáver del homicida en cuestión. Esa misma noche nacen 7 niños que el asesino jura ejecutar en un futuro próximo. 16 años después los 7 críos celebran su cumpleaños y hablan entre bromas sobre "El Destripador" el asesino loco del pueblo que volverá del más allá para llevarse sus almas. Las muertes en la localidad no tardan en sucederse.




Por suerte Craven tarda poco en poner las cartas sobre la mesa. En los 5 minutos que dura el prólogo de la película se dan la mano todos los más manidos y penosos clichés que se pueden encontrar en cualquier cinta de terror adolescente. Sustos de baratillo con el sonido disparado, personaje con múltiples personalidades que se pelean las unas con las otras (con el actor alternando distintas voces y alguna sonando distorsionada, para dar "más miedo"), psiquiatra muy implicado con su paciente que pide a unas siempre ineficaces e insensibles fuerzas de la ley que traten a los locos como lo que son, enfermos mentales, algo de sangre y una niña que se queda traumatizada por lo que ve. A esa altura tenemos toda la información, lo tomamos o lo dejamos. Huelga decir que yo me aburría soberanamente y seguí hasta el final del metraje.




Es una pena pensar que este proyecto ha sido impulsado por el mismo Wes Craven, ya que él lo escribe y dirige. Da verdadera vergüenza ajena que un señor que lleva haciendo largometrajes casi 40 años no sólo se ampare en todos los clichés más burdos, pueriles y cutres de este tipo de cine, es que para colmo los expone en pantalla de la peor manera posible. Tras una puesta en escena horrible se esconde una mezcla del todo equívoca entre las ya mencionadas sagas de Pesadilla en Elm Street y Scream pero aderezada con unas subtramas que parecen sacadas de un mal capítulo de Pequeñas Mentirosas o Gossip Girl.




Personajes planos, estereotipados, insulsos, que llevan a cabo actos que no tienen explicación alguna interpretados por el grupo de actores más horribles y poco profesionales que un servidor ha podido ver en mucho tiempo. Unos diálogos infantiles que cuando van de trascendentes incitan a la risa y cuando se muestran modernos parecen impostados y dignos de una cutre teleserie. Escenas totalmente carentes de tensión, inexistencia total de atmósfera y de empatía con unos personajes a los que nos importa poco que ensarten como a una sardina o que los destripen vivos, porque nos resultan estúpidos, irritantes o clichés andantes (el matón, el tímido sensible, el oriental gracioso, el pobre negro que encima esta vez es ciego, la beata, la popular, la que no tiene personalidad). Pero es que esta vez ni del lado del asesino nos podemos poner, porque hasta él causa rechazo, tristeza y sonrojo.




Wes Craven está pésimo, no acierta en ninguna escena. Dirige fatalmente a sus ya de por sí intragables actores. Ha perdido toda la imaginación, la fiereza, esa que parecía que había recuperado en parte en la reivindicable y sorpredente Vuelo Nocturno (Red Eye), y la inventiva. Ni siquera se luce con las escenas de asesinatos, se ve incapaz de crear suspense o terror, se abraza a escenas manidas (armarios de cuartos de baño con espejos, víctimas que intentan huir de sus verdugos escondiéndose en roperos) y se permite dar como buenas, escenas que ni el peor director salido de la más terrible escuela de cine mandaría a positivar porque le arderían los ojos al verlas.




Lo mejor que puedo decir de Almas Condenadas es que a pesar de durar 107 minutos paradójicamente se pasa en un suspiro y desaparece rápido de la mente. Wes Craven está en horas bajas, muy bajas, lo mejor que podía hacer es seguir con su encomiable labor como productor y dejar lo de la dirección a dignos herederos suyos como Alexandre Aja, Rob Zombie o Dennis Iliadis. Pero el entrañable abuelo parece que no da el brazo a torcer, ya que según tengo entendido el año que viene tendremos una quinta entrega de las aventuras del infame Ghostface. Yo mientras rezaré a Cthulhu por el alma (condenada) de ese director que me ofreció en su momento memorable cine de terror y que a día de hoy no sé donde está, porque en My Soul To Take seguro que no.



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