lunes, 20 de septiembre de 2021

Candyman, imaginations through the looking glass


"Yo soy la escritura en la pared, el susurro en el aula. Sin estas cosas, no soy nada. Así que ahora debo derramar sangre inocente. Ven conmigo" 


El pasado 27 de agosto llegaba a cines españoles Candyman, la nueva entrega de la saga cinematográfica nacida en 1992 a partir de un relato corto del escritor británico Clive Barker. Esta secuela directa de aquella cinta de terror convertida en obra de culto ha sido muy bien recibida por la crítica estadounidense y durante su primer fin de semana consiguió ponerse en el número uno de la taquilla, encumbrando a Nia DaCosta como la primera cineasta negra en conseguir tan reseñable proeza. Con motivo de la llegada de este largometraje impulsado por el productor y director Jordan Peele (Déjame Salir, Nosotros) vamos a hacer un repaso por todos los largometrajes protagonizados por el "Hombre Dulce" nacido de la mente del autor de Razas de Noche (1990). De manera que tened a mano un espejo para pronunciar cinco veces su nombre, porque hoy visitaremos los barrios bajos de Chicago. Bienvenidos a Cabrini Green.


Candyman: El Dominio de la Mente (1992)


Título Original Candyman (1992)
Director Bernard Rose
Guión Bernard Rose basado en el relato corto de Clive Barker
Reparto Virginia Madsen, Tony Todd, Kassi Lemmons, Xander Berkeley, Vanessa Williams, Michael Culkin




Entre 1984 y 1985 el escritor británico Clive Barker (Liverpool, Inglaterra, 1952) editó cinco de los seis volúmenes de su célebre antología Books of Blood, En el quinto, titulado en Estados Unidos In The Flesh, se incluyó The Forbidden, un relato corto cuyo epicentro era la leyenda urbana de Candyman, un asesino sobrenatural. Ya en 1991 las productoras estadounidenses TriStar Pictures, Propaganda Films y PolyGram Filmed Entertainment se asociaron con el mismo Clive Barker para rodar una adaptación de dicho relato. Contra todo pronóstico y a pesar de que el autor de The Damnation Game ya había estrenado dos de sus tres films como realizador, Hellraiser y Nightbreed, el encargado de escribir y dirigir Candyman, que a sí se titularía la obra, fue Bernard Rose, un cineasta británico que venía de llamar la atención con su ópera primera, Paperhouse.




Aquella producción inglesa de 1988, de la que un servidor no tiene buen recuerdo, profundizaba en el mundo de los sueños, por ello no se antoja descabellado que los productores Steve Golin, Sigurjon Sighvatsson, Alan Poul y el propio Clive Barker solicitaran los servicios de Bernard Rose  para llevar The Forbidden al celuloide, si tenemos en cuenta la importancia que tienen en la trama lo onírico y la delgada línea que separa la realidad de lo imaginario. Virginia Madsen, Kasi Lemmons, Xander Berkeley, Vanessa Williams o Tony Todd como Candyman conformaban el reparto y de la banda sonora se ocupaba un titán como Philip Glass, de cuya importantísima labor en el film hablaremos un poco más tarde.




Helen Lyle (Virginia Madsen) se encuentra inmersa en un importante trabajo sobre leyendas urbanas, folclore y supersticiones locales. De estas historias le llama especialmente la atención la de Candyman (Tony Todd), un hombre con un garfio en lo que anteriormente fue su mano derecha tomando forma corpórea y asesinando a sus víctimas al pronunciarse su nombre cinco veces delante de un espejo. Helen comienza a investigar sobre el origen y la posible existencia de Candyman en los barrios bajos de Chicago, concretamente en Cabrini Green, la zona donde se supone habita y actúa. Llegado el momento la joven se obsesionará tanto con el mito que comenzará a confundir ficción con realidad. Pero la pregunta es ¿existe realmente Candyman o es sólo producto de la imaginación de Helen?.




Los planos cenitales de la ciudad de Chicago sobre los que desfilan los títulos de crédito, acariciados por la partitura del Philip Glass, son una pequeña muestra de lo que Bernard Rose tiene preparado al espectador con Candyman. No otra cosa que un siniestro cuento de hadas con naturaleza american gothic que consigue capturar la esencia del relato adaptado y el talento innato de Clive Barker para hablar de lo innombrable por medio de una sencillez y elegancia excelsas. El británico lo consigue apelando a una puesta en escena en la que la sugestión y los juegos de espejos, literales y figurados, impulsan una historia que siendo puro cine de género se adentra en terrenos más mundanos y reconocibles, sin perder un ápice de fuerza o solidez argumental.




Hablar de Candyman y sus hallazgos, tanto formales como narrativos, es hacerlo de su genuina y absorbente atmósfera. Bernard Rose posee unas aptitudes muy reseñables para el terror, conjurando un timing brillante en lo referido a mantener la tensión del espectador durante la ejecución de una de sus secuencias adheridas al género. Aunque recibimos claras muestras de ello desde los primeros pasajes del film, el que mejor lo sintetiza es la primera aparición explícita de Candyman en pantalla. A plena luz del día, sin ocultar el rostro del personaje y sólo apelando a la cuidada colocación de la cámara, la interacción entre Virginia Madsen y Tony Todd y siendo todo el conjunto elevado por la banda sonora, esta presentación marca el tono de la propuesta del guionista y director.




Evidentemente Rose no elude la truculencia y lo sanguinolento, pero cualquier escena de violencia relacionada con los actos homicidas de Candyman viene precedida por unos preliminares minuciosos y muy cuidados que potencia el resultado final, una liturgia hipnótica y cautivadora. En este sentido cobran capital importancia los espejos convertidos en el leit motiv estético y narrativo que bascula el relato. Cada situación en la que alguno de los personajes se atreve a pronunciar cinco veces el nombre del alter ego sobrenatural de Daniel Robitaille frente a uno de ellos ha sido diseñada con esmero para que antes de la explosión de violencia explícita el espectador haya entrado en el juego inmersivo y sensorial del máximo responsable del proyecto.




Aunque la dirección de fotografía, los efectos de sonido y el diseño de producción ayudan a la sumersión en las imágenes de Canydman, es Philip Glass el mejor aliado de Bernard Rose. Solo con piano, órgano de tubo y coros el compositor nacido en Maryland impulsa hasta lo inenarrable las virtudes de todos y cada uno de los planos musicalizados por su mano, posiblemente el 95% de ellos. Con sonidos melancólicos que evocan a la nostalgia, el romance y el fatalismo el autor de Glassworks conecta con la trágica historia de Daniel Robitaille en busca de venganza y el amor perdido. Una partitura de sencillez apabullante convertida en clásico muy a pesar del mismo Glass, al que nunca gustó que formara parte de una película que tenía poco que ver con lo que en principio le vendió Bernard Rose.




La primera vez que Helen escucha hablar de Candyman es por medio de una de las limpiadoras de la universidad, una mujer negra que vive en Cabrini Green. El personaje principal es una mujer blanca de clase acomodada que chocará frontalmente con el desarraigo y la gentrificación de los suburbios de Chicago. La implicación cada vez más obsesiva de Helen por conocer la historia de Candyman le llevará a transitar un camino en el que las leyendas urbanas y el oscurantismo rigen el día a día de los desheredados, los olvidados por una sociedad que los aliena y amontona en edificios que parecieran émulos de los panales en los que se retuercen las abejas que dan forma a la fisionomía de Candyman. 




No debemos olvidar dos de los pilares maestros sobre los que un proyecto como Candyman fue construido, sus pareja protagonista. Una versión contemporánea de la bella y la bestia con reminiscencias de romance gótico. Virginia Madsen captura la esencia del viaje a la locura emprendido por Helen Lyle pasando de ser una mujer determinada a caer en los brazos de su captor. Tony Todd sólo se sirve de un largo abrigo y el famoso gancho de su brazo derecho como complementos para dar vida a Candyman, ya que su presencia física, profunda voz y lenguaje gestual hacen el resto del trabajo para diseñar un símbolo del cine de terror de los 90 que, de haber sido mejor utilizado en el resto de sus incursiones cinematográficas, podría haberse codeado con los iconos más famosos del género.




Aunque ya hemos afirmado que Candyman: El Dominio de la Mente, como se la subtituló en España, es algo más que una película de terror debido a cómo aborda temas de calado social, su adhesión al género es total y el crédito que debería recibir por sus virtudes y hallazgos mucho mayor del que a día de hoy ostenta, aunque sea una obra de culto de los 90. Desgraciadamente sus dos secuelas no estuvieron a la altura y no supieron aprovechar el material de calidad que Clive Barker y Bernard Rose habían diseñado primero en papel y luego en celuloide. Han tenido que llegar Jordan Peele y Nia DaCosta para devolver a Candyman al lugar que merecía, llevando la dimensión del personaje a un nuevo nivel cinematográfico y de denuncia. Pero antes de eso debemos hacer un par de paradas más. La primera de ellas nos lleva a Nueva Orleans, hogar de piratas y fulanas.




Candyman 2 (1995)




Título Original Candyman: Farewell to the Flesh (1995)
Director Bill Condon
Guion  Rand Ravich, Mark Kruger, basado en el personaje de Clive Barker
Reparto Tony Todd, Kelly Rowan, Bill Nunn, William O'Leary, Fay Hauser, Matt Clark, David Gianopoulos, Joshua Gibran Mayweather, Timothy Carhart




Después de que los productores Gregg Fienberg y Sigurjón Sighvatsson rechazaran la idea propuesta por Bernard Rose para una secuela de Candyman a modo de precuela en la que veríamos el romance de 
Daniel Robitaille y Helen Lyle a finales del siglo XIX, en 1995 se estrenó una nueva entrega titulada Candyman: Farewell to the Flesh. En esta ocasión del guion se encargaron Rand Ravich y Mark Kruger y la silla del director la ocupó un todavía desconocido Bill Condon, que sólo tres años después rodaría aquella obra maestra llamada Dioses y Monstruos para pasar tiempo más tarde al Hollywood más comercial con producciones como Dreamgirls, La Saga Crepúsculo: Amanecer Parte 1 y 2 o la versión live action de La Bella y la Bestia.




Mi recuerdo de Candyman: Farewell to the Flesh estaba totalmente desvirtuado, creyendo que la subtrama centrada en el asesinato de Daniel Robitaille tenía mucha más relevancia en el argumento, cuando sólo aparece en un breve flashback al final del metraje. La historia se localiza en la ciudad de New Orleans, siguiendo los pasos de la profesora Annie Tarrant (Kelly Rowan) cuyo padre fue asesinado años atrás y según la gente del lugar por el mismísimo Candyman, algo que ella no quiere creer. Mientras tanto, Phillip Purcell (Michael Culkin) antiguo profesor de Helen Lyle que ha escrito un libro sobre Candyman, es asesinado por este y la culpa recae en Ethan (William O'Leary) hermano de Annie. Finalmente se descubrirá que la protagonista y Candyman guardan una relación mucho más estrecha de lo que pudiera parecer.




El primer fallo imperdonable de Candyman: Farewell to the Flesh es llevarse la acción de Chicago a New Orleans. Poco importa si Bill Condon y sus colaboradores tratan de focalizar el relato cerca de los barrios más desfavorecidos, la de Candyman es una historia que debe desarrollarse en Cabrini Green o sus inmediaciones. porque su cosmogonía como personaje y leyenda urbana nace y se arraiga allí. Por otro lado la trama central, ironías de la vida, no tiene gancho, los asesinatos perpetrados por el protagonista no destacan y carecen de esos preliminares que sí supo conjugar Bernard Rose en los del film primigenio. A todo ello no ayuda el anodino y plano guion que ni siquiera sabe jugar la baza de los giros supuestamente inesperados que se ven venir a kilómetros.




Sería injusto afirmar que Bill Condon no ejecuta adecuadamente su labor detrás de las cámaras, ya que esta no destaca en ningún aspecto, pero tampoco cae en fallos clamorosos al mantenerse digna y competente en casi todo momento. El director de Mr. Holmes provecha la idiosincrasia adherida al personaje y trata de recuperar parte de la atmósfera de la primera entrega con la ayuda inestimable de la banda sonora original de Philip Glass, felizmente recuperada para la ocasión, pero el ya citado guion no ayuda a construir una continuación digna de su predecesora. Lejos queda la puesta en escena, que amalgamaba lirismo y sordidez, aportada por Bernard Rose a la película de 1992 quedando todo en un quiero y no puedo o una oportunidad desperdiciada.




Desde el mismo arranque del largometraje echamos de menos la presencia de Virgina Madsen como Helen Lyle, pero en honor a la verdad Kelly Rowan hace un muy estimable trabajo como Annie Tarrant. La actriz de The O.C. o Perception consigue transmitir de manera orgánica el arco dramático de un personaje cada vez más sumergido en la tragedia por culpa del influjo de Candyman. En cambio Tony Todd, una vez más, tiene que esforzarse poco par convertirse en el mayor reclamo de Candyman: Farewell to the Flesh. Su sola presencia física y elegante voz sirven para que e el visionado de esta secuela no sea una total pérdida de tiempo. Del resto del reparto los secundarios cumplen todos con su labor de manera tan competente como intrascendente.




Primera oportunidad perdida de crear un verdadero microcosmos ficcional alrededor del personaje ideado por Clive Barker en las páginas de The Forbidden. Nunca sabremos si la secuela ideada por Bernard Rose, que fue desechada por los productores, hubiera estado a la altura de la primera película o si hubiera llegado siquiera a ser funcional como nueva entrega de la saga. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que Candyman: Farewell to the Flesh es una obra fallida que no estuvo a la altura de las circunstancias. Tras el tibio recibimiento por parte de crítica y publico tuvieron que pasar cuatro años para que el personaje volviera con una tercera película que confirmaría el errático camino tomado por los distintos responsables de la franquicia.


Canydman 3: El Día de los Muertos (1999)



Título Original Candyman 3: Day of the Dead (1999)
Director Turi Meyer
Guion  Al Septien y Turi Meyer, basado en el personaje de Clive Barker
Reparto Tony Todd, Donna D'Errico, Alexia Robinson, Jsu Garcia, Mark Adair-Rios, Lupe Ontiveros, Elizabeth Guber, Rena Riffel, Ernie Hudson Jr., Wade Williams, Nicole Contreras




Los productores Al Septien y William Stuart, con el respaldo de Artisan Home Entertainment y HBO, estrenaron en 1999 Candyman: Day of The Dead, tercera entrega de la franquicia que vio la luz directamente en el mercado doméstico. En esta ocasión solo Tony Todd repetía su papel en un film escrito por el mismo Al Septien junto a su colaborador Turi Meyer, este último ejerciendo labores de co guionista y tomando las riendas de la dirección del proyecto. En cuanto a la pareja elegida para compartir pantalla con el alter ego sobrenatural de Daniel Robitaille esta fue Donna D'Errico, bastante famosa por aquella época gracias su intervención en Los Vigilantes de la Playa (Baywatch). Alexia Robinson, Wade Williams, Mark Adair-Rios o Lupe Ontiveros completaban el reparto.




El caso de Candyman: Day of the Dead es curioso, porque siendo peor película que su predecesora se revela como mucho más entretenida que aquella. Esta vez la acción se localiza en un barrio hispano de Los Ángeles en 2020, un cuarto de siglo después de los hechos ocurridos en la segunda entrega, durante la víspera del Día de los Muertos. Allí Candyman perseguirá a Caroline McKeever, la dueña de una galería de arte con la que, como viene siendo habitual, guarda una relación más estrecha de lo aparente. De esta manera la tercera entrega de la franquicia mantiene la, a esas alturas ya manoseada, estructura del protagonista vinculado íntimamente con la víctima principal del relato y el resultado no podemos decir que sea destacable en manera alguna, todo lo contrario.




Candyman: Day of the Dead es un direct to video hijo de su época, unos 90 que languidecían bajo la influencia de slashers mainstream como Scream o Sé Lo Que Hicisteis el Último Verano para dar paso a unos 2000 repletos de efectismos audiovisuales gratuitos. Los mismos títulos de crédito, en los que ya no queda rastro de la partitura de Phillip Glass, o el prólogo así lo confirman. Las hechuras de tv movie barata campan a sus anchas en todo momento con un diseño de producción, una dirección de fotografía, una realización y un trabajo actoral siempre adentrándose en el terreno de la mediocridad. De la esencia de Candyman solo quedan los rescoldos y su intérprete. El resultado es un slasher sobrenatural rudimentario y previsible sin personalidad alguna.




Curiosamente en lo referido a la violencia y la crudeza nos encontramoa ante una película mucho más explícita que su predecesora. No hablamos por ello de ingenio a la hora de que el protagonista ajusticie con su garfio ensangrentado a las víctimas inocentes que se ponen en su punto de mira, pero no se puede negar que la truculencia es la más gráfica desde la primera entrega. Por supuesto que Turi Meyer carece totalmente del tempo y el dominio del género de terror que poseía Bernard Rose en el film de 1992, pero no podemos eludir que es competente a la hora de construir brutales secuencias de asesinatos que hacen palidecer las de Bill Condon en Candyman: Farewell to the Flesh




A diferencia de Virginia Madsen y Kelly Rowan una perdidísima Donna D’Errico no está a la altura de las circunstancias en ningún momento a la hora de llevar el peso de la trama sobre sus hombros. Es ineludible que la actriz hace su mayor esfuerzo, pero no se muestra creíble debido a sus muy limitadas aptitudes interpretativas o su pobre perfil para ser un decente scream queen, ya que ni gritar se encuentra entre sus virtudes. Todo empeora cuando tiene que compartir plano con Tony Todd, un Candyman todavía imponente que, al igual que en la primera secuela, se convierte en una de las pocas virtudes de la propuesta, eclipsando con el mínimo esfuerzo a su compañera de reparto que languidece a su lado cada vez que ambos interactúan en pantalla.




Candyman: Day of the Dead cerraba, de mala manera y en horas muy bajas, una franquicia que, visto el resultado de sus dos secuelas, nunca debió existir más allá de su primera entrega. Arrinconado en los videoclubs y sin prácticamente nadie del equipo que le dio vida cinematográfica Candyman caía en el olvido para dormir el sueño de los justos mientras incesantes rumores de nuevas secuelas o remakes que nunca fructificaban recorrían más de dos décadas de silencio. Un silencio que se ha visto roto en 2021 con el estreno de una nueva película producida por Jordan Peele y dirigida por Nia DaCosta que ha devuelto a Canydman a la primera línea de Hollywood. El Hombre Dulce seguía vivo y como era lógico teníamos que volver a Cabrini Green para ser testigos de ello.


Canydman (2021)




Título Original Candyman (2021)
Dirección Nia DaCosta
Guion Jordan Peele, Win Rosenfeld, Nia DaCosta
Reparto Yahya Abdul-Mateen II, Teyonah Parris, Nathan Stewart-Jarrett, Colman Domingo, Kyle Kaminsky, Vanessa Williams, Rebecca Spence, Carl Clemons-Hopkins, Brian King, Miriam Moss, Cassie Kramer, Mark Montgomery, Genesis Denise Hale, Rodney L Jones III, Pamela Jones, Hannah Love Jones, Tony Todd, Torrey Hanson, Ireon Roach, Deanna Brooks, Mike Geraghty, Nadia Simms




Después de una profusa carrera como actor y comediante Jordan Peele decidió pasarse al campo de la dirección cinematográfica en 2017 con Déjame Salir (Get Out), su debut detrás de las cámaras. Aquel homenaje a series como The Twilight Zone o The Outer Limits, en el que el terror convivía con apuntes de comedia negra y sátira social sobre el racismo fue un éxito de crítica y público merecedor de numerosos premios internacionales, entre ellos el Oscar a mejor guion original. Su segunda película, Nosotros, reincidía en ese terror con lectura crítica y militante convertido en su seña de identidad como productor, guionista y cineasta. Por ello a pocos sorprendió que el estadounidense pusiera su mirada en la figura de Candyman, conociendo su procedencia y desarrollo como icono ficcional.




El personaje creado por la pluma de Clive Barker llevaba más de veinte años sin conocer una nueva adaptación audiovisual y la noticia de que Jordan Peele se ocuparía del proyecto fue, en líneas generales, muy bien acogida. Al estar implicado en varios proyectos, entre ellos el desarrollo de su próxima película como realizador (Nope), Peele produciría y co escribiría el guion, pero la silla del director la ocuparía otra persona. La elegida fue Nia DaCosta, que viniendo del cine independiente (Little Woods) y las series (Top Boy) después del rodaje de Canydman ya había sido fichada por Disney y Marvel Studios para rodar The Marvels, la secuela de la muy exitosa Capitana Marvel (Anna Boden, Ryan Fleck, 2019).




Aunque Candyman se vendió durante gran parte de su promoción como un remake o reboot de la franquicia de los 90, a poco de su estreno, mil veces pospuesto por culpa de la pandemia, se desveló como una nueva entrega de la saga directamente vinculada con el film de 1992, obviando, que no negando, las dos intrascendentes secuelas posteriores. Esta versión de Candyman está protagonizada por el artista visual Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen) y su novia Brianna Cartwright (Teyonah Parris). La historia comienza cuando ambos se mudan a un apartamento de lujo localizado donde se encontraba la última torre de Cabrini Green, el barrio suburbial de Chicago donde nació la leyenda de Candyman.




Desde los títulos de crédito, rimando audiovisualmente con los de la película original como si estos se reflejaran en un espejo, y la introducción con las sombras de marionetas Candyman adquiere el corpus de cuento de hadas siniestro que poseían tanto The Forbidden como su génesis cinematográfica. Nia DaCosta apela a una puesta en escena minuciosamente elaborada en la que el terror puro enraizado en el relato oral recupera la esencia de lo que una vez fue el personaje tanto en la literatura como en el cine. La directora toma buena nota del trabajo de Bernard Rose en el film original en lo referente a crear una atmósfera hipnótica en la que realidad y ficción se confunden, pero lo lleva a su terreno, uno más personal e íntimo en el que posiblemente haya depositado sus propias experiencias personales.




Otro logro por parte de Nia DaCosta es que su largometraje es el primero de la franquicia que recupera la minimalista construcción de los asesinatos perpetrados por Candyman a manos de Bernard Rose. De hecho en ocasiones llega a superarlos por medio de lo que seguramente haya sido un elaborado storyboarding de las secuencias. Truculencia y meticulosidad en armónico equilibrio para elaborar algunos pasajes que se quedan grabados en la retina. Sirvan como el ejemplo el del homicidio ejecutado durante un plano alejándose del rascacielos en el que acontece una macabra escena o el del cuarto de baño con el espejo de bolsillo como testigo de la matanza. Nia DaCosta promete como cineasta y tiene una voz muy particular para el terror. Lástima que la maquinaria mainstream la haya absorbido tan pronto.




Pero donde la propuesta triunfa totalmente es en su trasfondo social y político. El personaje protagonista de la Candyman de 1992 era una entidad surgida del cruel asesinato racista de un hombre por enamorarse y ser correspondido por una mujer blanca con la que esperaba un hijo. Nia DaCosta, Jordan Peele y Win Rosenfeld redimensionan el mito y extienden el microcosmos ficcional en el que se encuadra al convertir a Candyman, no sólo un ser sobrenatural, sino en varios a lo largo de distintas épocas. Todos los Candyman nacieron de la violencia racista del hombre blanco hacia los negros, como si el monstruo que conocíamos transfigurara en un eco, un concepto, una respuesta expeditiva y revanchista a siglos de represión e intolerancia hacia los afroamericanos. Candyman es todos y ninguno.




Todo ello surgido de la rabia y la impotencia de unos autores reflejando en celuloide esos Estados Unidos post black lives matter, con la sombra del asesinato de George Floyd sobrevolando todo el metraje. Como era de esperar han surgido voces criticando esta nueva entrega por "politizar" al personaje y su universo, declaraciones cargadas de necedad por parte de quienes las enarbolan. Aquellos que vieran en su momentos las películas originales o simplemente hayan leído esta entrada desde su mismo inicio serán conscientes de que el racismo y la discriminación a los negros son el epicentro conceptual y subtextual sobre el que orbita Candyman desde que nació a manos de Clive Barker. Afirmar lo contrario sólo demuestra ignorancia o autoengaño nacidos de la intolerancia.




En la reseña de Candyman (Bernard Rose, 1992) incluida en esta misma entrada dedicamos no pocos elogios al score de Phillip Glass que se mimetizaba magistralmente con las imágenes de aquella decadente y marginal Cabrini Green. Con esta Candyman de 2021 nos vemos en la obligación de hacer lo propio con la partitura de Robert Aiki Aubrey Lowe, repleta de cortes oscuros, sonidos minimalistas y coros apocalípticos que complementan y potencian la puesta en escena de Nia DaCosta. Parece mentira que esta sea una de sus primeras labores como compositor en el mundo del largometraje, debido a su brillante resultado y a los ritmos que lo emparentan con la música del autor de Koyaanisqatsi: Life Out of Balance.




El film cuenta en su reparto con dos de los actores con más proyección de Hollywood y eso, como es lógico, juega muy a su favor. De manera harto inteligente Yahya Abdul-Mateen ocupa el lugar que en las otras tres entregas de la franquicia ejercían mujeres, en una inversión de roles rompedora que permite al Doctor Manhattan de Watchmen desplegar todo un abanico de registros dramáticos. Teyonah Parris da la réplica con profesionalidad a su pareja en la ficción, sumergiéndose en un personaje que lleva el peso, no sólo de la obsesión en la que se ve sumergido su compañero, sino el de sus propias dudas con respecto a la posibilidad de que Candyman sea real y el responsable de las muertes de personas de su entorno.




Candyman es todo un triunfo. Una película de terror que no sólo revitaliza una franquicia muerta y casi olvidada, sino que lo hace respetando y ampliando su mensaje primigenio para ofrecer un reflejo del aquí y el ahora. Un año 2021 en el que el racismo y la xenofobia siguen campando a sus anchas por culpa de discursos de odio que ponen el punto de mira en el extranjero o el inmigrante, convirtiéndolos en los culpables o chivos expiatorios de todas las desgracias de nuestra sociedad. La película de Nia DaCosta y Jordan Peele ha llegado en el mejor momento, demostrando la vitalidad del género al que se adscribe y el interés del público por el mismo. Ojalá su éxito sirva, no sólo para devolver la salud a la saga, sino para que se sigan facturando productos tan estimulantes y comprometidos como este.


2 comentarios:

  1. No podemos estar más de acuerdo con tus conclusiones acerca de la última entrega de Candyman de este año, y conicidimos contigo en que es una muy buena propuesta para el cine de terror, lo cual, para ser sinceros, nos sorprendió porque las expectativas no eran muy altas. Muy buen blog, un saludo.

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    1. Muchas gracias por vuestras palabras y por pasaros a comentar, es un placer teneros por el blog.

      ¡Un saludo!

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