Título Original Birdman (2014)
Director Alejandro González Iñárritu
Guión Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo, Alejandro González Iñárritu
Actores Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Amy Ryan, Andrea Riseborough, Lindsay Duncan, Merritt Wever, Joel Garland, Natalie Gold, Clark Middleton, Bill Camp, Teena Byrd, Anna Hardwick, Stefano Villabona
Desde que rodara su ópera prima, Amores Perros, el mexicano Alejandro González Iñárritu puso Hollywood a sus pies. 21 Gramos o Babel fueron largometrajes que ganaron premios internacionales y tuvieron notoria presencia en las nominaciones de los Oscars en sus respectivos años. Después de que su guionista habitual, el novelista Guillermo Arriaga, se desvinculara artísticamente de él rodó en España la meritoria Biutiful, un interesante y descarnado film con un Javier Bardem sencillamente brillante. Tras esta aventura española (que también agradó a gran parte de la critica, el público o los académicos, que nominaron por tercera vez al protagonista de No Es País Para Viejos al Oscar, en esta ocasión como actor principal) saltó la noticia de que el ex disc jockey iba a debutar en un género tan ajeno a él como la comedia.
Birdman está protagonizada por un felizmente recuperado Michael Keaton y narra la historia de Riggan Thomson, una antigua estrella del celuloide comercial hollywoodiense que saboreó la fama mundial interpretando al superhéroe Birdman en tres entregas cinematográficas. Hoy es un actor olvidado y fracasado que trata de sacar adelante como protagonista, guionista y productor una versión teatral de la novela De Qué Hablamos Cuando Hablamos de Amor, del escritor Raymond Carver. Los problemas con su hija toxicomana, su ex mujer, su actual pareja, su representante, la llegada del talentoso pero problemático actor Mike Shiner al casting y una extraña voz que resuena constantemente en su cabeza convertirán en un calvario los intentos de Riggan por sacar adelante la obra que debería devolverle el reconocimiento que perdió años atrás.
Vaya por delante que la última película de Alejando González Iñárritu tiene una puesta en escena soberbia, mostrándose todo su proceso de realización como un alarde de técnica impactante, desbordante de talento e inventiva y que sus actores, comandados por un Michael Keaton arrancándose de las entrañas un papel que, no lo neguemos, habla de la decadencia en la que entró su carrera durante la década pasada, están en estado de gracia ofreciendo recitales de interpretación sin importar los minutos que permanezcan en pantalla. El problema, y es considerablemente grave, es que todos estos logros se sustentan en un guión que sin ser un despropósito, porque no lo es, sí adolece de esa originalidad que brilla por su ausencia.
Aunque en su interior atesora momentos de autocrítica y sátira bastante conseguidos que se apoyan en un humor negro que merecía más páginas de guión, una relación amor/odio con el mundo del teatro y lo que para los intérpretes significa subirse a un escenario dándolo todo y una simbología que unas veces funciona y otras no, la historia no deja de ser la típica de una gran estrella venida a menos que trata de sacar adelante la obra que le permita recibir el reconocimiento que ni siendo el protagonista de una trilogía de films sobre superhéroes consiguió. Un perdedor en los momentos más bajos de su vida que busca más la autorealización personal y ser amado que los oropeles de una fama que le convirtió en un ser insensible y distante con su familia.
Precisamente el hecho de que esta historia nos la han contado cientos de veces y con mucho mejor tino en lo que a la escritura se refiere es lo que reduce Birdman a un deleite sensorial desde el punto de vista de su apartado técnico y artístico, pero sólo eso. Alejandro González Iñárritu toma la, tan valiente como caprichosa, decisión de rodar todo su largometraje en plano secuencia (varios de ellos unidos de manera artificial para parecer uno sólo, lo que resta inmediatez y verdad al proyecto, pero no mérito) y con ello muestra ser un realizador sobresaliente, instintivo, con una cámara vivaz, cercana, íntima y a la vez grandilocuente, pero no tanto un narrador nato debido a varios baches y reiteraciones que el ya mencionado guión escrito con sus colaboradores Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo comete a lo largo de su desarrollo.
Por otro lado el reparto actoral se muestra en todo momento brillante y lleva junto a la dirección del co director de 11-09-01 todo el peso de la historia. Muchos de ellos son clichés en el papel (aunque el libreto les regala algunos diálogos que superan holgadamente la calidad de la estructura y trasfondo del mismo), pero los actores los interpretan con una fuerza intachable. La hija toxicómana de Emma Stone (esos ojos, los más expresivos del cine reciente, con permiso de los de Carey Mulligan) la actriz depresiva de Naomi Watts, la novia morbosa de Andrea Riseborough, la ex mujer comprensiva de Amy Ryan, el representante de paciencia infnita de Zach Galifianakis y sobre todo el animal interpretativo de naturaleza problemática (¿interpretándose a sí mismo el actor de American History X?) al que da vida un inmenso Edward Norton engrandecen lo que en páginas no destaca, pero en pantalla deslumbra.
Pero es Michael Keaton el que no pierde la oportunidad de ofrecer el recital interpretativo de su vida y a fe mía y de medio planeta que no la desperdicia. El protagonista de Medidas Desesperadas interpreta a un actor cuyo punto álgido como estrella de Hollywood fue interpretar a un superhéroe en una serie de exitosas películas (pocos desconocerán que Keaton fue Batman en las dos adaptaciones que Tim Burton realizó del personaje creado por Bob Kane y Bill Finger) y que entró en decadencia años después (como al mismo intérprete le sucedió en la pasada década) de modo que al más puro estilo de Mickey Rourke en la memorable The Wrestler el mítico Bitelchús se arranca el corazón y lo muestra en pantalla sin reservas y nos regala momentos brutales como ese llanto delante de su ex mujer o todo el pasaje en medio de la calle en el que Birdman termina de quebrar su voluntad y "empieza la acción", secuencua en la que el director mexicano descarga todo su recelo hacia el cine protagonizado por superhéroes que impera en Hollywood y del que un servidor, como los que me leen saben, es un orgulloso consumidor que, por otro lado, acepta el golpe del azteca con sentido del humor.
Por desgracia ni puedo añadir más elogios a Birdman ni puedo adherirme a esa gran mayoría del público y la crítica que ve en la última cinta de Alejandro González Iñárritu uno de los mejores (sino el mejor) trabajo cinematográfico de la temporada. Porque sí, puedo admitir que su forma y los actores que impulsan a la misma están sencillamente brillantes, pero lo que nos cuentan los guionistas es un continuo déjà vu lleno de lugares comunes y caminos transitados que me confirman al 100% que lo que aquí nos encontramos es el mismo regalo de todos los años pero con envoltorio vistoso, llamativo y colorido que nos narra un drama no demasiado dramático y una comedia no demasiado graciosa que con todo se revela como el film más luminoso y positivo de un director que hizo del dolor, la tragedia y el desgarro el sello de identidad que le permitió rodar cuatro films memorables contra los que este Hombre Pájaro, para el que aquí firma, no tiene nada que hacer por muchos superporderes que posea.
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