Título Original The Conspirator (2011)
Director Robert Redford
Guión Gregory Bernstein, James D. Solomon
Octava película como director del famoso intérprete norteamericano Robert Redford tras la interesante y meritoria, pero en cierta manera discursiva, Leones Por Corderos. Ejerciendo esta vez de nuevo como productor el protagonista de El Golpe lleva a imágenes los hechos posteriores a uno de los momentos clave, historicamente hablando, de los Estados Unidos de América como nación. El magnicidio del decimosexto presidente del país norteamericano, Abraham Lincoln, a manos del actor John Wilkes Booth, ayudado este último por un grupo de conspiradores.
En 1865 tras el asesinato del presidente Abraham Lincoln ocho personas implicadas en el magnicidio fueron detenidas, entre ellas Mary Surrat, madre de uno de los autores materiales de la conspiración. Frederick Aiken, un joven abogado que luchó como soldado en el bando unionista será el defensor de la mujer, debatiéndose por ello entre su ideología, la fidelidad a su país y su integridad como defensor de la presunta inocencia de una madre viuda por la que no siente empatía alguna porque posiblemente ayudó a llevar a cabo un acto con el que está completamente en contra.
Interesante drama histórico en clave de cinta judicial inspirada en eventos reales en el que Robert Redford mezcla el clasicismo del Clint Eastwood director con el cine academicista de las grandes producciones hollywoodienses de los años 80 (curiosamente década en la que nació y triunfó el Robert Redford director, que tuvo su logro más reconocido en 1980 con Gente Corriente, su premiada ópera prima) para parir un interesante producto bien acabado en todos sus apartados que sirve una vez más para poner en la palestra el ideario moderadamente progresista del protagonista de Brubaker.
A pesar de mostrar con bastante oficio (pero sin la tensión de un Alfed Hitchcock o un Brian de Palma, como es lógico) el célebre asesinato del admirado presidente al inicio del film, Redford prefiere centrarse en el posterior juicio de los ocho sospechosos y sobre todo en sus personajes, a los que perfila con bastante acierto aunque sin mostrar nada novedoso, original o muy destacable con el retrato que realiza de ellos, que de alguna manera los muestra como roles arquetípicos sin demasiada profundidad.
No soy muy amigo del cine judicial, normalmente siempre me parecen films que apelan demasiado a la demagogia, la sensibleria y cuyo mensaje se me antoja sesgado, partidista y adoctrinador (aunque cintas como 12 Hombres Sin Piedad o Philadelphia son obras muy importantes para mí). Por suerte Redford y sus dos guionistas saben jugar bien sus cartas y aún viendo el espectador en pantalla ideas (jurados coaccionados, testigos amenazados, jueces inquisitivos) bastante manoseadas, las mismas son abordadas desde la inteligencia y un tono de claroscuro que no se inclina hacia ningún lado, ya que están expuestas con una acertada equidistancia en el celuliode.
Los dos personajes principales son los más interesantes. Frederick Aiken (James McAvoy, ofreciendo un muy buen trabajo) es un abogado principiante que se enfrenta a su primer gran caso, con el handycap de que este también arrastra un grueso matiz de polémica internacional. Debido a esta situación tendrá que enfrentarse al dilema de contradecir sus convicciones (defender a la madre de un confederado acusado de magnicidio habiendo luchado él en el bando unionista durante la guerra civil estadounidense) en beneficio de su inquebrantable ética como abogado que le implica defender a sus clientes.
Por otro lado tenemos a Mary Surrat (un entregada e inspirada Robin Wright de cara lavada en el posiblemente mejor papel de su carrera) madre abnegada, religiosa y sí, simpatizante unionista, pero que defiende no sólo su inocencia sino también de la de su hijo huido. Aún sabiendo que si declarara en contra de su primogénitco se libraría de la horca la mujer se niega en redondo a traicionarlo. Su encierro y posible posterior ejecución la llora también Anna, su hija menor (acertada Evan Rachel Wood, a la que el vestido de época le sienta de maravilla) que acabará testificando en el juicio para ayudar a su progenitora.
La correcta puesta en escena, la magnífica ambientación de época, el sólido guión, la acertada dirección, el reparto de secundarios (muy buenos Tom Wilkinson, Danny Huston, Colm Meaney o Kevin Kline, decentes Alexis Bledel, Justin Long o James Badge Dale) los protagonistas y la interesante relación de complicidad que nace entre los dos a pesar de los muchos obstáculos (físicos, políticos, ideológicos) que los separan, todo, le sirve a Rober Redford para hablar a las claras de cómo en tiempos convulsos los derechos de los ciudadanos de una sociedad de bienestar pueden verse brutalmente vulnerados incluso desde las altas esferas por motivos tan simples como la venganza o la búsqueda de un chivo expiatorio para acallar las voces discordantes de los políticos o el pueblo.
Robert Redford vuelve a acertar detrás de las cámaras con The Conspirator ofreciendo cine lúcido, entretenido y hasta cierto punto comprometido, con un mensaje tan de actualidad en 1865 como en pleno siglo XXI, en el que se apela por la presunción de inocencia, los derechos humanos y la ética política. Un producto que en cierta manera me recuerda a la menospreciada y bastante recuperable (para ser revalorizada) Amistad de Steven Spielberg, pero que acierta incluso en mayor medida que aquella a la hora de ofrecer al espectador algo más que una cinta de época o un drama judicial al uso, entregando finalmente una interesante lección de historia, que no es poco en los tiempos que corren.
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