Título Original La Caza (1965)
Director Carlos Saura
Guión Angelino Fons y Carlos Saura
El regreso en los años 60 de José María García Escudero a la dirección general de Cinematografía y Teatro (puesto que también ejerció en los 50, abandonándolo posteriormente) dio pie a cierto aperturismo por parte de la crítica dentro del sépitmo arte patrio que permitió el nacimiento de lo que en aquella época se llamó Nuevo Cine Español. Movimiento cinematográfico auspiciado por cineastas capitales de la península como Manuel Gutiérrez Aragón, Basilio Martín Patino y sobre todo el cineasta oscense Carlos Saura.
Tras proponer el guión de La Caza (titulado La Caza del Conejo en un principio) a una decena de productoras que se negaron a llevar a imágenes un proyecto tan crudo, sería el productor guipuzcoano Elias Querejeta el encargado de co financiarlo (poniendo un millón de los dos que costó el film) y dando con ello forma al inicio de una larga etapa llena de proyectos cinematográficos en común entre él y Carlos Saura que nos regalaría una extensa lista de largometrajes destacados y otros más olvidables, pero rara vez desdeñables.
Luis (José María Prada), José (Ismael Merlo), Paco (Alfredo Mayo) y Enrique (Emilio Guitiérrez Caba), el cuñado de este último, deciden pasar un día cazando conejos en una finca que fue un campo de batalla durante la guerra civil. El día es soleado y agobiante y tras la caza de las primeras piezas las rencillas, problemas personales y rencores entre los tres amigos comienzan a pasar factura a la moral de los personajes. El ambiente se irá tornando irrespirable, los tres compañeros desconfiarán los unos de los otros y finalmente el enfrentamiento (ante la atónita mirada del joven cuñado de Paco) se hará inevitable.
La Caza es una pieza clave del cine español, un trabajo minimalista, crudísimo y con varias lecturas que impacta en el espectador como un tiro en pleno rostro. Rodado con un equipo mínimo durante 4 semanas en un paraje cuasi desértico de dos pueblos de Toledo el tercer film de Carlos Saura supuso su consagración internacional y una de sus piezas más completas y ceñidas a un hiperrealismo que el autor de Goya en Burdeos fue dejando de lado en el devenir de su extensa filmografía.
Una obra como La Caza apela a retratar con acierto y sin miramientos sentimientos inherentes en el ser humano como la envidia, el rencor o el miedo. Pero su contexto, época y localización la convierte en una certera y lacerante visión de la España de posguerra y todos los demonios internos que la habitaban. Un coto de caza en el que se llevó a cabo una batalla de la guerra civil, la presencia de un cadáver en una cueva que representa a los vencidos que no fueron enterrados dignamente y del que el personaje de Paco quiere desentenderse y las rencillas entre los personajes que se irán recrudeciendo gradualmente a lo largo del metraje dan buena muestra del subtexto que yace bajo la carcasa de la obra.
Es interesante pararse a a analizar los personajes principales del film y sus caracteres. Paco es un hombre de aire altivo, prepotente, orgulloso que mira por encima del hombro los débiles o inferiores (sus comentarios sobre el rechazo que le produce Juán el cojo son esclarecedores, pudiendo ser este personaje uno de los perdedores de la guerra y de ahí el asco que le profesa Paco) y nunca pide perdón. Todo un acierto por parte de Saura darle el papel al gran Alfredo Mayo, que durante años fue el actor estandarte del régimen, sobre todo desde que protagonizara Raza aquella pieza históricamente interesante (por maniquéa y ridícula a la vez que aterradora), cinematográficamente intrascendente e ideológicamente poncoñosa escrita por Franco.
José, al que da vida magistralmente Ismael Merlo, representa la inestabilidad mental y el miedo. Su personaje es harto interesante porque su delicada situación económica y personal perimte que veamos similitudes con los pobres conejos a los que da caza con su escopeta. Por otro lado está Luis, alcohólico, nihilista y autodestructivo, un hombre acabado que se evade de una realidad leyendo novelas de ciencia ficción y que por su boca lanza sentencias verbales que incluso adelanten el devenir de la trama y los personajes.
Finalmente tenemos a Enrique (primerizo pero ya acertado Emilio Gutiérrez Caba), el inocente cuñado de Paco que representa la juventud de un país ajena a viejos odios o heridas de guerra y que de alguna manera es el punto de vista del espectador. Aunque bien es cierto que se da cuenta de que algo turbio sucede entre su cuñado y sus dos amigos, su carácter aniñado e infantil no le permite ver con claridad la realidad a la que se deberá enfrentar cuando el film vaya llegando a su resolución y que retrata a una España llena de odio y esqueletos en el armario.
Saura controla el tempo narrativo y la atmósfera con maestría. El calor y el sudor de los personajes (que era real) se transmite al espectador y lo incomoda. La delectación fetichista con las armas de fuego proyecta sensación de peligro, los pensamientos de los personajes expuestos con voz en off acrecientan la tensión y la caza en sí (el mayor reproche que se le puede hacer al director es que matara a varias decenas de conejos y a un hurón delante de la cámara y de manera bastante cruel ya que por aquel entonces las sociedades protectoras de animales poco podían hacer dentro del mundo del cine y hasta Luis Buñuel, amigo suyo y fan de película le dijo que se había excedido con la masacre) enfatiza la violencia que gana enteros de manera gradual a lo largo del metraje.
Hablando de Buñuel, las referencias al genio de Calanda son claras y notorias, no se ocultan en ningún momento por parte de Saura. Desde la presencia de Juan el cojo, uno de esos tullidos que podía haber campado a sus anchas en Tristana o Belle de Jour, su sobrina Carmen que nos remite al personaje de Meche en la intachable Los Olvidados, pasando por ese maniquí que podía haber formado parte facilmente de la colección de Archibaldo de la Cruz en Ensayo de Un Crimen muchos son los homenajes y guiños que hace el director de ¡Ay, Carmela! a su buen amigo Luis.
Finalmente cuando el magnífico pero algo precipitado clímax toma forma las tres caras de nuestra sociedad se enfrentan y el resultado cobra ribetes de tragedia griega. La violencia latente explota y una macabra danza de caos y muerte envuelve toda la recta final del largometraje. Ante tal espectáculo Enrique, que no deja de ser la representación viva de los hijos de una guerra y un país que se pudría (como un cadáver en una cueva, no olvidemos ese pasaje) huye despavorido de tanto terror y odio sin rumbo fijo y sin destino predeterminado, como la misma España de por aquel entonces.
La Caza supuso la consagraciaón de un director incómodo para el régimen y necesario para la evolución de nuestro cine. El film tuvo un gran éxito y ganó entre otros premios internacionales un prestigioso oso de plata en el festival de Berlín. La carrera de Carlos Saura fue (y sigue siendo) irregular, pero con su tercera obra consiguió poner una pica en Flandes como también lo hicieron otros cineastas tales como Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga y gracias a ellos el cine de aquí, el que se hacía "contra Franco" se redefinió, tomó entereza y cambió para siempre.
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