domingo, 15 de abril de 2018

Ready Player One



Título Original Ready Player One (2018)
Director Steven Spielberg
Guión Zak Penn y Ernest Cline, basado en la novela de este último
Reparto Tye Sheridan, Olivia Cooke,  Ben Mendelsohn, Mark Rylance, Simon Pegg, T.J. Miller,  Hannah John-Kamen, Win Morisaki, Philip Zhao, Julia Nickson, Kae Alexander, Lena Waithe,  Ralph Ineson, David Barrera, Michael Wildman, Lynne Wilmot, Carter Hastings, Daniel Eghan





El pasado mes de febrero hice para Zona Negativa, web en la que colaboro desde hace años y de cuya sección de libros me encargo desde hace un tiempo, una reseña de la novela Ready Player One, escrita por el autor estadounidense Ernest Cline. La historia contenida en el primer trabajo literario del autor de Armada es una distopía que ahonda sus raíces en cuarenta años de cultura pop con incontables referencias al cine, los cómics, la literatura, la música y el mundo de la televisión desembocando en un incontestable éxito editorial. Como suele suceder en estas situaciones Hollywood puso sus ojos en la obra incluso antes de llegar a las librerías, siendo Warner Bros la productora que consiguió los derechos de la misma y solicitando los servicios de Zak Penn (X-Men 2, Los Vengadores) y el propio Ernest Cline para escribir el guión que se ocuparía de llevar a imágenes un peso pesado como el veterano cineasta Steven Spielberg que entraba en escena con su compañía Amblin Entertainment.




En el año 2045 Wade Watts (Tye Sheridan) es uno de los millones de usuarios de Oasis, un programa de realidad virtual en el que los jugadores toman la imagen de un avatar personalizado a placer y que fue creado por el mítico programador James Halliday (Mark Rylance), con la ayuda de su compañero Odgen Morrow (Simon Pegg). Una vez muerto Halliday, cuyo avatar respondía al nombre de Anorak, ofrece el control de su creación y toda su fortuna a aquella persona que encuentre, a lo largo y ancho de los incontables mundos que dan forma a Oasis, las tres llaves que le den acceso a un "Huevo de Pascua" que permanece oculto. Para dar con tan preciado objeto Parzival, el avatar de Wade, aunará fuerza con otros usuarios como Art3emis, Hache, Daito o Sho para impedir que la compañía criminal IOI (Innovative Online Industries), cuya cabeza visible es Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), se apodere del premio que les permitiría someter a todo el planeta desde el mundo virtual.




Ready Player One es la confirmación de que poco importa que una obra cinematográfica este construida sobra una descomunal sobredosis de efectos digitales si detrás de ella hay una persona con verdadero talento como Steven Spielberg. La última propuesta del estadounidense, que hace unos pocos meses llevaba a las pantallas otra destacable pieza, de un tono muy distinto, como Los Papeles del Pentágono (The Post), es un ejemplo cristalino de lo que un blockbuster hollywoodiense debería ser, un producto que a pesar de contener una interminable cantidad de fuegos de artificio siempre que esté controlado con mano firme por un autor con auténtica personalidad y unos intachables conocimientos de lo que es el lenguaje cinematográfico, algo que el director de Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio lleva más cuarenta años demostrando, el resultado se antojará brillante en prácticamente todos sus aspectos como podemos ver a los pocos minutos de metraje con la espectacular primera carrera automovilística.




Gracias a su inabarcable fuerza como narrador de historias y la ayuda de un apartado técnico a la altura de las circunstancias contando con un diseño de producción superlativo y una dirección de fotografía impresionante a manos de Janusz Kaminski Steven Spielberg consigue trasladar a imágenes de manera fidedigna Oasis tal y como lo imaginó Ernest Cline en las páginas de su novela. El prólogo del largometraje que nos sumerge en ese inmenso mundo digital expone en sólo unos breves minutos las infinitas posibilidades visuales que ofrece un proyecto como Ready Player One en el que su jefe de ceremonias explota al 200% el material de partida que cae en sus manos gracias al guión de Zak Penn y el mismo autor de la novela, extrapolando ese microcosmos con una notable similitud a lo que se planteó en las más de cuatrocientas páginas que forman el libro de 2011 y que encuentran en el film una contrapartida audiovisual inmejorable.




Con respecto a la fidelidad a la novela de Ernest Cline desde un punto de vista formal y de construcción narrativa podemos afirmar que la primera mitad del largometraje es, salvando algunos detalles modificados, considerablemente fiel tanto en el perfil de los personajes como en el contexto espacial y temporal en el que los personajes se mueven. Las Torres, el aspecto de los distintos mundos que dan forma a Oasis, la imagen de los personajes reales o sus avatares así como las localizaciones virtuales se asemejan con mucho detallismo a las que describió Cline en su obra. En cambio es en la segunda mitad del metraje cuando empiezan los cambios sustanciales reduciendo el peso de algunos personajes importantes, cambiando las pruebas que deben superar los gunters y los sixers para conseguir las llaves o modificando el destino de varios de los roles principales. Todo esto refiriéndonos siempre a la estructura de la historia y algunos hechos, ya que el mensaje del libro y su espíritu permanecen intactos en su traslación a la pantalla grande.




Posiblemente un director menos curtido en todo tipo de producciones comerciales que Steven Spielberg hubiera fracasado a la hora de alternar adecuadamente el mundo real con el virtual en Ready Player One, pero como era de esperar él lo consigue con una facilidad y ejecución técnica pasmosas. Las transiciones entre esa sociedad distópica y al borde del colapso económico y social (en la que no se profundiza mucho, algo que también sucedía en la novela original) y la idealización pop y geek de Oasis fluyen con una naturalidad sobresaliente incluso cuando tienen que solaparse la una a la otra, demostrando una vez más que nos encontramos ante un contador de historias virtuoso que conoce su oficio como pocos. De esta manera el pixel y la imagen real ejecutan una coreografía cohesionada y compacta que da una imagen de todo perfectamante ejecutado por parte de su creador cuya impronta es reconocible en cualquiera de los planos que dan forma a la obra.




Una de las mayores preocupaciones con respecto a la adaptación al celuloide de Ready Player One para los que hemos leído la novela era la imposibilidad de incluir a lo largo del metraje de la película las miles de referencias a la cultura pop de las que hizo gala Ernest Cline si tenemos en cuenta que Warner Bros se encuentra detrás de la producción y, a diferencia de Disney, no posee los derechos de casi todos los productos de entretenimiento a nivel mundial. Por suerte poco ha importado dicha situación, Spielberg y sus colaboradores han aprovechado los derechos propiedad de la compañía que financia el proyecto y la posibilidad de tirar de talonario para inyectar la cinta de tributos y menciones a todo tipo de videojuegos, películas, series, libros y grupos musicales, muchos de ellos ya presentes en las páginas del libro y otros nuevos, cuyo recuento se antoja imposible porque desfilan por la pantalla a velocidad luz y en cantidades industriales. A destacar ese delicioso homenaje a Stanley Kubrick que es desde ya uno de mis pasajes cinematográficos favoritos del 2018.




Volvemos al tema de los cambios con respecto a la novela en lo referido al reparto, porque uno de los mayores encantos del trabajo de Ernest Cline era mantener la identidad real que se encontraba debajo de sus avatares hasta el final de la historia, algo que Spielberg y su equipo han tenido que adelantar a la mitad del metraje del film para poder dar más pábulo al reparto de intérpretes. A pesar de sus esfuerzos Tye Sheridan es un actor demasiado imberbe para cargar con el peso de un personaje como Parzival/Wade Watts y eso se deja notar en pantalla, más si cabe cuando tiene que compartir plano con una pizpireta y encantadora Olivia Cooke que lo eclipsa siempre que comparte plano con él. Ben Mendelsohn, acierto de casting mayúsculo, da vida a un Nolan Sorrento tan vil y patético que parece arrancado de las páginas del libro y Mark Rylance resulta muy creible como James Halliday a pesar del terrible postizo capilar que porta en su testa, algo que también le sucede a Simon Pegg dando vida a un Odgen Morrow que no tiene tanto protagonismo como en la obra literaria.




A Parzival y Art3mies les acompañan otros tres gunters, Hache, Daito y Sho, a los que en el mundo real dan vida Lena Waithe, Win Morisaki y Philip Zao. Este pequeño grupo, que nos retrotrae irremediablemente a los "Niños Perdidos" de la vilipendiada Hook: El Capitán Garfio, se antoja un añadido totalmente spielbergiano en el que el trío de adolescentes toman los roles de mejor amigo del protagonista el primero y compañeros de batalla los segundos. Waithe no sólo realiza con su criatura una traslación fiel en fondo y forma al personaje nacido en las páginas, sino que también destaca interpretativamente gracias a su carisma y naturalidad. En cambio Morisaki y Zao, aún llevando a cabo adecuadamente su trabajo como actores no tienen suficiente metraje para desarrollar sus papeles cuyas versiones en papel tenían mucho más protagonismo siendo el asesinato de uno de ellos, y el vídeo que captura el momento, un hecho de vital importancia para el posterior derrocamiento de IOI.




Aunque queda lejos de sus mejores y más celebradas obras comerciales como Encuentros en la Tercera Fase, E.T., o Parque Jurásico Ready Player One se antoja el vibrante blockbuster de un adolescente encerrado en el cuerpo de un cineasta septuagenario que en pleno 2018, con casi medio siglo de carrera a sus espaldas, demuestra que se encuentra en plena forma y alternando a placer y de manera brutalmente orgánica sus dos vertientes autorales, la del director interesado por un cine de profundo calado social y político con la del diseñador de superproducciones de calidad ideadas para reventar las taquillas y epatar a todo tipo de espectadores con sus resoluciones visuales y entrega a la diversión bien entendida, campo en el que la pieza que nos ocupa milita con todo merecimiento como una de las más destacados trabajos de lo que llevamos de año y dejando en evidencia a muchas piezas coetáneas salidas de la maquinaria hollywoodiense que palidecen ante la vitalidad y la veteranía de uno de los grandes narradores de la historia del séptimo arte.


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