"¿Cómo te adelantas a lo que piensan los locos si no sabes cómo actúan?"
A finales de los años 70 los agentes del FBI John E. Douglas y Robert K. Ressler se entrevistaron con algunos de los asesinos en serie más peligrosos de la historia de Estados Unidos mientras estos cumplían sus respectivas condenas en prisión. Con el fin de crear perfiles de personalidad que en un futuro les permitieran prevenir nuevos homicidios Douglas y Ressler recorrieron todo el país para mantener conversaciones grabadas con criminales como Edmund Kemper, Jerry Brudos o Richard Speck con las que mantener a flote su revolucionario experimento que en un principio no fue visto con buenos ojos por el FBI. Toda este proceso fue recopilado en un libro llamado Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit escrito por el mismo Douglas con la ayuda del novelista y cineasta Mark Olshaker que con el paso de los años se convirtió en la piedra angular de la criminología moderna. El dramaturgo y guionista Joe Penhall (La Carretera) con el respaldo en la producción de la actriz Charlize Theron y el cineasta David Fincher, que se ocupa de la dirección de cuatro episodios, propusieron a Netflix sacar adelante una serie basada en el libro de Douglas y Olshaker consiguiendo una respuesta positiva por parte de la plataforma de streaming. El resultado hasta el momento es una primera temporada de diez episodios que se ha convertido en una de las propuestas televisivas más interesantes y atípicas del 2017, sobre todo si tenemos en cuenta su inusual propuesta dentro de un subgénero como el policíaco o el de asesinos seriales.
Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) son dos agentes del FBI pertenecientes a la Unidad de Análisis de Conducta que durante 1979 recorren Estados Unidos para entrevistar a los asesinos en serie más sanguinarios de América con el fin de crear perfiles psicológicos que les ayuden a resolver casos criminales presentes y futuros. Al poco tiempo de poner en marcha su proyecto, con considerables reticencias a manos de su superior, el Jefe de Unidad Shepard (Cotter Smith), Ford y Tench recibirán la ayuda, y supervisión, de la psicóloga Wendy Carr (Anna Torv), que se convertirá en colaboradora activa de la pareja de crimonólogos. En el proceso Ford y Tench intercambiaran impresiones con homicidas como Edmund Kemper (Cameron Britton), Jerry Brudos (Happy Anderson), Richard Speck (Jack Erdie) o Monte Rissell (Sam Strike) y descubrirán que cada uno de ellos asimila su intervención en el experimento de manera diametralmente opuesta a los demás, en ocasiones poniéndole las cosas muy complicadas a la pareja de agentes. Los problemas comenzarán cuando esta interacción con todo tipo de asesinos sin escrúpulos influya en la vida personal de Ford y Tench, originando problemas entre el primero y su novia Deborah Mitford (Hannah Gross) y repercutiendo la vida familiar del segundo con su esposa Nancy (Stacy Roca) y su hijo Brian (Zachary Scott Ross) viéndose todos arrastrados por las consecuencias del trabajo de los protagonistas.
Aunque se adscribe a un subgénero reconocible para el gran público como el de asesinos en serie Joe Penhall y sus colaboradores deciden abordar Mindhunter casi como un drama, no como un thriller, centrándose principalmente en sus personajes y dejando de lado la acción típica de esta clase de producciones. La serie de Netflix viene a ser la versión realista de Mentes Criminales, la longeva serie estadounidense creada por Jeff Davis para la cadena generalista CBS, pero mientras el programa estrenado en 2005 deposita sus intenciones en el ritmo frenético, tratamientos argumentales procedimentales (los mismos que ya estaban quemados en la segunda temporada, la mejor junto a la primera con el Jason Gideon de Mandy Patinkin como protagonista) episodios normalmente autoconclusivos, una continua sobreexplicación bastante molesta (no hay un sólo episodio en el que no se incluya un diálogo colectivo en el que los personajes principales pormenoricen, casi mirando a cámara, el perfil del criminal de turno) para dar todo masticado al espectador y un sensacionalismo innecesario a la hora de mostrar los actos de los homicidas en pantalla, Mindhunter decide ir a contracorriente de esta y otras muestras del género aún sabiendo que en el proceso puede sacrificar a un gran número de espectadores.
Joe Penhall lo tiene claro desde el principio, y después de la escena del prólogo del episodio piloto no sólo no volvemos a ver un disparo, sino que no hace acto de presencia una sola arma de fuego en toda la temporada. Porque Mindhunter se centra en el tratamiento de sus personajes, de la interacción que estos experimentan con sus superiores o familiares y sobre todo con los presos a los que van entrevistando en su recorrido por la cárceles de Estados Unidos. De hecho de manera paralela a dichos encuentros se desarrollan subtramas con distintos casos en los que los agentes Ford y Tench investigan algunos asesinatos con los que aplicar los conocimientos que van adquiriendo con las entrevistas que realizan y ni en ese sentido los creadores de la obra se entregan a lo fácil con tiroteos, persecuciones o una sordidez gratuita, apelando a un hiperrealismo que nos demuestra que la búsqueda de pistas o sospechosos de homicidios no es algo que unos agentes del FBI de perspicacia sobrehumana puedan resolver en un sólo episodio. En ese sentido, el de ofrecer la cara más burocrática y cercana de la criminología estadoundiense, Mindhunter se refleja en la mítica The Wire, aquella obra maestra ideada por David Simon y Ed Burns para HBO que ofrecía un retrato naturalista y derrotista del género policíaco, con representantes de la ley que tardaban años en resolver casos o que incluso intentaban no verse implicados en los mismos.
Para que este peculiar y arriesgado tratamiento tenga éxito Mindhunter ha contado con la inestimable ayuda de un jefe de ceremonias a la altura como David Fincher, uno de los directores más talentosos del panorama cinematográfico de los últimos 20 años al que debemos obras como El Club de la Lucha, Millenium: Los Hombres que no Amaban a las Mujeres, Perdida o The Game. Curiosamente podemos considerar a David Fincher, junto al Jonathan Demme de El Silencio de los Corderos, el precursor de la resurección de los thrillers sórdidos con criminales de contrastada imaginación a la hora de cometer sus asesinatos con Seven, aquella genialidad protagonizada por Brad Pitt y Morgan Freeman de 1995 que a día de hoy sigue siendo una de las mejores cintas de género de los 90. Pero en vez de ir a lo fácil, que sería tomar como inspiración dicho film, Fincher acomete en Mindhunter una puesta en escena contenida y clasicista que recuerda a su otro celebrado largometraje sobre asesinos en serie, Zodiac, aquel trabajo en el que lo más importante eran la atmósfera y el tratamiento de personajes, dejando la identidad del asesino y la investigación para dar con su paradero en un segundo plano. De esta manera Fincher pone su talento a disposición de cuatro episodios, los dos primeros y los dos últimos de la temporada (los mejores y los que marcan el look visual del producto) para ofrecer algunos de los pasajes más potentes de la ficción televisiva del 2017.
Los papeles de Holden Ford y Bill Tench están interpretados por Jonathan Groff y Holt McCallany dos actores antagónicos que dan vida a una pareja de agentes del FBI que no lo son menos, aunque sin llegar a adentrarse en la tónica habitual de las buddy movies. El primero es un joven e impetuoso agente decidido a revolucionar la criminología de finales de los años 70 aunque en el proceso ponga en entredicho su prestigio de cara al resto del FBI y el segundo es un profesional veterano de vuelta de todo que se debate entre apoyar las ideas progresistas de su compañero o seguir las reglas impuestas por sus superiores. El tour de force se antoja ejemplar porque mientras Gorff es contención, inteligencia y elegancia McCallany es carisma, cercanía e inesperados ramalazos de humor, y la dupla se verá potenciada cuando en el tercer episodio entre en escena la Wendy Carr de Anna Torv con un ambiguo personaje, en todos los sentidos, que poco tardará en comerle terreno a sus dos compañeros de reparto. Pero con respecto al casting donde Mindhunter triunfa es a la hora de elegir a los intérpretes que dan vida a los asesinos en serie, algunos de ellos interpretados por humoristas o profesionales vinculados a la comedia como Happy Anderson o Cameron Britton, siendo este último el que mejores momentos ofrece a la temporada en la piel de Ed Kemper, ejecutando una labor digna del Emmy o el Globo de Oro con una interpretación profundamente introspectiva protagonizando en el segundo episodio una conversación que marcará a fuego el tono y el discurso de la serie gracias a su enorme labor, el guión y el pulso de un David Fincher en estado de gracia con la cámara.
En resumidas cuentas esta primera temporada de Mindhunter es un producto televisivo de alta calidad en el que todos su apartados convergen magistralmente sin dejar aspecto alguno al azar en una decena de episodios en los que no sobra o falta nada. El resultado dejó tan satisfechos a los jefazos de Netflix que la segunda temporada ya estaba confirmada antes del estreno de la que nos ocupa, y según declaraciones del mismo David Fincher (que seguirá como productor ejecutivo y esperemos que también como director) ya están trazadas las tramas de la segunda temporada y se conoce la identidad de varios de los asesinos a los que Ford y Tench entrevistarán en esta nueva tanda de episodios. La serie de Joe Penhall no sólo es una de las mejores producciones del 2017, también puede ser pionera en cuanto a tratar subgéneros con señas de identidad preestablecidas y asentadas desde hace décadas desde puntos de vista más ricos en cuanto al retrato de personajes y los dilemas morales a los que se enfrentan sus protagonistas al encontrarse compartiendo diálogo y confidencias con individuos que están lejos de ser los monstruos que venden los medios sensacionalistas y con los que se puede llegar a empatizar hasta el límite de que un agente del FBI vea todo su sistema de valores destruido y pisoteado al sentir atracción por la mística detrás de un metódico asesino que practicó sexo oral con la cabeza decapitada de su madre muerta.
Reseña publicada originalmente en la web Zona Negativa
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