jueves, 4 de octubre de 2012

Mr. Arkadin, fantasmas del pasado



Título Original Mr. Arkadin (1955)
Director Orson Welles
Guión Orson Welles
Actores Robert Arden, Orson Welles, Paola Mori, Akim Tamiroff, Michael Redgrave, Patricia Medina, Mischa Auer, Katina Paxinou






Orson Welles fue un enamorado de España. Cuando visito estas tierras se enamoró de sus gentes, muchas de sus tradiciones y hasta de su manera de pensar. En 1955 se embarcó en la primera de varias co producciones con nuestro país y el resultado de esta en concreto no dejó muy satisfecho al cineasta, afirmando que durante todo el proyecto fue presionado por unos productores que le decían qué debía quitar o poner en el metraje, de ahí que existan varios montajes de la obra que nos ocupa, que es, como no podía ser menos. Mr. Arkadin, considerado uno de los trabajos más flojos de su filmografía, aunque eso no impide que el film funcione como poderosa pieza cinematográfica con momentos sencillamente brillantes, en los que se ve el mejor Orson Welles.




Guy Van Stratten es un contrabandista que asiste a un misterioso asesinato en un puerto. Cuando se acerca a socorrer a la vícitma moribunda esta le dice como últimas palabras un extraño nombre, Arkadin. Van Stratten investigará quién es la persona detrás de este misterioso apellido y en un castillo localizado en España da con Gregory Arkadin un adinerado hombre de negocios, padre de Raina, una bella muchacha de la que Van Stratten se enamora perdidamente. Cuando Mister Arkadin se encuentra con el joven se interpone entre él y su descendiente, pero a cambio le ofrece una sustanciosa suma para que investigue sobre su propio pasado que tiene olvidado por culpa de la amnesia. Guy Van Stratten recorrerá el globo entero para intentar encontrar el origen de Arkadin, pero sin alejar a Raina de sus propios pensamientos.




El punto de partida de Mr. Arkadin (el espectador se sumerge en la investigación sobre el pasado de un multimillonario) es muy parecido al de la ópera prima de Welles, ese clásico atemporal llamado Ciudadano Kane que es considerado una de las mejores películas de la historia del cine. Aunque, como es lógico, esta producción de 1955 no llega a a la magnificencia del biopic encubierto que el director de Sed de Mal hizo del magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst, contiene el suficiente gran cine para ser recordado como una film remarcable, con muchos hallazgos y personajes inolvidables tanto principales como secundarios.




El largometraje se hace grande por su puesta en escena puramente wellesiana, con planificación de tomas poderosa y un uso magistral de sus famosos picados y contrapicados, de la colocación de los encuadres con respecto a los decorados (magistral el movimiento continuo de la escena del camarote de barco que añade un toque de onirismo a la escena que le queda genial a ese pasaje) o de los movimientos de cámara. Todo un torrente de potencia visual indivisible al maestro creador de El Cuarto Mandamiento (The Magnificent Ambersons) que en momentos como el de la visita de Van Stratten a la tienda del personaje de Michael Redgrave se ve como ha influido esta película en la estética de otros cineastas como Terry Gilliam.




También encontramos a lo largo de todo el proyecto otra de las más conocidas señas de identidad de Orson Welles en una obra como Mr. Arkadin, y es, como no podía ser menos, su propia egolatría. No hay un sólo plano en el que el director no se regale a sí mismo como actor momentos de alto voltaje en su interpretación, como muestra la escena de la fábula del escorpión y la rana, muy simbólica con respecto al devenir de la trama minutos más tarde. El cineasta utiliza en todo momento perspectivas y ángulos complicados en los que se acentúa su ya de por sí enorme tamaño, recurriendo continuamente a los ya mencionados picados y contrapicados con los que magnifica su rotundidad física.




Todos los planos en los que Gregory Arkadin se encuentra solo frente al espectador puede percibirse como transmite a la cámara un magnetismo animal casi hipnótico (como puede verse en los planos en los que la mira directamente) y hasta cuando no forma parte de la historia, cuando el personaje de un excelente Robert Arden es el centro de lo que acontence, la enorme sombra del personaje de Welles es proyectada en todo momento como si se erigiera desde lo más alto de su castillo localizado en España. Cuando los secretos de su pasado se van descubriendo la importancia conceptual del rol que da nombre al largometraje acrecienta su fuerza y perfila su, hasta ese momento, desconocida y misteriosa personalidad.




Finalmente el mensaje del largometraje nos vuelve a retrotraer a la ya nombrada Citizen Kane. Gregory Arkadin, ese "pobre hombre rico", queda reducido a nada cuando se descubre su talón de Aquiles, que no es otro que su propia hija. El hecho de que ella lo rechace acaba por hundirlo en una miseria existencial sin punto de retorno. Una vez más Welles nos afirma que detrás de esos hombres poderosos que lo tienen todo siempre existen traumas o debilidades mundanas que los ponen a la altura del resto de los mortales, por mucho que muevan ingentes cantidades de dinero o controlen con mano firme enormes imperios que sólo sirven para agigantar sus egos y deseos de ambición.




A pesar de que se le notan carencias, como un montaje deficiente, el escaso presupuesto o que de ella se realizaran varios montajes en los que dentro de los secundarios se cambiaban a actores americanos o británicos por españoles (este es el que he visto yo) o la presencia de una marea de dificultades durante la producción no impiden que Mr. Arkadin se vea hoy como una obra de culto, una rareza dentro de la, no muy holgada, filmografía de uno de de los directores más importantes de la historia del cine, que afirmaría aquí algo que ya se apuntó en su segundo film (El Cuarto Mandamiento) y que se confirmó en el siguiente al que nos ocupa (el immenso Sed de Mal). Que al hombre que aterrorizó por medio de las hondas a todo Estados Unidos con una supuesta invasión alienígena mientras narraba la obra literaria La Guerra de los Mundos de H.G. Welles, no había quien lo domara.



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