Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Parte II

Título Original Harry Potter and the Deathly Hallows Part II (2011)
Director David Yates
Guión Steve Kloves basado en la novela de J.K. Rowling
Actores Daniel Radcliffe, Emma Watson, Rupert Grint, Alan Rickman, Helena Bonham Carter, John Hurt, Timothy Spall, David Thewlis, Ralph Fiennes, Michael Gambon, Maggie Smith, Jason Isaacs

Última entrega de las aventuras cinematográficas de Harry Potter basadas en la colección de novelas sobre dicho personaje realizada por la escritora británica J K. Rowling. Esta cinta supone la segunda entrega en imágenes de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (cuya primera etrega pudimos ver a finales del año pasado), séptimo y último libro de la saga que la Warner Bros ha decidido dividir en dos partes con la excusa oficial de ser más fieles al manuscrito, cuando todos sabemos que ha sido para sacarnos el doble de pasta y para colmo con esta última, estrenada en 3D, unas monedas más.

Octava y última película así como excelente cierre para una de las sagas más longevas de la historia del cine comercial reciente. Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Parte II es el broche de oro a una serie de films que ha ido evolucionando con los años pero manteniendo un tono constante, que si bien se ha ido oscureciendo con el paso del tiempo (aunque mirando hacia atrás ya desde Harry Potter y La Cámara Secreta la franquicia empezó a coquetear con lo sombrío) se mantiene uniforme y fiel al microcosmos cinematográfico que creó un Chris Columbus muy inspirado en los dos primeros peldaños de esta andadura basandose en la letra de J K. Rowling.

A pesar de ser un enorme clímax Harry Potter ad the Deathly Hallows, Part II comienza de manera reposada y sin estridencias, pero falla a la hora de localizar a los personajes para que el espectador se sitúe espaciotemporalmente y ahí influye la pobre introducción de la trama y los roles, que nos confirma aquello de que esta y la anterior entrega eran un sólo todo que se ha separado en un binomio de manera más que caprichosa. Pero en ese sentido también tenemos un gran acierto, como es el metraje del film. Las cintas de Harry Potter tienen una media de 140 0 150 minutos de duración y esta última parte sólo supera minimamente las dos horas (siendo el más corto de todos los largometrajes), de ahí que su proyección pase volando y deje, agradablemente, con ganas de más.

Todo el conjunto posee una atmósfera crepuscular, heredada de la anterior cinta, pero que aquí se acentúa, sobre todo por la ubicua presencia de un Voldemort que disfruta de más momentos en pantalla que en ninguna de las otras películas, algo bastante lógico si tenemos en cuenta que es el cierre de la saga. David Yates no es un director personal (aunque tampoco lo hemos visto dirigir nada fuera de las paredes de Hogwarts) y está a años de luz de gente como Alfonso Cuarón, pero ha sabido adaptarse con verdadera pericia a la franquicia, amoldarse a los sólidos guiones de un inspirado Steve Kloves y hacer suyos unos personajes y un universo que en sus manos nunca llega emocionar verdaderamente pero con los que sí sabe utilizar ciertos resortes dramáticos para llegar de alguna manera al espectador y sobre todo al lector habitual de los libros.

El producto no flaquea en ningún momento y perfila bien la personalidad de los personajes que conocemos desde hace una década, aunque a algunos actores como Daniel Radcliffe ya se le ve hastiado de dar vida al mismo rol durante tanto tiempo. Más inspirados están tanto Rupert Grint y su eterna cara de asustado o una Emma Watson que muestra más tablas que sus dos acompañantes masculinos. Como referencia a los fans de la saga cinematográfica y por efecto donimó a los de la literaria tenemos incontables cameos de secundarios que hacía tiempo que no veíamos o pasajes en los que se consolidan verdades tan inamovibles como que el Severus Snape que bordó desde el primer film y que remata con inquebrantable profesionalidad un inspiradísimo Alan Rickman posiblemente sea el mejor personaje de cuantos han habitado este singular universo.

La batalla final entre los consabidos bien y mal es épica, está rodada con garra y transmite una sensación entre agradable y nostálgica a un espectador que llevaba años esperándola y que finalmente no decepciona ni se muestra anticlimática. Desde el inicio del ataque de los mortífagos a Hogwarts el ritmo se acelera, pero nunca se muestra atropellado o caótico, todo está perfectamente hilvanado en fondo y forma. Por el camino somos testigos de escenas que esperábamos desde hace tiempo, como ese beso que se ha echo esperar bestialmente y que de manera inteligente se resuelve de manera cómica, el sueño en el vagón de tren (con la magnífica, desconcertante e inesperada escena del feto) o la muerte de algunos secundarios que si bien el guión no incide mucho en ellas no dejan de ser interesantes o acertadas.

El camino ha sido largo desde aquella entrañable Harry Potter y la Piedra Filosofal y ha estado plagado de buen cine fantástico y de aventuras que ha ilusionado a niños y entretenido soberanamente a mayores. Ese epílogo da cierre a una serie de obras cinematográficas que suponen uno de los triunfos más enormes de la Warner Bros en los últimos años de su existencia como productora. Ahora sólo me queda ponerme con los libros que decidí no leer hasta que acabara de ver todas las películas, acto que será mi humilde homenaje al entrañable mago miope que cambió para siempre el destino de la escuela Hogwarts y que abrió en otro mundo, el real, una enorme y necesaria puerta para que nuestros hermanos, hijos y sobrinos descubrieran ese preciado y nunca suficientemente laureado tesoro llamado literatura.