martes, 20 de febrero de 2018

The Cloverfield Paradox, perdidos en el espacio



Título Original The Cloverfield Paradox (2018)
Director Julius Onah
Guión Oren Uziel
Reparto Gugu Mbatha-Raw, David Oyelowo, Daniel Brühl, Elizabeth Debicki, Zhang Ziyi, Chris O'Dowd, John Ortiz, Aksel Hennie, Roger Davies, Donal Logue






El pasado 4 de febrero, en plena celebración de la final de la Superbowl, saltaba la noticia. Netflix había adquirido los derechos de la tercera entrega de la saga Cloverfield y no sólo estrenaba el trailer durante la retransmisión del partido, también subía sin previo aviso el largometraje a su plataforma para que todos sus usuarios pudieran verla sin conocer prácticamente nada de su argumento que, como dicta la tradición dentro de esta franquicia ideada en su origen por J.J. Abrams, había sido guardado bajo el más estricto de los secretismos. A la mañana siguiente las malas críticas por parte de espectadores y prensa especializada no se hicieron esperar y The Cloverfield Paradox fue masacrada, siendo tildada de caótica, oportunista y endeble desde un punto de vista cinematográfico. Un servidor va a intentar ir un poco a contracorriente ya que, posiblemente por las pocas expectativas despositadas en ella, se ha encontrado con una cinta espacial genérica que no merece la mala fama que tiene.




En el año 2028 la Tierra se encuentra sumergida en una enorme crisis energética y por este motivo varias naciones del planeta deciden diseñar una estación espacial llamada Cloverfield en la que se reunirá una tripulación internacional cuya misión será, por medio de un acelerador de partículas apodado "Shepard", tratar de proporcionar un flujo infinito de energía para poder ser consumida indefinidamente en nuestro planeta. Después de dos años de misión espacial y con sólo tres intentos más para realizar pruebas con el Shepard los problemas personales de los astronautas comenzarán a aflorar entre unos y otros por culpa de la presión. Tras el último intento fallido de utilizar el acelerador de partículas los tripulantes de la Cloverfield ven que la Tierra ha desaparecido de su órbita y que unos extraños hechos inexplicables comienzan a sucederse dentro de la estación espacial.




The Cloverfield Paradox, que en su origen se la conoció durante largo tiempo como God Particle, sigue estando impulsada por aquellos que idearon la primera entrega de la saga, o lo que es lo mismo, J.J. Abrams (Star Wars VII: El Despertar de la Fuerza), Drew Goddard (La Cabaña en el Bosque) y Matt Reeves (La Guerra del Planeta de los Simios), pero con el trío sólo ejerciendo labores de producción ejecutiva. Del guión se ocupa Oren Uziel (Infiltrados en la Universidad), de la dirección Julius Onah (The Girl is in Trouble) y el reparto cuenta con algunas caras conocidas como Daniel Brühl (Capitán América: Civil War), David Oyelowo (Selma), Zhang Ziyi (Tigre y Dragón), Gugu Mbatha-Raw (La Bella y la Bestia), John Ortiz (El Lado Bueno de las Cosas), Aksel Hennie (Hércules) y Chris O'Dowd (La Boda de mi Mejor Amiga) que conforman la tripulación de la estación espacial Cloverfield.




La última entrega de la franquicia Cloverfield es, desde un punto de vista técnico, una cinta espacial que puede adscribirse sin mucho problema a las producciones de este tipo que diseña Hollywood y eso que su presupuesto de 45 millones de dólares es bastante humilde en comparación con el que contaron largometrajes del mismo género como Gravity, Interestelar, Alien Covenant o The Martian que, como mínimo, doblaban ampliamente al de la cinta que nos ocupa. El presupuesto luce bien en pantalla, de modo que al diseño de producción, la dirección artística o los competentes efectos digitales que dan forma tanto a la estación Cloverfield como a la infinidad espacial que la rodea pocos defectos les podemos achacar, ya que los mismos cumplen sobradamente su cometido a la hora de ejercer de casi única localización para el devenir de acontecimientos que tienen lugar a lo largo del metraje y la interacción que llevan a cabo los personajes en él.




Desde el punto de vista de el guión Oren Uziel teje una historia tan eficiente como procedimental sobre astronautas que se enfrentan a una presencia inhumana dentro de la estación espacial en la que se encuentran confinados, recorriendo caminos mil veces transitados y lugares comunes dentro de este tipo de celuloide, pero con aceptable oficio. Ecos que van desde Horizonte Final (Event Horizon) a Alien: El Octavo Pasajero toman forma a modo de añadido genérico dentro de un desarrollo de múltiples situaciones que desfilan por pantalla a un ritmo lo suficientemente adecuado como para que el metraje de 102 minutos pase en un suspiro y antes de que el espectador, que en ningún momento ha llegado a aburrirse, se de cuenta de ello la obra finalice dejando en la platea la sensación de haber asistido a un producto tan cumplidor como intrascendente debido a su sana y nada ambiciosa propuesta argumental que a nadie debe coger por sorpresa.




En cuanto a la dirección el cineasta de origen nigeriano Julius Onah toma el rol de empleado al servicio de una cinta controlada casi en su totalidad por J.J. Abrams y sus colaboradores. Con este exiguo terreno para ejercer su oficio realiza una labor encomiable colocando adecuadamente la cámara cuando la situación lo exige, dando ritmo a las secuencias que llevan a imagen real el guión de Oren Uziel y eludiendo en todo momento incluir cualquier tipo de rasgo personal como narrador para que una producción como esta, que demanda un estilo tan efectivo como impersonal, le permita destacar en manera alguna si sus intenciones se alejan de la agenda establecida por los productores. De esta manera el agradecido look visual, el acomodo en el encuadre de los efectivos efectos especiales y sus dotes para aprovechar las pocas localizaciones que tiene a su disposición hablan evidentemente bien de su trabajo detrás de las cámaras.




Dentro del reparto internacional todos los actores cumplen su cometido a la hora de dar vida a sus correspondientes roles. Evidentemente algunos de ellos tienen más peso que otros, en ese sentido podemos considerar a la Ava Hamilton de Gugu Mbatha-Raw la protagonista oficial de la película, pero hasta los que interpretan a personajes de menos peso demuestran de manera elocuente su profesionalidad. Por otro lado algo que es de muy agradecer a The Cloverfield Paradox es que, sin que ninguno de ellos se revele como un dechado de tridimensionalidad, los miembros que dan forma a la tripulación de la estación espacial demuestran que pueden errar y ser egoístas con algunas de sus acciones, pero no se adentran en los terrenos de la estupidez máxima como sí lo hacían las de Prometheus y Alien: Covenant que competían en dura pugna por copar el podio de personajes más imbéciles de la historia del cine de ciencia ficción.




La pregunta es que si todos los apartados que hemos mencionado funcionan de manera eficiente, aunque no destacable, ¿qué es lo que falla en The Cloverfield Paradox para que no se convierta en una pieza memorable y llegue incluso a ser considerada, de manera un tanto injusta, un producto paupérrimo en no pocos aspectos?. Para llegar a la posible respuesta debemos volver al guión ya que seguramente sea el penoso perfil de personajes del que hace gala el film su mayor flaqueza. La última entrega de la saga Cloverfield comete el grave error de, después de un prometedor arranque con respecto al retrato de las criaturas que pulularán por su metraje, ser tan simplista en este sentido como para que la primera palabra que salga por boca de cada uno de los protagonistas deje claro a que clase de "estereotipo" dará vida. El colmo de la desfachatez en este sentido viene con el Volkov de Aksel Hennie que en cuanto comienza a hablar mirando a cámara ofrece claras muestras de que va a producir problemas al resto de sus compañeros.




Por desgracia la escritura de The Colverfield Paradox no sólo se regodea a la hora de ofrecer papeles maniqueos a varios de los protagonistas, también presenta de manera tan acelerada a la mayoría de estos personajes y sus interacciones mutuas que algunos de ellos que supuestamente mantienen relaciones sentimentales, como el de Daniel Bruhl con el de Zhang Ziyi, están tan poco desarrollados que no llegamos a empatizar en ningún momento con sus desgracias o la situación extrema a la que se enfrentan como grupo de personas con vínculos afectivos. De hecho el guión está tan deficientemente abordado desde esta perspectiva que tenemos a secundarios, como el Monk de John Ortiz, que casi no tiene diálogos, antojándose un personaje que si no fuera por las acciones que lleva a cabo parecería totalmente arbitrario e innecesario en la historia. Cuando nos damos cuenta de que sólo el papel de Gugu Mbatha-Raw tiene algo de poso dramático gracias a la subtrama que se construye alrededor de su vida privada descubrimos que aquí es donde la tercera entrega de la franquicia hace aguas.




Más allá de esas deficiencias con respecto a la inadecuada manera en que han sido abordados los personajes desde el punto de vista de la escritura el que esto firma no entienda la inquina y la desproporcionada respuesta negativa hacia The Cloverfield Paradox. No voy tampoco a cantar excesivas alabanzas hacia una producción que peca de rutinaria, escasamente original y con nula personalidad, pero que cumple su misión de entretener, ofrece poco más de hora y media de acción, terror, algunos golpes de humor bastante bizarros y a última hora una conexión bastante gratuita, pero exigible, con el resto de la saga. Para finalizar esta reseña no sólo afirmo que nos encontramos con una cinta agradable de ver y bastante divertida, sino que en comparación con la excesivamente alabada Calle Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane) me parece bastante más lograda e interesante. Ahora sólo queda esperar a esa Overlord que devolverá la franquicia a los cines y que se desarrollara  en la segunda guerra mundial.


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