“Padres, maridos y chulos, son todos los mismo. Te quieren por ser como eres hasta que quieres cambiar. Al menos, los chulos no lo esconden”
David Simon es algo más que un novelista o guionista televisivo, es un analista de su tiempo y uno de los mejores cronistas contemporáneos de Estados Unidos. Curtido en el mundo del periodismo Simon se dio a conocer internacionalmente cuando su serie The Wire, que ideó para HBO, se convirtió silenciosa e inexorablemente en una de las mejores producciones televisivas de todos los tiempos utilizando el género policíaco como excusa para sacar a la luz toda la inmundicia social y política del estado de Baltimore relacionada con la guerra contra la droga. Treme, que narraba las vivencias de un grupo artistas en la Nueva Orleans post Katrina o las miniseries Show Me a Hero, centrada en las clases desfavorecidas y el racismo, y Generation Kill, que trasladaba a imágenes un artículo de Rolling Stone escrito por un corresponsal de guerra que convivió con un batallón de marines durante la guerra de Iraq, confirmaron que la ficción es una excusa para que David Simon y sus colaboradores puntuales (Ed Burns, Nina Kostroff Noble, Eric Overmyer, Paul Haggis) hablen de todo lo que no funciona en su país desde distintos puntos de vista genéricos como el ya mencionado policíaco, el drama o el bélico. Con The Deuce, acompañado por el escritor y novelista George Pelecanos, con el que ya colaboró estrechamente en The Wire, Simon vuelve a ofrecer ficción de calidad con un poso de denuncia, esta vez centrado en el mundo de la prostitución y la pornografía a principios de la década de los 70.
Aunque tome como personajes más relevantes al camarero Vincent (James Franco) y a la prostituta Candy (Maggie Gyllenhaal) al igual que el resto de producciones televisivas creadas por David Simon The Deuce es una pieza coral en la que una amplia galería de roles le servirán para ofrecer un fidedigno fresco de la Calle 42, apodada como el título de la serie, de New York en la que el sexo de pago y el crimen organizado se encontraban al orden del día a principio de los años 70. Con toda una variopinta fauna de prostitutas, chulos, camellos, mafiosos, policías y trabajadores del cine para adultos Simon y su colaborador, George Pelecanos, contextualizan espaciotemporalmente otra de esas novelas audiovisuales que tan bien se le dan al autor de The Corner ofreciendo una visión poliédrica, nada complaciente y bastante cruda del mundo del proxenetismo, la drogadicción o los bajos fondos tomando como punto de partida y epicentro el auge del celuloide pornográfico y cómo este sirvió de vía de escape para muchas jóvenes a la hora de abandonar la dura vida “haciendo la calle” para refugiarse en un negocio que tampoco escapaba al abuso y el machismo, pero en el que se sentían más seguras.
David Simon y George Pelecanos se sirven principalmente de sus personajes para relatarnos la historia de The Deuce y sobre todo en la compleja relación entre chulo y prostituta encuentra el producto sus mejores hallazgos. Como es habitual en las proyectos del autor de The Wire la ambigüedad y las luces y sombras son sus señas de identidad para perfilar roles que eluden de pleno estereotipos y clichés, retratando a proxenetas que tan pronto se ganan la complicidad del espectador por su carisma y verborrea como despiertan en él un total rechazo al ofrecer su cara más visceral utilizando la violencia física y psicológica para someter a sus protegidas por la vía de fuerza. Ellas por otro lado se alejan diametralmente de la trabajadora del sexo impoluta de cuento de hadas contemporáneo a lo Pretty Woman y muestran una diversidad psicológica y física (no hay cuerpos femeninos espectaculares entre las trabajadoras del sexo de la serie y la elección de Maggie Gyllenhaal como la más representativa de ellas es un declaración de principios en ese sentido) que se antoja en todo momento creíble y mantienen una relación tóxica de necesidad y rechazo con sus chulos, odiando tener que trabajar para ellos, pero sintiéndose desprotegidas cuando no los tienen cerca para defenderlas de clientes violentos que en no pocas ocasiones se propasan con ellas poniendo en peligro su integridad física.
Esta ambigüedad es extensible al resto de personajes de la serie, como el Vincent al que da vida James Franco, un camarero propenso a la cobardía y a hacer la vista gorda que permite a su hermano gemelo Frankie (también interpretado por el actor de 127 Horas) llevar a cabo todo tipo de actos descerebrados que perjudican a su negocio y viéndose así implicado en no pocos tratos ilegales con Rudy Pipilo (Michael Rispoli) un capo mafioso interesado en el negocio del sexo de pago en todas sus variantes. Algo parecido sucede con la Eileen “Candy” Merrell de una perfectamente elegida Maggie Gyllenhaal que se debate entre el orgullo de ser una de las pocas prostitutas de Deuce sin chulo, algo que le beneficia económicamente y perjudica en cuanto a ser víctima de los actos violentos de algunos clientes, y su deseo de abandonar una vida tan dura de la que tratará de escapar por medio de la industria de la pornografía. Por último Chris Alston (Lawrence Gilliard Jr) interpreta una interesante variante, venida a menos, del Serpico de Sidney Lumet y Al Pacino, un policía del departamento de New York rodeado por la ilegalidad que trata de realizar su trabajo de acuerdo con la ley pero viéndose arrastrado por situaciones que en ningún momento le permitirán cumplir con su deber y encontrando como única vía de escape a la periodista Sandra Washington (Natalie Paul) que busca información para escribir un artículo sobre el barrio que da título a la serie.
Todos estos personajes repletos de claroscuros pueblan una New York de principios de los 70 excelentemente ambientada tanto en las localizaciones como en el vestuario y el maquillaje de los actores (aunque algunos postizos capilares son demenciales) o la excelente selección musical (repleta de R&B, soul, jazz, blues) que da forma a la banda sonora donde la sordidez sobrevuela toda la famosa calle 42, desde los sex shops hasta los bares, pasando por las comisarías o prostíbulos y sin dejar de lado los estudios de rodaje de las películas pornográficas. La Time Square de The Deuce se alimenta del Martin Scorsese de Malas Calles (Mean Streets) y despoja al celuloide para adultos de todo el glamour que destilaba la soberbia Boogie Nights de Paul Thomas Anderson, de hecho la serie de David Simon y George Pelecanos está repleta de sexo, del primer al último episodio, pero el mismo no es excitante ni sensual, se antoja casi siempre un acto mecánico despojado de toda emoción, ya sea en una furtiva habitación de motel con transacción económica de por medio o en un paupérrimo set de rodaje rodeado por un equipo técnico totalmente apático y desganado. La intención de ambos showrunners y guionistas es no dictar sentencia y ni señalar culpables, pero sí ofrecer un retrato hiperrealista del “oficio más viejo del mundo” y toda la podredumbre moral que implica con respecto al uso como material de consumo de la figura femenina si tenemos en cuenta que hasta el mundo de la pornografía se antojaba un paraíso para ellas siempre que introduciéndose en él pudieran abandonar la calle.
The Deuce es una de las sorpresas catódicas del año, un producto 100% David Simon con un excelente reparto coral de actores que parecen haber nacido para dar vida a sus personajes (aunque lo de James Franco y Maggie Gyllenhaal es superlativo) una gran cantidad de subtramas que se interconectan con maestría gracias a unos guiones intachables y una puesta en escena brillante construida por un grupo de directores y directoras que han sabido dar el tono adecuado a un producto de una calidad sobresaliente que no ha hecho más que poner sus primeras piedras si tenemos en cuenta que ya ha sido renovado para una segunda temporada. Pero lo más importante es que una vez más el autor de Homicide: Life on the Street ha utilizado a la cadena HBO y una mixtura de subgénero adscritos a la historia reciente de Estados Unidos (las menciones a Stonewall y el estreno en pantalla grande de Garganta Profunda plantan una semilla que seguramente brotará en próximas temporadas) para volver a poner en marcha su perfil más crítico y menos autocomplaciente a la hora de diseccionar sin miramientos ni sesgos de ningún tipo el lado más oscuro de la sociedad que le define como persona y profesional de un medio que nunca deja indiferente al espectador obligándole a reflexionar sobre temas de importante calado después de ver una de sus impresionantes producciones de ficción con vocación documentalista.
Crítica publicada originalmente en Zona Negativa
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