Título Original John Carpenter's Vampires (1998)
Director John Carpenter
Guión Don Jakoby basado en la novela de John Steakley
Actores James Woods, Daniel Baldwin, Sheryl Lee, Thomas Ian Griffith, Maximilian Schell, Tim Guinee, Mark Boone Junior
La década de los 90 fue una etapa extraña para un cineasta como John Carpenter. Durante aquellos diez años su filmografía basculó entre productos descafeinados como Memorias del Un Hombre Invisible, competentes remakes como el de El Pueblo de los Malditos, secuelas de sus éxitos con naturaleza irónica y autoparódica como 2013: Rescate en L.A u obras maestras incomprendidas y defenestradas como En la Boca del Miedo (In the Mouth of Madness) que los años han ido revalorizando. Por suerte en 1998 el director de La Noche de Halloween o Starman despidió el siglo XX con la que para el que esto suscribe es su última gran obra y la que (viendo el discurrir que puede tomar su carrera después de la terrible The Ward) debería haber dado carpetazo a su filmografía como uno de los mejores autores de cine de género de la historia del séptimo arte. Hablo como no podía ser menos de Vampiros.
Basada, muy libremente, en la novela homónima de John Steakley Vampiros presenta a un atípico grupo de cazadores de no muertos comandado por el aguerrido Jack Crow (James Woods) y financiado por el mismísimo Vaticano gracias a la mediación de Cardenal Alba (Maximilam Schell). Mientras descansan después de una misión rutinaria en la que localizan un nido de "alimañas" (como ellos suelen llamarlas) a las que dan caza los miembros del equipo son asaltados en un motel por Valek (Thomas Ian Griffith) un vampiro centenario que busca la famosa "Cruz de Bérziers" que le puede conferir el don de caminar bajo el sol a plena luz del día. Jack Crow, su colaborador Tony Montoya (Daniel Baldwin) una prostituta llamada Katrina (Sheryl Lee), únicos supervivientes de la matanza, y el Padre Adam Guiteau (Tim Guinee) tratarán de detener a Valek para impedirle conseguir su misión que lo convertiría en el no muerto más peligroso sobre la faz de la tierra, pero no serán pocos los problemas que se encontrará para cumplir con su peligroso cometido.
Vampiros es lo más cerca que ha estado John Carpenter de su amado e idolatrado género western. Por muchos es conocida la pasión del director de Christine o Elvis por este tipo de cine, su cariño hacia obras de Howard Hawks adscritas a este celuloide como Río Bravo (de la que Asalto a la Comisaría del Distrito 13 era prácticamente un remake encubierto) y cómo ha influido en la mayoría de sus largometrajes como director, algo que podemos apreciar en 1997: Rescate en New York, La Cosa o ¡Están Vivos!, cintas adscritas al terror o la ciencia ficción, pero con personajes y resoluciones narrativas propias de los films del oeste. Pero en su antepenúltima obra para la gran pantalla el homenaje deja paso a un contexto árido, desértico, duro y adusto que está sacado directamente de la obra de autores como Sam Peckinpah, Samuel Fuller o exponentes del espagueti western como los dos Sergios, Corbucci y Leone, a lo que habría que sumar una banda sonora del mismo Carpenter que nos retrotrae a dicho tipo de celuloide.
Como era de esperar viniendo del director de El Príncipe de las Tinieblas los vampiros de su universo cinematográfico no iban a tener la imagen y el comportamiento clásico que el cine y la literatura ha ofrecido de estos a lo largo de los años, algo a lo que hace referencia directa el mismo Jack Crow con un discurso memorable al Padre Guiteau. Los chupasangre de la película que nos ocupa no reciben el nombre de "alimañas" gratuitamente, ya que son expuestos en pantalla como bestias descerebradas y ávidas de hemoglobina que no se convierten en murciélagos pero sí pueden saltar a alturas sobrehumanas y arrancar de un zarpazo una cabeza humana. Ante unas criaturas de este pelaje como es lógico el equipo de Crow debe hacer uso de un armamento a la altura de las circunstancias con todo tipo de artilugios y gadgets para eliminar a semejantes seres de naturaleza salvaje. Con dicha excusa Carpenter puede apelar en no pocas ocasiones al gore y la violencia explícita como la de la secuencia del motel (brutal ese Mark Boon Jr partido en dos) o el asalto a la ermita de los frailes.
Una vez tiene lugar la disolución forzosa del grupo la historia central se divide en dos tramas diferenciadas pero lógicamente complementarias. Una es la que se centra en Jack Crow y el Padre Guiteau que tratan de buscar, no sólo a Valek antes de que encuentre la Cruz de Bérziers, sino también a la persona que los traicionó para que este pudiera eliminar a la mayor parte del grupo de los cazadores de vampiros. La otra está protagonizada por Tony y Katrina y el dilema moral con el que se encuentra el primero debido a que la segunda fue mordida previamente por Valek y no tardará en convertirse en vampiro también. Situación esta que creará considerables tensiones entre el personaje de Daniel Baldwin y el de James Woods, amigos y colaboradores, sobre todo cuando el primero comience a sentirse atraido emocionalmente por la chica. Finalmente las dos subtramas volverán a converger en una sola para el enfrentamiento final con Valek y sus secuaces, alguno de ellos bastante inesperado.
Durante el trayecto el cineasta nos ofrece un proyecto que tiene su genuino e inconfundible sello en forma de una de sus películas más personales por muy adscrita que esté a cierta comercialidad hollywoodiense. Rudeza, virilidad, machismo, camaradería y todo regado con pólvora, sangre, terror y humor negro, un producto 100% hijo de su hacedor con el que recuperamos al Carpenter más bestia, sardónico y outsider. La estructura es la habitual en el cine del norteamericano con un protagonista rebelde, fuera de la ley y de cualquier norma establecida, que se enfrenta, en solitario o acompañado, a un sistema corrupto sin importar que este se ampare en fuerzas religiosas, políticas o sociales. En el proceso las secuencias de acción, los apuntes de suspense (cada incursión en un nido de vampiros está llevado un pulso narrativo envidiable) y la interacción entre personajes sencillos, pero con personalidades bien definidas van dando forma a una pieza ejemplar con su autor al máximo de sus capacidades profesionales.
El director de La Niebla o Dark Star da buena muestra de su veteranía y no estructura su puesta en escena por medio de una alocada sucesión de escenas espídicas condensadas con un montaje metanfetamínico aprovechando el tono virulento que permite la naturaleza cruda y descarnada de la propuesta. Carpenter encuadra con sabiduría, utiliza los movimientos de cámara sólo cuando el relato los demanda y en una pieza que en otras manos se hubiera adherido sin miramientos al efectismo más rudimentario y sensacionalista es capaz de utilizar un timing inusualmente mesurado (el uso de la edición por medio del encadenado de fundidos de imagen en las secuencias más destacadas del metraje) y unos zooms de tono añejo que dan al largometraje un look visual muy deudor del cine de género americano de los años 70. Todo ejecutado y compactado por la mano de un cineasta que eligió desde sus inicios dedicarse en cuerpo y alma al cine de terror cuando sus aptitudes como narrador de historias le hubieran permitido ser mucho más ambicioso cinematográficamente hablando.
Todo el discurso "carpenteriano" sobrevuela el metraje de principio a fin, pero el mismo cristaliza magistralmente en el Jack Crow al que da vida un superlativo James Woods en uno de los mejores trabajos de su carrera. El protagonista de Videodrome o El Corredor de la Muerte elude la sobreactuación de muchas de sus encarnaciones interpretativas de los 90 (lo recuerdo especialmente insoportable en El Especialista) y por medio de contención, sorna, altanería, macarrismo barriobajero y una verborrea descontrolada da vida a uno de los mejores personajes protagonistas de una película de John Carpenter desde las primeras colaboraciones de este con Kurt Russell. Especialmente memorables son las secuencias que comparte con el Padre Guiteau al que interpreta un Tim Guinee impecable que sabe darle la réplica de manera soberbia al protagonista de Salvador mostrándose en pantalla la interesante y divertida disparidad de caracteres al que dan forma como dúo como una versión perversa y bastarda del subgénero buddy movie.
Del resto del reparto cumplen su cometido sobradamente Daniel Baldwin como Tony Montoya y Sheryl Lee como Katrina. El primero demuestra ser el más talentoso (y desaprovechado por su propia culpa) de sus hermanos con un excelente trabajo que se ve complementado con la relación de amistad y código de honor que comparte con Jack Crow ejecutando un personaje cercano, lleno de debilidades y claroscuros. La actriz que dio vida al cadáver más famoso de la historia de la televisión no se queda atrás y acomete con profesionalidad un personaje que hubiera ganado mucho más con una mejor escritura por parte del guión de Don Jakoby, pero resuelve con soltura dar vida a una atípica vertiente de la clásica "damisela en apuros" que después muta en otra cosa completamente diferente. Finalmente Thomas Ian Griffith se revela como una excelente elección para dar vida al hierático e imponente Valek un villano tan visceral como atractivo que desde la masacre que perpetra contra la banda de Crow demuestra soltura para tomar el rol de pieza clave dentro de la galería de personajes del largometraje.
Aunque en su momento fue recibida con bastantes parabienes por suponer la vuelta del John Carpenter más clásico Vampiros fue tildada de simple entretenimiento cuando es mucho más que eso. El penúltimo largometraje del director de Golpe en la Pequeña China supuso la sublimación estilística y narrativa de una manera de entender y hacer cine que triunfó en los 70, marcó a toda una generación de espectadores y cineastas, pero por desgracia nunca volverá, al menos en su vertiente más pura. Este debió haber sido el Canto de Cisne de su autor, porque aunque un servidor es fan de la camorrista y rashomonica Fantasmas de Marte viendo lo poco prolífica que está siendo la etapa más reciente de su filmografía y los desastrosos resultados que ofreció la que es su última cinta para la pantalla grande las andanzas de Jack Crow y su panda de rednecks cazadores de vampiros hubieran sido el excelente y memorable punto y final a una de las carreras cinematográficas más estilmulantes y personales de la historia del cine de género estadounidense de los últimos cuarenta años.
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