martes, 12 de marzo de 2013

Tierra Prometida, nosotros el pueblo



Título Original Promised Land (2012)
Director Gus Van Sant
Guión Dave Eggers, John Krasinski y Matt Damon
Actores Matt Damon, John Krasinski, Lucas Black, Frances McDormand, Rosemarie DeWitt, Hal Holbrook, Titus Welliver, Tim Guinee, Scoot McNairy, Terry Kinney, Johnny Cicco, Rosemary Howard, Sara Lindsey, Lennon Wynn, John W. Iwanonkiw, Lexi Cowan, Kristin Slaysman, Joe Coyle, Jennifer Obed, Carla Bianco






Gus Van Sant me parece uno de los directores más completos del cine contemporáneo. Es de un mérito remarcable ser capaz de abordar largometrajes de vocación comercial como El Indomable Will Hunting, Descubriendo a Forrester o Mi Nombre es Harvey Milk (aunque todos ellos con un fondo muy interesante gracias a repartos y guiones muy acertados) u obras más personales e intimistas, Elephant, Paranoid Park o Last Days,  que continuamente nos remiten a sus inicios como autor indie y estandarte del cinema queer americano. También me llama la atención otra faceta más del director de Mi Idaho Privado, que es la que nos ocupa en esta entrada, la altruista y de amigo de sus amigos.




El cineasta tiene un grupo de colaboradores habituales y no es la primera vez que se pone detrás de las cámaras como favor para uno o varios de ellos (aunque como es lógico él normalmente también saca beneficio). En la ya mencionada Good Will Hunting se situó a los mandos de un proyecto que nació de un (magnífico) guión de Matt Damon y Ben Affleck. Hizo lo propio años después con Gerry, aunque esa vez el libreto lo firmaban el protagonista de Infiltrados (The Departed) y el hermano menor de Ben, Casey Affleck. En Promised Land, la cinta que nos ocupa y que se presentó en el pasado festival de Berlín recibiendo una mención especial, de nuevo lleva a imágenes un escrito compartido por Matt Damon (¿serán amantes?) y John Krasinski (el inolvidable Jim Halpert de la versión americana de The Office) cuyo guión literario fue elaborado por Dave Eggers.




El resultado es un meritorio largometraje con unas remarcables buenas intenciones, concienciación social y mensaje ecologista (nada sesgado o radicalista) que forman un conjunto que si bien no consigue explotar el excelente material que tiene entre manos, sí posee los suficientes aciertos narrativos y textuales como para ser considerado un trabajo encomiable y acabado con bastante veracidad y naturalismo. Van Sant deja un poco de lados sus señas de identidad para entregarse como artesano a un proyecto ajeno al que sabe insuflarle su profesionalidad, tacto e inteligencia como curtido cineasta con muchas batallas a sus espaldas. Con muchos aciertos y pocos fallos, Tierra Prometida es una proyecto hasta cierto punto necesario, pero demasiado idealista.




Steve Butler (Matt Damon) y Sue Thomason (Frances McDormand) son los dos ejecutivos de una gran multinacional de gas natural que son enviados a un pequeño pueblo de Estados Unidos para iniciar unas perforaciones con las que tratarán de engañar a la gente de la localidad que recibirá una compensación monetaria muy inferior a la que les ofrece la organización llamada Global. La intervención de Frank Yates (Hal Holbrook), un anciano de la zona con maneras de líder inconformista que pone en duda las supuestas buenas intenciones de los recién llegados y la aparición de un joven llamado Dustin Noble (John Krasinski) que representa a una ONG medioambiental posiblemente den al traste con el negocio redondo que Steve y Sue deben realizar en favor de sus superiores.




Uno de los mayores aciertos de Promised Land es que a pesar del tema que aborda no se adentra en terrenos sentenciosos o partidistas. Esto se deja ver desde el principio cuando nos damos cuenta de que no estamos ante unos "villanos" al uso, es más, cuando el film da sus primeros pasos seguimos a Steve y Sue pensando que son las "víctimas" cuando realmente son los representantes de las empresa que quiere engañar al pequeño pueblo en el que van a hacer negocio con el gas natural. Los personajes no son monstruos infrahumanos, son personas normales y corrientes que se sienten solos cuando echan de menos a sus hijos (el caso de ella) o que ven que sus dotes como ejecutivos de empresa se debilitan cuando se enamoran de una de las parroquianas del bar de la localidad (la situación de él).




Porque es un acierto que durante la primera media hora el personaje de Matt Damon se nos muestre titubeante con su jefe, simpático con su compañera de trabajo, Sue, con la que bromea (ese coche que no arranca, muy simbólico dentro del contexto de la historia) como un individuo con el que podemos empatizar sin mucha dificultad, para más tarde hacerle mostrar las fauces por primera vez cuando habla con el alcalde (si mal no recuerdo) en la cafetería. Ahí podemos ver de manera esclarecedora que Steve, con su falsa simpatía y verborrea empresarial, es una representación cristalina del capitalismo agresivo, aquel que obviando remordimientos arrasa con todo en pos de un beneficio económico desproporcionado que sacie su apetito.




También es interesante asistir a cómo los dos ejecutivos van mezclándose con la fauna local con intenciones monetarias y debido a ello van viendo que encajan en la zona, porque al fin y al cabo se codean con personas que son como ellos, trabajadores que hacen lo necesario para ganarse el pan aunque sea de manera indigna. En este sentido nos introducimos en una interesante dualidad moral cuando vemos que uno de los personajes se deja llevar por los sentimientos y estos influyen en la concepción de su labor profesional y cómo el otro no antepone sus emociones a lo que no deja de ver en ningún momento como un negocio. Pero esa sensación de comunidad es algo tan intrínsecamente estadounidense que seguramente hará las delicias de los espectadores de aquel país, mientras que aquí se recibirá con un poco de escepticismo.




El guión, que Matt Damon y John Krasinski desarrollaron desde el argumento original de Dave Eggers tiene aciertos y muy buenas intenciones, pero también algún fallo que resta consistencia a su acabado e incluso un final que de puro idealista se antoja casi imposible. Aunque no ahonde profundamente en el tema que da forma al núcleo central del largometraje sí realiza un retrato bastante certero y pegado a la realidad con respecto a cómo grandes empresas realizan expolios en pequeñas ciudades (poco importa si son de Estados Unidos o de cualquier otro país) engañando por medio de medias verdades a unos habitantes que por desconocimiento o miedo se dejan tratar como escoria en una situación tan precaria y alarmante como la que nos ha tocado vivir en esta época de crisis económica.




Pero hay dos fallos en el guión que impiden que nos encontremos ante una obra totalmente certera. Primero tenemos un giro de timón impropio en este tipo de films (más adecuado a thrillers comercialoides de medio pelo) que aún teniendo su lógica (un servidor que no es ninguna lumbrera en estos terrenos lo vio venir de lejos) es tan artificiosamente cinematográfico y entronca tanto con mucho de lo visto anteriormente en el largometraje que se antoja como una poco consistente licencia narrativa para pillar de sorpresa al espectador y enfatizar las malas artes de las empresas que son capaces de arreglar sus supuestos problemas sin que sus subordinados se enteren de ello y así de paso darle un (innecesario) giro de 180° a uno de los personajes secundarios, algo que choca frontalmente con el naturalismo que imperaba en la producción hasta ese momento en concreto.




Aunque si hay algo fuera de lugar es la resolución final, esa toma de conciencia que nos hace creer (falsamente, por desgracia) en un mundo mejor en el que el arrepentimiento y la caridad ocupan el lugar de la ambición y el enriquecimiento ilícito. Ese clímax , tan bello como utópico, hace que Promised Land se introduzca casi sin quererlo en terrenos de la ciencia ficción, porque es muy difícil que algo como lo que Van Sant y sus guionistas exponen en pantalla suceda en la realidad. Dicho cierre peca de naif e idealista, pero qué duda cabe, deja al espectador con una sonrisa en la cara al incitarle a soñar con un mundo mejor en el que el pueblo tiene la última palabra y los empresarios no siempre ganan las batallas desde sus montañas de hipocresía y dinero.




Van Sant entrega sus tablas y minimalismo (más moderado que el de sus obras más personales, como es lógico, hablamos de una cinta independiente, pero de una contrastada comercialidad muy accesible) a un reparto de actores que cumplen sobradamente con su cometido como Matt Damon y sus dilemas morales, el carisma de John Krasinski o la belleza natural y cercana de Rosemarie DeWitt. Pero destacan considerablemente el veterano Hal Holbrook como el guerrillero anciano que pondrá patas arriba a todo el pueblo o esa Frances McDormand que ofrece lo mejor de sí misma como esa estratega de la negociación que antepone su vida profesional a la personal, en ese sentido muy bien llevado su coqueteo con el personaje de un convincente Tirus Weilliver.




La última obra cinematográfica de Gus Van Sant se deja ver con considerable interés, expone un conciso mensaje interesante, necesario, comprometido y sí, puramente norteamericano. Es un hecho que no nos encontramos ante una de las piezas más destacadas del director de Drugstore Cowboy o Resteless ya que poco tiene que hacer ante sus exitosos films comerciales o con sus obras más arriesgadas dentro de su característico naturalismo gélido pero hiperrealista. Promised Land, aunque es demasiado ingenua a la hora de abordar el tema que trata no es un proyecto desdeñable, ya que su dirección, gran parte del guión y reparto actoral la convierten en una cinta cuya simple existencia ya debería ser motivo de, humilde, celebración.


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