viernes, 4 de mayo de 2018

Un Lugar Tranquilo



Título Original A Quiet Place (2018)
Director John Krasinski
Guión Scott Beck, Bryan Woods, John Krasinski
Reparto Emily Blunt, John Krasinski, Millicent Simmonds, Noah Jupe, Cade Woodward, Leon Russom, Doris McCarthy





Después de probar suerte con dos comedias como Entrevistas Breves con Hombre Repulsivos (2009) y Los Hollar (2016) el actor John Krasinski hace pleno con su tercera incursión en la dirección de largometrajes. Sin, en principio, dar mucho que hablar, de manera bastante inesperada y con un presupuesto insultantemente modesto Un Lugar Tranquilo se ha convertido en uno de los sleepers más potentes del 2018 y una muestra más de la buena salud de la que a día de hoy puede presumir el género de terror a nivel internacional. Del guión se ocupa el mismo Krasinski, aunque compartiendo su trabajo con  Scott Beck y Bryan Woods, autores de la historia original, y en el reparto encabezado por él mismo y la británica Emily Blunt, su pareja en la vida real, también encontramos los rostros infantiles de Millicent Simmonds, Noah Jupe y Cade Woodward que completan el escueto cast del que dispone el proyecto.




La historia que narra Un Lugar Tranquilo es de una sencillez desarmante y posiblemente ahí radique uno de sus mayores logros. Una familia, formada por un matrimonio y tres hijos, vive aislada en un refugio en el bosque que sólo abandonan cuando deben conseguir provisiones en una ciudad cercana que se encuentra en estado de total abandono. Este grupo de personas tiene la obligación de no hacer el más mínimo ruido porque las inmediaciones de la zona se encuentran asediadas por unas criaturas, de origen desconocido, que sólo atacan a sus presas cuando perciben cualquier tipo de sonido. Estos son los exiguos materiales con los que John Krasinski debe valerse para construir su producto y contra todo pronóstico los utiliza magistralmente, con más mérito si cabe teniendo en cuenta que es un cineasta de poco bagaje y totalmente ajeno al género de terror en el que se encuadra su último film como director.




Desde el prólogo John Krasinski pone rápidamente sus cartas sobre la mesa y desvela qué tipo de producto cinematográfico va a ser A Quiet Place. El uso como potenciador sensorial e inmersivo del silencio y la idea narrativa de convertir el ruido en un enemigo letal que conlleva inevitablemente a la muerte es el sencillo, pero efectivo, recurso sobre el que el guionista, productor, director y protagonista sustenta su propuesta. En ese arranque vemos la primera muestra de lo qué sucede cuando alguno de los personajes no sigue esas reglas preestablecidas por el argumento y con ello sus autores marcan a fuego el devenir del resto de acontecimientos a los que asistiremos a lo largo del film y que irán adentrándose en un in crescendo de tensión cada vez más visceral mientras se van dejando pequeñas semillas que florecerán en la recta final del largometraje, amparándose en otra de sus mayores virtudes como es su meticulosidad formal.




Ese afán minucioso, esa intencionalidad por estar pendiente de hasta el más mínimo detalle se deja notar en la soberbia puesta en escena del director con la que aprovecha hasta límites insospechados los escasos medios que tiene al su alcance para que su proyecto explote al máximo el conjunto de sus posibilidades narrativas y visuales. Todos los apartados que dan forma a la obra parecen haber sido diseñados durante años para que a la hora de ser expuestos en pantalla ofrezcan lo mejor de sí mismos por medio de profesionalidad y elocuencia conceptual. Las secuencias que tensan el suspense hasta lo insano dejan vislumbrar una más que probable planificación detallista de su génesis y ejecución, con un control férreo del timing por parte de un John Krasinski que se hace fuerte por medio de la profundidad de campo, el uso de tomas panorámicas que acentúan la soledad y el aislamiento o la colocación y los movimientos de cámara que dan forma cohesionada a su labor como maestro de orquesta.




Pero uno de los mayores aliados, puede que el más destacado, de A Quiet Place es sin lugar a dudas el sonido, y el uso que se hace del mismo en el largometraje es simplemente bestial. Con la excusa de que el más mínimo ruido pueda alertar a las criaturas del paradero de los personajes y eliminarlos en el acto John Krasinski juega a placer con la sensación de angustia que transmite la sencilla posibilidad de que un objeto caiga al suelo, un grito ahogado de dolor se escuche en las inmediaciones del refugio o un juguete de cuerda pueda sonar de manera estruendosa en el paraje desierto en el que cohabitan los miembros de la familia Abbott. El cineasta explota este recurso con sabiduría extendiéndolo al inhumano regurgitar que producen las monstruosidades que asedian a los protagonistas y a la utilización de la sordera del personaje de Regan cuando la película apela a su punto de vista como hilo narrador de alguno de los pasajes más importantes.




Si el sonido es una de las mayores fuerzas de Un Lugar Tranquilo el otro pilar sobre el que construye su entramado para que este funcione al 100% es un reparto de actores brillante reducido casi al mínimo exponente. Que John Krasinski produzca, escriba, dirija y a su vez realice el mejor papel de  su carrera interpretativa merece todos los elogios posibles, pero Emily Blunt no se queda atrás con una caracterización que exige una fisicidad notablemente compleja abordada por medio de una contención encomiable a la que la británica se aferra incluso en las situaciones más extremas vividas por su rol. Notable también la labor de Millicent Simmonds (más meritoria aún si tenemos en cuenta que es la única actriz cuyo personaje se adentra en terrenos de cierto estereotipo, saliendo airosa del envite) y la de Noah Jupe con una sempiterna cara de terror que nos incita a empatizar sin reservas con su desdichada situación compartida por el resto de su familia.




Un Lugar Tranquilo es una de las revelaciones de la temporada, un trabajo excelso en no pocos aspectos que consigue algo al alcance de pocas muestras de cine de terror actual, que nos impliquemos con sus personajes, no sólo por el simple hecho de que puedan perder la vida a manos de monstruos salvajes, sino porque se nos antojan cercanos e identificables. Aprovechando sus considerables hallazgos y minimizando sus carencias (los CGI de las criaturas no son muy destacables, de modo que en gran parte del metraje se tantea el recurso del fuera de campo a la hora de mostrarlas en pantalla) John Krasinski y sus colaboradores han dado en el centro de la diana, lo suficiente como para que Paramount Pictures y Platinum Dunes, productora de Michael Bay, ya hayan confirmado una secuela que puede abrir nuevos caminos dentro del microcosmos recién creado por sus autores o echar abajo los aciertos de una pieza tan modesta y destacable como la que nos ocupa.


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